Agria angustia

Caminaba junto con dos amigos un día apacible, con poca gente en la calle. Bajábamos por una larga y empinada avenida cuando fuimos alcanzados por un sujeto ajeno, de baja complexión y rostro serio. Su corto cabello y sus cicatrices en la cabeza sugerían que se trataba de un militar, un policía o un reo recién liberado. Mis amigos y yo decidimos aminorar el paso. El posible policía también lo hizo.

Hablábamos sobre nuestra visita reciente, compartíamos impresiones, palabras cotidianas. Sólo hablábamos; no hacíamos nada para llamar la atención. Decidimos caminar más a prisa y eludir a nuestro cuarto acompañante. Pero éste no quería ir solo y nos volvió a alcanzar. ¿Algo raro pasaba? Le compartí mis impresiones a mi amigo de la derecha, el más alto; le sugerí que tomáramos otra ruta. Él respondió que no había problema, que nada pasaría. Seguimos.

Mis presentimientos nunca se han caracterizado por ser precisos, regularmente son exagerados. Meditando en ello, he llegado a la conclusión de que a mi imaginación le encanta dar vuelcos, inventarse posibilidades poco probables hasta para un cuento. ¿Pero la exageración no es una condición que nunca se separa de la imaginación?, ¿dónde se puede deslindar imaginación y exageración?

Ya no resultaba exagerado: en nuestro tercer intento por separarnos del presunto asaltante, disminuyendo exageradamente nuestro paso, aquél pateo un bote y se entretuvo para alcanzarnos. En tácito acuerdo, mis amigos y yo caminamos hacia atrás, intentando alejarnos lo mejor que pudiéramos del lugar donde el hombre se había quedado jugando. Mi otro amigo, el que no era alto, me dijo que una calle después de dónde nos habíamos regresado, se encontraban dos sujetos esperando.

Mientras caminábamos y planeábamos otras rutas, mi cabeza se alejó. ¿Imaginamos todo en conjunto?, ¿mi amigo el alto quería regresarse o sólo se condujo por la inercia de sus otros dos acompañantes? Recapacita –me dije-, vives en un país donde hace poco mataron a dos alcaldes, donde un criminal o ex criminal pide perdón y otro político importante también lo pidió, ambos con intenciones poco claras. Vives donde parece que los problemas educativos se arreglan, pero no se discuten en las aulas. ¿Dónde vives?, ¿sabes con certeza dónde vives?

De regreso a casa me comuniqué con mis dos amigos para saber si en el camino hacia sus casas no habían sufrido algún percance. Ambos me contestaron que habían llegado íntegros; sólo con un miedo callado, un miedo débil, que de haber sido asaltados hubiera sido inmenso. A ambos les dije que nada había pasado. A cada uno le conté un par de chistes. Me despedí entre risas con cada uno. Ahora sé dónde vivo.

Yaddir