¿QUÉ LÁSTIMA?

No rechaces al hombre afligido que

te suplica ni vuelvas la cara al

necesitado; no des motivo a nadie

para que te maldiga, pues si te

maldice en la amargura de su alma

su Creador lo escuchará.

Sir. 4, 4-6.

Por lo regular, la virtud que se contrapone a la avaricia es la caridad, y esta contraposición está fundada en que tal virtud se muestra a los ojos del observador mediante la capacidad para compartir que se dice tiene el caritativo, mientras que la avaricia se aprecia en la incapacidad del avaro para deshacerse hasta de aquellos bienes que le son inútiles y estorbosos.

Pero como la avaricia no sólo consiste en guardar bienes, sino en la actitud y en la razón por la cual estos son acumulados, yo me atrevería a pensar que es más bien la compasión la actitud contraria a este pecado capital y no la caridad. Antes de continuar con mi osadía, conviene que me detenga unos instantes a reflexionar ¿qué es eso a lo que llamamos compasión?, ¿será la compasión lo mismo que la lástima?, y para ver si ésta es o no contraria a la avaricia resulta pertinente preguntar si el avaro es incapaz de sentir compasión.

Cuando escuchamos el término compasión, difícilmente podemos separarlo de la idea de lástima, hasta en el diccionario aparece definida la compasión mediante ésta, si consultamos un diccionario podemos ver que compasión es un sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias[1]; de modo que podríamos pensar que comprenderemos lo que es la compasión si vemos primero lo que es la lástima, yendo nuevamente al diccionario encontramos que lástima implica además de sentir dolor por el otro, una cosa que causa disgusto, aunque sea ligero[2].

Así pues, si relacionáramos las ideas que tenemos hasta ahora respecto a la compasión y la lástima, resultaría claro que la lástima no sólo sería sentir dolor por lo que le pasa al otro, sino también sentir disgusto, el cual bien podría trasladarse de ser un disgusto por aquello que el otro está viviendo a un disgusto ocasionado por la presencia del otro al cual se le ayuda con tal que salga pronto de la vista.

Si la compasión, incluye en sí misma la posibilidad de sentir disgusto por la presencia de otro, debido a que éste ha caído en desgracia, entonces difícilmente podría pensarse en ésta como en una virtud, la cual por ser un hábito que tiende hacia el bien del individuo y de la comunidad genera muchos otros hábitos benéficos para los mismos, es decir, si la compasión conlleva a la lástima, entonces lo único que puede esperar una comunidad compasiva es el resentimiento de aquellos que han sido vistos con desagrado, resentimiento que conduce necesariamente a la disolución de la comunidad.

Quizá ayude a depurar la idea de compasión el ver el origen del término, compasión proviene del latín  compassio, el cual traduce al término griego sympatheia, de dónde viene la palabra simpatía, muy contraria al disgusto que se oculta tras el término lástima; la sympatheia es un movimiento del alma, mediante el cual somos capaces de sentir junto con el otro sus alegrías o sus dolores, de modo que aquel que siente junto con el otro tiene la sensibilidad suficiente como para comprender aquello por lo que el otro está pasando, comprensión que le permite ayudarlo cuando es el caso. De lo anterior se desprende que la compasión es la capacidad de padecer con el otro, es decir, de sentir dolor por aquello que al otro le pasa sin por ello sentir desagrado con la presencia de éste, ese dolor al ser tan vívido, comprendido, mueve al hombre compasivo a ayudar a quien se encuentra en desgracia.

Una vez que ha quedado aclarado lo que es la compasión, enfocaré mi atención en ver si ésta es efectivamente, o no, contraria a la avaricia, y si puede ser tan contraria como para ser colocada como la virtud mediante la cual el avaro puede curar su alma del padecimiento que es vivir con la angustia de no tener con qué vivir al día siguiente.

Comenzaré esta reflexión en torno a la relación entre la avaricia y la compasión preguntando al avaro si éste es capaz de sentir compasión, pensando en que éste podría llegar al extremo de privarse de todo, en caso de poder, con tal de no carecer de ese todo el día de mañana, parece más bien que el avaro se caracteriza por su indolencia, pues no es capaz ni de sentir la necesidad de atenderse a sí mismo, de modo que menos se puede esperar de él que atienda a la comunidad y a lo que los miembros de ésta necesitan.

El avaro, comienza siendo avaro consigo mismo, es decir, cierra sus ojos y sus oídos a sus propios dolores y pesares, por lo que resulta absurdo pensar en que éste pueda salir de su ensimismamiento para atender a lo que otros sientan, así pues es incapaz de sentir alegrías y tristezas o de compartir las de los demás, mucho más alejado está de comprender a quienes lo rodean.

Como la compasión exige la capacidad de sentir, primero lo que hay en la propia alma, y después lo que hay en la de los demás, para que así se de la comprensión que ésta exige, entonces resulta claro que el avaro no es capaz de compadecerse con los demás, quizá lo más que pueda ofrecer sea lástima, pues bien puede ser el caso que el avaro se decida a compartir una pequeña parte de sus bienes para deshacerse de la molesta presencia de quien ha caído en desgracia -quizá por falta de precaución y su incapacidad para ahorrar- podría pensar el avaro.

Así pues la única forma en la cual el avaro puede curarse de tal indolencia, es abriendo los ojos ante lo que él mismo necesita, y de lo cual se priva con tal de acumular, de modo que pueda sentir junto con los otros tanto las alegrías como las desgracias, sentimiento que lo puede conducir a compartir lo que tiene y a integrarse a la comunidad de la que lo aleja su avidez por la riqueza.

No está por demás señalar que la compasión sólo puede presentarse entre amigos, es decir, entre seres que se conocen, pues sin el conocimiento que el amigo tiene del otro la comprensión de lo que siente el otro resulta imimaginable, no es posible comprender bien a quien es desconocido. Este carácter comunitario de la compasión, nos puede llevar a concluir que si bien es imposible una comunidad conformada por avaros, una comunidad conformada por hombres compasivos, no sólo es posible, también es deseable, pues no hay mejor comunidad que la que se puede formar con los amigos.

Maigoalida de la Luz Gómez Torres.


[1] Cfr. La entrada del DRAE para compasión.

[2] Cfr. La entrada del DRAE para lástima.

Necesito dinero…

“Ningún sirviente puede quedarse

con dos patrones: verá con malos

ojos al primero y querrá al otro, o

se apegará al primero y despreciará

al segundo. Ustedes no pueden

servir al mismo tiempo a Dios y al

dinero”

Lc. 16,13.

Entre aquellos objetos que representan y muestran mejor la riqueza que posee una persona, encontramos al dinero, pues la posesión del mismo implica la posibilidad de acceder a cuanto objeto se desea tener, ya sea éste un fino y decorado tapiz, o los alimentos con los cuales ha de subsistir su poseedor.

De la posibilidad que representa el dinero, podemos inferir que el deseo de poseerlo sea algo natural para todos aquellos hombres que viven en una comunidad, para todos es claro que tener dinero en el bolsillo siempre proporciona la efímera garantía de que una buena parte de los problemas cotidianos, que se presentan a quienes carecen del mismo, no aparezcan, porque aquel que posee dinero no tiene que preocuparse por buscar aquello con lo que se alimentará o se cobijará cuando lo necesite; de ahí que cuando se presenta la más mínima posibilidad de perder la fuente de dinero, entonces todos recuerden a dicha fuente y se  preocupen por defenderla.

Pensando en lo que acabo de decir, podemos comprender que, en una comunidad donde los bienes que se requieren para la subsistencia son obtenidos mediante el dinero, se hagan presentes personas precavidas y conscientes del carácter efímero de la fuente del mismo, es decir, de la facilidad con la cual tal fuente puede dejar de emanar sus tan necesarias aguas, estas personas son conocidas como ahorradores.

Los ahorradores guardan aquello que de momento no necesitan pensando y previendo que aquello que no necesitan hoy bien lo pueden necesitar mañana, de modo que conforme logran ver a futuro deciden qué hacer con aquello que de momento les sobra o más bien que de momento no tiene utilidad alguna. Así pues, un ahorrador se caracteriza por su capacidad para ver más allá de lo que está viviendo en el momento presente o de lo que ya ha vivido, al tiempo que es consciente de que aquello que prevé es algo incierto, es decir, no tiene ninguna garantía de que lo dicho por Casandra ante el caballo de Troya sea verdad.

Entre aquellos sujetos que se caracterizan como ahorradores podemos encontrar al menos dos modos de ser, descubrimos a quien prevé dándose cuenta del carácter efímero del dinero, pues ve que éste se va fácil; y a quien percatándose de la movilidad del mismo piensa en fijarlo y hacer de él algo  imperecedero, eterno, y por ende siempre presente.

Del segundo tipo de ahorrador aquí mencionado, es de quien me ocuparé por esta ocasión, es decir, de aquel que pretende estatizar lo que se caracteriza por ser móvil y lo hace porque presta atención a todo tipo de palabras, es decir, ve Casandras por todas partes y siente la necesidad de atenderlas a todas, buscando con ello que el fuego no alcance a la ciudad de Troya.

Cabe señalar que si me ocupo de este tipo de ahorrador, es porque en una primera instancia se presenta como un ser que atenta en contra de la naturaleza de lo que es móvil, pues pretende fijarlo para siempre y no sólo temporalmente, en cambio el primer ahorrador mencionado contiene el movimiento con la finalidad de que éste se presente más tarde, lo cual no atenta contra la naturaleza de lo móvil.

Aquí surge una pregunta que de entrada parece fácil de resolver, ¿cómo es que se estatiza al dinero si éste es únicamente una representación del poder que en realidad se posee?, ante tal interrogante podemos decir que una buena manera de estatizar al dinero, es guardándolo, es decir, es mantenerlo fijo en un lugar del cual sólo saldrá para pasar lista, para ver que no falta nada entre aquello que se pretende guardar, es decir, sólo sale de su cofre para ser contado.

Quien guarda el dinero por el temor de perderlo, quien ve señales de peligro cada vez que éste ha de ser separado de su dueño, es un ser que siente ansia por conservarlo junto a sí, al tiempo que siente la necesidad imperiosa de tener cada vez más, es decir, es un avaro. Pero, ¿qué es propiamente la avaricia?, ¿podemos nombrar a todo aquel que guarda dinero como codicioso?, estas interrogantes son las que conducen la reflexión de hoy día, veamos pues qué es la avaricia, la cual no sólo es considerada como un acto reprobable a los ojos de los demás, sino como un pecado capital, es decir, como un hábito que conduce al hombre a múltiples vicios.

Por lo que hasta ahora he dicho, tal pareciera que la avaricia es la mera necesidad de obtener y guardar la mayor cantidad de dinero, lo que implica la necesidad de tener cerca a la representación física de una posibilidad, la cual ha de estatizarse al grado de no actualizarse, o de hacerlo lo menos posible; me explico: si la función del dinero consiste en servir, en primera instancia, como medio de intercambio entre cosas que son necesarias o deseadas, éste al ser simplemente almacenado permanece como posibilidad, representa la posibilidad de tener algo, de modo que tal posibilidad sólo se actualiza al ser utilizado, es decir, al ser intercambiado y así cumplir con su función.

Así pues, resulta que la avaricia es la ansiosa acumulación de una posibilidad, lo que exige al avaro hacer cosas bastante nocivas para la comunidad, tales como robar o aceptar sobornos con tal de poder guardar más y más poder, poder que se guarda con el temor de que algún día haga falta, el avaro se siente tan inseguro respecto a lo que vendrá que no sólo se afecta a sí mismo al evitar gastar lo que tiene, sino que afecta al resto de la comunidad al obligar a la misma a padecer su ansia por tener más y más.

De modo que, podemos ver que el avaro, no es capaz de sentir amor por el prójimo, pues si se permite tal cosa deja de atender a la acumulación de riquezas que cree necesitar esperando la venida de peores tiempos; al no sentir amor por aquellos que buscan en él un hermano, se condena al aislamiento, pues el avaro se torna desconfiado al pensar que todos buscan quitarle lo poco o lo mucho que tiene, de modo que se torna imposible pensar en una comunidad conformada por seres avaros.

Por otra parte, pensando en que no todo aquel que guarda, en determinado momento, un excedente de dinero, se niega a usarlo cuando es necesario, podemos ver que no todo ahorrador es nocivo para la comunidad, pues una comunidad de despilfarradores también acaba por consumirse a sí misma, si no en la desconfianza sí al menos en lo referente a la administración de los limitados recursos con los que seguramente ésta cuenta, pues ningún lugar, por prospero que sea es capaz de soportar a una horda de despilfarradores, los cuales con tal de demostrar a la comunidad que son generosos acaban con la misma al terminar con lo que sea la base de su subsistencia.

De todo esto podemos concluir, que no todo aquel que administra sus recursos pensando en que estos pueden llegar a hacer falta son avaros, pues por causa de algunos buenos administradores la comunidad puede lograr vivir bien, en especial si estos actúan movidos por el amor hacia aquellos otros seres que confían en ellos la buena administración de los limitados.

Por otra parte, también podemos ver que la avaricia es un pecado capital, pues al igual que los otros pecados, conduce al avaro a dañar a la comunidad mediante actos extremadamente reprobables, pues mediante estos se introduce la desconfianza entre los miembros de la misma, al tiempo que aíslan al avaro del resto de los hombres porque no puede ni debe confiar en los demás debido a que estos de alguna u otra forma acaban siendo el infierno.