Sobre la existencia de mártires siendo devorados en el coliseo hay muchas dudas, algunos consideran que lo ahí ocurrido es falso, que son exageraciones de propaganda mal sana destinada a engañar a la gente sencilla.
Otros, en cambio consideran que la muerte por los leones y los suplicios del circo fue real, y que muchos murieron por defender su fe, hay santos en el calendario y libros atestados de muestras de firmeza y fidelidad incomprensibles para el pragmático.
De exactitudes históricas, respecto a persecuciones y castigos por amar al prójimo y abstenerse del militar servicio en tiempos de los emperadores, creo que no se trata la visión de los mártires.
Más bien creo que esas vidas que se nos cuentan y esos modos de muerte tan confiados nos dan cuenta de la posibilidad de gozo en medio de las dificultades más dolorosas y terribles.
No sé con exactitud cuántos de los que fueron arrojados a los leones, en los tiempos gloriosos del imperio romano lo fueron por ser cristianos, pero me parece que la visión de alguien que es capaz de sentir gozo y alegría, aún estando ante las fauces de un león hambriento, es digna de loa.
Vivimos tiempos complejos, el desierto crece, el silencio se apodera de nosotros con el ruido que no nos deja ni pensar, lo íntimo se vuelve público, y lo que debe ser público se esconde de la vista, además de que algunos cínicos sonríen y nos confunden con su desgraciado gesto, vivimos tiempos complejos porque no sabemos cómo vivimos.
Estamos ante las fauces de leones hambrientos, nos hace falta recordar que salvados ya fuimos y que hay muchas formas de vivir los últimos momentos en este circo en el que nos encontramos condenados.
Bien nos haría recordar, trayendo nuevamente al corazón, a ese sustento que mantenía en pie la fe de los primeros mártires.
Estamos ante las fauces del león