Liberación

Si algo nos muestran los lirios del campo y las aves del cielo, es que el mañana se preocupa por sí mismo, y que el hombre egoísta sólo en sí mismo piensa y por el mañana vive preocupado.

La cadena del mañana es muy larga, porque quita el sueño y alimenta al hambre: doblega a la cerviz y dirige la mirada hacia la tierra haciendo que nos olvidemos de las maravillas que hay en el cielo.

Recordar que hay cielo, es recordar que somos libres, que tenemos libre albedrío y que no por trabajar para conseguir el pan de cada día debemos preocuparnos por acumular más pan, pues el pan guardado  mañana estará duro o ya no servirá de nada.

Para recordarnos que hay un cielo vino el salvador y elevo nuestras miradas, primero en la cruz y luego hasta perderse entre las nubes una vez que ya había roto las cadenas del mañana.

Maigo.

La pérdida del juicio

¡Cuán dura cosa es decir cuál era

esta salvaje selva, áspera y fuerte

que me vuelve el temor al pensamiento!

Dante.

 

El progreso es un movimiento conformado por contradicciones, por un lado pretende facilitarnos la vida, haciéndola más cómoda y duradera; y por el otro consigue hacer de nuestras vidas un infierno al ponernos a trabajar en aras de lo que se necesita para progresar, lo que hace de una larga vida una maldición.

Los beneficios y los maleficios del progreso se notan con facilidad, basta con comparar cómo vivíamos antes y cómo lo hacemos ahora, y una vez hecha la comparación saldrá a la luz si éste es benéfico o no. Lo que no es tan notorio, o al menos no se ve con tanta facilidad es el criterio mediante el cual se ha de juzgar al progreso, quienes consideran que éste es bueno, lo hacen porque creen que lo mejor para el hombre es la seguridad de una larga vida llena de confort; por su parte, quienes ven en el juzgado algo maléfico para el hombre se fijan en lo que la seguridad de una larga vida y el confort hacen del mismo, señalando que las comodidades traídas por el progreso conllevan la conformación de hombres cada vez menos humanos, es decir, cada vez más sumergidos en la inacción que trae consigo el abandono de las pasiones y en la pasividad que trae consigo el abandono de la razón.

Decidir respecto a esta cuestión no es tan sencillo como parece serlo si consideramos que con una comparación basta, pues lo que muestran algunos como benéfico en el progreso le es propio al hombre como ser vivo, en tanto que éste buscará la manera de mantenerse con vida desde que llega a este mundo, y lo que señalan los otros como nocivo atiende al aspecto espiritual del hombre, en tanto que se ocupa de ver cómo es que lo material termina por disolver las pasiones y el pensamiento.

Si vemos con atención el problema de defender o juzgar al progreso radica en que los argumentos de defensores y críticos se concentran por lo general en un solo aspecto de lo que es el hombre, o bien se le consideran como un ser material o bien lo ven como un ser espiritual. Aunque bien pudiera ser el caso que sea las dos cosas al mismo tiempo, lo que también tendría que ser sustentado, en especial cuando tal unidad ya no parece aceptable fuera de la experiencia cotidiana, la cual tiene el problema de no ser muy confiable después de que la razón la juzgara como insuficiente.

Así pues, el juicio sobre las bondades o perjuicios del progreso requiere no sólo de nuestro conocimiento respecto a lo que sea el hombre, sino de la certeza que podamos tener sobre el conocimiento mismo.

El bosque en el que nos perdemos al tratar de ver qué es lo mejor para el hombre se va haciendo más oscuro, poco a poco se van perdiendo los rayos del sol y el horizonte se va junto con ellos.

Maigo.

Así en la tierra como en el cielo

“Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”

Aquel pueblo no era uno famoso, pocos lo conocían, especialmente los traileros del norte que iban y venían camino a Guadalajara, San Luis o Zacatecas. No era un pueblo mágico, aunque tenía bellas construcciones, casas e iglesias. Guardaba historias del siglo pasado, de la revolución y las guerras cristeras. No era conocido por su alta gastronomía, por sus deliciosas gorditas, papas locas, quesos,  tunas y otras maravillas. Aquel pueblo no era conocido siquiera por ser lugar de encuentro de miles, enormes y bellísimas estrellas. No había visto nacer a un santo, a un héroe, mucho menos a un presidente. Era un pueblo pequeño, mocho, sin cines, gimnasios, ni siquiera súper-mercados. Pueblo bicicletero. Pueblo olvidado de Dios. A pesar de haber sido algún día pacífico ahora estaba infectado del narco, de zetas y de corrupción. Pero así como casi todo estos días, aunque pocas, tenía bellezas que deslumbraban. Aunque poca, aquel pueblo tenía gente tan bella que brillaba así como esas estrellas. Había visto nacer, crecer y morir muchas millones de flores, de vidas y velas. De aquel raquítico pedazo de pueblo era la vieja Chayito. Nacida hace quién sabe cuánto.Huérfana y adoptada por los tíos más ricos, creció empapada de la religión, la Biblia y la vida de Nuestro Salvador. Se educó –como todas las mujeres en ese pueblo perdido- para encontrar marido, y lo encontró. Amó pero no fue amada; después de su tercer hijo, descubrió, señalada por todo el pueblo y llena de pena escarlata, que su esposo tenía una y más amantes. Nunca se divorció (iba en contra de los designios de Dios), nunca dejó de amarlo (iba en contra de los de su corazón). Heredó lo que su tío y padre le dejó: grandes pedazos de tierra, relojes y joyas mejores, y una casa de esas viejísimas de la Revolución. Casa que se volvió su hogar, el de sus hijos, sus nietos y unos cuantos más. Casa que aprendió después de mucho a defender con uñas y dientes. Aprendió también y con dolor, que no todos iban por el mundo buscando hacer el bien al por mayor. Perdonó robos de enemigos, amigos, tíos y a sus mismos hijos. Amó como pocas hijas, esposas y madres. Comprendió, después de tanto dolor y llanto, que su único hijo varón podía ser homosexual y no ser una barbaridad.  Aprendió a valerse por ella misma, vendía productos de Avon y también de Stanhome. Vivió para contar la historia de la balacera entre narcos, federales y zetas justo afuera de su residencia. Al paso de los años el brillo de su rostro tal vez no era el mismo, pero después de tanto, de tener mucho y luego no tanto, de ser abandonada, engañada y sospecho hasta golpeada, Chayito en el fondo seguía siendo la misma. Seguía yendo a misa domingo a domingo. Mañana, tarde y noche rezaba y pedía, nunca por ella, siempre por sus seres queridos y no tan queridos. Pedía por su pueblo, su México y el mundo entero. Poco o mucho, todo lo que fuera de ella, lo ofrecía a aquél que se le ofreciera. Su dinero, sus cosas, sus deliciosas gorditas, su tiempo, su ayuda, toda ella. Le dolía no poder o saber ayudar, le dolía más que no aceptaran la poca ayuda que podía dar. No sabía nada de gramática, astronomía o matemática. No hablaba otros idiomas, no leía poemas ni entendía elocuentes frases ni rimas. Pero Chayito después de mucho, como pocos, seguía creyendo en la gente y también en Dios. No dudaba del bien escondido en aquel pueblo que ahora ardía en medio de dolor. Chayito, después de tanto con sonrisas o con llanto, cada noche seguía volteando al cielo a admirar las estrellas sin saber que ella era una de ellas.  Ella, como pocos o nadie, quiso alcanzar y ser como la Gracia de nuestro Padre… Es bueno voltear al cielo de vez en cuando, aunque haya nubes, aún se hallan bellezas y encantos. Estos días así como en el cielo, en la tierra también se encuentran estrellas.

PARA APUNTARLE BIEN: Esto es de Afonsina Storni. Gracias, Námaste Heptákis por presentármela.

DOLOR

Quisiera esta tarde divina de octubre 

pasear por la orilla lejana del mar; 

que la arena de oro, y las aguas verdes, 

y los cielos puros me vieran pasar.

 

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, 

como una romana, para concordar 

con las grandes olas, y las rocas muertas 

y las anchas playas que ciñen el mar.

 

Con el paso lento, y los ojos fríos 

y la boca muda, dejarme llevar; 

ver cómo se rompen las olas azules 

contra los granitos y no parpadear; 

ver cómo las aves rapaces se comen 

los peces pequeños y no despertar; 

pensar que pudieran las frágiles barcas 

hundirse en las aguas y no suspirar; 

ver que se adelanta, la garganta al aire, 

el hombre más bello, no desear amar… 

 

Perder la mirada, distraídamente, 

perderla y que nunca la vuelva a encontrar: 

y, figura erguida, entre cielo y playa, 

sentirme el olvido perenne del mar.

 

MISERERES: Hoy cumple años el papá de Mafalda. Ayer en el Reforma se publicó algo de EPN. Miren: http://laprimeraplana.com.mx/elecciones-2012/el-comienzo-del-cambio-enrique-pena-nieto/. Otro artículo (triste para mí ) fue el de Juan Enríquez Cabot titulado ¿Esperanza Tec? Dice que “ser elitista en educación funciona…. Hay que saber, a fin de cuentas quién es lo mejor de lo mejor, en quiénes hay que invertir. Esta es la gente que construye nuevas compañías, ciudades, países…Si México quiere crecer, requiere acuartelar mentes y dedicarlas al crecimiento tecnológico-económico”. Mírenlo, la página del PRD lo publica: http://agendapoliticanacional.infp.prd.org.mx/resumen.php?articulo_id=184959 

Los heraldos del cielo

How many times must a man look up

before he can see the sky?

Bob Dylan

Hay golpes en la vida tan fuertes que te hacen ver las estrellas. Y no me refiero a la alegoría del golpe como causante de estrellas alrededor de nuestra cabeza. Me refiero al hecho de abrir los ojos, dejarse de pendejadas y observar el cielo estrellado. Sentimos los golpes de la vida, su furia, como si fueran castigos que enceguecen nuestro andar. Que nos derrotan. Pero lo cierto es que cada golpe es una muestra de lo mal que andamos el camino, de lo erróneo de nuestros pensamientos, de lo endeble de nuestros asideros. Recibimos el impacto y podemos ver en él un castigo o un premio –o como diría algún viejo sabio oriental “ni lo uno ni lo otro”. Recibimos el impacto y alzamos la cabeza en la oscuridad de nuestra noche para maldecir, totalmente enceguecidos, y en lugar de ver las estrellas nos retorcemos de dolor en el agujero de nuestra conmiseración. Pero hay golpes tan fuertes –y de una misericordia tal- que nos obligan a  voltear al cielo y abrir los ojos. Simplemente eso. Abrir los ojos para descubrir que lo hemos hecho todo mal, pero sabiendo que por muy mal que lo sigamos haciendo al final tan solo quedarán las estrellas, aunque ya no haya ojos que las observen.

Gazmogno