Partidismos

Los partidismos han hecho de la política una imagen. Cada partido, desde su propia trinchera y bajo sus propios ideales, cree saber lo que es mejor para el Estado del que forman parte. Dado que su creencia sería ineficaz sin partidarios, es decir, sin poder, deben profesar en cada rincón que sus ideales son los mejores. No contentos con manifestar sus ideales y tener el poder que estos les pueden otorgar, deben cuestionar al adversario para quitarles a sus allegados. El nivel de política del país indicará el nivel de crítica al adversario. Si se usa la palabra para criticar rasgos físicos como defectos políticos, la palabra refiere la imagen de la imagen.

El mayor defecto de los partidarios es creer que su partido es perfecto. En toda estructura partidaria, principalmente si no es ajena al poder político, hay una posición con respecto al poder que difícilmente es usada de la mejor manera. Un político con posibilidad de hacerse la vida más fácil sin que otras personas se enteren, ¿dejará de hacerlo por honradez? Quizá el político más visible dentro del partido tema que los demás se enteren y pierda apoyo si comete alguna canallada, pero esto no es ajeno a sus colaboradores o a gente con menor visibilidad y de menor influencia en el poder. ¿La vergüenza podría ser rival de la tentación? Ante esta situación, el partidario tiene dos opciones: cegarse y atacar a los otros partidos rivales o engañarse pensando que todos los políticos son iguales, y que cualquier persona en su situación haría lo mismo, pero a los que apoya son menos malos; no puede cambiar la perversa naturaleza humana, pero preferirá al naturalmente menos malo. El mayor defecto del partidario es que difícilmente criticará a su partido, con lo que estará mostrando una postura anti política.

El partidismo, aquello que nació como una manifestación política de la pluralidad que se vive cotidianamente entre los ciudadanos, se ha degradado si se reduce al ataque. La irracionalidad del ataque entre los partidarios, dejando de lado aquellos que sólo buscan obtener algún beneficio tangible y son votos seguros para sus partidos, quizá tenga que ver con la irracionalidad de sus anhelos de cambio. Pero hay que entender la situación política o al menos el modo en el que se ve dicha situación, es decir, no hay que sorprenderse que, cuando la violencia ha llegado a niveles incomparables, se confíe en un partido distinto del que ostenta el poder, algo semejante pasa cuando se vive en una situación de extrema pobreza; el gran problema ante ello es si el combate a la violencia y la pobreza no excede los intereses de los partidos, pues al hacerlo les achacaría enemigos poderosos a los representantes de dichos partidos. Si bien el partidismo desata mucha pasión, enemistando a las personas, quienes representan a sus partidos difícilmente darían su vida por sus ideales. El mayor problema de los partidismos es que los políticos prefieren beneficiar a sus partidos antes que al Estado.

Yaddir

El palacio enmohecido

El palacio enmohecido

El agradecimiento se da entre amigos, entre justos, entre ciudadanos, pues éstos reconocen el bien y lo celebran. Entre villanos se pagan favores, no es lo mismo, ya que la justicia no es negocio. Cuando se piensa a la justicia como una sucursal de favores, de préstamos, de contactos, de la fuerza, el resultado es una cadena de compradores insatisfechos con lo que han adquirido. Al no conseguir protección inmediata y poder o impunidad y placer; al no poder regresar el producto comprado, al notar que esta inversión fue una pérdida, lo que queda es negar la justicia re-inaugurando sucursales propias con miembros de cárteles, bandas, a fin de hacer del palacio una cueva de villanos.

Reconocer los frutos de la vida justa es labor no sólo del gobernante y de los servidores públicos, sino de cualquier ciudadano. Hace muchos años, cuando los grandes conquistadores salían de sus tierras con sus caballeros a tomar posesión de algún lugar que fuera infiel a las buenas costumbres, se hacía la repartición de aquellas tierras entre los nobles, no sólo porque hubieran mostrado su valor y fuerza en el combate, sino porque se les consideraba dignos de dirigir una nación, o parte de ella. El agradecimiento que se les hacía a los nobles era la oportunidad de mostrarse justos con su rey (o como si dijéramos, justos con su gobierno), gobernando con magnificencia, a fin de que los bárbaros vieran la justicia y fueran justos. Todo esto recaía en beneficio del rey, del noble y del nuevo ciudadano: así se agrandaba el bien y la justicia. Hoy es un poco distinto. El ciudadano vota en pro del servidor que cree es el mejor para la causa de vivir bien. El servidor público siendo justo y agradecido con sus conciudadanos, pone su empeño en ayudar a que éstos vivan bien, de acuerdo a la justicia.

La propagación de la buena vida, los honores y la gratitud parecen ser los únicos y verdaderos frutos de la justicia. La justicia como mercado bursátil es infructífera si lo que se busca es la paz y la buena vida. Claro que el gobernador o los servidores públicos no han de ser pobres, que no sólo de halagos justos vive el hombre. La remuneración por su labor ha de ser justa, no rentable ni conveniente. Si la justicia se ve como mercado, lo que se consigue es tener en el senado, o en cualquier silla presidencial a unos ávidos mercaderes. Cuando la justicia pasa (y ha pasado en todas las épocas) a ser parte del progreso personal, es justificable que el buen hombre, al darse cuenta de esta injuria, saque a patadas a los mercaderes que han tomado posesión del templo de la justicia. Pero sigue siendo cierto que el justo ha de tener más: más reconocimiento de su persona buena, lo que hará que todos lo estimen y que pueda caminar entre los suyos sin miedo y sin rencor, ¿qué mayor bien que ser bienvenido en todas partes?

Por eso, la profanación de la justicia es asunto de todos, sino viviremos ensuciando el mayor recinto que tenemos para vivir bien, y cuando alguien haga algo bueno por nosotros –si acaso lo reconocemos como bueno– no podremos agradecerle –porque el envidioso no agradece– más que con la herrumbre que deja en las manos el negocio del oro, del cobre y de la sangre; no podremos pagarle más que con ingratitud, como ocurre con muchos de los soldados que combaten al narcotráfico por vacación al bien o con quienes nos comparten su dolor para no desampararnos en la búsqueda de la justicia.

La injusticia nos hace ingratos, envidiosos, ciegos al bien.

Javel

Para seguir gastando: Don Quijote nos enseña que es muy difícil hacer justicia, y Sancho Panza que no se puede ser desagradecido con quien va en busca de ella.

Además: Jesús Silva-Herzog Márquez nos hace una invitación para pensar la nación, este mito al que le pusimos alas modernas y corazón globalizado, pero «donde México dejó de ser asombroso, curiosidad, fascinación, para convertirse en un caso.» ese “relato que puede arraigar en la experiencia y en el deseo de un futuro compartido.” La dirección de la invitación es el libro de Claudio Lomnitz: La nación desdibujada.