Se dice que la belleza es un bien efímero, que con la edad se va terminando ese tesoro que viene acompañado de la juventud.
Las personas que así piensan, que es una mayoría, se ven en el espejo y lloran por lo que se ha ido, o más bien por lo que se ha ido añadiendo al lienzo, ese rostro que en algún momento estaba libre de marcas.
Se dice que la belleza es un bien efímero, porque las cosas bellas suelen durar poco, el tiempo hace lo propio y las flores de la primavera se marchitan, llegan las lluvias veraniegas y los frutos se asoman para después dar paso a las otoñales hojas y a los fríos inviernos.
Se afirma el final de la belleza, como se afirma la fealdad de los inviernos y la falta de gusto en los otoños, la añoranza por las lluvias veraniegas y el anhelo por las primaverales flores.
Pero, no hay nada más falso que el carácter efímero de lo bello, porque lo bello en realidad perdura, sólo que con el tiempo olvidamos que la eternidad no es visible y que las amistades se forman con el tiempo.
Se miente sobre lo bello para que admiremos lo que es bonito como si sólo eso fuera verdadero, pero dejamos de lado lo noble, lo valioso y duradero, como la posibilidad de ver la belleza de las flores sin tener que destruirlas para ello.
Cuando niña yo cortaba a las flores, y las hacía marchitar más rápido sin darme cuenta de mi crueldad.
Ahora con admirarlas soy feliz, porque entiendo que lo bello se esconde en su temporalidad, en su fragancia y en su capacidad para guardarse en mi memoria, ese extraño baúl que atesora rayos de sol.
Se dice mucho sobre lo bello, pero en mucho de lo que se dice olvidamos lo que esto es, y lo confundimos con lo que atrae para pasar el rato, lo que es efímero, lo que es ligero y que es propenso a que se lo lleve el viento.
No entendemos qué es lo bello, porque ya no volteamos a verlo, y no lo miramos siquiera porque no entendemos que lo bello no se encierra entre lo nuevo, lo bello es un chispazo de la eternidad que nos rodea.
Maigo