Los santos de los últimos segundos

Pues resulta que les iba a contar un cuento acerca del fin del mundo, pero la ciencia se me adelantó en la semana.

Y mientras andaba yo bien perdido pensando en la inmortalidad del cangrejo, vine a enterarme que ahora son los mormones los que controlan la ciencia actual. En fin.

Lo malo es que, a diferencia de mi cuento, terminaron por contar un chiste que pues ni risa da, pero tampoco espanta (ni destruye al mundo, pa acabarla de chingar).

Anunciaron en una de esas mamadas de líderes mundiales preocupados por destruir el mundo con su súper fuerza de la imaginación, que el «reloj del apocalipsis» ya marcaba 120 segundos para el fin del mundo. La extinción total y verdadera del ser humano, la erradicación de toda la vida en todo el cosmos.

Y bueno, pues resulta que eso lo anunciaron los científicos más serios y más afamados del mundo (porque allí hay puros chingones famosos como la niñita prostituta esa que hace corajes, ¿no?). Lo malo, yo creo que se les olvidó con tanto bombo y platillo, es que la ciencia no señaló cuándo comenzar el conteo regresivo. Porque pues ya pasó al menos media semana, y el mundo, sigue igual de culero como lo encontré cuando nací.

El Poder de la Mente y el Desarrollo Holístico

por el Docto Geovanni Castillo

Hace aproximadamente unos 325 billones de años, el universo estaba compactado en una gran esfera material. En ella, se encontraba la más prístina quintaesencia de todo lo que es y de todo lo que estaba por llegar a ser. Un buen día todo cambió, y toda la energía concentrada en el centro del universo hizo salir disparada toda la materia concentrada hacia todas las direcciones habidas y por haber. A esta situación, todos la conocemos como el Big Bang, o la gran explosión. Ahora, esto no es nada nuevo, de hecho, es tan viejo como la vida misma, como el ser o el existir, que son dos cosas distintas entre ellas pero necesarias la una para la realización de la otra. De la misma manera, la materia es necesaria para que exista el mundo, los pensamientos y por ende… la felicidad.

Si no somos, no podemos existir, eso es algo más que evidente. Así que es este punto inicial, en el que la existencia y el ser se conformaron en uno mismo. Todas las cosas gigantescas. ¿Sabían que la superficie de Júpiter es de 61,42 miles de millones km²? Bueno, ahora que lo saben, quiero que se esfuercen en hacer el ejercicio de imaginar objetos mucho más grandes. Porque, a lo mejor no lo saben, pero el Sol es mucho más grande que Júpiter, y aquél es una estrella mediana, dentro de las que podemos observar desde aquí. Intenten imaginar por un momento el tamaño de lo que nosotros llamamos el espacio exterior, mismo que contiene toda la materia que explotó en el Big Bang y que se creó a partir de éste. El Ser, fue lo que terminó por dar forma al espacio exterior, y todo lo que cabe en él. Los invito de nuevo a hacer el esfuerzo por imaginar, toda la materia posible de la existencia. Desde el átomo más pequeño de entre todos los átomos, hasta la estrella más brillante y magnánima que ilumina a todos sus errantes vecinos. Toda la materia posible.

Si lo están haciendo bien, no tendrán que esforzarse mucho para llegar a maravillarse con la idea. Verán, somos pequeñitos, somos unidades de materia, conjuntos perfectos de átomos que funcionan de manera tal que podemos percibir nuestro entorno, experimentar, pensar y comprender. Pero sobre todo vivir. Vivir. Les voy a contar una de las cosas que se cuenta del gran pensador sociólogo Max Weber. Durante su larga vida asistió a muchos funerales, pero siempre llegaba tarde. Incluso, en una ocasión él tenía que dar el elogio fúnebre, ¡y llegó tarde! Cuando le preguntaron por qué llegaba siempre tarde a los funerales, él contestó “porque para los muertos, la tardanza no significa nada”. Piénsenlo. Es gracias a esta combinación fantástica y prácticamente imposible de átomos que el Ser pudo poner en marcha con esta primera explosión, toda la existencia, y el futuro. Es gracias a este primer estallido de vida, que están ustedes sentados aquí en este momento, y estarán en donde quiera que se encuentren dentro de un par de años o de décadas. La vida, ya lo demuestra la biología, no es otra cosa que una combinación perfecta de varias secuencias de movimientos de la materia primígena que nos conforma. Dicho de otra manera, la vida, se da de maneras distintas dependiendo la combinación de nuestros átomos, es por ello que hay seres humanos, perritos, gatitos, y gatotes como los leopardos. A esta secuencia la hemos descubierto gracias a los avances de la ciencia, y se le da el nombre del genoma. Que no es otra cosa que la estructura y composición de nuestro ADN. Es el mapa original de cómo debe estar conformada nuestra materia para que nosotros seamos tal y como somos. ¿Saben qué decía el descubridor del ADN? “La gente dice que los científicos jugamos a ser Dios. Yo respondo: pues si no somos nosotros lo científicos, ¡¿quién más lo va a hacer?!”. Por supuesto, si esta configuración se mueve aunque sea un poquitito, el resultado del ser vivo, es otro. ¿Sabían que el ADN del ser humano se parece en un ochenta por ciento al de un plátano? Esto, tiene mucho sentido si lo piensan. No porque parezcamos plátanos, sino porque tanto el plátano como nosotros tenemos la misma materia primordial de la que está conformado todo el universo existente y por existir. ¿Cuál es la diferencia? Una pequeña variación en la composición o el ritmo de las combinaciones de nuestros átomos. Nada más y nada menos.

Los animales, son seres vivos, de ello no tenemos la más mínima duda así como también son los árboles y las plantas y las flores y los frutos. Siguen el ciclo de la vida que la ciencia ha descubierto: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Nada más y nada menos. Lo mismo hacen las culturas y las civilizaciones. Pretendo llamar su atención, y esto es por la importancia que conlleva esta situación, a los pequeños cambios que se dan en el código genético que tienen las personas. Si bien las bananas tienen una similitud del 50% al código genético de los seres humanos, es muy sencillo darse cuenta que entre una persona nacida en España y una persona nacida en Escocia, la diferencia es micronesimal. Esto, viene a demostrar varias ideas que han ido proliferando en la actualidad. Como la igualdad de derechos entre los hombres, la globalización, y el libre mercado. Las diferencias entre nosotros (entre nuestra materia original) es muy pequeña, ¿por qué debería cambiar tanto las costumbres, los modos de gobernarnos o los derechos? Pueden darse cuenta de por qué estas ideas no podían nacer antes de que la ciencia nos enseñara la esencia de nuestro modo de ser.

Ahora que sabemos que hay diferentes modos de vida, ya no nos impactamos, de algún modo ya lo sabíamos sólo que no lo habíamos entendido. A estas alturas de la humanidad ya nadie se sorprende de que una mosca vuele y que al mismo tiempo esta mosca sea un ser vivo, aunque sea mucho más pequeña que nosotros, y de la misma manera tenga una composición distinta de todos sus átomos y de su materia (o dicho de otra manera, tenga un cuerpo distinto al nuestro). A nadie le sorprende, que los seres vivos tengan cuerpos distintos entre sí. Así como los perritos que son de distinta razas, los chihuahueños y los xoloscuintles no se parecen entre sí, sin embargo, ambos son perros, y ambos, a su vez, son seres vivos. El cuerpo no es un factor determinante a la hora de aceptar un ente como ser vivo. ¿Por qué? Sencillo, porque sabemos que todo cuerpo está hecho de materia primordial configurada de tal o cuál manera. Si no nos sorprende que una hormiga, una pulga o incluso una bacteria, virus o estreptococo, sea un ser vivo, ¿por qué habría de sorprendernos pensarlo al revés? Es decir, que haya vida de tamaños mucho más grandes. Por ejemplo, los dinosaurios. Sí, es cierto que ya se extinguieron, o eso se cree, aunque hay algunas corrientes que afirman su existencia en el fondo del océano. De cualquier manera, todos sabemos que los dinosaurios eran seres vivos gigantescos, del tamaño de rascacielos. Y esto no sorprende a nadie. De la misma manera, podemos darnos cuenta de que los árboles, son inmensos, hay algunos en el corazón del Amazonas, que han sido medidos por helicópteros y llegan a alcanzar hasta 80 o más metros de altura. Si alguien dijera, en la actualidad que el tamaño importa para saber si algo es un ser vivo o no, todos nos burlaríamos de él, porque a final de cuentas lo que importa es su composición material. Es decir, el modo en el que se conforman sus átomos. Así mismo, no veo ningún problema con pensar un poco más en grande. ¡Imagínense a niveles gigantescos como los de los planetas!

Recordemos de nuevo a Max Weber: pensemos mucho más allá. Como él solía decir, “los especialistas sin espíritu, los sensualistas sin corazón, son una nulidad que imagina que ya llegó a un nivel de civilización nunca antes alcanzado”. Yo los invito a que recuperemos el espíritu, el corazón, y vayamos mucho más allá. Salgamos de la caja, como se acostumbra decir hoy en día, liberémonos de nuestros pensamientos tradicionales, de nuestros prejuicios, de lo que nos enseñaron en la primaria y bachillerato. Comencemos a tratar a nuestro planeta como lo que es, un ser vivo que nos estamos acabando día con día. Es nuestro deber darnos cuenta que lo estamos llevando poco a poco a la destrucción, como si fuésemos una suerte de microorganismos nocivos. A lo mejor les puede parecer un poco gracioso, pensarnos como microorganismos, pero a final de cuentas eso es lo que somos comparados con el tamaño que tiene Júpiter, el sistema solar, la galaxia o el cosmos. ¿Por qué sería ridículo pensarlos como seres vivos?

Como les decía hace unos momentos. Toda la materia estaba concentrada en la esfera original. En ella, no importaba la conformación atómica, ni el ritmo, ni el exceso o las carencias que después vendrían a formar los cuerpos y los seres vivos. Es decir, toda la materia que ahora flota por el espacio exterior (incluido el mismísimo espacio), por el cosmos infinito, era una sola. Como la vida, que no se da dos veces. Como las mejores cosas en la vida. Los invito a pensar esto por unos minutos, quiero que se den cuenta de que todos ustedes y yo, estábamos allí en el mismo lugar, confundidos, co fundidos y compartíamos la misma materia que sus nietos por venir y que los dinosaurios, las abejas, las hormigas, los árboles, los ríos, los mares, los planetas, las estrellas, los hoyos negros… y ¿saben qué más? la justicia, los derechos, los sentimientos, el amor. Todo era uno solo y éste comprendía todas las almas, los pensamientos, las creencias y la ideas; porque ¿qué es la mente o los pensamientos, sino micro descargas eléctricas pasando en cierta frecuencia a través de cierta configuración determinada de materia? Lo que quiero decir con esto, es que todas las configuraciones posibles y toda la electricidad, y toda la energía posible estaba concentrada en esta materia originaria. ¿¡Cómo no iba a explotar con tanta cosa allí metida!?

Quiero crear consciencia el día de hoy en ustedes, consciencia sobre ustedes y sobre este mar inmenso que es la existencia en la que tan descuidadamente habitamos día con día. Quiero, por principio que se fijen en una ley científica aceptada desde hace ya varios cientos de años y que ninguno de nosotros ponemos en tela de juicio. La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Sencillo, ¿no? Todos lo hemos visto, todos lo podemos probar en cualquier momento que se nos antoje. Por ejemplo, si prendemos fuego a un cabello nuestro, la materia que lo conforma se tornará algo distinto. Ese cabello, no dejó de ser, se transformó. ¿Cómo sabemos eso? Sencillo, nuestros sentidos siguen captando lo que quedó de su esencia, y nuestra memoria lo que quedó de su ser. Lo mismo sucede con el entorno en el que viven día con día, agreguen un poco de calor, y el aire no será tan sencillo de respirar, o agreguen un poco de frío y éste hará dolorosa la labor cotidiana del respirar, cambien una actitud con uno de sus amigos, y todo el ambiente se sentirá diferente. Todo en la naturaleza es mutable, y puede ser transformado si se le aplica el estímulo correcto. Voy a insistir, no quiero que se me pierdan en el camino. La materia primera, esta esfera gigantesca en la que estaba concentrado todo (amor, odio, felicidad, hambre, gozo, salud y enfermedad) se transformó. Se movió, dejó de ser La Unidad del todo y comenzó a ser su multiplicidad. Pero, esto, no hizo que la esencia se cambiara. Un cabello, por ejemplo, mantiene su esencia incluso si se le quema. Y éste es un aroma muy particular, varios de ustedes seguro lo conocen. Es por eso que a los perfumes se les conoce también como esencia. Porque mantienen la esencia de las cosas.

Una vez que he insistido tanto en esta materia primera, y que los he guiado por el difícil proceso de cobrar consciencia sobre lo cotidiano, sólo me resta mostrarles para qué sirve este conocimiento. Porque conocimiento que no sirve, es conocimiento muerto, inútil. Hay que ponerlo en práctica, hay que hacer que nos beneficie. Si han seguido con atención mi discurso, podrán darse cuenta de que todo lo que estaba contenido en la esfera primordial, es, en primer lugar, parte de lo mismo, y en segundo, es susceptible a la transformación. Es decir, lo podemos cambiar por otra cosa, podemos moldear su materia, extraer su esencia y realizar un producto que satisfaga una necesidad o una carencia. La ciencia es un bendición que ha traído al hombre el poder de la transformación, y nada necesitamos más desesperadamente en nuestro país al día de hoy, que una transformación cultural. Necesitamos usar el poder del pensamiento para aprovechar al máximo las ciencias sociales. El poder de hacer con la materia humana algo provechoso está a nuestro alcance. ¿Qué mayor provecho que utilizar nuestra materia para ser felices?

Antes de abordar el tema, voy a hacer un poco de hincapié en esta situación. Podríamos pensar, “bueno, ¿de dónde sacamos la felicidad, o de dónde vienen los sentimientos?”. La respuesta es que vienen de esta esfera primordial. Allí estaba, como ya dije, contenido el todo. Luego entonces podemos tener acceso a la felicidad, a la tristeza, a todos los pensamientos o ideas o creaciones habidas y por haber. Porque nosotros estamos hechos de la misma materia que el Todo. Esto demuestra que no hay límite para el ser humano, más que el límite de su imaginación. La cárcel al rededor del libre pensamiento, que nos impide crecer, expandirnos y ser tan grandes como el universo mismo, la construimos nosotros. En veinte años el ser humano mira hacia cielo mayor porcentaje de tiempo que cualquier otro ser vivo durante toda su vida. ¿Creen que esto sea coincidencia? Llevar nuestra consciencia a un nivel extra corporal. ¡Ojo!, no “extra material”, porque todos estamos hechos de la misma materia, pero con distinta configuración. Nuestra consciencia es parte, además, de la gran consciencia que estaba involucrada en la esfera primordial, por lo que nos permite explicar el porqué la materia está llena de vida. Toda la materia no es un pedazo de masa flotante, inerte, carente de propósito y de destino. No, si la materia fuera así, nosotros no podríamos conocerla, estaríamos flotando como ella sin tener consciencia de nada. Es justo porque toda la materia participó de la consciencia absoluta, que nos es posible a nosotros conocerla y a ella conocernos a nosotros. ¿Cómo se logra esto? Es mucho más sencillo de lo que suena. De veras: sólo debemos entonar el ritmo de nuestra consciencia con el que posee el resto de la materia a través de nuestras energías vitales (nuestros sentidos y percepciones extrasensoriales).

La materia y las emociones, están íntimamente ligadas, se necesitan una a otra como el vaso al agua. Una permea la forma de la otra, mientras que esta última le da la posibilidad de transformarse para seguir creciendo. Ya que sabemos que las emociones y la materia son parte de la misma cosa, entonces podemos darnos cuenta de que éstas son susceptibles también a la transformación. Es decir, nos es posible, una vez concientizados de esto, transformar la ira en amor, el rencor en perdón, la tristeza en jovial alegría, la corrupción en democracia verdadera y la amargura en felicidad. No hay imposible para el ser humano, ¡no hay límite una vez que ha vencido la barrera de sus propios temores!, una vez que ha cobrado consciencia de que se puede crecer más allá de nuestro cuerpo e integrarnos a este Ser que constituye el cosmos y todo lo que habita en él, porque estamos hechos, a final de cuentas, de la misma materia.

Por supuesto hay una pequeña condición para que esto suceda. Es nuestro deber cuidar la vida. No solo la nuestra, sino la del frágil ecosistema que estamos destruyendo. En alguna ocasión participé de una ponencia en la que una de las expositores, lanzaba la pregunta al público acerca de cómo era posible terminar con el virus causante del Síndrome del Inmunodeficiencia Adquirida. Por si no lo saben, es el SIDA. Y un audaz chico, poco más joven que ustedes, proponía que lo que se debía hacer para terminar con este virus, era aniquilar al organismo anfitrión. Es decir, terminar con la vida de la persona infectada. Así nosotros, como el SIDA, estamos terminando con la vida del planeta que nos da la posibilidad de ser quienes somos. Necesitamos, en primer lugar, mantener en buen estado nuestro ambiente. Es mucho más sencillo que te enfermes si vives en condiciones insalubres a que consigas una enfermedad si habitas en un lugar higiénico. ¿Sí sabían que es más sencillo contagiarte de algo dentro de un hospital? Porque ahí, están encerrados todos los microorganismos causantes de enfermedades.

Si empezamos a cambiar nuestros hábitos, podemos hacer un cambio gigantesco a nivel global. Solo debemos aportar nuestro granito de arena. Recuerden que la tormenta más estruendosa y destructiva está conformada de una multiplicidad de insignificantes gotas. Una vez que comenzamos a poner en orden nuestro planeta, podemos ir yendo de mayor a menor, mejorando la limpieza de nuestra ciudad, comenzando por nuestra colonia, separando la basura y haciendo el reciclaje un trabajo más ameno. Terminando, pues, por poner en orden nuestra habitación, nuestro hogar, nuestra cocina y nuestro baño. Y finalmente, limpiaremos las acciones de nuestros servidores públicos. Porque recuerden que están al servicio de nosotros. Todo debe estar completamente salubre de manera que podamos mantenernos saludables el mayor tiempo posible. ¿Sí ven por qué? La razón es sencilla. La causa principal de que la felicidad entre en nuestras vidas, no es otra cosa que la salud. Nada en el mundo es feliz estando enfermo, ni siquiera nuestro planeta Tierra.

¿Saben cómo le dicen a la madre Tierra en Rusia, padre Tierra. ¿Y cómo vamos a conectar nuestra consciencia con una mayor, con una del tamaño del planeta o de nuestro sistema solar, si nuestro primer obstáculo es justo la salud del planeta? Nuestra misión es cuidar de nuestro cuerpo. Cuidar de nuestra materia. Ya lo dicen los antiguos griegos, y los versados en el tema conocerán la máxima Olímpica de “mente sana en cuerpo sano”. Esto no es gratuito, no podemos ser felices, si tenemos un cuerpo enfermizo, si nuestra materia está decayendo, corrompiéndose y transformándose en algo que promueve las energías negativas del cosmos. No podemos estar sanos si comemos alimentos transgénicos, alterados, artificialmente manipulados por técnicas que no respetan el regalo de vida de nuestra madre Tierra. ¿Sabían que las personas que llevan una mala alimentación son más propensas a estar enojadas o deprimidas? ¿Por qué? Sencillo, el cuerpo necesita matenerse estable, sano y con los nutrientes necesarios para poder crecer en la mejor de las maneras. Esto es un hecho que las grandes corporaciones pasan por alto a la hora de posicionar sus productos nocivos en el mercado internacional, que la industria de manera egoísta olvida, que la ciencia con su hambre de dominio obvia arrollando nuestra conexión con el ser absoluto. La mejor manera de crecer es aquella que le permite a uno ser fuerte, engendrar a niños con suficientes anticuerpos, aquella que le permite respirar, oxigenar cada célula de su ser, de manera que todas ellas puedan funcionar siendo la mejor versión de ellas mismas. ¿Alguna vez les ha faltado el aire o se han desmayado? ¿Han intentado tener una idea o pensar mientras están teniendo problemas para respirar? Se podrán dar cuenta de que la falta de oxigenación impide que las ideas afloren. El cuerpo, nuestra materia sabia como la misma Naturaleza prioriza la supervivencia a otras tareas menos útiles en ese momento. De nada nos sirve comprender el teorema de Pitágoras cuando estamos a punto de quedarnos sin oxígeno. Nuestra materia, sabia, actúa de inmediato y busca la salud, nuestra mejor configuración de manera tal que la vida siga creciendo, cultivándose dentro de nuestro cuerpo. Los exhorto a comportarse como la materia, a no quedarse solamente en la mediocridad, a ser pura acción pensante, a adoptar en nuestra propia piel la sabiduría que traemos desde el Big Bang. Somos seres de acción, seres activos, seres diseñados para trabajar, para mantenernos en constante perfectibilidad. Para hacer crecer nuestra sociedad bajo leyes justas, bajo un trato igualitario, con las mismas oportunidades de desarrollo para todos, porque a final de cuentas todos estamos hechos de la misma materia estelar.

A estas alturas podemos darnos cuenta de por qué no se puede ser feliz si no gozamos de salud. Y que la verdadera felicidad reside en el buen cuidado de nuestra materia y de la que nos rodea. ¿Qué hay que hacer? Comer bien, descansar bien, cuidar nuestro cuerpo porque es allí donde reside nuestra alma, nuestro espíritu, nuestras ideas y nuestras memorias. Es nuestro cuerpo el que debe buscarse expandir, crecer, sano, fuerte, de manera tal que pueda oponer la mayor resistencia a los obstáculos, a la enfermedad, o a la muerte. Nada vive tanto tiempo como las estrellas. Debemos aprender de ellas. Progresar con brillo propio, marcar la diferencia, ser una guía para los que vienen detrás, perdidos en este mar de injusticia, pero que nos necesitan. Debemos retomar consciencia de aquél divino primer momento de existencia, donde todos éramos uno y donde participábamos de todo el amor y la felicidad del universo. Necesitamos dejarnos llevar por nuestra verdadera naturaleza humana, y hacer crecer nuestra materia, reproduciéndonos, construyendo músculos, huesos fuertes, enlaces neuronales sólidos y pulmones limpios; la mejor manera de vivir y de ser felices, consiste en cuidar nuestra salud, y por ende nuestra supervivencia a toda costa.

FIN… FIN… FIN.

Sobre la imprudencia al hablar de la política

Decía Michel de Montaigne “La impostura tiene su verdadero objeto en las cosas desconocidas”. La frase se podría aplicar al ámbito político, pues poco se puede saber de una decisión política importante si no entendemos las consecuencias, el por qué se hace en determinado momento, a quiénes les beneficia y a quiénes les perjudica. Aunque en buena parte de los casos sí se pueden conocer las motivaciones de los principales actores políticos, como cuando reaccionan los rivales de quienes toman la decisión. También podría aplicarse a cualquier área del conocimiento cuya complejidad impida que la mayoría de las personas la entiendan con claridad, como es el caso de las investigaciones científicas. Es complicado saber qué tan perjudiciales podrían ser los organismos genéticamente modificables si no entendemos qué le hacen a los alimentos cuando afirman que los modifican. El ensayista francés usa la frase para explicar la falta de prudencia de quienes le atribuyen designios divinos a las victorias o derrotas de los ejércitos. Al igual que puede dársele un uso político a la religión, también se le puede dar el mismo uso a la ciencia, pues en un caso el conocimiento es de difícil acceso y en el otro es restringido. En el caso de las decisiones políticas quizá no aplique el mismo nivel de impostura, pues son más cercanas a nuestra reflexión cotidiana y de alguna manera estamos acostumbrados a actuar políticamente. Pero podría haber mayor problema para llegar a entender las intenciones de la decisión, pues más personas podrían creer que saben la verdad inamovible sobre qué político es mejor que otro. Al cundir la variedad de opiniones, cunde la confusión. Aunque también cunde la confusión cuando no se entiende de lo que se habla, como en el referido ejemplo de los organismos genéticamente modificados, pues si el asunto es polémico y tiene varias explicaciones, se pueden suscitar discusiones que rayan más en los pleitos que apenas se podrían considerar políticos que en los análisis científicos. Si la ciencia puede ser polémica, mucho más lo es la divinidad. Esto no lleva a Montaigne a disuadir de su reflexión, sino a tomarla con más cuidado y a darle la importancia que merece, pues, al fin y al cabo, su influencia en la acción humana es mayor que la proporcionada por la ciencia o la política.

Yaddir

Plana ciencia

Ilustrados mucho o poco, solemos pensar que es provechoso para la sociedad que se divulgue la ciencia. En realidad, la información científica divulgada es impactantemente menor a los resultados de las muchísimas investigaciones patrocinadas por gobiernos y concejos universitarios en todo el mundo. Pero desconozcamos ese detalle provisionalmente por la suma complicación de su naturaleza. Será más fácil enfocarnos en esa idea que nos es tan cómoda, tan común, tan suave para nuestro pensamiento como que algo pesado es jalado por la Tierra, de que es provechoso para la sociedad divulgar la ciencia. La causa es muy sencilla: conocer la verdad de las cosas de este mundo nos surte de bienes. De éstos, los que más frecuentemente se ofrecen a la vista son los más útiles (cosa que se entiende porque son los más vistosos); con los que se explica, por ejemplo, que es gracias a nuestro conocimiento de las magnitudes físicas de los materiales que somos capaces de construir puentes kilométricos, o que el conocimiento de los pormenores eléctricos de los órganos humanos nos permite idear soluciones, producidas en masa, que regulan su funcionamiento en casos de enfermedades. Por la difusión de los descubrimientos psicológicos es más probable que halle comprensión un autista y gracias a la ciencia política no toleraríamos nunca más vivir bajo regímenes tiránicos u oligárquicos.

Otra idea, menos difundida aunque no por mucho, es que la ciencia requiere para su realización un ánimo desafiante, un arrojo marcado por la duda antes que la asunción irreflexiva y la apertura al descubrimiento, un ímpetu difícilmente contenido por la ortodoxia o impedido por el conformismo –que no es otra cosa que una corrosión del carácter provocada por esa ortodoxia–. Si tienen oportunidad, hablen con algún científico al respecto. Lo más probable es que les diga que esa imagen es bastante fantasiosa y que el trabajo científico es mucha más rutina, grilla y burocracia de la que uno primero sospecharía; pero aunque ésta sea una importante observación, podemos dejarla al margen mientras consideramos que el paradigma de hombre de ciencia que se nos presenta desde que somos pequeños se parece mucho más a esa fantasía. Nos enseñan a admirar a Galileo prefiriendo la verdad a la propia vida, a Newton descubriendo la llave del universo que permaneció escondida por milenios o a Einstein desafiando las convenciones gravitacionales en contra incluso de antiguos gigantes astrónomos.

Hay una tensión entre estas dos ideas. Cuando la divulgación de la ciencia se realizara por entero, todas las personas por igual aceptarían y aprenderían todo lo que hay por saber tal como es. Se lograría educar en el terminado y comprehensivo dogma de la verdad universal. Pero al mismo tiempo, el ánimo científico estaría eternamente desafiando el dogma simplemente por ser ortodoxo, sin atender si es o no verdadero, y jamás la gente educada para desplegar tal ímpetu podría aprender lo que la ciencia divulga. Esta contradicción frente a la ciencia resuelve a momentos la tensión devaluando alguna de las dos convicciones o ambas. Por ejemplo, pensemos que la mayoría de las veces la ciencia no se enseña en realidad, sino que más bien se ayuda de imágenes inexactas para persuadir a personas neófitas de asentir ante modelos, conceptos o sistemas que se quieren divulgar. Es decir, se vulgariza la ciencia. Es mucho más fácil concebir distancias en un planisferio representándolas como líneas rectas, aunque no sean así exactamente, que haciendo cálculos de curvas sobre secciones de esfera u ovoide. El resultado no es el conocimiento de la verdad sobre alguna parte de la totalidad universal, sino la aceptación pública de cierta doctrina. Pensando en el otro lado, se educa con el discurso de la belleza del espíritu desafiante, pero al mismo tiempo se caricaturizan algunas doctrinas de manera que se tiene algo para desafiar incluso cuando no se cuenta con muchas ganas de meterse en verdaderos problemas. A los ojos de la opinión común sólo hace falta decir que «la religión no es sino colección de supercherías primitivas» para ponerse la camiseta del equipo de la ciencia. Y celebramos con razón que por decirlo nos echen porras y no piedras. Estos dos suavizantes ‒el de la divulgación y el de la infatuación científicas‒ no solamente alivian la tensión, sino que forman una dinámica perfectamente comprensible y cómoda, hasta lógica, en la que parecería que nunca existió ninguna contradicción. Así, la gente de a pie podemos asentir al proyecto de educar a la humanidad siempre que desafiar tal o cual añeja norma nos rinda los beneficios útiles y vistosos que estamos esperando de nuestra ilustrada civilización. Somos valientes que ponen en duda toda convención… o eso nos dicen y no tenemos por qué ponerlo en duda. Al asentir a lo dicho por los expertos nos convertimos automáticamente en expertos nosotros mismos, ¡y sin haber quemado ni una sola pestaña! Incluso para el autoestima es una ganga: somos parte fundamental del mejor y más benéfico cambio que ha sufrido el mundo humano jamás y lo único que tuvimos que hacer fue ser nosotros mismos.

Una verdadera educación científica de toda la sociedad es imposible, para empezar, porque no existe tal cosa como el científico todólogo que pueda hacerla de maestro mundial. Todos los científicos son especialistas a tal grado de finura que, por así decir, entre un químico electroanalítico y otro podrían no entenderse nunca porque uno se dedica a la formación de sistemas que permitan cuantificar electroquímicamente la concentración de dopamina en una muestra dada, mientras que el otro intenta perfeccionar métodos de electrodeposición para sintetizar catalizadores para celdas de combustible. Los resultados de sus investigaciones se harán más o menos conocidos dependiendo de las instituciones que les den los fondos y de las revistas que los publiquen. Ninguno de los comités a cargo de las revistas prestigiosas de divulgación científica tiene representantes de todas las especialidades, ni tiene por qué esperarse de ellos cosa tan descabellada, que sería como esperar de un vivero que contenga cuando menos un espécimen de cada distinto vegetal sobre la Tierra1. Y todo esto no es demasiado escandaloso porque tampoco es posible que todas las personas sean férreas defensoras de la verdad sin asegunes, en todas sus formas, feas o hermosas, finas o gruesas. Francamente, a pocos les interesa. La ciencia suele interesar por sus efectos, por los resultados que porta2. La resistencia del material del que está hecho el puente kilométrico no importa a prácticamente ninguno de los que lo cruzan más de lo que les importa que el puente esté ahí para ahorrarles la vuelta, esté hecho de concreto, madera o cristales de nitrato de uranilo. A la mayoría de las personas les daría igual si la Tierra girara al rededor del Sol o si fuera viceversa, si todo lo demás en sus días fuera igual. Ésa es la vida real de la mayoría de nosotros los ilustrados contemporáneos.

Con todo, últimamente ha estado dando vueltas la noticia de la existencia de los Flat-Earthers. Entre la sorpresa, la incredulidad y el escarnio de todos los demás, se trata de un grupo considerablemente numeroso de personas, especialmente en Inglaterra y Estados Unidos, que dedican sus esfuerzos a contravenir la doctrina de que la Tierra es redonda y a sostener que más bien es plana. No son una sociedad nueva, pero últimamente han estado llamando la atención por su incremento (de hecho hay varios de estos grupos más o menos serios, pero por ahora consideremos solamente la Flat Earth Society como representante del resto). Las redes sociales han ayudado mucho a compartir su discurso, entre los que lo creen y los que lo toman a guasa. En una convención recién celebrada este noviembre, miles de personas asistieron gustosas a conocer a sus congéneres y a disfrutar conferencias acerca de las implicaciones lógicas y prácticas de que la Tierra sea plana. Y créanme, ellos son en verdad más ilustrados que los ilustrados contemporáneos. El mismo valor que se admira en Galileo es necesario para decirle al mundo entero, con todo y sus agencias de exploración espacial y su tradición educativa centenaria, que están equivocados quienes suponen que la Tierra es redonda. La agrupación se presenta con la intención de fomentar el pensamiento crítico, de negar el dogma que no ha sido probado y de confiar en las capacidades propias para realizar razonamientos científicos antes de acceder a ninguna conclusión. Y esto no es cosa ligera: ¿qué fuerza puede tener la tradición, por más que sea centenaria, si es irreflexiva, contra un instante de visión en ojos propios para contemplar la verdad? (Que no se diga que es imposible para un ilustrado ponerse romántico). Las consideraciones de este grupo son, a su propia vista, muy serias y comprensiblemente mal recibidas por la mayoría de las personas; después de todo, esa mayoría es la que está educada desde la niñez para repetir doctrinas que no entiende. Argumentan tanto positiva cuanto negativamente. Los sentidos, dicen, son nuestra primera aproximación al mundo y su verdad, y nunca ha de desconfiarse de ellos si no se presenta antes una razón para ello tan convincente que no deje ninguna duda; el peso de la comprobación recae en los que nos quieren convencer de que no vemos lo que vemos, no al revés. Y si uno se fija bien, toda observación personal que se haga, siguen diciendo, del horizonte o de la perspectiva al escalar una montaña, nos mostrará sin reservas que no hay ninguna curvatura a todo lo largo del mapa que no sea solamente un accidente geográfico. Los experimentos que proponen trazar una recta de la visión para después corroborarla a lo lejos o a lo cerca usan telescopios, boyas, faros, observaciones del mar y movimientos de banderas o velas de barcos; y éstos siempre concluyen que no podría ser redonda la Tierra, pues de lo contrario la visión se perdería allá donde no se pierde: la recta de la visión coincide siempre en el punto de la observación independientemente de la lejanía o cercanía de los objetos hallados en una recta correspondiente a la planicie terráquea, por más alejado que esté el horizonte. ¿Y las fotos de los astronautas, los estudios astronómicos, los cálculos de aviación o de predicción meteorológica? La respuesta que dan los planitérreos es que algunas de estas cosas son resultado de la propaganda política y otros de coincidencias que pueden ocurrir lo mismo para una Tierra redonda que para una plana. La cereza del pastel retórico es esta consideración de aire conciliatorio: ellos dicen que la doctrina de la Tierra redonda no es un intento malintencionado para engañar a la población (¿qué se ganaría con ello?); lo que en realidad pasa es que las grandes fuerzas políticas que apoyan el dogma creen que la Tierra es redonda pero, aunque no tengan los medios para comprobarlo, fingen que lo han hecho porque lo que les interesa en realidad es un discurso internacional fuerte, cuya raíz fue la carrera de expansión que en la Guerra Fría libraron EEUU y la URSS y cuyas ramitas son todas las querellas políticas entre potencias mundiales de hoy.

Los experimentos que aquí refiero, lectores, son todos derivados de los que dio cuenta Samuel Birley Rowbotham3. Apenas uno considera que todos son el mismo experimento, nomás maquillado por acá o por allá, y que en él se cae en la tremebunda omisión de las distancias continentales y de la refracción de la luz, queda todo su fondo demostrativo sin un gramo de crédito. Y leer la explicación que los planitérreos ofrecen de las observaciones de la gravedad es apenas un paso menos irrisorio que escuchar a algún compañero pedestre explicar la teoría de las supercuerdas. Sin embargo, eso no es lo importante. Es un deleite observar que en tantas personas sobrevive tan vivo el fuego ilustrado de la divulgación científica y el desafío a las convenciones, que están dispuestos a poner a prueba con todo el rigor del que son capaces, la que muchos propondrían como la más ridícula de las nociones en la ciencia natural. No son intransigentes ni absurdos, al contrario, actúan con mucha congruencia. A menos de padecer de una mente poco reflexiva, de golpe caerá uno en la cuenta (apenas se pase la risa), de que la mayoría de los que desprecian a la Flat Earth Society de hecho no podría demostrar matemáticamente ni el movimiento de la Tierra al rededor del Sol, ni la necesidad de su forma ovoidal para que la intensidad de su campo gravitatorio acelere 9.81 metros sobre segundo al cuadrado los objetos a ella sometidos4. Podrá la vida llana alejarnos de las verdades del universo, pero la tendencia naturalmente humana a conocer no dejará de aparecer en nuestras sociedades, por más que las contradicciones en las que vivimos parezcan haberla sofocado por entero. ¿Y no son una lúcida, brillante muestra ellos que en pleno siglo XXI defienden que la Tierra es plana? ¿Importa si están bien o no?5 ¡Celebremos que nuestra educación aún puede rendir estos frutos! Y es que con éstos que han aprendido todo lo importante del furor por el mejoramiento de la humanidad y el reparto de mercedes a su género, ¿quiénes dirán entonces, hombres de poca fe, que la Ilustración no ha sido todo un éxito?


1 Eso por no mencionar que aquello de la rutina, grilla y burocracia de la profesión científica domina aquí con máxima fuerza.

2 No es gratuito tampoco que usemos como usamos la palabra ‹importar›, con la idea de que si nos interesa es porque nos da algo que viene de fuera.

3 Parallax, Earth Not A Globe, 3ª edición de 1881. Más exactamente dicho, muchos son derivados de estos experimentos, pero varios razonamientos que ofrecen tienen también otras rutas, algunas más antiguas.

4 Con más exactitud, son 9.80665 m/s2, al nivel del mar.

5 «La ilustración estaba destinada a convertirse en ilustración universal. Parecía que la diferencia de dotes naturales no tenía la importancia que le había adscrito la tradición; el método probó ser el gran igualador de mentes naturalmente desiguales» y «La nueva ciencia política pone en preeminencia las observaciones que pueden hacerse con la máxima frecuencia, y por lo tanto, por personas con las capacidades más mediocres. De este modo culmina frecuentemente en observaciones hechas por personas que no son inteligentes sobre personas que no son inteligentes». Leo Strauss en Liberal Education and Responsability y An Epilogue, respectivamente.

Óptimas facultades

Óptimas facultades

Cuando se piensa en el hombre como el animal que se distingue de los demás seres vivos, inclusive de los de su propia familia evolutiva, por la aplicación y desarrollo de la técnica, es casi imposible negar que precisamente esto es lo que lo separa de los demás, incluso resulta fácil aceptar que es precisamente el desarrollo y manejo de la técnica lo que lo hace ser hombre. Es decir que la facultad mejor del género humano es la que lo lleva a desplegar la ciencia. Si uno quiere ser hombre: ¡sapere aude!

Cuando la razón se reduce a la posibilidad que tenemos para encontrar modos precisos de enfrentarnos al mundo, de vivir en él, se entiende porque la humanidad ha estado ocupada en desarrollar tecnología que nos permita vencer cualquier abatimiento. De hecho es notoria la necesidad de una ciencia médica, entendida ésta como la aplicación del saber a la conservación y mantenimiento del hombre. Mantenimiento no en la burda comparación con las máquinas, -que bien sabemos que el cuerpo no es una máquina, sino un organismo. La medicina es la más necesaria de todas las ciencias que se puedan desarrollar, ya que si el perfeccionamiento del hacer humano está dirigido a encontrar el mejor modo de ser hombre, bajo la facultad suprema que es la razón, la técnica médica deberá estar encaminada a llevar hasta su más alto término cualquier función que contemple el hacer humano: desde optimizar el simple respirar, pasando por la posibilidad de autoregeneración, hasta el fortalecimiento de cada uno de los miembros musculares y sensitivos. Porque una cosa es refinar el gusto o corregir algún defecto en la córnea, y otra muy distinta mejorar lo que ya funciona bien.

El deseo a la eternidad junto al miedo a la muerte y el dolor, tendrán que ser en todo momento las mancuernas que ayuden a la facultad suprema, aunque cabe preguntar todavía ¿estos sentimientos también serán optimizados? Quizá alguno conteste que ya fueron perfeccionados, llamándose uno soberbia y el otro esquizofrenia. Lo que no queda claro hasta este punto es si la ciencia médica, al lograr en su mejor plenitud cualquier facultad del hombre, estará contemplando una mejora del alma.

Javel

La medida del placer

Pero yo solo soy un hombre, Marge
— Homero J. Simpson

Quienes tienen más tiempo de conocerme a un nivel personal, sabrán que fui un fumador excelente. Me gustaba echar humo más que cualquier otra cosa en el mundo, me daba identidad y me hacía sentir todo un garañón. No había actividad en mi día a día que me llenara de más placer, ni me hiciera sentir tan importante. Si me lo preguntan, hoy en día con cuatro años de haber dejado el cigarrillo, sigo sosteniendo un par de cosas: la primera es que me arrepiento de haberlo dejado, la segunda es que era feliz mientras fumaba. Ya usté sabrá si creerme o no, lo dejaré a su consideración.

La razón por la que dejé atrás ese cochino vicio, no fue simple y llano amor, como debió haber sido, sino una razón más vulgar y mezquina: la salud. Dejé de fumar porque estaba sintiendo a un nivel insoportable todos los estragos que traía ese maldito vicio: amanecía con la garganta irritada, reseca y nauseas insoportables, una ansiedad infernal y con más sed que ganas de desayunar. El mal aliento y el mal olor del cigarro me acompañaban, así como todas esas desventajas físicas que acarrea consigo el cigarrillo. De eso hay un montón de información en Internet. No importa, lo que importa es lo siguiente: me gustaban los cigarrillos marca Camel, eran los mejores, tenían la conjunción exacta entre la suavidad y el sabor que me hacía sentir feliz. Los Marlboro, eran los que le seguían de cerca, pero estos eran mucho más fuertes y mucho más violentos a la hora de fumar. Cuando los impuestos empezaron a pegarle a los precios de los cigarrillos, el costo de una cajetilla de Camel, me alcanzaba para cubrir dos de cigarros Delicados con filtro. No por eso me mudé, pero sí por eso, llegaron a ser estos mi segunda opción o mi primera opción para consumo social, es decir, los compraba para reuniones con mis amigos. Los mentolados me mareaban y me daban asco y los lights no raspaban ni poquito, pero sí me daban muchas nauseas. Los Lucky estaban decentes pero su sabor simplemente no era lo que me gustaba. Cabe señalar, que prefería encender mis cigarrillos con un encendedor cualquiera, de los que venden en los Oxxos y valen de cinco a diez pesos. Los prefería sobre los cerillos comunes y corrientes e incluso sobre los cerillos de madera. Los prefería incluso sobre mi Zippo, cuya gasolina le daba un sabor especial al cigarrillo (sin importar la marca) y podría jurar que de no ser tan exigente con mis gustos, podría haberme enganchado solo al sabor de la gasolina, ya que tenía un encanto especial.

¿Por qué vengo a hablarles de cigarrillos y del mal hábito de fumar? Olvidé mencionar que los puros también eran de mi gusto y que su sabor y textura era algo único que me emocionaba probar de vez en cuando (y sí, les daba el golpe también). Bueno, en esta semana tuve una experiencia cercana con los cigarrillos electrónicos, mismos que en otros tiempos hubiera desechado sin siquiera darles el beneficio de la duda, los hubiera tachado de maricones y no los hubiera volteado a ver. Sin embargo, estos son tiempos distintos, y me llamó la atención el hecho de que son “inofensivos”. Por si no fui muy claro en el primer párrafo de este texto, extraño fumar, tanto como el primer día que lo dejé, aunque ya sin el ansia y los síntomas de abstinencia. Creo, que aunque sea un mal hábito, era algo que en verdad disfrutaba en este cochino mundo. Una vez hecha esta puntualización, comprenderán por qué mi mirada se volcó hacia los cigarrillos eléctricos o “vapeadores”. La premisa es muy sencilla (o eso me pareció en un principio), puedes tener la misma experiencia del cigarro sin pagar por las consecuencias. ¿Qué éste no es el sueño de todo villano maestro de los malos hábitos? ¿Qué éste no es el mismísimo sueño de la modernidad? ¿Qué a caso no es ésta la finalidad de la ciencia moderna? La respuesta a todo eso es un rotundo sí. ¿Por qué me iba yo a negar a tan atractiva situación? Bueno, pues no lo hice, así que me monté en el viaje de investigar más al respecto. Antes de compartirles mis descubrimientos, debo contarles que, dejando a un lado todos los aspectos psicológicos que enumeré anteriormente como motivos de mi hábito fumador, la razón física para hacerlo es que encontraba mucho pacer en la sensación rasposa que se tiene al darle el golpe. Es sencillamente muy placentera para mí.

Ahora bien, llevo medio día leyendo acerca de los vapeadores, al principio no encontré gran cosa, son un instrumento electrónico al que le hechas un líquido especial y luego le aprietas un botón al dispositivo para que queme esta sustancia y es entonces cuando la aspiras, le das el golpe y la sacas. Los vapeadores tienen la intención de ayudar a los fumadores a dejar de fumar, tal vez funcione y tal vez no. En lo personal, la duda que me hace ruido en el alma es si ya dejé de fumar, ¿por qué carajos debería probar un vapeador? Es como tropezar con la misma piedra solo haciéndome menso fingiendo como que ya no fumo. Bueno, leyendo un montón de foros y páginas de Internet, encontré con varias personas que están clavadas en el hábito de “vapear”. Todas ellas manejan términos muy especializados de su gremio, pero el asunto no se detiene ahí, no basta con juntarse en un espacio cibernético a compartir experiencias de vapeadores. Los cigarrillos eléctricos funcionan con un líquido que tiene diferentes sabores, éste líquido está compuesto de dos sustancias (y aquí es donde se empieza a poner interesante el asunto), una se encarga de dar el sabor a la inhalada, la segunda se encarga de hacer más o menos vapor a la hora de sacar lo aspirado. ¿Ok? Resulta que los practicantes de este hábito tienen manera de regular qué cantidad de cada una de estas sustancias se le agrega a su tanque, de manera tal que o bien tenga más o menos sabor o bien tenga más o menos vapor, por lo tanto tenga distinta sensación a la hora de darle el golpe. Bueno, pues una vez que entras al mundo de los vapeadores, lo primero que debes hacer (no es acostumbrarte a fumar de estas cosas) sino a medir la manera en la que te sientes más satisfecho a la hora de fumar. Ojo, quiero que tengan en mente que la mayoría de los que fuman en estos dispositivos vienen de fumar cigarrillos reales (hay incluso quienes fuman las dos cosas en lo que pueden dejar la más dañina), lo que me hace pensar que están buscando encontrar la misma satisfacción que les da el cigarrillo con más o menos líquido agregado. Bueno, el asunto no para aquí, resulta que eventualmente, si te gusta este hobbie, puedes ir armando tu propio vapeador a partir de partes “sueltas” que puedes comprar. La idea de esto es bastante curiosa. En general un vapeador tiene cuatro partes, una batería, una resistencia, un inhalador y un tanque donde se le deposita el líquido. En las boquillas o inhaladores hay tres distintos dispositivos, que hablando en general se distinguen en que uno tiene un pedazo de algodón o tela que se sumerge en el líquido para darle un sabor distinto a la hora de la fumada. Los otros dos, si no mal recuerdo son uno sin esta tela y otro que es la síntesis de los dos anteriores. En fin, la idea es que las baterías vienen en distintas presentaciones ya que el dispositivo que se activa para hacer ignición y quemar la sustancia que va a convertirse en humo, viene en distintas presentaciones dependiendo su resistencia (resistencia hablando en sentido eléctrico, por ahí hay tutoriales de cómo aplicar la ley de Ohm a este asunto). Bueno, el chiste es que hay resistencias que se calientan muy rápido y hay otras que tardan más y requieren más potencia de las baterías. Esto influye en el sabor y la textura del vapor que vamos a exhalar, por lo tanto en la experiencia de la fumada. Se habla incluso de que si no se calibran bien las medidas de las resistencias, se puede llegar a quemar el líquido y dar el sabor no deseado. Bueno, ya para terminar, y la razón por la que he contado todo este asunto es la siguiente. Me parece que estos cigarrillos electrónicos son el ejemplo perfecto de la ciencia moderna y su meta: están tremendamente complicados, hay un montón de variables con las que podemos jugar de tal manera que logremos simular en una experiencia doblemente artificial, una experiencia un tanto más natural. Todo con tal de no pagar las consecuencias de estar haciendo algo nocivo o que va en contra de nuestra salud.

No pretendo sonar como que estoy dando moraleja aquí, no, para nada, si cualquiera de ustedes me pregunta acerca del cigarro yo siempre les voy a decir que no lo dejen. Lo que vengo a comentar hoy es que justamente, todas estas cualidades de los cigarros electrónicos, todas estas posibilidades de personalización del dispositivo para darte la experiencia más placentera me hace pensar que ninguna de ellas sirve. Creo que todas y cada una de ellas son mero placebo y que no importa si tu “vaper” se autoregula para darte más o menos sabor o más o menos vapor, nunca vas a estar satisfecho porque la experiencia placentera que buscas está justamente en otro lado. Vaya, antes si quería tener una experiencia distinta a la hora de fumar, bastaba con comprarme otra marca de cigarros y listo (y sin embargo, seguí fumando insatisfecho durante años). Ahora, en esta nueva modalidad, hay que jugar con un sinnúmero de esencias, sabores y texturas, a su vez con un montón de aditamentos y temperaturas, todo para tratar de encontrar la justa medida algo que es imposible de satisfacer: nuestro deseo de placer.

Desaclimatado

Voy a intentar hacerles la plática de la única manera que conozco, no requiere mucho esfuerzo y creo que todos los que vivimos en la nueva Ciudad de México sabrán de lo que hablo. ¡Qué calor endemoniado hace! ¿No? Ya, lo dije, rompí el hielo, si esto fuera la parada del metrobús o la cola de las tortillas, no faltaría una señora quejumbrosa diciéndome que sí, que esto es terrible, que el frío uno se lo tapa pero con el calor uno no puede hacer más que desnudarse y eso no ayuda en nada, que si seguimos así vamos a terminar muertos de deshidratación. Añadirá que este es el año más caluroso, más que el pasado que fue el más caluroso y más que el otro anterior que fue el más caluroso, lo dirá, claro, sin darse cuenta de que el más caluroso solamente puede ser uno y que los años (espero) están muy lejos de acabarse. Pero no estamos en ningún lugar semejante al ágora, no hay interacción humana sobre lo inmediato, sobre lo obvio o sobre lo necesario aquí donde estamos reunidos el día de hoy. Sin embargo el clima puede seguir siendo tema de conversación, un tema tan recurrido que me ha sorprendido en más de una ocasión.

¿Quién chingados quiere hablar sobre el clima? No faltarán los listillos con sus sarcasmos finos diciendo “si no me dices no me doy cuenta” cuando escuchan a alguna persona iniciar la charla que todos podemos charlar. Sin embargo, lo que me gustaría decirles y que no se dan cuenta, es que ellos ya caerán en la necesidad de recurrir al clima para iniciar una conversación, porque de ella nadie escapa. ¿Qué tiene el clima que nos hace hablar de él? Claro, ni ustedes ni yo somos meteorólogos (creo), ni la señora chismosa del metrobús que anda peregrinando por la vida hablando de cuánto calor o frío hace, o hizo, porque si el tiempo está templado podemos recurrir siempre al pasado, ya no tanto al futuro, ese nos está prohibido. En fin, la primera idea que se me ocurre acerca del poder lógico del clima es que es una experiencia compartida (dah!) es decir, todos podemos hablar sobre él porque todos lo sentimos igual (¿o no?), sin embargo, intentemos hacerle la misma charla a la misma señora del Metrobús sobre cualquier cosa (que no sea el clima) de la que tengamos común experiencia y vean cómo no tiene efecto alguno.

Yo lo hice, mientras esperaba el metrobús le dije a la mujer de al lado “mi playera es roja” me vio extrañada, me ignoró y caminó unos pasos con la intención de alejarse de mí. Apuesto dos chelines a que si mi línea de presentación hubiera sido “¡ay, qué calor hace!” hubiera recibido al menos un indiferente “ajá”. Ésta observación me ha llevado al siguiente punto de mi disertación, hablamos del clima no porque estemos sumergidos en esta experiencia comunitaria, sí, eso tiene que ver pero no es la causa principal. Se me ocurre, entonces, que otra causa podría ser que simplemente nos gusta quejarnos o hablar con la gente. Luego entonces me propuse a demostrar esta teoría, le dije a la mujer que tenía al lado (una distinta en la misma eterna espera del metrobús), ¡Ay, cómo me duele el ojo! Malamente pensé que con la extrañeza de la situación lograría arrancarle un poco de su atención o se compadecería de mi situación lo suficiente como para pobretearme. Nuevamente fallé, me ignoró vilmente y yo desistí en presionarla, después de todo tenía otro as bajo la manga.

Dirigí la mirada a otra mujer (una tercera), en esta ocasión busqué una que cupiera en la nueva categoría de adultos mayores, ellos siempre están ansiosos por atención y por entablar la charla, además, están gustosos de quejarse de todo, así que mi siguiente movimiento no podía fallar. La miré a los ojos y le dije, ¿qué a usted no le duele la cabeza cuando se engenta? La señora me miró, me regaló una sonrisa nerviosa y me escupió con toda la sequedad del mundo un frío “sí”. No insistí y ella aparto su vista de mí y no volvió a mirarme en el corto tiempo que pasé en ese lugar. Sucedió que las mujeres (cosa rara) no estaban dispuestas a entablar una charla sin sentido para pasar el rato con un apuesto desconocido (o sea yo, jijiji).

Seguí pensando acerca del clima, si era entonces la necesidad que compartíamos la que nos obligaba a hablar sobre él, la que llevaba a las personas a entablar una conversación sin mucho sentido pero que mediante fórmulas podía llevarse a flote por más de diez minutos. Pensé si en otros tiempos hubiera sido tema de conversación, si los antiguos egipcios hubieran llegado a decirse entre ellos “ay qué calor hace, hace más que ayer” o si los griegos hablaran sobre lo fría que dejó la madrugada la lluvia de la noche anterior si llegarían a decir algo semejante a: “ésta sí refrescó, no como la de la semana pasada que solo levantó más el calor”. De la misma manera los judíos o los musulmanes o los chinos o los vikingos, todos ellos vivieron el clima al igual que nosotros, y seguramente tuvieron también el año más caluroso cada año durante abril o mayo. Me pregunté por ellos por la sencilla razón de que el clima en la mayoría de las culturas antiguas, tenía una deidad encargada de su control, el clima y su necesidad tenían un responsable al que supongo, se le podía sobornar por medio de ofrendas de vírgenes enfloradas.

No sé, se me ocurrió que hablar tanto del clima en la actualidad estaba relacionado con el hecho de que el calor infernal que estamos padeciendo hoy en día ya no tiene un capitán que lo conduzca, ahora está vacío, es una nave a la deriva que carece de orden, de deidad que nos haga el favor de controlar lo que nosotros no podemos. Se me ocurrió, pues, seguir con el experimento, voltearía con otra chunda y le comenzaría una conversación bajo la vieja fórmula infalible de “ay, cuánto calor hace”, seguramente picaría el anzuelo. El paso siguiente de mi malévolo plan era buscar el modo de dirigir la charla esperando que éste me permitiera indagar si a la mujer le parecería más llevadero el clima si creyera que hay un modo de controlarlo o si creyera que no es un capricho azaroso de la ciega mamá Naturaleza y que un ser divino está manejándola desde el plano supraterrestre, o si tendría ganas de platicar acerca del clima si hubiera una institución gubernamental encargada de su control. No escucho a nadie en el metrobús diciendo “ay, cómo llega re bien la energía eléctrica a mi casa”, sospecho que sería lo mismo con el clima. Para llegar a tal punto de conversación tenía que evadir con astucia todas las fórmulas ya más que gastadas que todos nos sabemos y empleamos a la hora de hablar del clima. Para llegar a ese punto, también debí (aquí fue donde fracasó mi experimento) evadir al policía de la estación del metrobús que muy amablemente me pidió que me retirara de esa entrada porque era una reservada únicamente para mujeres y discapacitados. Me dijo que estaba incomodando a las damas y que justamente por personas como yo es que había un espacio reservado para las indefensas féminas. Me escoltó con el placer que da el poder al que lo ejerce a la otra entrada del metrobús y no se movió de ahí hasta que lo abordé. En fin, es una pena que estas absurdas obligaciones ciudadanas se hayan interpuesto en mi intento de hacer ciencia del clima.