La mano de Eros

La mano de Eros

No sé si bastará decir que el mejor beso es el más amoroso. No el más calmo, ni el más fogoso: el más feliz. Porque la alegría se malbarata cuando se halla a donde quiera que se mire sin ver lo mejor. Menos ansiedad de las flechas de la mirada, un tempo en el que el alma pueda sentir todavía la sorpresa de una mano o la discreción casta de una voz en el abismo preclaro de la imaginación, eso también se llega a gozar con la espera. A lo mejor la felicidad es lo más correcto, lo más razonable, no sólo lo más deseado. Si es así, lo bello no sería sólo un efecto de lo placentero. El placer de un beso discreto sería manifestación de esas alas que el alma perdió y que no se recuperan sin que la inteligencia se vea movida con latencia. ¿Inteligencia para los besos en vez de práctica con frutos que semejen falsamente la frescura de unos labios? El alma da un giro entonces: ¿dónde estará Eros en el deseo recto y moderado que nos mueve desmedidamente a querer lo bueno? ¿Puede encarnarse en el espacio que se cierra entre dos personas sin volverse insistencia de la mano o precocidad del interés? Si las alas crecieran con los ardores de la piel, todos serían expertos en vuelo. La experiencia nos enseña pues que el beso más feliz es el más erótico. El adverbio no se indica intensidad, o, mejor dicho, muestra que el lenguaje más intenso es la discreción de la verdad, el recato ordenado y no la ansiedad desesperada: el poder del deseo que sigue con cierta obsesión lo bello porque es lo que más amable.

 

Tacitus

Beso de Judas

Y Jesús le dijo: ¡Oh Judas! ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?

Lc. 22: 28

 

En estos días mucho se hablará sobre el beso que dio Judas a Jesús en el huerto de los Olivos. Algunos dirán que el Iscariote fue un malvado, y verán en ese beso a la viva imagen de la traición; otros, menos que los anteriores, dirán que Judas es el único que comprendió la necesidad del sacrificio del que tanto hablara Jesús antes de la última cena.

El juicio sobre Judas no es simple, pues ambas posturas llegan a tener elementos válidos para sostenerse. Yo no pretendo emitir juicio alguno, la traición no es tan fácil de encontrar, y menos cuando ésta se torna necesaria para un propósito tan grande como la salvación, a lo más que puedo aspirar es a pensar en lo que ocurre con Judas tras dar ese beso.

La tradición nos dice que después de entregar a Jesús, Judas pretendió regresar las monedas recibidas y rescatar con ello al maestro, al no poder hacerlo se ahorcó. Del Iscariote no sabemos mucho, no nos es posible dilucidar con claridad la relación entre él y el Maestro, de ahí que la especulación sea posible hacia el lado de la traición, o bien hacia el lado de la amistad que entrega con tal de que el plan del amado se cumpla, lo que sí sabemos es que da un beso al maestro y que muere el mismo día que él, pero no de la misma manera, pues al morir a mano propia se torna en imagen de la desesperanza.

Pero, ¿qué ocurre en ese beso?, responder a esta pregunta resulta primordial para armar una imagen de Judas que algo nos diga sobre nosotros mismos, pues lo que vemos y condenamos en el discípulo es aquello de lo que nosotros mismos somos culpables.

Para entender qué ocurre durante ese beso, hemos de pensar en lo que pasa con nosotros cuando besamos. Hasta donde tengo entendido, el acto de besar es algo que sólo se da entre aquellos que están unidos por algo, se besa a los padres, a los hijos, a los amigos y a veces a los desconocidos que en algún sentido dejan de serlo, siempre se besa de manera diferente, pues el mero rose de los labios no basta para hablar propiamente de un beso.

Juntar los labios con algo no es besarlo, si así fuera diríamos que besamos las cucharas y los vasos que nos sirven para llevar agua y alimento al cuerpo. El beso no se limita a la recepción de algo nutritivo o nocivo, dependiendo de a qué se una la boca, más bien se concentra en la acción de dar. Quien besa da algo de sí mismo y quien recibe el beso recibe al otro y a lo que trae consigo.

Judas da un beso al maestro, y con ese beso se entrega a sí mismo; el Hijo del Hombre va al sacrificio como cordero de Dios que es, mientras que el Iscariote se pierde en la desesperanza que sólo le queda a quien ha perdido aquello que le es más sagrado, es decir, lo que a su vida da sentido por serle lo más amado.

Con el beso que da en el huerto, el discípulo que distingue a Cristo, nos hace entrega de aquello que no soporta perder; y traiciona en tanto que olvida que Jesús es la fuente de toda vida; pero con ese beso no sólo se va el maestro sino el alma de quien besa, y la de quienes reciben lo que se ha entregado con él.

Maigo

Radiografía (inexacta) de un beso

“What’s in a kiss?

Have you ever wondered just what it is?

More perhaps than just a moment of bliss.

Tell me what’s in a kiss…”

Gilbert O’Sullivan

No es el mero acto de juntar nuestros labios presionándolos ligeramente unos contra otros lo que hace ser a un beso y quizá, al contrario de lo que muchos piensan, tampoco sea este su comienzo. El beso, me parece, comienza de más arriba, ahí donde se ubican los ojos: con una mirada para ser exactos; aquella mirada que se encuentra constantemente con esos labios que uno muere por besar.

Se cruzan entonces ambas miradas haciendo patente el deseo por besarse, instante que se torna en un momento mágico donde el tiempo deja de existir y el espacio infinito que hay entre ambos rostros se va difuminando hasta volverse un horizonte deliciosamente anhelado, mismo en el que se juntan los cuerpos para estrecharse en un abrazo inconcluso mas cálido.

El abrazo concluye cuando, estando los labios a punto de yacer en esa otra boca prometida, los párpados se cierran con dulzura, el pulso se acelera desbocado y un último suspiro profundo se inhala, aliento del que irremediablemente habrá de nacer nuestro beso.

Sin embargo, no es la íntima unión de los labios o de los cuerpos lo que lo dotará de vida sino el deseo de que el momento no se acabe nunca, el anhelo de querer permanecer atrapado ahí para siempre, la nostalgia de atesorar cada instante porque no se repetirá jamás y, sobre todo, la esperanza de que aquel beso deje su huella no sólo en la carne, sino también en el alma donde vivirá eternamente.

Hiro postal

Becquerianismo gazmóñico

Si leyendo esto sientes un roce en los labios, una caricia en tu pecho, un susurro en tu oído, sabe que es mi amor que bate en vuelo, cansado de esperar eternamente tu llegada.

Gazmogno

Dedicado a…

Así, mientras tus ojos recorren lentamente el perfil de estas palabras, mis labios, invisibles, se posan en los tuyos para robarte un beso. Y tú no haces más que sonreír.

Gazmogno

Sendero Nocturno

Cerró la puerta y guardó las llaves. Nadie contestó al llamado. Se veía desolado, pero en la estancia el aroma dulce lo poblaba todo. Los muebles parecían estar en otro sitio, y sin embargo, no se los había movido. Más bien era la luz que se había atenuado. Eso era, las cortinas: nunca estaban cerradas y ahora a través de ellas se exprimía un rayito de la Luna y lo pintaba todo como haciendo una hendidura rosa. El aroma lo desarmó. Lo obligó a dejar portafolio y zapatos al instante, y llamaba pronunciándose al pasillo. El piso cálido descansaba ahora de una tarde brillante de más. Avanzó con cuidado. En el corredor, las pinturas se habían atenuado a cada paso, hasta esconderse entre las pestañas de sus ojos cerrados, que sólo seguían el rastro sutil y aún así, marcado. Todo silencio, hasta que la recámara estuvo cerca. Y entonces, una respiración. Suave la respiración, potente el aroma. Corrió la cortina de cuentas de la habitación y la vio esperándolo. Luego lento, muy lento, se le acercó. Ella lo miraba sonriendo y tramando. Y se inclinó hasta estar tan cerca, que no viera nada más sin aquellos ojos.

XXVIII

Cada suspiro es un beso que muere en tu ausencia.