Ellos eran los polos opuestos de un mismo y poderoso imán: César, de piel blanca y sensible; Laura, de piel morena y curtida. A César le gustaba el soccer, a Laura el basquetbol; César era puntual como segundero de reloj, Laura vivía sin prisas y sin tiempo; César se guiaba por sus sentimientos, Laura lo hacía por su razón. Hasta en cuestiones de clima tenían sus discrepancias: a César le encantaban los días soleados donde reina el azul claro del cielo y las nubes motean de blanco el espacio aquel; Laura, en cambio, prefería el cielo gris deslavado con nubes negras que auguran tormentas acompañados de rayos ensordecedores y deslumbrantes más que ninguna otra cosa.
Por esto, a César no le sorprendió nada cuando telefoneó a Laura para que se vieran y ella le contestó con un rotundo no. El día estaba sumamente soleado y Laura había decidido recluirse en su casa a piedra y lodo hasta que pasara aquel martirio. César, empecinado en verla, echó a andar hacia la casa de Laura, la cual se ubicaba a unas cuantas cuadras de la suya. Si bien no era muy largo el tramo a recorrer, sí requería de un cierto tiempo. Estando ahí, ya se las arreglaría para convencer a Laura de que salieran; siempre lo hacía. Se arregló un poco para la ocasión, pues así le dejaba a Laura menos pretextos para negarse, aunque sabía que en el fondo ella moría por salir, sólo que el sol en verdad la ponía de muy mal humor.
Mientras caminaba César se dio cuenta de que el sol de ese día era uno completamente diferente al que había salido todos los días anteriores. El calor que ese sol producía era sofocante y denso, tan pastoso que sólo podía compararse con la espesura digna de cualquier chocolate bien batido. Al principio César disfrutó de aquel fenómeno debido a su peculiar extrañeza, pero pronto comenzó a sentir un hastío indescriptible al respecto. Su frente chorreaba gotas gordas de sudor mientras que su camisa mostraba grandes manchas oscuras a la altura del pecho, la espalda y las axilas. El pantalón de mezclilla, por su parte, se le adhería a las piernas con una fuerza inusitada, lo que complicaba bastante su andar. Con cada nuevo paso César se quedaba con la sensación de que se estaba literalmente derritiendo. Al parecer no mentían quienes aseguraban que el cuerpo humano está conformado en su mayor parte por agua, pues sólo así podría César explicarse que tanto y tanto líquido emanara del suyo.
Faltaba ya menos de un cuarto de camino, pero César sentía que ya no podía más. Usualmente recorría aquellas cuadras en un lapso de no mayor a veinte minutos, pero en esta ocasión sentía que había pasado más de media hora y no veía para cuando habría de llegar. Por supuesto que ya era muy tarde para arrepentirse, por lo que lo único que pedía era encontrar alguna pequeña pero refrescante sombrita donde pudiera sentarse para tomar fuerzas de nuevo y terminar de recorrer el camino más que andado. Ya no sólo era que su cuerpo rezumaba de agua, sino que ahora sus sentidos comenzaban a fallarle. Al parecer, la puerta de la casa de Laura se encontraba a no más de cinco pasos, pero acababa de pasar por la tienda de Don Memo, la cual se ubicaba en la última cuadra antes de la de Laura, por lo que era imposible que estuviera prácticamente frente a su casa. Siguiendo sus impulsos, alzó la mano para tocar el timbre de la casa de Laura, el cual sonó en cuanto fue presionado por el dedo índice de César.
Laura abrió la puerta enseguida. Su mamá le había ordenado que fuera a comprar con Don Memo unos sobres de gelatina, pues el calor estaba realmente insoportable, y a regañadientes, Laura tomó su monedero junto con sus llaves y salió a enfrentarse a ese calor maldito. Cuando abrió la puerta encontró a sus pies una gran mancha que ocupaba casi todo el grueso de la banqueta, como si alguien hubiera arrojado desde el cielo una cubetada de agua justo frente a su casa. Laura comenzó a extrañarse por este hecho, pero un pensamiento más urgente apareció opacando a éste segundo: ir con Don Memo por gelatinas. Laura sólo esperaba no derretirse en el camino. Evidentemente, César jamás lo hubiera esperado.
Hiro postal
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