Para ser oída

Las palabras son poderosas, ayudan a sanar, lastiman, invitan a la risa o conmueven hasta el llanto. A veces condenan y otras veces salvan, todo depende del corazón en el que nacen y de los labios de los que brotan; también importan los oídos que las reciben porque si están taponados por el ruido del mundo no captan el sentido real de las palabras que se les dirigen.

Se dice que el que tiene oídos para oír entiende, y si entiende es porque tiene un alma capaz de recibir a la palabra y de vivir pendiente de la misma. Así como pende la salvación del madero, y el madero concentra la presencia del verbo hecho carne en este mundo.

 

Maigo

Dos de marzo no se olvida

“Y otra noche más tú querrás soñar pero la más pura soledad no se cura con champán y cocaína”
—Nacho Vegas 

Hace unos ayeres comenté en este mismo espacio un problema que me aquejaba a la hora de escribir, sigo sin resolverlo, pero me gustaría volver abordar el tema porque sí. Porque sí hablamos todo el tiempo y normalmente no pedimos mayor motivo ni causas (ni a nosotros mismos ni a los demás) para decir lo que decimos. Simplemente abrimos la boca y tiramos un sonido como lo hacen los lobos al anochecer. No importa si uno está en la cola de las tortillas, aburrido formado en la fila para tomarse la foto en el INE o en el cine viendo softcore en cincuenta matices. El hablar es un don divino y habemos muchos enamorados del logos, aún sin saberlo, aún sin siquiera poder decir algo que haga honor a este amor. Hablar ayuda al hombre a callar al silencio, ayuda a ahuyentar a la soledad y más bien que mal, resulta una breve aventura entablar una plática con un extraño, no importa si se le encuentra en el metro o en el microbús, uno habla y el otro está obligado a escucharlo (ya después se verá si tiene suficiente interés o tedio como para seguir intercambiando palabras que no tienen mayor relevancia en la vida de los platicones). No hay mucha educación acerca de esto (sí ya sé que hay un montón de libros de oratoria, retórica y que a las Geishas les enseñaban a entablar una buena conversación antes de instruirlas en placeres más vulgares), a lo que me refiero es que uno aprende a hablar por obra divina e inmediatamente empieza la larguísima aventura de no cerrar la boca jamás, sin importar que esté uno molestando al prójimo o asediando jovencitas, uno habla y habla y no se calla. Vean a sus madres, vean a sus vecinas y a las señoras que se encuentran a diario a la hora de ir al mandado. Vean a las personas que abordan el trolebús cuando coinciden con uno para ir a trabajar (yo conozco más de una historia de amistad que comenzó así, en el trolebús) y se darán cuenta de que el fino arte de la conversación (y poderoso recurso bélico dicen por acá) no está reglamentado. No hay educación (Bendito sea Dios) sobre cómo hablar, sobre cómo no incomodar y sobre cómo agradar, porque de haberlo, la palabra se volvería un terrible instrumento de entretenimiento. De haber una educación para charlar, habría menos gente hablando de mierda (literal, a la gente le gusta hablar de mierda, y es tan común que casi no nos damos cuenta), habría menos gente hablando del clima o de lo que hace otra gente en la tele (programas de entretenimiento, no telenovelas las telenovelas son otra cosa más fina).

Bueno, lo que vengo a explorar queridos lectores, no es si la tele educa o si hay educación lógica (para el uso del Logos entendido como palabra). Tampoco me interesa mucho hablar sobre política o criticar al grueso de la población por hablar de desechos humanos (quedando así yo, como un intelectual bien pinche listillo, jojojo). No, lo que me interesa tratar aquí es contarles (ya verán por qué) cosas que pienso, así, nomás por matar al silencio y ahuyentar a la soledad, que aunque uno no quiera, van de la mano un par de pasos atrás de la palabra. Hay mucha diferencia entre hablar por entretener y hablar por no sentirse solo, creo que es un tanto obvia la diferencia, pero no por eso voy a dejar de señalarla: cuando se busca entretener, se puede hacer de todo, desde bailar hasta llorar, el punto es servir a otro, o que el otro nos sirva, como cuando las mujeres están aburridas y buscan pleito para pasar el rato, o como cuando los hombres están aburridos y llaman por teléfono a una escort con la misma finalidad. En ambos casos se busca el entretenimiento, el hacer a un lado (y olvidar por un momento) el continuo y pesado paso del reló, que nos lleva arrastrado entre sus patas (o manecillas) con él hasta la muerte, a través de utilizar el tiempo de otro a capricho nuestro. Cuando se busca compañía (ahuyentar a la soledad) bueno, uno está mucho más dispuesto a no imponer su voluntad sobre el otro, así mismo el otro tampoco busca imponerse sobre uno. Creo yo, que ahí está la distinción (muy burda y muy a grandes rasgos), pero servirá para abordar mi tema. Es sencillo hablar con la gente, y es más sencillo que se disfrute de estas charlas, de esta comunicación y los dos participantes normalmente quedan satisfechos. Decía una amiga por ahí que disfrutaba más de una buena plática que de un buen polvo, tal vez le dé la razón, porque después de una buena plática no se acerca de nuevo el tedio a latiguearnos las espaldas en su insistente y malsana rutina. Pero lo que mi amiga nunca me dijo, es, ¿qué chingados es una buena plática? Pareciera que una buena plática es aquella que nos entretiene, o una que nos educa, o una que es de utilidad. Yo no sé qué es una buena plática, de hecho hasta dudo que se pueda tener una plática (ni buena ni mala) con la mayoría de las personas. Vamos, fuera de hablar de mierda o de hablar del clima, rara vez uno expresa cosas que quiere expresar. Ese es el punto que quiero tratar aquí: ¿con quién se puede hablar genuinamente? Cuando digo genuinamente no quiero entrar en problemas Heideggerianos de autenticidad, o en tonterías similares. Cuando digo genuinamente, me refiero a poder decir lo que pensamos, no importa si esto es hablar sobre mierda, o hablar sobre el clima. La mayoría de las mujeres que he conocido se quejan todo el tiempo, (desde mi punto de vista) hacer eso es hablar genuinamente, hablar de sus sentimientos, miedos y esperanzas, y eso no lo hacen con cualquiera, eso lo tienen reservado para personas muy específicas, incluso hay veces que se lo niegan a su propia pareja o a su marido. Hablar de lo que piensan se lo tienen reservado a sus amigos, y las mujeres son muy quisquillosas para decir quién sí y quién no es su amigo de verdad. Si no me creen, pregúntenle a una quién de sus conocidos es su amigo y serán testigos de una depuración finísima y muy cuidadosa. Bueno, el punto es ése, en un principio se podría creer que solo podemos tener una charla genuina con los amigos.

Uno puede llegar con la comadre, con la vecina y hablarle del tiempo o de sus perritos. Uno puede llegar con una nena hermosa en la calle que trae paseando a su chiguagüeño envuelto en un suetercito para que no le de frío y hacerle la plática sobre el perrito para después conseguir su teléfono y llevarla a la cama. Uno puede preguntar sobre cuánto tiempo lleva formada a la chica de enfrente de la cola del INE nomás para matar el tiempo, pero uno no pude llegar con cualquiera y decirle que la Benicia tiene los pezones como castañas pilongas. Y es que entre más lo pienso más me asalta la siguiente duda, ¿a quién chingados le interesa que el tirano de Metaponte murió derrocado por el valor que nace del amor o a quién que el Matiítas haya muerto al dar a luz al hijo bastardo de la revolución, o a quién más le importa si el Rey Cirilo de Inglaterra existió siquiera, cuando todos ya conocemos su terrible muerte? Dejen a un lado que todo eso me lo haya inventado o lo haya leído por ahí en un librejo o en un panfleto que me encontré tirado. Lo importante es que quiero hablar de eso, pero, ¿con quién se puede hablar así? ¿Con quién se puede hablar de eso? Una posible respuesta es con nadie. Vaya, con los amigos uno puede tocar temas muy íntimos, y con la pareja otros todavía más,  dice una mujer que viene de una costa con nombre de flor, que los novios se cuentan todo, todo: si tu pareja no sabe que tienes hemorroides, entonces no la amas de verdad. Pero, ¿con quién chingados uno puede hablar sobre las putas de la casa de la Parrocha? ¿Cómo llega uno a decirle a alguien (sea amigo, esposa o amante) que se siente embelesado por que acaba de enterarse de que lo recto es aquello cuyo medio yace enfrente de ambos extremos? ¿Quién está dispuesto a escuchar que el fuego no tiene partes o que refuta la existencia del alma, o que solo es el fenómeno de luz y calor producido por una reacción química? — cosa que nos oscurece más  lo que el fuego es y no ayuda en nada saberlo —  ¿A quién le puede decir uno que cuando mataron a Lázaro Codesal al pie de una higuera desapareció la raya del Cerro? ¿Con quién puede abrir uno el alma y decirle que cree que Raquel es la mujer más hermosa de todo el antiguo testamento? Vamos no es porque tus amigos, o tu pareja no conozcan lo que te gusta, o no les emocione lo que lees, o lo que escribes. El problema es que uno quiere hablar sobre lo que le gusta (y no solo yo), el problema es que uno está enamorado terriblemente de la palabra y lo único que puede hacer es hablar, no importa aquí (como no importa en el amor verdadero) que no haya quién lo escuche, quién le corresponda o quién quiera continuar la conversación aunque no entienda de qué coño se está hablando. Una de las caras de la soledad es esta, la más burlona. Uno no puede hablar con todos de lo que quiere hablar (ni siquiera con los amigos), uno no puede tener la confianza de andar diciendo que “México no es un país, porque para serlo necesitaría tener una política que no pidiera chingadazos para existir”. Esta es una cita que un buen amigo me dijo que otra persona le confió así sin más en una charla cualquiera. Lo que me sorprende es, ¿cómo uno dice cosas así? O bien está esperando que el otro va a entender lo que uno está diciendo, o que al menos va a tomarlo sin extrañarse de cómo una sentencia bien elaborada, compleja y bien profunda está sin más preámbulo dentro de una plática cotidiana. Vamos, la sorpresa que me nace es pensar que o uno está suficientemente solo como para andar soltando estas cosas a los amigos, o uno está suficientemente confiado de que los amigos tienen la mejor de las disposiciones para la amistad.

Con esto no quiero decir que uno esté condenado a no hablar nunca, o a que no hay tal cosa como comunicación verdadera o que uno no tiene nada qué decir. Esos problemas sonsos no me ocupan, ya hay demasiados filósofos creyendo esto y hablándole al aire, hablándole a la soledad y al silencio que ellos mismos defienden. Lo que quiero decir con este texto, es que esta es la razón por la que escribo. Ya les había adelantado en una entrada anterior, que la única finalidad que tengo al escribir, es ser leído, bueno quiero complementar aquí que escribo porque no confío en tener a alguien con quién hablar. Escribo porque no puedo decir lo que quiero decir con mucha de la gente cercana a mí, no porque no los quiera o no los aprecie, simplemente no se pueden decir muchas cosas que se quieren decir, así sin más, nunca es el momento adecuado o no hay interés o no hay disposición ni de uno  ni de los demás. Uno quiere hablar, quiere tocar temas, hacer como que no está solo en el mundo, inventarse el cuento (y contárselo a uno mismo hasta creérselo sin dejar lugar a dudas) de que no hay un silencio enorme envolviendo a la humanidad que le impide sacar lo que lleva dentro. Uno quiere hablar y decir burradas una y otra vez aunque a nadie le importe, aunque nadie se entretenga con ellas, aunque nadie quiera escucharlo. Cuando uno se da cuenta de esta terrible soledad, que impide con sus miles de manos que la palabra escape de nuestros pechos, entonces, un enamorado de la palabra, no tiene otra salida que hablar con el papel (aunque éste sea electrónico).

Compromiso

He aquí la esclava del señor

Lc. 1,38

 

 

Quien se compromete para algo, se promete a sí, busca hacer lo que le es propio para que el otro haga lo mismo. Esto es lo que hace María al aceptar la voluntad del creador, y no lo hace a ciegas ni a la ligera como pareciera que lo hacemos todos. Ella sabe que el compromiso implica una alianza y ésta trae consigo obediencia y responsabilidad, la primera exige el silencio de quien sabe escuchar, y la capacidad de guardar en el corazón aquello que por prudencia no debe mostrarse al mundo cuando el tiempo no ha llegado; la segunda exige el desvelo y la fuerza para mandar lo imposible cuando el tiempo es propio para ello.

María, al pie de la cruz, es imagen de lo ocurre cuando en el compromiso se unen obediencia y responsabilidad, su corazón es atravesado por la más filosa de las espadas, pues al mismo tiempo ve sucumbir al hijo y al salvador, pero ese dolor no ahoga la esperanza que tuviera cuando treinta y tres años atrás dijera “Hágase en mí según tu palabra”.

 

Maigo

 

 

Hablar en el desierto

El amor por la palabra mueve: a veces mueve a las pesadas montañas, y otras veces sólo mueve los labios burlones de quienes dicen ver en la palabra algo tan valioso como para no pronunciarla nunca. El que ama la palabra cuida lo que dice y lo que hace, porque sabe que el decir es un hacer y que el hacer es un modo del decir; en cambio, el que se finge amante de la palabra se finge cuidadoso de la misma, y no siente reparo en decir una cosa y hacer lo contrario, pretende callar cuando habla y evita a toda costa el juicio silencioso de quien mejor lo ve.

La burla hacia el amante que habla, incluso en el desierto, se nutre del vacío aplauso que otorga un público ciego y al mismo tiempo carente de amor por la palabra y de respeto hacia sí. Al burlón no le importa bailar y embriagarse, todo lo deja sin reparo con tal de tener en bandeja de plata el silencio eterno de quien le muestra, como espejo, su rostro y por ende la falsedad de su amor.

Quien ama a la palabra respeta lo que dice porque se sabe un ser de palabra, y si bien cuida lo que dice su cuidado no lo sumerge en el silencio y como Juan Bautista se pronuncia sin importar que eso ocurra en medio del desierto.

 

Maigo

Perenne Juventud

 Por lo general el peor enemigo de un tirano es un bebé indefenso. Heródes mandó matar a los niños de Belén; y antes que él un faraón ordenó la muerte de primogénitos inocentes con tal de mantener desanimado a un pueblo; ambos actuaron por miedo y ambos pensaron en deshacerse de lo que representaban los niños indefensos, que por muy desarmados que estén siguen mostrando al tirano el inevitable paso del tiempo, y junto con ello la menos evitable llegada de la muerte. Pareciera que ahora no hay tiranos de tal talante, los regímenes cambian y se dice que estos son por mucho más justos a los de antes. Sin embargo, aún hay algo tiránico en el corazón de los hombres, y eso mantiene el miedo que se tiene a la llegada de niños indefensos y más aun al paso del tiempo que representa su arribo a este mundo.

El deseo de ser siempre joven, fuerte y poderoso es propio del tirano, no importa si se trata de quien manada matar niños para no verse viejo a su lado, o de quien simple y llanamente procura comportarse como tal para negar el inevitable paso del tiempo. La mayoría no puede deshacerse de aquellos que por más jóvenes ya no son contemporáneos, de modo que la mayoría de los ávidos de juventud optan por comportarse como niños.

El niño indefenso necesita atenciones y cuidados, el joven que quiere ser eterno, se busca de los otros atenciones y cuidados, no siempre los obtiene por lo que no será difícil verlo hacer berrinche y justificar el mismo aludiendo a una depresión. El niño empeña fácilmente su palabra, en especial cuando el cuidado por la palabra es deficiente a su alrededor, con la misma facilidad con que la empeña, la rompe; el joven que ya no lo es tanto, pero quisiera serlo, empeña con facilidad su palabra, se compromete y pretende que los demás lo hagan, pero pasado un buen tiempo se olvida de lo que debe hacer y se queja del olvido de los demás.

El deseo de ser joven eternamente lleva a muchos tiranos que parecen hombres a vivir como niños, y a esperar de los otros, algunos también jóvenes tiranos, el comportamiento de adultos que ellos mismos no son capaces de tener.

Maigo.

Silencio impuesto.

La experiencia del silencio que se impone es muy basta, aunque remite al mismo resultado, y quizá esto se deba en primer lugar a los diversos modos en que nos imponemos silencio. Podemos imponernos el silencio después de una petición, ya sea porque alguien lo solicita como signo de respeto o porque alguien lo exige mediante lo más lejano que tenemos al silencio, que bien puede ser la emisión de un sonoro y lapidario ¡cállate! Pero, también podemos imponernos silencio de una manera menos sonora, más discreta, tanto que ni pensamos en una palabra que así nos lo solicite, simplemente sentimos cómo nuestra lengua se pega al paladar y cómo el mutismo se apodera de nosotros y cambia los ruidosos pensamientos por algo más clamado, que bien puede ser apacible o terrible, eso depende de aquello a lo que responda el silencio.

El silencio se impone… y más no puedo y no debo decir. Veo que si lo hace hoy es para evitar los males que la palabra emitida sin cuidado traería consigo, haciendo de este silencio algo sagrado que como tal he de guardar.

Maigo.

El amor de Scherezada.

La mejor cuenta cuentos de la historia, es sin duda Scherezada, y no sólo porque logra mantener la atención del más difícil de los auditorios. Uno que al sentir el menor desagrado ante lo que escuche puede deshacerse de la narradora y su recuerdo para siempre. Su cualidad de mejor radica en la capacidad que demuestra para, con el uso de la palabra, apagar los dolores del alma, los enojos del corazón y para elevar lo más posible las alegrías que siente quien desconcertado no se encuentra a sí mismo.

Scherezada es una joven astuta, enamorada de la palabra enamora con ella al lector de las mil y una noches. No es una de esas criaturas que considera que la palabra es omnipotente, más bien es un ser que conoce los alcances y los límites de la palabra y amorosamente la acerca a su auditorio, el cual queda cautivado sin importar de qué humor se encuentre, parece capaz de hablar a todos los humores, de tal manera que nunca se termina de escuchar lo que ella dice.

No es lo mismo leer las mil una noches aproximándose por curiosidad y sintiendo ansiedad por conocer el final de los cuentos, que dejar que la curiosidad sea despertada al sentirse maravillado ante las fantásticas imágenes que nos muestra la joven esposa de Schahriar.

Scherezada no sólo cura mediante la maravilla de la palabra el alma del rey, asesino de doncellas, también va curando al lector incapaz de notar las maravillas del mundo en la medida en que ésta las va señalando y va invitando al pensamiento a descubrir lo que de oculto queda, y lo más oculto en el ser de Scherezada es la belleza de las palabra que la joven, como enamorada que es, muestra cada vez que se presenta ante nosotros.

Maigo.