Reflexiones generales

Una afamada antropóloga dijo en alguna ocasión: “todos los hombres son iguales”. En cierta medida tenía razón; todos respiramos, bombeamos sangre al corazón y pensamos. Pero pienso que el alcance de su observación era ilimitado. ¿Qué clase de humanos conoció para no querer explicar un poco más su críptica frase?, ¿se trata acaso de un aforismo? No conozco antropólogos que hagan aforismos, tal vez por las limitaciones del estilo. El hombre no es limitado. Pero la frase parece limitarlo, encadenarlo. ¡Eso es! Por eso no entendía la frase. Se trata de un enunciado irónico que busca descalificar a quien la dice, pues si afirmamos la igualdad humana, está sentenciándose, firmando su propia condena, pidiendo un préstamo con impuestos imposibles, hipotecando su alma. Obviamente, al tratarse de una distinguida antropóloga (de la que no diré su nombre para no disponer a la aceptación general, pues fieles a nuestros tiempos, nos rendimos a las autoridades) no está traicionando su inteligencia, se está burlando de ella; quien no entienda su burla cae en la burda generalidad. Pero, ¿y si la antropóloga no se refiere a toda la humanidad?, ¿si sólo se refiere a la aproximada mitad de la población, es decir, al género masculino? De ser así, no tengo más remedio que confesar que soy un tonto, un gran zopenco, por deducir razonamientos que a mí me parecían elevados de un alma elevada. Seguro que eso quería hacer: evidenciar al hombre como el ser tonto que es; ahí radica el que los hombres sean iguales; no es casualidad que la frase haya sido dicha por una antropóloga. Permítanme salvar un poco de la inteligencia del género masculino, dándome tan sólo la oportunidad de preguntar: ¿qué distingue a la mujer del hombre? Sospecho que se trata de la posibilidad que éste tiene de inseminar y lo poco que le importa; por el contrario, la mujer, al concebir, se toma más enserio ese papel. Tal vez ahí radica la diferencia, en la falta de importancia que tiene de la humanidad en general el hombre. Vaya que no es casualidad que tal frase la haya dicho una antropóloga. Aunque todavía no estoy seguro de haberle entendido completamente a la frase; seguro tiene un significado mayor. Hace mucho que no reflexionaba tanto.

Yaddir

Palabras impertinentes

El mayor gusto de todo consejero es que gracias a sus palabras un problema se haya resuelto. Su resultado le muestra que supo ver adecuadamente cada uno de los hilos que estaban revueltos en el embrollo, que su palabra fue pertinente, que pudo ayudar. Aconsejar se vuelve una actividad importante en la vida del hombre, pues es una muestra del conocimiento sobre el hombre mismo. Pero aconsejar mal es más común que dar un buen consejo, casi tan común como es más fácil dar un consejo que no darlo. Tal vez la principal dificultad al momento de aconsejar radique en que queremos demostrar nuestra imperecedera sapiencia sobre el hombre en vez de entender un problema en determinado momento de una persona.

Regularmente se aconseja en conflictos relativos al amor (quizá porque nada suscite tantos conflictos). El consejero ve al inexperto amante envuelto en dudas, dilemas o arrojado a la abismal tristeza. Alza la voz y da un consejo esperando que al confundido amante le quite sus penas. Sus palabras, en el mejor de los casos, apenas si son escuchadas. El que aconseja debe percatarse, antes de hablar, en qué radica el problema sobre el que aconsejará; debe reflexionarlo muy bien, con cuidado; intuir si su compañero le está ocultando algún detalle; en caso de que lo oculte, si lo hace voluntaria o involuntariamente; debe, además, entender el carácter, el modo de ser de la persona a quien va a aconsejar; también debe ver la situación del que se encuentra en un lío, es decir, debe ver si algo que no es el lío haya podido influir en el lío; finalmente, aunque quizá por esto deba empezar, le conviene ver si aconsejará porque realmente quiere ayudar o tiene alguna otra intención para dar el consejo; una vez hecho eso, quizá pueda aconsejar, aunque tal vez después de tanto reflexionar se dé cuenta que es mejor callar y abrazar a su compañero.

¿Puede aconsejarse sobre lo que no se ha tenido experiencia? La pregunta nos lleva a cuestionar sobre lo que motiva la acción y si eso que motiva la acción puede pensarse antes de experimentarse. La respuesta más fácil es decir que no, pues dado que uno no ha experimentado cómo se siente estar en determinado problema, no puede decir nada al respecto. Dicho así, se cancela la posibilidad de conocer la acción y sus consecuencias antes de hacerla; se está castrando a la imaginación como la que posibilita vislumbrar las consecuencias de una acción. Evidentemente, no cualquier situación que se vislumbre se vislumbrará adecuadamente; se requiere comprender suficientemente la situación para saber qué conviene hacer, ver posibilidades e imposibilidades.

Hace poco conocí a una experta consejera: una psicóloga. Ella tenía amplios estudios en diversas maneras de entender la conducta humana, pero prefería que su paciente se diera cuenta de su propio problema mediante una serie de preguntas y respuestas, pues el paciente siempre tenía su propia solución. Ella estaba confiada en que esta era la manera en la que todos podíamos resolver nuestros problemas, en que era el mejor modo de aconsejar. Interesado en su actividad le pregunté: “¿ha conocido a alguna persona a la que no haya podido hacerle ver su propio problema?” Ella me dijo que no, porque finalmente el paciente siempre tiene su solución. Aunque en voz más baja se contestó: “pero a veces, antes de dormir, me pregunto ¿qué le habré dicho a mi paciente?” Aconsejar es cosa muy fácil, dar un buen consejo tiene mayor dificultad. Dar un consejo no sólo puede afectar una vida, sino varias, por ello no cualquiera debería de aconsejar.

Miradas

 En este mundo hay muchos ojos que ven a distintas partes, y cada par de ojos revela una mirada única y al mismo tiempo legible. Hay miradas alegres, y hay otras que matan, las hay curiosas, diáfanas, ocultas, profundas y misteriosas, de todos los tipos y de todos los gustos. También hay miradas poderosas: algunas pierden al otro al invitarlo a lo que no debería hacer, y otras más le salvan al atraerlo hacia lo que resulta bueno por distintos motivos. La mirada es única, como único es cada ser humano, pero al mismo tiempo es comunicativa y nos permite sentir con el otro lo que guarda en su alma. La primera cualidad de la mirada nos puede conducir a pensar que cada cabeza es un mundo, que lo reflejado en ella nunca se podrá repetir en nada ni en nadie, pero nada está más lejos de la verdad que esta descuidada observación sobre la mirada, pues la segunda cualidad de ésta nos muestra que podemos decir mucho y hacernos entender aún más con lo que dejan ver los ojos más allá de lo que simplemente se hace presente al insensible lente de una cámara. La mirada es única e irrepetible, y mi experiencia observando miradas me lo indica todo el tiempo; sin embargo esa unidad propia al individuo que mira no nos impide que podamos ver lo mismo, cuando el caso lo amerita, como en lo tocante a la distinción entro lo malo y lo bueno. Así, decir que cada cabeza es un mundo para justificar la presencia en él de algunas miradas torcidas es aceptar que nuestros ojos y nuestra presencia son incapaces de decir algo al otro, porque captamos luz con los ojos sin detenernos a mirar.

 Maigo