Políticamente incorrecto

Es más fácil convertirse en alguien políticamente correcto que ser buena persona. Pero ser buena persona inmediatamente te transforma en una persona políticamente correcta. ¿Qué significa ser buena persona?, ¿es buena persona quien decide abortar, quien pelea porque el aborto sea derecho o que decide continuar con su embarazo sin importar su situación?, ¿es mala persona quien hace uso de las drogas o de cualquier otro vicio?, ¿disentir con argumentos con una persona pro aborto, que cuida el medio ambiente, trata bien a todo ser vivo, promueve la paz, hace ejercicio, da consejos a la gente, es ser una persona políticamente incorrecta? Responder afirmativamente lo anterior sería casi como aceptar que cuestionar lo políticamente correcto lo convierte a uno en políticamente incorrecto. Pero si no se cuestiona el que alguien crea poseer la verdad con respecto a lo bueno, ¿no se promueve una especie de dogmatismo que deriva en ideologías intolerantes y, por tanto, políticamente incorrectas?

La preferencia por lo políticamente correcto me parece que se basa en que se puede apoyar lo que la mayoría, o una minoría que opina bastante, ve como mejor sin comprometerse a ello. Ser aparentemente políticamente correcto para gozar de buen nombre y hacer fechorías por debajo del agua. Ese es el segundo problema que le encuentro a la exigencia de que se sea políticamente correcto. Un ser astuto se podría aprovechar de la situación. Hacer una cosa y decir otra completamente distinta. Claro está que si se apoya una causa o a un grupo se gana de rivales a los enemigos, pero eso no exime del problema recién mencionado; hay personas que saben evaluar la situación mucho mejor que la mayoría para sus propios beneficios. ¿Cómo hacer que los más capaces se preocupen por los problemas importantes, que no sean políticamente correctos para ser injustos? Es más importante ser justo que políticamente correcto, aunque la justicia no se perciba por la mancha de ser políticamente incorrecto.

Lo políticamente correcto no siempre tiene que ver con asuntos que son importantes para todos, sino sólo para algunos. Esto es preocupante. Las personas en pobreza extrema están más preocupadas por comer que por reciclar o atender los derechos de los animales. ¿Basándose en qué se le puede pedir a una persona, que vive en un entorno sometido por el crimen organizado, que sea pacifista o marche a favor de los derechos de alguna minoría? Ciertamente necesita vivir pacíficamente y exigir sus derechos más que otras personas, pero no se le puede exigir si existe el riesgo, por mínimo que sea, de que los criminales atenten contra su vida. Antes de querer ser políticamente correcto y buscar que otras personas lo sean, hay que priorizar  asuntos que son básicos. Es bueno que las mujeres que luchan por sus derechos no sean políticamente correctas, sobre todo al vivir en un entorno de peligro y violencia. No nos podemos preocupar más por lo políticamente correcto que por las injusticias que padecemos todos los días.

Yaddir

La costumbre del vestir

Encerrado en una oficina, un compañero me criticaba sutilmente por no usar traje: “recuerda que el código de vestimenta dice que debemos vestir estilo ejecutivo”. A lo cual replique con una sonrisa: “cuando me paguen como a un ejecutivo, usaré traje”. La costumbre era ir a la oficina vestidos con camisa, corbata y zapatos porque así parecíamos profesionales. Si nos veíamos como ejecutivos, sospecho que tramaban, trabajaríamos de manera profesional; dicho sea de paso, les salía mal el plan la mayoría de las veces. Las labores de oficina, así como las de una cocina, un precinto, un monasterio, un juzgado o un restaurante se distinguen tanto una de otra que por eso necesitan uniformes peculiares y útiles para sus actividades. Pero si seguimos la lógica de la vestimenta, los oficinistas son iguales a los políticos. No detallaré la semejanza por miedo y principalmente por pudor.

A diferencia de los otros uniformados, los oficinistas no tienen referentes entre los imperios antiguos. No me imagino a un pretor romano visitando los pequeños bloques donde se encontraban sus subordinados. La costumbre de trabajar en una oficina es reciente. Su actividad, como tanto le gusta recalcar a los jefes directos, jefes de área, subdirectores, directores y CEOS, no es esencial (aunque a muchos oficinistas les haya tocado laborar en épocas de pandemia); cualquier oficinista, constantemente escuché decir a los superiores, es reemplazable, como un engrane. Se trabaja en espacios reducidos,  divididos por frágiles cubículos, para una mejor producción o una mayor eficiencia. Las áreas para la venta, producción y distribución de algún producto, por ejemplo llantas, deben estar cerca unas de otras. Algunas empresas buscan tal eficiencia, que pagan poco por una labor riesgosa (costumbre que sí tiene su semejanza con grandes imperios de la antigüedad). Las camisas y corbatas reflejan el ansia de obtener la mayor ganancia con el menor costo posible.

Pero el código de vestimenta no sólo busca darles sentido de permanencia a los oficinistas, también busca estimularlos. Si es cierto lo que decía mi compañero, se intenta imitar a los grandes ejecutivos en la creencia de que una oficina se premia el mérito. El trabajador mira con fijeza su computadora, se pone a trabajar con celo, atiende solícitamente a lo que le dicen todos sus jefes en cadena y, como aficionado a creer que la fortuna no es caprichosa, considera que este año es el bueno, que ahora sí será promocionado para un ascenso. Los ascensos sí existen, por supuesto, pero no dependen enteramente de las capacidades laborales. Los méritos familiares, amistosos y de adulación son más importantes. Los abogados y políticos se ven muy decentes en traje.

Yaddir

La niebla

La intranquilidad dio paso a la costumbre, y ésta al olvido. ¿Cuánto había pasado desde que el humo grisáceo comenzó a recorrer las calles, cubrir las casas y apoderarse del entorno? Los más minuciosos juraban que los primeros pasos de la niebla comenzaron por las mismas fechas en las que había dejado de llover. Pero ese dato era impreciso, porque la lluvia se mezclaba incomprensiblemente con el entorno: parecía que las nubes habían descendido y siempre estaba lloviendo o a punto de llover. Los demás actuaban, o al menos esa impresión dejaban, como si nunca hubieran vivido con claridad; no extrañaban ver a su gente querida, tocar algún objeto que correspondiera con lo que estaban viendo, no se extrañaban ni a sí mismos. Hacían lo que podía hacerse con lo que tenían. Caminaban lento, para no chocar; comían alimentos enlatados, pues ya no existía el transporte; se curaban a ellos mismos, por la imposibilidad de ser tratados por quienes se ostentaban como médicos; procuraban no acercarse demasiado a las personas, ya que desaparecían rápidamente, devoradas por el humo; sólo tenían contacto para conversar y convencerse de que no eran animales, sin saber quién hablaba, pues nadie podía reconocerse. Las personas más memoriosas afirmaban que el ambiente actual no rebasaba los tres meses de antigüedad. Pero la mayoría actuaba como si la niebla jamás se fuera a disipar; actuaban como si la niebla hubiera llegado para quedarse.

 

La claridad del sol nunca había logrado disipar la frecuente costumbre de rumorar sobre asuntos importantes e imprecisos; en un ambiente enrarecido fue casi natural que los rumores fueran mucho más vagos, apenas una migaja de un recuerdo sustentaba su posibilidad. Se decía que no todos padecían del raro intruso, que allá donde se escuchaban las olas, la gente todavía se podía ver durante las tardes, que al menos durante seis horas vivían como personas normales. Los escuchas decían que esas eran puras mentiras, ecos del recuerdo que no quería irse. Pero los narradores se mostraban convencidos e intentaban persuadir a sus escuchas de que emprendieran una excursión. La mayoría mostraba indiferencia; unos cuantos aprovechaban el telón para insultar duramente a los propagadores de rumores; al parecer casi nadie quería salir de aquel turbulento contexto. Los rumores no se desmentían o comprobaban, no se podía saber si alguien se había ido o si todos se habían quedado, aunque como constantemente  alguien seguía rumorando, nadie se imaginaba que una sola persona se hubiera atrevido a salir. Los que sí querían irse no se decidían con facilidad: ¿y si realmente no había nada y morían de hambre o, en el caso más inaudito, eran devorados por algún animal feroz? Además, ¿quién contagiaría a los indiferentes de ánimo para buscar algo mejor? De una cosa estaban seguros los entusiastas: contra el rumor que el aire les había arrojado, ellos podían convencer a sus compañeros con la claridad de sus palabras.

 

Un día, sin ninguna señal de por medio, de cualquier manera nadie hubiera podido descifrar ninguna señal en esas circunstancias, la gente dejó de hablar. ¿Fue por una reacción ante lo que parecía un entorno virulento?, ¿nadie quería salir de su casa? ¿la mayor de las indiferencias, la imposibilidad de reconocerse, había desanimado a todos?, ¿había muerto tanta gente que hasta el sonido de los pasos había desaparecido o estaba a punto de desaparecer? Tal vez muchas personas, sin ponerse de acuerdo o en un acuerdo tácito motivado por el instinto de supervivencia, habían emprendido la huida hacia la prometida claridad. Tal vez la gente se había hartado de que los sueños fueran el único lugar que parecía real.

Yaddir

La máscara de la cuarta transformación

Consultamos frecuentemente lo que no comprendemos a plenitud para tomar una buena decisión. Si no lo comprendiéramos en absoluto, quizá no sabríamos que debemos acudir a alguien que sabe lo ignorado por nosotros; si lo comprendiéramos no tendríamos necesidad alguna de recurrir al saber ajeno. Pero en política las consultas tienen un cariz más complejo de entender. Aparentemente las consultas ciudadanas son democráticas, pues toman en cuenta a buena parte de los ciudadanos, o de menos a los que se interesan por la toma de decisiones importantes. Si un político quiere aparentar un actuar democrático, usará las consultas para los temas que más le convienen. Por eso, entre otros motivos, el presidente electo de México consulta unas cosas y otras no.

¿Por qué consultar sobre la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México y no sobre otros temas tan relevantes como la creación del Tren Maya, el recorte presupuestal a los funcionarios, la designación de la ubicación de las secretarias e inclusive, si nos queremos poner exigentes, la designación misma de las personas que designarán esas secretarias? El motivo es obvio: se quiere aparentar que se toma en cuenta la voluntad ciudadana en un proyecto que terminará principalmente en las manos de un empresario, es decir, se quiere dejar la responsabilidad de pactar con la mafia del poder a los ciudadanos, así, ya no hubo pacto, sino consenso. Si no hubiera consulta, se le podría reprochar al cuasi presidente su cercanía con una especie que decía denostar. Visto así, la tan mentada consulta es una farsa.

Las consultas ciudadanas suponen que las personas consultadas tienen la suficiente información sobre lo que les conviene, al menos en el asunto consultado. ¿Quién podrá criticar abiertamente que la mayoría de las personas no sabemos por qué conviene construir un nuevo aeropuerto (eso sin considerar dónde conviene construirlo, tanto por el crecimiento económico como por la efectividad del tráfico aéreo y por la comodidad de los usuarios para trasladarse) sin ser denostado, tachado de antidemocrático, linchado? La consulta referida pretende dejar en claro que ante un asunto donde se requiere tanta inversión, y que dejará tanto dinero, el pueblo puede tener la certeza de que no habrá asomo alguno de corrupción, pues ellos decidirán aspectos claves de su construcción. El principal propulsor de la consulta no se verá manchado por ningún atisbo de sospecha, por el contrario, sus críticos parecerán ser enemigos del pueblo y por lo tanto, por la magia un falaz y perverso silogismo, serán amigos de los poderosos. La mayoría supone que imponer la realización de una consulta es democrático, sin que se cuestione si sólo serán consultados amigos del partido ganador o si los organizadores de la misma serán los referidos amigos. La construcción de un aeropuerto internacional sirve como el pretexto ideal para mostrar un antes y un después en la vida política; entre el oscuro momento en el que las decisiones importantes las tomaban los poderosos junto a sus amigos y el brillante porvenir en el que las tomará el pueblo. La consulta es la máscara que quiere exhibir a la cuarta transformación como el inicio de una era más democrática.

Yaddir

El arte de sonreír

Nunca me he sentido tan desconcertado en un viaje en el transporte público que cuando escuché hablar a dos personas acerca de la sonrisa. Si bien es un tema interesante, pues todos sonreímos y creo que son pocos a los que les disgusta hacerlo, en ese caso la sonrisa era tratada como una estrategia comercial. Así como lo lees, amable lector, así lo escuché. Una de las personas le decía a la otra cómo sacar el máximo provecho al sonreír para vender mejor. No supe qué vendían, pero los consejos, me parece, se podrían aplicar a cualquier negociación. La persona experta en el arte de sonreír, inclusive le proporcionó ocho consejos sobre dicho arte a su acompañante. Dado que no lo recuerdo con la exactitud de una grabación, me atreveré a parafrasearlo punto por punto. Lo primero era tener una sonrisa saludable, pues, aunque sea sincera, una risa fea podría causar temor y no alegría. Sonreír puede ser el mejor modo de cerrar un trato, pues promete felicidad. Conectado con el punto dos, el tercero sentenciaba que nada genera tanta confianza como una amable sonrisa. Nunca, pero nunca, había que sonreír demasiado, pues podía ser señal de inseguridad o incluso podría sugerir tendencia a la locura. El quinto punto era muy interesante, pues señalaba que la sonrisa podía ocultar cualquier estado de ánimo; era la máscara perfecta. Había que entender que una cosa es sonreír mostrando los dientes y otra sólo dibujando una silueta; se debe evitar la segunda, pues cuando se hacía, sugería que algo se escondía. Las carcajadas debían reservarse para un momento especial, pues también tienden a considerarse una exageración; era preferible una sonrisa breve a una carcajada acompañada de una sonora palmada. Y el último consejo era bastante misterioso, pues decía “hay que sonreír para decirse a uno mismo que se es feliz”. ¿Qué relación tenía que ver con los negocios?, ¿el que quiere hacer un trato nunca debe desconfiar en que tendrá éxito y la mejor manera de motivarse es sonriendo? Como no fui nada discreto al escuchar a las dos personas referidas, notaron que las miraba. Entonces, quien dominaba el arte de sonreír me miró con seriedad y sonrió brevemente, sin mostrar los dientes. Inmediatamente descendió del transporte y no supe qué pensar de todo lo que habían dicho y de su misteriosa sonrisa.

Yaddir

Preferencias públicas

Nada tan falso como el aceptar y validar las opiniones de todos. Todos tenemos preferencias que encubren lo que consideramos bueno y, al acotar lo bueno, estamos señalando lo malo. Lo malo es que se cree que las preferencias siempre cambian y nunca tienen un impacto decisivo; son débiles, poco importantes, pasajeras. Lo bueno y lo malo gustan de a poco.

Preferimos saborear lo dulce a lo amargo o viceversa; preferimos un equipo deportivo a otros, quizá por lo que creemos que nos decimos con ese club, quizá para gozar, quizá para pasar el tiempo; se prefiere una opinión política a otra. Aquí empiezan los problemas. Aquí se deben ver las consecuencias de la preferencia; se debe dejar de tomar como preferencia lo que no puede ser otra cosa que elección. Preferimos mirar como preferencia una opción política cuando nuestra elección nos cambia la vida o nos la quita. Pero aunque se sea consciente de esto, se sigue viendo la política como una preferencia. Preferimos ver rodar una cabeza ante una catástrofe que se pudo evitar que intentar entender cómo debe juzgarse a los responsables. Las preferencias deben ser tomadas enserio para evitar usar la máscara favorita de la justicia: la venganza.

Los que ostentan cargos públicos ven la oportunidad de golpear a su enemigo, directa o indirectamente, y ese enemigo encarna el mal, cuando comete un error que socava la posibilidad de vivir bien. Así fingen que representan, que son justos, que ellos son mejores, que, y esto es lo más importante, al fin hacen algo. Se nos pasa que nosotros preferimos creer que hacen algo en vez de percatarnos cómo su egoísmo socava la política, pues así nos consolamos creyendo que un cambio para bien es altamente posible. Preferimos la ilusión a la realidad. Cuando sucede algo justo sin ser espectacular, no nos gusta verlo, pues preferimos lo ostentoso. Las preferencias nos hacen creer que es fácil ser felices.

Yaddir

Espejismos

Nos gusta el espectáculo porque los implicados en el espectáculo se saben vender. Un cantante puede impactar por su voz, por su talento instrumental, así como por su figura. Los cantantes con mejor figura son los que resultan mejor negocio. Evidentemente la imagen del aparente artista no se presenta al desnudo, pues eso no sería negocio, ya que el misterio, aquello que los fanáticos quieren destapar, desaparecería y por tanto también se difuminaría el interés en el cantante. Un gran equipo configura la imagen del llamado artista para que resulte seductora, llame la atención y pueda vender.

El espectáculo de la captura del aparente exgobernador de Veracruz también nos vende una imagen. Pero como en todas las imágenes que implican crímenes que afectan la vida de miles de personas, la imagen es multiforme y resulta difícil apresarla. El sistema judicial mexicano es tan deficiente, nuestra indignación tan añeja y el crimen tan atroz, que todos verán una apariencia, un espejismo, en el encarcelamiento de Javier Duarte. ¿Pueden castigar a un corrupto quienes le permitieron su corrupción? Aquellos que celebran la captura del ex supuesto mandatario ¿no están enmarcados en el clásico problema de ser juez y parte?

¿A qué público va dirigido la imagen Justin Bieber o Ariana Grande? Evidentemente a los adolescentes; y los vendedores de la imagen no está cometiendo ninguna transgresión al buen gusto al mover el deseo de los jóvenes. Pero no sólo los adolescentes son sus principales consumidores.

¿La captura de Javier Duarte va dirigida hacia ciertas personas?, ¿Se trata de algo que puede tener fines políticos de la más baja calaña? De no ser ese el caso, su captura trae multiplicidad de interpretaciones, lo que vuelve difícil que los políticos de todos los colores no busquen beneficiarse con ello. Así como la imagen del que se vende como artista mayormente es lo que creemos o queremos que sea, así la captura de quien decían era administrador de Veracruz, se verá como la queremos ver. Pero así como podemos buscar quién es el verdadero artista, también podemos ver qué nos dice del lugar donde vivimos la captura de la persona a la que se le achacan todos los males de la corrupción mexicana.

Yaddir