Como un sol con forma humana

 

Como un sol con forma humana

 

A veces hay días en que las manos se sienten más vacías. No son manos ligeras, sino ahuecadas. No son manos torpes, sino de cierto modo entumecidas. Manos que extrañan el calor y las caricias. Manos que quieren otras manos. Manos que palpan ausencias, empapadas de anhelos, resecas de ilusiones, quizás en su soledad polvosas. Me lo hace pensar un bello poema de Emilio Prados [Málaga, 1899 – Ciudad de México, 1962] que leí a media tarde, en la banca de un jardín extrañamente desolado. ¿La gente huyó del calor? ¿Los habituales del jardincillo rehuyeron del sol? A veces hay días con un sol y un calor que hacen más plena la vida. A veces el calor y el sol más comunes nos hacen recordar al sol y al calor más humano. Copio el poema.

 

 

El desierto comienza por los ojos.

Tu carne, ¿es aún más dulce bajo el sueño?

 

 

…Cerca como tu propia imagen,

lejos como tu propio cuerpo,

mi soledad me ha sorprendido

como una forma humana:

como un ser invisible.

 

El poema es notable en sus contrastes. Contrasta la primera estrofa con la segunda, no sólo por su extensión, sino principalmente por su forma: a primera vista la primera estrofa carece de centro, mientras que la segunda se forma en función del sorprendente verso “mi soledad me ha sorprendido”. Nótese que el verso central de la segunda estrofa es el único en que explícitamente aparece el yo. En la figura de la segunda estrofa se contraponen los tu de los dos primeros versos a los un de los dos últimos. Mi forma la mediación. ¿Mediación de qué? Precisamente, considerar la respuesta nos permite ver que yo permea por el poema tácitamente, en especial en la primera estrofa: yo es el agente de los ojos y el sueño; es el centro de la primera estrofa. Así, el poema tiene unidad en la relación entre y yo posibilitada por los centros de sus estrofas, relación que muestra el movimiento todo del poema.

         El poema inicia con un hombre mirando solitario. El mundo se cubre con la aridez de quien no ve frente a sí a quien quisiera ver. No es lo mismo ver un mundo árido, caluroso y soleado en la soledad, que mirar juntos el pleno medio día del mundo. La aridez solitaria reseca inevitablemente la garganta, irrita los ojos, dificulta respirar. En compañía, en cambio, la expectación es la que dificulta la respiración, los ojos se dilatan sorprendidos admirando, la garganta, las bocas… En el día soleado del solitario aparece el mundo interminable: vasto desierto ilimitado. Cuando dos comparten el día soleado, el mundo y su tiempo son finitos, mínimos, insuficientes. Y el calor, del calor digamos que ya lo puede imaginar el lector.

         ¡Aparece la carne! No es la carne propia, pero tampoco es ajena. La carne propia no sorprende, pues nunca es carne, para serlo se requiere una abstracción, un juicio muy distinto al de nuestro hombre mirando solitario. La carne ajena no sorprende, pues tampoco es carne, sino objeto, abuso, emplazamiento. La carne sólo es carne cuando dos se encuentran, cuando dos se descubren en la aparición de lo que realmente son. Por ello la pregunta: “¿es aún más dulce bajo el sueño?” El sueño figura un encuentro. La dulzura de la carne se encuentra o bien en el encuentro real o en el imaginado, pero nunca en el planificado objetivamente, en la distancia utilitaria. La carne es dulce: tierna, como la emoción de los enamorados; plácida, como el tempo de las caricias; suave, como el sabor de un caramelo que despliega sus olores para deleitar el tacto. “Tu carne, ¿es más dulce bajo el sueño?” evoca el recuerdo del encuentro, la calidez que se contrasta con el sofoco del solitario día soleado.

         Los puntos suspensivos lo mismo son la entrada del sueño que su salida. Si el encuentro del poema es imaginario, la segunda estrofa muestra la experiencia interna de nuestro hombre mirando solitario. Si el encuentro del poema es real y los dos puntos señalan la llegada de quien se espera, la segunda estrofa muestra la experiencia interna del hombre sorprendido por el descubrimiento de la soledad. En el primer sentido, la separación entre y yo produce la sorpresa de saberse solo. En el segundo sentido, la inminencia del encuentro entre y yo exhibe la dilución de lo que yo había sabido de mí mismo. En ambos sentidos, yo se conoce a sí mismo; sólo en el segundo, el conocimiento de yo confirma una realidad.

         Leamos conforme al primer sentido. La estrofa contrasta sus partes. De los dos primeros versos, el contraste entre imagen y cuerpo aumenta la distancia entre el hombre mirando solitario y la experiencia interna del ensueño. La imagen está cerca, pues quien ensueña la trae a la presencia. Ante el agobio caluroso, el hombre mirando solitario se refresca imaginando la presencia. La imaginación, en cambio, el ensueño más que el sueño, hace evidente la inmaterialidad del anhelo: sólo hay cuerpo propio ante las propias fantasías. De ahí que el hombre mirando solitario sea sorprendido por su soledad. El ensueño gravitó la ausencia. Sabiéndose solo, el solitario se reconoce humano. La limitación del propio anhelo, la realidad opuesta al deseo, el límite claro de la voluntad, son muestra de la forma humana. El solitario no quisiera su soledad, pero la ausencia le hace evidente que está solo. En su soledad concluye: es un ser invisible. De no serlo, no estaría ausente, pues sabría de la soledad de yo y estaría ahí presente. El ensueño del encuentro fue el oasis de la trágica condición humana.

         Leamos ahora conforme al segundo sentido. Los contrastes del primer sentido emanan de la sorpresa en el segundo. O para decirlo de otro modo: el hombre que miraba solitario pasa de la imagen al cuerpo y luego a la sorpresa, de la sorpresa a una plenitud humana y luego a algo no visible. Es decir, el hombre esperaba solitario y tuvo la fortuna de que llegase el esperado, la brisa refrescante de quien uno quiere ver. Llegando lo primero en aparecer es la imagen, pues ahora el yo del poema puede comparar su ensoñación con lo presente: la presencia se apropia de la imagen y con ello descubre el cuerpo. Frente al cuerpo radiante de , yo se sorprende por su soledad. Yo, definido desde una soledad conceptuada por la ausencia, descubre con sorpresa las nuevas posibilidades de ser: le descubre a yo que no ha de ser un solitario, que puede ser un yo plenamente entregado a . La sorpresa es la refutación de la opinión sobre uno mismo. Yo junto a descubre su forma humana. ¿Qué descubren y yo en el encuentro? Se descubren invisibles. La carne sólo es visible cuando dos que se aman se encuentran; el desierto es exterior para los que se aman. Sólo por un amante yo puede conocerse. A veces el desierto comienza por los ojos; a veces tu mirada me habita plenamente.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. La Oficina de la Presidencia contestó a Animal Político que no tiene obligación legal de contar con documentos sobre lo que diga el presidente. Así, como lo dije ante la presentación de la Estrategia Nacional de Lectura, tantos eventos para presentar el nuevo curso de la historia patria son puro cuento. Régimen de la simulación. 2. Pues la Presidencia mintió, otra vez. En la presentación del militar que ostentará el «mando civil» de la Guardia Nacional se omitió parte importante del currículo del general Rodríguez Bucio: estudió en una escuela militar que enlista entre sus egresados a 11 dictadores latinoamericanos. Detallito. Error de dedo. Régimen de la simulación. 3. Y no sólo miente, sino que manipula. Tras las preguntas de Jorge Ramos en la mañanera de ayer, se comenzaron a modificar las cifras del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública para que coincidiesen con lo que afirmó el presidente. Una vez que Raymundo Riva Palacio advirtió que la modificación se estaba llevando a cabo, desaparecieron las cifras de la página oficial. Miente, simula, manipula… ah, pero es honestidad valiente. 4. El presidente pide a Reforma que revele sus fuentes. Sí, el mismo que cuando es cuestionado dice que tiene otros datos que no va a presentar. Si fuera chiste, se contaría solo. 5. Perdida entre las notas pequeñas, pero importante para nuestra cultura política. La encontré en un diario local. El Instituto Nacional Electoral, la Secretaría de la Función Pública y la Secretaría del Bienestar, con Olga Sánchez Cordero como testigo, firmaron un acuerdo por el que se prohíbe que los partidos políticos usen el dinero público para comprar los frutsis y las tortas para los acarreados. No hace falta comentario irónico. 6. Para Enrique Krauze «en las urnas, el ciudadano decidió contra sí mismo. Vivimos una nueva biografía del poder».

Coletilla. «La Iglesia está muriendo en las almas», afirma Joseph Ratzinger en su artículo sobre la Iglesia y los abusos sexuales. No, no culpa a la revolución sexual de los sesentas (como simplonamente se ha reseñado en medios), sino que muestra que frente a la revolución de los sesentas el catolicismo tomó decisiones teóricas que explican la confusión actual. Confusión que produce el emplazamiento efectista de las preguntas, emplazamiento que hace ineficiente el plan contra la pederastia. Y confusión fundada en el olvido del centro de la vida cristiana: la eucaristía. Si la Iglesia ha de hacer frente al problema de los abusos sexuales lo ha de hacer desde el misterio de la vida cristiana, desde el misterio de la carne. La teología no puede ocultarse en la psicología, ni siquiera en la que se presume humanista. La teología debe ser capaz de dar una respuesta teológica. ¡Qué alegría saber que todavía hay un católico inteligente!

La orgullosa crueldad

 

La orgullosa crueldad

Haré una pregunta incómoda e incorrecta: ¿por qué suponer que la pederastia es un problema psicológico? Lo ha supuesto la Iglesia mexicana sin que, al parecer, logre ver las consecuencias. Por ello, adelantando el final de mi planteamiento, el nuevo plan para enfrentar los casos de pederastia entre los clérigos mexicanos fracasará. No, no quiero sólo ser un aguafiestas, sino que quiero mostrar el problema teórico de la suposición y su perversa consecuencia práctica. Y quiero sugerir que la perversidad práctica motiva en mayor medida el nuevo plan, por lo que no sólo cabe pensar que alguien nos está engañando al postularlo, sino que a sabiendas del engaño se oculta un acto vil. Intentaré explicarme.

         Psicológicamente el juicio moral es sólo una valoración. A fin de no reconocer como malo el acto pederasta, lo cómodo es interpretarlo como una condición psicológica. Que sea posible suspender el juicio moral para reducirlo a condición psicológica supone al mal como administrable, al pecado como subjetivo y a la infracción como atenuable. Si el mal es administrable debería ser la discusión teológica de fondo; aunque lo cómodo es suponer que la condición caída nos conduce al pesar y que el progreso nos puede hacer confortable el peregrinaje. El mal, como si hubiese dejado de ser misterio, ahora es presentado como un problema superable. Es más, y siguiendo el discurso del Papa, se cree que el mal permea por el mundo y si acaso aparece en la Iglesia es por tratarse de un organismo más, de otra institución mundana. El mal, parece suponer la jerarquía católica, toca a la Iglesia tangencialmente. Así, algunos creen que el mal torna administrable, asunto de especialistas.

         Los especialistas que pueden atender a los curas pederastas son, por tanto, los mismos que atienden a los pederastas en general: psicólogos, jueces y, quizá, otros curas. La administración psicológica de la pederastia permitirá “reconocer conductas de riesgo” que, a su vez, los hombres de la ley se encargarán de administrar. Si se da el caso que el pederasta sea creyente, puede administrar su culpa con un cura. Si se da el caso que el pederasta sea un cura, su cura superior administrará legalmente la culpa. Sencillo: el pecado es una valoración subjetiva y administrable. La única diferencia entre el cura y el hombre de a pie, parece suponerse, es la jurisdicción bajo la que se desempeña. ¿Así o más mundano?

         Al reducir el asunto a la mundanidad, la Iglesia se oculta sus propias faltas. Quizá su falta más grave sea su actual incomprensión de la carne, su claudicación a pensar el erotismo. Que la Iglesia ya no piense la carne es precisamente la señal del misterio.

         Fracasará el nuevo plan porque los especialistas mundanos no pueden pensar la carne: la especialidad sólo es posible como negación del erotismo. La prueba puede reconocerse cuando preguntamos qué es la castidad en la perspectiva psicológica. Nótese que al mundanizar la pederastia clerical se vacía de sentido la virtud de la castidad. Por ello mundanamente no se alcanza a ver diferencia alguna entre la pederastia de un sacerdote y cualquier otro tipo de pederastia. Se cree, absurdamente, que es un problema de valores. Y los psicólogos, discúlpenme, no pueden entender la virtud de la castidad en tanto psicólogos. Si el nuevo plan realmente quisiese evitar la pederastia clerical, tendría que empezar por no desvirtuar la castidad, por pensar la carne.

         Lo que sí busca el nuevo plan es un marco pretendidamente legal para discriminar personas y frustrar vocaciones. El nuevo plan se ha presentado como la determinación psicológica de “conductas de riesgo en los candidatos para el ingreso a los seminarios y a la ordenación sacerdotal”. Claro, podría suponerse que se trata de un plan a largo plazo, ya no contra los curas pederastas de hoy, sino para evitar que mañana haya curas pederastas. Pero eso es mentira. Los psicólogos serán útiles para discriminar, excluir y frustrar a los jóvenes homosexuales que aspiran a la ordenación sacerdotal. Pues el objetivo indicado a la pesquisa psicológica es el mismo que en la Ratio Fundamentalis Institutiones Sacerdotalis (VIII, c) de diciembre de 2016 se determinó como necesario para excluir a los homosexuales. Se supone, perversamente, que los curas homosexuales —cuya existencia se niega formalmente a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica, 2357 y 2358— son los pederastas, lo cual no sólo es falso (en tanto generalización), sino una muestra más de la renuncia de la Iglesia a pensar la carne. (El Magisterio parece haber olvidado, en torno al punto que comento, que precisamente en el Catecismo de la Iglesia Católica 2359, se dice que el homosexual está llamado a la castidad. ¿Por ello ahora se desvirtúa a la castidad?) Validando este mecanismo de exclusión, la Iglesia crea un chivo expiatorio. Por eso creo que es completamente vil justificar la violencia contra un grupo de la cristiandad bajo el pretexto de prevenir un daño. Hay perversidad y vileza en el engaño. Lo peor es que parece que a nadie le importa darse cuenta. ¿Es tan difícil ver que la desidia aunada a la lujuria produce la más orgullosa crueldad?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Que dice el presidente que la subasta de vehículos oficiales fue muy exitosa, pues recaudaron 62 millones de los 100 millones que se esperaban obtener. ¡Exitosísima! ¿Se acuerdan de cuando nos burlábamos de Peña Nieto por aquello de «estoy a uno, no menos, cinco»? Se siente la 4T: antes teníamos humor. 2. Me divierte ver a los priistas del PRI diciendo que el PRI debe volver a sus orígenes, que hay que reformarlo. Tras la derrota del 2000 nació el nuevo PRI, ¿se acuerdan? La imagen de una camada moderna y profesional de priistas dio como resultado al grupo que administró al país en los últimos años. El nuevo PRI nos dio a Peña, a los Moreira, a los Javieres… ¡Ya quiero saber a quién nos regalará el nuevo nuevo PRI! 3. He dicho más de una vez que la sociedad corrupta se exhibe en la gratificación por la delación y la crueldad. Ahora se busca que la delación sea recompensada por ley. 4. Primer acto: asesinan a un opositor de un proyecto gubernamental. Segundo acto: la Fiscalía dice que seguro fue asesinado por el crimen, que no se puede pensar que tiene alguna relación con su posición política. Tercer acto: el «súperdelegado» en el estado en que ocurrió el asesinato señala que se ha de investigar a los otros activistas y opositores. ¿Cómo se llama la obra? El régimen de la simulación. 5. Simulación es la marca del régimen. Ahora se dice que se abrirán los expedientes de la Dirección Federal de Seguridad y del Cisen, que para la máxima transparencia en los casos de violaciones flagrantes de los derechos humanos. Pero la apertura máxima no será total, pues no se abrirán los expedientes de los casos no resueltos. ¡Se salvó el presunto asesino LEA! 6. Combativa, la periodista de las revelaciones hizo pública la versión sobre un acuerdo entre el expresidente Peña y el Chapo. Lástima que en su afán por golpear a Peña la periodista haya caído en el engaño. Una más para su antología de periodismo ficción.

Coletilla. «El sur tiene la bendición de la naturaleza, pero la desgracia de la flojera». Jaime Rodríguez Calderón «El Bronco», góber de Nuevo León, estandopero de ocasión y nuevo Heródoto.

Lugares del otro

Lugares del otro

 

La ingratitud demerita la vida; algunos compromisos la frivolizan. Comprometerse no es malo en sí mismo, sino que es bueno en tanto el compromiso nos reúna en lo mejor. Problema de algunos comprometidos es que reducen su experiencia al cumplimiento fácil: prometen con desparpajo, elogian con liviandad, confunden la simplonería de la obediencia imbécil con la convicción esforzada de una acción notable. El problema no es el compromiso, sino comprometerse para reposar plácidamente en la insulsez. Comprometerse con la frivolidad hace a la vida ingrata.

         Frívola y comprometida ha sido la nota con la que Elena Poniatowska homenajeó a Fernando del Paso. Véase el primer párrafo: “Más que ningún otro escritor, por medio de La Jornada Fernando del Paso manifestó su indignación ante injusticias sociales y participó con su pluma en los acontecimientos políticos y sociales, entre ellos el apoyo definitivo a Andrés Manuel López Obrador en los meses que precedieron a la elección del 1º de julio”. No sorprende la simplonería de matraquero, sino que quien se dice escritora decida homenajear a un colega por algo muy distinto de las letras. Reducir al escritor a comparsa del movimiento político, soliviantar el acto creativo por la jactancia de la convicción abajofirmante, confundir la crítica literaria con el pase de lista, no es indigno de la Poni, sino ingrato para don Fernando. ¡Aprovechemos la fama efímera e inmediata del escritor fallecido para propalar nuestro mensaje! ¡Utilicemos la muerte de del Paso para nuestra causa! ¡Aprovechemos que el cadáver no se ha enfriado para sumarlo a la Cuarta Transformación! “Hágase todo para conservar el poder”, se rumora con sevicia en los pasillos del nuevo régimen. Vamos, jóvenes, gánense los favores del poderoso siguiendo el ejemplo de la falsaria. Mientras, los demás podemos leer, podemos esforzarnos por tomar en serio a Fernando del Paso, que es tomarnos en serio y tomar en serio al otro.

         Leo uno de los “Sonetos para un cuerpo ajeno y propio”.

Cuerpo de lento, tardo entendimiento:

tarde te has descubierto, cuerpo amado;

largo tu sueño ha sido y desdichado,

breve tu amor, tu aprendizaje lento.

 

Solo en tu desolado pensamiento

y al rencor de ti mismo abandonado

tarde aprendiste a amarte, tarde has dado

muerte a tu olvido y a tu vida aliento.

 

Lento cuerpo sin nombre y sin edades,

cuerpo de lentitud impronunciable:

deja que larga, dulce, lentamente,

 

y cuerpo a cuerpo, acariciadamente,

en una soledad inacabable

se junten nuestras lentas soledades.

Primera lectura: el personaje del poema habla del cuerpo ajeno. El cuerpo ajeno, tan deseado, tarda en entender, en saberse deseado. ¿Cómo es que no logra ver la retinal incandescencia con que lo atrapo? ¿Cómo le pueden pasar desapercibidas mis manos heladas por la distancia? ¿Cómo es que no ha aprendido a ver la excitación que se levanta en los cuidados, o el anhelo que despierta en los esmeros? Tu aprendizaje lento. Para la segunda estrofa la lejanía se distiende solitaria. Nos sabemos separados, distintos. Tarde aprendiste a amarte y la tardanza clausuró tu soledad. Por el mundo buscas, cuerpo ajeno, lo que no conseguimos juntos, pero nada funciona, todos son cuerpo sin nombre y sin edades. Tardaste tanto en aprender a amar que sofocaste el misterio de los otros. Donde no hay otro, donde no hay más, todos son largamente iguales y la soledad inacabable. El cuerpo ajeno, cerrado en sí mismo, carga su ajenidad como castigo: solo sabe del amor enajenante.

         Segunda lectura: el personaje del poema habla de su propio cuerpo. Aquí el poema tiene pasado y a quien habla en el poema por fin se le ha presentado el cuerpo como propio. El que habla reconoce el suyo como un cuerpo de lento, tardo entendimiento. Es lento porque se descubrió a destiempo. Amándose tanto a uno mismo, el cuerpo inventa su leyenda de la tierra ignota (largo tu sueño ha sido y desdichado), fabula en sus deseos terribles amazonas que destruyen a viajeros osados y hábiles conquistadores (en tu desolado pensamiento y al rencor de ti mismo abandonado), fatiga sus virtudes simulando los vicios (muerte a tu olvido y a tu vida aliento), e incluso implora escandaloso por el fin del autoengaño (deja que larga, dulce…) Quien habla en el poema se ha apropiado de su cuerpo sólo cuando ha llegado a saber que, ajeno a las caricias y alimentando el mito de su rectitud, ha terminado en una soledad inacabable. El cuerpo propio, aferrado a su propio mito, cincela con culpas su soledad: solo sabe del amor vergonzante.

         Tercera lectura: el poema muestra la apropiación de los cuerpos. En la intimidad maravillante descubro mi cuerpo de lento, tardo entendimiento, pues las caricias rebasan las explicaciones: el deleite del cuerpo que acaricia se diluye en la delectación del cuerpo acariciado. “Tarde te has descubierto, cuerpo amado”, no es una sentencia del tiempo, sino la perturbación misma de la expectación: no hay caricia plena que respete los planes. “Largo tu sueño ha sido y desdichado”, aquí sí aparece el tiempo: afán de perdurar, miedo a descubrir un nuevo anhelo acechante en la tibieza de una caricia nueva. Breve tu amor para mi esperanza. Tu aprendizaje lento para mis ansias. En la hoguera de la excitación fulgura el descubrimiento: solo en tu desolado pensamiento. En la caricia plena, el pensamiento desolado: Eros es locura. Y al rencor de ti mismo abandonado: palinodia. Tarde aprendiste a amarte: condena del moralista. Tarde has dado muerte a tu olvido y a tu vida aliento: “si yo no conozco a Fedro es que me he olvidado de mí mismo” (Fedro 228a). Mas el olvido, la locura, relampaguea en eternidad: lento cuerpo sin nombre y sin edades. Suplicio de las alas, besos demorados, caricias que se esfuerzan dolorosas por perdurar: cuerpo de lentitud impronunciable. Límite de la palabra: luz. Los cuerpos se encuentran larga, dulce, lentamente. Larga la extensión de la piel explorada a besos. Cálida dulzura de férvidas caricias. Lentamente, y cuerpo a cuerpo, acariciadamente, apropiación mutua, comunidad. En la intimidad, los amantes quisieran ser una soledad inacabable, reunión de nuestras lentas soledades. El amor como vida nueva; amar como gratitud de la vida. Gratuidad y promesa: compromiso de amor. La vida se amerita por amor.

         Sólo por el amor, cabe decir, podemos comprometernos con lo mejor. Los compromisos viles frivolizan la vida. La frivolidad de la vida siempre es un injusto desprecio del otro. Cuando se trata con frivolidad a la muerte, la injusticia tiene su lugar asegurado. Ojalá aseguremos un lugar justo en nuestra memoria a Fernando del Paso: un espléndido hombre de letras que valoró como compromiso mayor a la literatura, a la belleza y a la creatividad. Quizás el mérito del escritor sea la justicia.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El pasado 7 de julio comenté que la negociación sería la siguiente: Puebla para el PAN, pero Marko Cortés como dirigente. ¿No que no? 2. Vaya batalla que dio la senadora Kenia López en la discusión de la Ley de la Fiscalía General. La mayoría en el Senado no sólo se mofó de la propuesta de la panista para crear una Fiscalía Especial para Feminicidios (la expresión sardónica de Martí Batres no debería ser olvidada), sino que una de sus miembros declaró más que sibilina: “no se requiere una Fiscalía especial para las mujeres porque todas las mujeres somos diferentes, unas por una cosa, otras por otra cosa”. ¡Chíngale! 3. ¿De veras en el PRI andan leyendo mucho a Maquiavelo? No parece. El asunto es así: ¿qué enemigo le conviene más al nuevo régimen? Murat ofrece negociar con la CNTE; del Mazo ofrece una oposición a modo; lo que Chong ofrezca no se necesita, pues Morena tiene mayoría. ¿Quién vale más: Esteban o Delfina? El problema no es la grilla interna del PRI, sino la del nuevo régimen. ¿Ser temido o ser amado?

Coletilla. Esta semana, Radio Educación inició transmisiones en FM. También esta semana nos enteramos que en el gobierno que viene la radio pública se administrará desde Gobernación. Sí, los encargados de la política interna tendrán el control de las estaciones que no son comerciales. ¿Alguien va a convocar a la marcha por la libertad de la radio pública y contra la censura?

Testimonio de la carne

Testimonio de la carne

No existe, como tal, experiencia de la corporalidad. La única experiencia de lo corpóreo se da, quizá, en la relación con los objetos inanimados y los entes sin vida. Incluso en esa relación puede dudarse de que tengamos relación con cuerpos. Se habla siempre de cuerpo en un sentido general, como se habla del cuerpo humano, común a todo aquel que tenga forma de tal. Por eso la física no puede partir de la experiencia nada más (ninguna ciencia, de hecho, puede atribuírsele a la mera experiencia). Lo que reconocemos en el humano es algo atribuible tanto a lo general como al individuo. No vemos el reflejo de nuestro cuerpo en el espejo, sino nuestro reflejo.

En el otro reconocemos identidades mediante el rostro, los rasgos, el modo en que la herencia le permitió crecer. Por algo es mucho más fácil realizar descripciones con ese tipo de señas evidentes. Lo primero que vemos no es sino una parte. Y esa parte no es el cuerpo. Es el rostro, la talla, la complexión de alguien o algo. No experimentamos la corporalidad, sino aquello en lo que lo humano es. Así sucede con cualquier otro ser vivo. Ninguno de esos reconocimientos puede ser meramente corpóreo, porque los rasgos faciales y el color de piel no equivalen a la figura de las piedras; sin incluir a la palabra y a los actos, hay que notar que desde la primera impresión no vemos meramente cuerpos en lo vivo.

El cuerpo no es lo vivo, sino el ser. No quiere decir, de hecho, que no veamos materia, lo cual es absurdo. Pero no vemos sino la materia del hombre o del gato. Nunca materia independiente. No materia viva, sino vida en la materia. La visión de un cadáver es ilustrativa. La huida de la respiración y la palpitación, la tez convertida en mármol son hermanas de la imposibilidad del movimiento que caracteriza a lo vivo. La vida termina en corrupción, pero ella misma no es el período extendido de la corrupción. Nada vivo se pudre sino hasta su muerte. Lo que queda no es ya ser vivo sino la materia sin sostén. Y eso ya no es persona. No sé si ahí hay experiencia de corporalidad, porque si argumentáramos que el cuerpo es lo vivo, el cadáver no podría ser cuerpo.

Carne es, comúnmente, el alimento y recubrimiento de lo vivo. Nos abrimos la carne, no la piel ni el músculo, y mana sangre. No es nada corpóreo. Por eso comulgar no es sacralizar la antropofagia. El deseo carnal se llama así porque el placer que persigue no se realiza sin la unión. La carne y la sangre son señas de una humanidad en que nos unimos. Humanidad en que lo divino se humilla para que se logre la comunión. La carne y la sangre, alimento y bebida, polos de la vida en la tierra en la misma sustancia. Sustancia perentoria, pero viva. Eso que nos hace perentorios no es impedimento, en la visión de la carne, para comulgar tan alto. La carne no puede ser metáfora de la corporalidad, sino su negación. Negación que no indica otra cosa sino lo presente en el cambio que es la vida: humanidad que está de paso. Carne presente en el amado y en nuestro ser. Carne que encierra el misterio del amor.

Tacitus

 

Eros y lo gay

Eros y lo gay

Hay quien dice que la homofobia es una especie de temor hacia lo desconocido. Eso sería cierto si el homoerotismo fuera una conducta meramente sexual. Sería cierto si, como dice ese gran porcentaje de nuestro homofóbico país, los gays fueran una excepción a la regla. Nótese que, al tiempo que hablamos de normalidad en la conducta sexual, no hablamos bien de la depravación que en ella puede haber. Nótese que nos indigna que los gays y los transexuales sean discriminados, y que las mujeres sean ultrajadas, pero que no sabemos decir en dónde está la anormalidad en el deseo sexual. En la sexualidad no existen anormalidades, a excepción de la disfunción eréctil y cosas parecidas.

Somos tan realistas, que pecamos de ingenuos. El deseo amoroso no puede ser explicado coherentemente por la teoría del sexo. Uno no se enamora siempre para tener descendencia. El hombre puede reproducirse, pero puede llegar a vivir bien sin ello. Por eso, la “normalidad en el placer” amoroso no es una explicación. El homoerotismo no es una disfuncionalidad biológica. El placer se da en el acto carnal de cualquier manera. En dado caso, el placer es una consecuencia evidente que nos nubla el acto amoroso, así como el deseo. No hay placer en ausencia del amado, y eso es lo importante. El deseo carnal es sólo una chispa en la brasa que el erotismo enciende en nosotros. Una chispa que puede no existir, sin que el amor por ello disminuya. La carne no es un nombre fantástico para hablar de esa experiencia desiderativa: en ella lo importante no son los sexos.

Si uno puede amar bien, entonces, la carnalidad está relacionada u opuesta con la bondad en el amor de manera distinta, y no según el criterio sexual. El homoerotismo no es una anormalidad, porque sigue siendo amor, tan natural como el amor “normal”. No hay alguna falla pedagógica que produzca amanerados, pues esa explicación supone que el hombre impetuoso, el machito, es la única y mejor posibilidad del ser del hombre. La naturalidad del amor va junto con la naturalidad del deseo. Uno no necesita explicaciones psicoanalíticas para la existencia de lo homoerótico, así como no puede explicar satisfactoriamente, de manera absolutamente racional, las razones por las cuales se enamora.

La reflexión sobre el homoerotismo nos enseña que lo normal es el amor. Si, en la experiencia del amor, la carnalidad es sucedánea, pero sólo como posibilidad, quiere decir que la unión entre sexos distintos es sólo un momento, un ejemplo de ello. Lo homoerótico no puede romper con la naturalidad, porque al amor, como he dicho, no lo define del todo la diferencia de género. Eros puede hacernos vislumbrar la belleza en lo finito, en lo pasajero; el gusto por las mujeres o los hombres no es algo aprendido. La unión entre hombre y mujer, así como entre hombre y hombre tiene modo de ser igualmente viciosa o virtuosa. Por eso la experiencia de la carne nos abre a incluir en ella a la homosexualidad, y no a excluirla.

Tacitus

Amor feliz

Amor feliz

Eros tiene una conexión obvia con el deseo. Es en esa conexión, creo, en donde la trampa romántica asienta todo su poder. También es en esa conexión, y lo creo todavía más, en donde uno tiene que comenzar a ver la diferencia entre la caridad, el deseo, el sexo y el amor, en sus distintas manifestaciones. Confío en no mentir si digo que uno puede indagar esas diferencias y relaciones en su propia experiencia del deseo. He aquí la encrucijada que intento mostrar: si la versión romántica del amor es cierta, aunque sea ligeramente cierta, siempre estamos en efusividad por lo bello. Siempre habrá hipocresía en los que saben apreciar un bello rostro y dicen no sentir nada por ello. El romanticismo es el hermoseo de la lujuria. La naturalidad de la pasión amorosa, que no el deseo carnal (pues no hay carne para quien habla de pasiones), por más destructiva que pueda llegar a ser, según esto, es la latencia obvia de Eros en la sangre, y su freno, que no su conducción, no es posible.

Cualquiera que haya experimentado el amor sabrá, si es que no me engaño, que el amor jamás se presenta como un hecho inexplicable, que el deseo puede ser intenso, quizás irreflexivo, pero nunca animal, por más común que sea; y la palabra “natural” es un peligro cuando uno quiere explicarse en cuestiones de amor. No quiero decir que la razón moderna tenga poder sobre él, digo que caemos en trampa común cuando hacemos a la razón enemigo, opositor normal del amor. Un enamorado puede dejar de lado las conveniencias de lo útil, no escatimar para mostrarse fidedigno, ver lo que otros no ven en lo que a nadie interesa, incluso caer en infidelidad, arrastrado por la carne. Un enamorado parece un loco. Sólo que no lo es.

El deseo carnal puede existir sin estar totalmente enamorado. Pero no estoy seguro de que pudiese existir sin que Eros se manifieste en él. Por eso uno puede interpretar el Cantar de los Cantares como espera para la entrega carnal. El amor en la caridad no es una traición de lo natural, y tampoco un grado al que se accede acrecentando el deseo terreno. El deseo carnal no tiene razón para ser hermoseado porque, aunque sea materia de pecado, no es terrible. La tentación, aun en la caridad, tiene cabido por el hecho de que ella no nos libra de lo perentorio que somos. Que sea natural no es justificación para ello, sólo estamos aceptando lo más superficial de él. La castidad tiene que provenir de la caridad, o de lo contrario sólo sería continencia. La continencia misma no es una lucha contra el cuerpo: es la evidente participación del conocimiento del pecado. La palabra de la debilidad lo ejemplifica mejor. Uno no se siente débil ante un enemigo en la oscuridad. Se habla de debilidad en tanto uno sabe que no tiene lo suficiente, en tanto que se ve enredado ya en la presencia del deseo, tentado, rozado con la caricia de un poder que se reconoce.

Cuando decimos que el cristianismo repudia e ignora la naturalidad de lo humano, estamos siendo injustos con la palabra humano. Lo único que estamos haciendo es malentender el amor. Si un cristiano evita el deseo carnal, no es porque desprecie su cuerpo: la caridad evita que la tentación sea cosa común también. Lo más alto es el amor a Dios. Y el amor al prójimo trata de evadir el que uno sea la causa del pecado de otro. El deseo carnal es pecado en tanto que uno está llamado a desear mejor. La fe sabe muy bien de la conexión entre Eros y la carne y no la niega ni la repudia: sería una falta al perdón. Uno puede vivir cómodamente en el placer de la carne, sin haberse enterado de su pecado; se dice que la fe es creer en lo invisible. El verdadero amor feliz perdona todo. Decir que uno ama por ser humano no es lo mismo que decir que en el amor no cabe pudor. Estamos engañados por creer que en el cuerpo hayamos el significado del encuentro amoroso.

Tacitus

Radiografía (inexacta) de un beso

“What’s in a kiss?

Have you ever wondered just what it is?

More perhaps than just a moment of bliss.

Tell me what’s in a kiss…”

Gilbert O’Sullivan

No es el mero acto de juntar nuestros labios presionándolos ligeramente unos contra otros lo que hace ser a un beso y quizá, al contrario de lo que muchos piensan, tampoco sea este su comienzo. El beso, me parece, comienza de más arriba, ahí donde se ubican los ojos: con una mirada para ser exactos; aquella mirada que se encuentra constantemente con esos labios que uno muere por besar.

Se cruzan entonces ambas miradas haciendo patente el deseo por besarse, instante que se torna en un momento mágico donde el tiempo deja de existir y el espacio infinito que hay entre ambos rostros se va difuminando hasta volverse un horizonte deliciosamente anhelado, mismo en el que se juntan los cuerpos para estrecharse en un abrazo inconcluso mas cálido.

El abrazo concluye cuando, estando los labios a punto de yacer en esa otra boca prometida, los párpados se cierran con dulzura, el pulso se acelera desbocado y un último suspiro profundo se inhala, aliento del que irremediablemente habrá de nacer nuestro beso.

Sin embargo, no es la íntima unión de los labios o de los cuerpos lo que lo dotará de vida sino el deseo de que el momento no se acabe nunca, el anhelo de querer permanecer atrapado ahí para siempre, la nostalgia de atesorar cada instante porque no se repetirá jamás y, sobre todo, la esperanza de que aquel beso deje su huella no sólo en la carne, sino también en el alma donde vivirá eternamente.

Hiro postal