Callados a la Fuerza

Hace poco conversaba con alguien sobre la dignidad, y éste me dijo que era exagerado decir que un hombre podría llegar a vivir como un perro. Implícitamente él me preguntaba cómo podría yo saber que alguien no debería ser considerado humano como el resto. Si su apariencia se transformara sería fácil de identificar, pero no lo hace; ni siquiera los más cínicos viven estrictamente en los modos de los perros. La transformación lenta de un pueblo hacia lo más vil ocurre en el fondo de los corazones y su apariencia sólo son sus actos. Es verdad, ningún hombre se convierte en perro realmente; pero el perro es sólo una imagen poética que acentúa algo que hace mucho tiempo dijo un hombre sabio: el ser humano puede ser el mejor de los animales, pero también el peor de ellos. ¿Y cómo sabemos hoy, en un país podrido de crimen, que esto es cierto? La negra indignación que poco a poco me cierra la garganta responde a la pregunta, junto con la frustración de todos los demás que la sentimos. Maldita ola de odio que nos hace a todos enemigos de todos y nos arrebata toda esperanza de vivir bien. El hombre es el ser que habla, que nombra y platica, que cuenta y comunica. Sin embargo, ante la violencia ciega, la violencia imbécil sin sentido que destruye lo que más queremos sin razón ni concierto, nada hay que decir. Todo esto sobra ante esa violencia. La violencia nos calla y, por eso, nos hace bárbaros. No nos hace perros, nos hace peores que perros.