Un Tirano en Epifanía

Cuentan que cuando unos sabios de oriente se presentaron ante Herodes, éste respondió a su pregunta sobre la ubicación del Mesías con cierta indiferencia, algunos pensaron que incluso hasta con incredulidad y desestima de las noticias que el cielo daba al mundo.

Pero ese rey mundano, que hasta sonriente y bromista indicaba su incredulidad en la llegada del Mesías, decidió poner trampas a los sabios que al niño Dios buscaban. Les sugirió regresaran cuando lo hubieran encontrado, con la intensión de ir también a adorarlo. Herodes se negaba así a ir con los sabios rumbo a Belén, pero en su corazón su miedo de que hubiera un niño rey en Israel fue suficiente para que sin ir mostrara que efectivamente creía en él.

El rey Herodes mandó matar a los pequeños que en Belén vivían. Desde su trono mostró que la incredulidad que mostraba ante unos era el veneno que por dentro le consumía. Desde la distancia mandó acabar con los inocentes y sus acciones hablaron por él más que las palabras pronunciadas ante otros reyes.

¿Cuántos Herodes tiranos no habrá en nuestros días, que desestiman lo que dicen los sabios y que sonríen en sus cortes mientras que por dentro se consumen condenando a las verdades que de dientes para fuera desestiman?

Maigo.

Saliendo de la sima

Cayó el gobierno de Sancho Panza y luego él cayó en la sima. Después de ser asaltada Barataria, el gobernador renuncia a su cargo. Por el embrollo del ataque alcanzó a darse cuenta que no está hecho para gobernar, o al menos eso cree. Los burladores triunfaron en su propósito al engañar al mentecato. En ese momento surgió la duda si Don Quijote se había equivocado en prometerle la ínsula; su falta de cordura le entregó el cetro a un tonto. La ficción quijotesca se desbarata por la sensatez de los criados y los duques.

Al renunciar a su cargo, Sancho se acerca a su rucio para suspirar por su vida pasada. Reconoce que las mieles del poder no son tan dulces y prefiere las inclemencias de las andanzas. No es lo mismo malpasarse con Don Quijote que con el doctor Pedro Mal Agüero. Las recomendaciones excesivas del médico, la falta de sueño y el asalto supuestamente furioso acaban por irritarlo. Quizá Cervantes, en voz de Sancho, esté dando una lección que un político actual podría aceptar. Gobernar es un mal necesario, un trabajo penoso que nadie agradece y sufre mucho quien lo realiza. Ser político es sacrificar las comodidades del hogar para satisfacer unos malagradecidos. Gobernar es morir. Sancho no tuvo madera de gobernador y lo menos desatinado que pudo hacer era huir de esa mala vida. Hay algo de inteligencia en señalar su propio fracaso.

La renuncia de Sancho también alcanza a interpretarse en otro sentido. Tal vez no sepa gobernar, pero eso no lo hace acreedor de maltratos. Su dignidad se menoscaba al grado de matarlo. No resulta una imagen caprichosa la excavación de Sancho para salir de la gruta. Nuestra imaginación despierta la compara con la luz al final del túnel. Curiosamente Don Quijote se encuentra en el otro lado y en una primera impresión cree ayudar a un alma en pena. El caballero rescata a su escudero de los muertos, aquellos burladores que lo sepultaron entre dos paveses y muchas pisadas. Debido a que Cervantes no es un escritor cruel, no permite que un personaje querido y bonachón termine humillado. Las mentiras y burlas no duran para siempre, menos aquéllas hirientes. El pasaje puede leerse como infusión de optimismo, además de ser un elemento efectivo en la narración. Sin embargo todavía queda incierto por qué Sancho tiene ese fervor por su señor y lo prefiere antes que a mil Baratarias.

La resurrección de Sancho va más allá de librar su maltrato. No solamente es acogerse a quien lo protege y lo mira con cierto respeto. Tampoco la burla es únicamente descortesía. Burlarse del caballero y escudero también muestra la ruindad de sus burladores. Sus risas esconden el desconocimiento de lo noble que puede ser el hombre. Su vulgaridad se revela al creerlo una pantomima. Por ello no sienten remordimiento en contribuir a los disparates. El inframundo se despliega cuando los buenos juicios, la prudencia o mesura pasan por maromas graciosas. El mismo riesgo puede ocurrirle al lector si se pierde entre las sombras de la lectura. Sancho llega a parecerle un cagón antes que un gobernador. Las oscilaciones entre ambos son reducidas al payaso con suerte. Su risa no dista mucho a la de los duques. El verdadero mundo de cabeza es cuando los hombres se ríen de la virtud.