El tiempo se acabó

Y el tiempo de buscar culpables se le fue a Simón, por un momento pensó que refugiado en el miedo que todo hombre sentía era más que suficiente para no dejarse marcar por la culpa.

Más que por culpa era por responsabilidad, él sabía lo que había dicho la noche anterior, él sabía cómo se había envalentonado ante la turba unas horas antes, él se sabía temeroso y vulnerable, trató de esconderse en el miedo a los golpes, al martirio.

El tiempo de buscar culpables se había terminado, el inocente ya estaba siendo condenado a pagar por culpas ajenas y con el canto del gallo Pedro se dio cuenta de la responsabilidad que sobre sus hombros caía al negar al maestro al que tanto decía amar.

Afortunadamente para Pedro no era tarde, y sus lágrimas marcaron un rostro que durante años dio testimonio de lo que había vivido y de lo que había sido.

Afortunadamente Pedro no era un tirano y reconoció su debilidad y asumió el lugar que como discípulo amado le correspondía en el madero del que fue colgado.

En estos días hacen falta hombres como Pedro, capaces de rectificar el camino de la negación y de andar senderos que se alejan de la presunción, de los miedos y de las culpas.

Maigo

La velocidad del arrepentimiento

La velocidad del arrepentimiento

La aplicación de la justicia debe ser pronta y expedita. Ahora con las nuevas formas de comunicación es más fácil enterarse de delitos cometidos en los municipios más recónditos del país, incluso del mundo, con una leída rápida nos enteramos de cómo una mujer francesa mantuvo a su hija cautiva en el maletero de su auto durante al menos los primeros seis años y de cómo un hombre encontró a la criatura entre suciedad y desnutrición. Las reacciones ante esto son inmediatas, el linchamiento mediático aparece. El vituperio es lo menos que se merece esa mala mujer. Cada quien debe tener lo que se merece: ésta es la justicia más pronta. ¿Cómo sabemos qué le corresponde a cada quién? ¿Cómo juzgamos las acciones? Y ¿Qué consideramos que es el hombre para llegar al consenso de que éste es el mejor castigo que se le puede dar?

El linchamiento mediático es sólo la reacción de los indignados ante una injusticia, nadie se toma enserio un emoticono, eso no deja huella en ningún lado… El meme tampoco, pues su nacimiento no es la pregunta por la naturaleza humana. Pensemos en un caso más cercano. Ayer apenas, salía la noticia de otro linchamiento real, un presunto asaltante fue capturado por los pobladores y con hierro caliente lo marcaron. Las reacciones en internet son de alegría y de satisfacción: corazones y caritas riendo. Más noticias como ésta, decían, lo hubieran matado. Pero la policía llegó, como en otros casos, para salvar al delincuente de la furia colectiva. Como siempre, la justicia llegó tarde. Ésa es la desgracia del mundo, el delincuente tarda dos minutos en actuar; la justicia, años. Por eso lo mejor es castigar por nuestra propia mano.

¿Cómo consideramos el castigo? Como dolor, lo que se busca es emparejar la situación, hacer que el otro sufra tanto como la víctima. Dolor es justicia, parece incluso la forma única de la vida humana, quien menos sufra es el más feliz, quien haga sufrir debe sufrir más. En este sentido la justicia nunca podrá devolvernos la calma ni encaminarnos a una buena vida. En ese sentido la justicia crea un estado de desolación, ya que no se cometen crímenes por pensar en el dolor del otro, si no por pensar que si me atrapan me castigarán duramente, o se perfecciona el crimen para no sufrir esto. La justicia desde aquí no nos une, pues no es la búsqueda del bien, sino evitar el mal.

Si dolor y tranquilidad son los únicos directores de la acción humana es fácil corromper al otro, siempre y cuando se le ofrezcan beneficios. Ahí está una posible respuesta a por qué las autoridades no actúan: están coludidos con el criminal, se han vendido o los tienen amenazados: vivirás bien si me obedeces. Así parece que la justicia es la posibilidad de causar dolor o de evitarlo. El más justo es el más fuerte o el más seductor. Pero en este hormiguero donde sólo nos saludamos para no mordernos, cómo explicar el deseo por hacer el bien, no por causar dolor, dejando a todos doloridos, si no de ayudar al otro. Eso parece que se escapa al deseo de venganza y aislamiento. ¿Cómo explicar la amistad? Nos juntamos para hacer el bien, deseamos vivir en paz con el otro y ser felices, entonces ¿qué es el hombre? ¿No será que lo inmediato de las pasiones nos impide dar una respuesta clara ante tal cuestionamiento? Las pasiones ahora llevan la velocidad del internet, pero no por ello son más claras, ni nos dicen qué pensar del actuar humano. Quizá por eso la justicia anda lento, por meditar, quien la encadena o seduce para que no siga con su proceso, ése la corrompe.

Ayer cometí una estupidez y hoy me arrepiento, pero, en la vida moderna, ¿aún hay tiempo para arrepentirse, para pensar en lo que se hizo? Yo creo que sí. Hasta cierto punto, es el castigo natural. A eso nos lleva el dolor a los hombres, a tener reflexión de nuestros actos, no somos animales solamente, pues quien busca justificar la existencia en la intensidad de las pasiones amor y odio o alegría y dolor, está pensando que la vida es injusta siempre, o que el hombre está destinado a la desgracia de no poder contenerse: aquí, sí, sólo cabe el linchamiento, ya que éste causará placer y dolor, pero nunca reflexión.   

Javel

Ánima

Ánima

Amando se consumen esas horas,

para tocarnos suaves con la muerte

el corazón perdido entre su suerte,

entre viento de cal y sal de moras,

extrañado aun dentro de su alcoba,

y la tarde perece desgranada

en un beso. Un ave fugaz roba

la noche de mi frente despoblada,

cantando al sol de sombras y de arena;

vaga tibia el alma en su laberinto

de vidrios animados en la pena

que retarda apurada tanta ausencia:

amar sana la carne con presencia.

 

Tacitus

Perdón inmerecido

El malvado es una criatura carente de libertad. Cuando pretende hablar de sus acciones lo hace como si estas emanaran de los actos de los demás. Así Adán culpó a Eva de comer del fruto prohibido, y ésta culpó a la sierpe por ceder ante la tentación.

Sólo la conciencia respecto al mal que hemos hecho nos abre la puerta a la responsabilidad y al arrepentimiento. El malvado precisa perdón porque no sabe lo que hace al negar sus actos; el arrepentido se ve responsable de lo que hace y busca a Dios rogando un perdón inmerecido.

Como criatura extraviada muchas veces a la negación de la libertad me he entregado, hago el mal sin pretenderlo, y a veces lo justifico cobijada en otros actos, actos ajenos aunque cercanos. Pero, como pecadora arrepentida del daño hecho me percato y lo primero que veo es la negación a la libertad que Cristo me ha dado.

Doliente, ante la imagen dolorosa de mi creador entregado al suplicio, pido perdón y recibo lo que yo no he merecido, pues en su mirada amorosa no hay juicio o condena alguna; hay amor y misericordia; hay comprensión y ternura; y hay una libertad gloriosa que a la maldad inoportuna, toda vez que alumbra lo que ésta pretende dejar en la penumbra.

 

Maigo

El médico silencioso

Para ti que buscas sanar

Por lo regular hablamos de enfermedades que nos aquejan en silencio y buscamos prevenirlas a toda costa. Con dietas y ejercicios atendemos a la sigilosa enfermedad, y al perdernos en lo que mal juzgamos prudente nos volvemos sordos ante los grandes males que nos aquejan con su ruidosa presencia.

El ruido del pecado ya ni siquiera se percibe. Somos sordos cuando nos perdemos entre las marañas de lo misteriso y de lo excesivamente oculto a nuestros superficiales ojos, en especial cuando ya no vemos con claridad la diferencia de lo que somos con lo que es el mundo. Ya no hay distingos entre lo público y lo privado y con cinismo presumimos el pecado, al tiempo que callamos los efectos malignos que por él logramos.

Con bombo y platillo nos anuncian medicinas para atender aquellos males que antaño silenciosos ahora son gritables; pero el mal más ruidoso y más nocivo que es el pecado agita y ensodece nuestro corazón, a casi todo acostumbrado. Sólo un médico silencioso puede contra tanto escándalo, sólo aquel que sin gritar llama y sin juzgar escucha puede librarnos del mal al que ya nos hemos habituado.

Maigo

 

 

 

 

 

 

 

 

Arrepentimiento

Cenizas sin Dios:

Ábranse a la vida

con la confesión.

 

Maigo

Razones para sonreír

¡Ah! No me desampares, Señor Dios mío; no te apartes de mí.

Sal. 38,22

Mis faltas son tantas… sólo por recordarlas me duele el alma, si trato de enumerarlas mi lengua acaba pegada al paladar; y si contemplo lo que de mí ha resultado con esta vida de pecado, no veo más que huesos raídos y secos.

No es difícil darse cuenta de la necesidad que tengo: necesito el agua que da la vida, pero mis pesquisas son infructuosas, y no logro dar con el manantial. He caído en el pozo del pecado, y en mi soberbia intentado levantarme, sin más éxito que el de caer nuevamente y perder toda esperanza cifrada en mis fuerzas: la ausencia de palabras que me den consuelo, es lo peor de este infierno, el silencio es aterrador y la búsqueda de confort para mi ánimo sólo me ha dado sinsabores.

Despúes de mucho meditarlo: comprendo que no puedo sostenerme en pie por mí propio esfuerzo y veo que sólo de rodillas es posible mantener el equilibrio en medio de la obscuridad de este abismo. Sólo de rodillas alcanzo a ver hacia arriba, y mi sorpresa es grande… veo la mano del amigo, tendida y dispuesta para auxiliarme, veo sus labios sonrientes, capaces de reconocer mi miseria y de perdonar mi falta, veo al fin que todavía hay razones para hablar y sonreir.

Maigo.