Un sueño

Tuve un sueño que no era un sueño. ¿Dormí o sólo empecé a divagar? Una amiga, a la que no veo desde hace cinco años, me dijo que no podía más con los problemas de su vida. La declaración me movió a la preocupación. Me sorprendí de saberme ajeno a la sorpresa. ¿La justifiqué?, ¿me di cuenta que ella dijo eso sin intenciones de lesionarse, sólo como una reacción de desahogo? ¿Por qué en mi sueño ella tenía un aspecto casi infantil, como el que seguro tuvo cinco años antes de conocerme? Nada tenía sentido y todo lo tenía. Porque era un sueño. No se regía con la lógica con la que supuestamente categorizamos lo que suponemos es nuestra realidad; sinceramente creo que nuestra realidad es tan nuestra como las historias que vemos en televisión. Después de mucho navegar en mis ideas todo cobró sentido. Todo lo del sueño, por supuesto. Mi realidad estaba más inmiscuida de lo que creía. Cuando, estando despierto, me acucian las preocupaciones, la mejor manera de aplacarlas es resolviéndolas. Pero si son preocupaciones que no está en mis manos resolver, el escuchar a otro, intentar entenderlo y darle alguna opinión, me ayuda a mí tanto o más que a ese otro. En breve, las preocupaciones de mi amiga eran las mías, más un dejo de exageración onírica. Le marqué para comunicárselas y cerrar el círculo.

Yaddir

Adiós sin despedida

Albert Camus afirmaba que la respuesta más importante que nos damos todos los días es por qué vivimos un día más. Se responde así a la totalidad de nuestra existencia. De nuestra propia existencia. Afirmaba con esto que nuestra existencia era lo más importante para nosotros; la existencia de los demás no es tan importante, según este argumento. ¿Es más importante existir que existir bien?, ¿Se vive bien si no vivimos con otras personas?, ¿Las decisiones más importantes son aquellas que tienen que ver con el amor?

La pandemia nos ha mostrado otros aspectos de nuestra existencia, nos ha hecho pensar nuestra vida en su totalidad. Pero qué ¿significa pensar en totalidad nuestra existencia? La pregunta aparece imposible, pues los aspectos de los que se compone nuestra vida, con los que estamos componiendo nuestra existencia, son diversos, profundos, problemáticos, contradictorios. Sabemos cuando somos felices, pero no podemos responder en qué consiste exactamente la felicidad; tal vez sí sepamos indagar qué nos hace felices a cada uno, pero sólo si indagar nos hace felices. Podemos ser felices, pero no decidir cuándo estaremos felices.

La muerte de un ser querido nos muestra que nuestra existencia empieza en algún lugar dentro de nosotros pero no sabemos dónde termina. La vida y la existencia encuentran su sentido en el cariño hacia los demás. Encontramos lo que más importa en la compañía de los otros. Sin amistad ni amor no vale la pena vivir.

Yaddir

Círculo de lectura

¿Por qué es tan difícil hacer una buena pregunta?, ¿a qué me refiero con una buena pregunta? Pues a una pregunta que sepa cuestionar. Aunque no estoy seguro de la respuesta; una buena pregunta busca una buena respuesta. Porque, como toda pregunta mal hecha, la respuesta es incomprensiblemente general. Tal vez poniendo un ejemplo sea más fácil elucidar lo que quiero preguntar: ¿qué ganamos leyendo con otras personas? La pregunta no suena general, habla sobre una situación que para quien está leyendo esto pueda resultar relevante, y no tiene una respuesta absoluta. Pero si cuestionamos un poco el sentido de la pregunta, notamos que partimos de un supuesto, al menos uno bastante evidente, y también podemos notar que no se clarifica la actividad. El supuesto es que al leer indiscutiblemente se gana algo; la actividad no clarificada es la de leer, pues ¿qué se lee, cómo se lee, con quiénes se lee? Ambas oscuridades se relacionan, pues hay libros con los cuales se puede ganar el aprendizaje de alguna técnica que nos permita ganar dinero y que, en el caso de un manual, sería suficiente con que se leyera en soledad. Su relación específica está en que ambas se encuentran en la misma pregunta y pueden darle un sentido general o peculiar al cuestionamiento. Aunque, con respecto a la ganancia, es diferente ganar una técnica desde un libro que dinero practicando la misma técnica. No es suficiente leer la definición o los pasos a seguir de una actividad para poder practicarla lo suficientemente bien como para ganar dinero haciéndola. He leído manuales enteros sobre cómo dibujar un rostro, pero carezco de la habilidad de dibujar por más que la practique. Hay quienes han leído todo lo concerniente a un concepto: se saben su origen, sus cambios en la historia, y cómo se usa actualmente, y no entienden cómo ese mismo concepto se relaciona en la obra que lo sacaron, ni entienden cómo se distingue de otras obras del mismo autor o de diferentes pensadores. (¿No saben hacer buenas preguntas porque no saben leer?). El dibujo puede dar placer o ser usado por una marca; de ser excelente, bello, podría ser considerado una obra de arte; en los tres casos hay motivos suficientes para pagar por su elaboración. No resulta nada claro el por qué se habría de pagar a diccionarios humanos de conceptos e inexpertos en preguntar. Ni siquiera resulta claro el por qué se habría de pagar a un experto preguntador. Entonces sería preferible usar “obtener” en lugar de “ganar” para realizar una pregunta menos general; según sea el caso, sería prudente saber qué clase de asuntos pueden discutirse con otras personas. Preguntemos de nuevo: ¿qué se obtiene leyendo literatura con otras personas? La pregunta me hace pensar muchas cosas, principalmente que debo pensar bien antes de hacer alguna pregunta. Por otro lado, la pregunta misma me ayuda a dar una respuesta: si la literatura nos muestra principalmente a personas tomando decisiones difíciles o dejando de tomarlas, nos ayuda a especificar nuestras propias decisiones tomadas o a punto de ser tomadas; se entiende mejor una obra literaria con la ayuda de la comprensión de otras personas, porque, como un personaje es distinto y semejante a la vez a mí, otra persona podría ayudarme a comprender en qué es distinto y semejante ese personaje de mí a través de ella. Su comprensión ayuda a mi comprensión; mi comprensión ayuda a su comprensión. En caso de no entender su comprensión, podría cuestionarla, distinguiendo los puntos que entiendo de los que no entiendo. Leer con otras personas me ayuda a hacer mejores preguntas. Cuando me hacen preguntas a mí, me ayuda a percatarme que hay preguntas que me gustan y otras que me disgustan, hay unas preguntas que me provocan molestia y otras que me emocionan. Lo mismo le pasa a las personas con las que leo cuando las cuestiono. Si bien las preguntas no me cuestionan directamente a mí, no son indiscretas, a veces me molestan. Una buena pregunta, dicha a una persona cara a cara, debe hacerse con un buen tono para que sea buena; aunque la pregunta podría ser tan buena que se discuta por ella, que provoque preguntas con mal tono. ¿Es mejor preguntar con pasión pese al riesgo de espantar o incomodar al cuestionado que preguntar sin pasión?, ¿lo más importante es la pregunta o el modo de hacerla? Supongo que si entre dos personas se interesan demasiado por una pregunta que provenga de una novela, los ánimos podrían pasar a segundo plano. Pero los propios ánimos exacerbados podrían romper una serie de preguntas, podrían evitar que algunas sensibilidades participen de los cuestionamientos provenientes de una novela. Si la convivencia es hostil o demasiado exacerbada o excesivamente pasiva o una lucha de personalidades que buscan destacar o conviven personas de carácter apocado, difícilmente podrían llegar a conocerse lo suficiente como para afinar su capacidad de preguntarse. Se pregunta mejor entre personas que se conocen, entre personas que se ven y entienden como personas, que se preocupan los unos de los otros. Hacer una buena pregunta es preocuparse por los demás; se preocupa uno por los demás principalmente si ellos son amigos, personas afines, seres queridos. Me parece mejor pregunta: ¿qué se pierde si no comparto una lectura con mis amigos?

Yaddir

Estudiar sin amigos

¿A qué vamos a la escuela? La obvia respuesta es a estudiar, a aprender, a llenarnos de conocimiento. No necesitamos demasiada evidencia para afirmar que en los primeros años de formación escolar apenas si nos importa lo que aprendemos de los maestros. Algunas habilidades las adquirimos de manera mágica para nosotros. ¿Cómo aprendimos a leer?, ¿qué nos permitió percatarnos que podíamos hacer sumas de cifras de más de dos dígitos y multiplicar o dividir elementos sin tener clara la referencia con la realidad? Tal vez adquirir habilidades sea la finalidad principal del aprendizaje en los primeros años, y por ello las clases continúen de manera remota o con estrictas medidas pese a la pandemia. Aunque si lo que más se aprende, o lo que se va desarrollando, es la capacidad de relacionarnos con otras personas, de socializar, la escuela en tiempos del Covid-19 fracasará.

No me refiero a que los niños vayan a socializar a las aulas como lo haría un adulto. No empiezan a comprar contactos que posteriormente les serán de suma utilidad para sus productivas actividades y juegos de poder. Los niños comienzan a experimentar ese gusto de interactuar con sus compañeritos, de jugar con ellos, van empezando a sentir la amistad. Se ríen, platican, comparten intereses, forman grupos, o simplemente pasan el tiempo a lado de personas semejantes a ellos. Muchos estudiantes al dirigirse a sus instituciones educativas ni por asomo se les ocurre que van a adquirir algún tipo de conocimiento, algo que les servirá para su futuro; ellos simplemente van a jugar, a pasarla bien. Estoy lejos de creer que aprender a leer y escribir no sea tan valioso como la amistad misma, pero los amigos vuelven más placentero el leer y el escribir; ver el tráfico con la compañía adecuada es muy agradable. Sin amigos nadie querría ir a la escuela.

Aunque los amigos también podrían fungir como una distracción. La escuela sin amigos, o por vía remota, podría ayudar a que los estudiantes desarrollen ampliamente su concentración, que lean desmedidamente, que investiguen diferentes maneras de explotar su potencial y que contribuyan al progreso social. ¿Para qué lo harían? La escuela en un principio puede ser una obligación molesta. Los alumnos más jóvenes apenas si se percatan que sus clases en algo servirán para su futuro (ni los mismos universitarios saben con claridad para qué están estudiando lo que estudian). Pero tanto los incipientes estudiantes, así como los más avezados, están seguros que, pese a sus obligaciones, quieren disfrutar el paso del tiempo con sus amigos.

Yaddir

Lenguaje inclusivo

El silente que escucha es lo que hace falta para incluir a quien no se siente escuchado. Nos acostumbramos a hablar, cada vez más fuerte, cada vez con más gritos, cada vez con menos silencios y cerrando la puerta a una real conversación.

Se dijo hace tiempo que la oposición estaba acabada y la frase parece verídica cuando vemos que entre gritos y risotadas, entre frases perdidas y pajareos se deja muy lejos a la conversación entre amigos o disidentes.

Las oposiciones callan, las amistades se acaban porque los diálogos se pierden entre muchas palabras sin sentido, entre pocos silencios y muchos gritos.

A gritos hay quien pide lenguaje inclusivo, pero es incapaz de escuchar cuando no se trata de acusar, y gritan y gritan domingo a domingo e imponen silencio a quien sea que no grita lo mismo.

Maigo

εὖ πράττειν ἑπτάκις

 

Bienaventurados somos porque Sócrates no escribió nada; pero tal vez, amigos, siete veces más lo somos porque por eso podemos saberlo.