Grito revolucionario

Grito revolucionario

La supremacía a su vez es causa de revoluciones cuando uno o varios tienen un poder superior al que corresponde a la ciudad…

(Aristóteles, Política V, ii)

Cada vez que se gesta una lucha o una revolución en el corazón de los hombres, es porque se entiende que el bien no se está respetando; muchos sufren, cuando deberían de ser pocos o casi nadie (pues también se entiende que por más luchas y búsquedas del bien que se hagan, algunos sufrirán). Al esfuerzo que se hace por reconsiderar el bien, cuando todo está mal, se le llamó revolución o movimiento subversivo. Todavía algo más. La intención, (resultado de la fecundación entre idea y sentimiento) que es el retoño casi ciego de cualquier acción, debe madurar o morir pronto a fin de no causar daño.

Una revolución que se sustenta en intenciones o intenciones particulares, fracasa. Si no se tiene una idea clara de lo que se busca, la intención, al ser hija del sentimiento, siempre saldrá lastimada de orgullo e indiferencia. Los revolucionarios trastocaran sus intenciones, viéndose en todo momento como hombres heridos y marginados que morirán de tristeza o de rabia; intentando establecer la anarquía. Ningún provecho da el olvido de las primeras intenciones de justicia.

Es por esto que las revoluciones no son en ningún momento el olvido de la política, ni el fatuo intento de destruirlo todo. Las verdaderas revoluciones son un ejercicio político, si es que atendemos a lo que el estagirita nos dice respecto a la comunidad política: …al bien mayor entre todos habrá de estar enderezada la comunidad… ésta es la comunidad política a la que llamamos ciudad. El maestro de Alejandro no recomendó tomar en todo momento las armas, sino que indica cuál ha de ser la actividad del orden político: enderezar los pasos al bien mayor entre todos. Sólo cuando el mayor de los males, es decir, la injusticia o desigualdad, reina, sólo ahí es justificable y justa una revolución.

El mayor de todos los bienes políticos es la justicia. Por eso mismo, la intención revolucionaria abre los ojos, madura y ve lo mejor si no se le olvida el grito que la despertó: Justicia e igualdad.

Javel

Para ir gastando: Si has puesto atención, lector, a la mayoría de los noticieros, esta semana en que se ha hablado de los desastres que está causando la CNTE, podrás darte cuenta que cuando quieren mostrar lo terrible de su lucha, insisten en ofrecernos encuestas y resultados de las pérdidas económicas causadas por los plantones y demás acciones. Cuando el mayor de los bienes es el derrame económico, ¿también las revoluciones deben repensarse?

El Grito de Dolores

Todo está puesto: las luces tricolores, las campanas de papel, los rostros de los héroes de antaño, las banderas ondeantes, los letreros de “¡Viva México!” centelleando por doquier; todo está listo porque esta noche es especial. México conmemorará una vez más el Grito de Dolores, también conocido como Grito de Independencia, ése que –cuentan- profirió el cura Miguel Hidalgo y Costilla para darnos patria y libertad. Las familias se reunirán en el Zócalo para degustar ávidamente algunos antojitos y platillos mexicanos como quesadillas, sopes, pambazos, tamales, enchiladas, chiles en nogada, mole con pollo y pozole. Tampoco podrán faltar los dulces mexicanos: un crujiente buñuelo acompañado con piloncillo, las alegrías, las obleas con miel y pepitas o las cocadas pintadas de colores. Los niños, por su parte, jugarán tronando cohetes, palomas, brujitas y demás fuegos artificiales, y por si eso no fuera suficiente para ambientar la atmósfera, siempre estarán las matracas listas para tronar y llenar el aire con su sonido. Por todos lados resonará el mariachi con canciones como “México lindo y querido” mientras hombres y mujeres por igual los acompañarán cantando no con buena voz, sino con un gran sentimiento. Lo mero bueno vendrá al caer la noche, cuando aparezca el presidente de la República en el balcón del Palacio Nacional para tocar la campana simulando llamar al pueblo mexicano a alzarse en armas, como en su tiempo hiciera el cura Hidalgo, mientras se recuerda entre vítores a Josefa Ortiz de Domínguez, a José María Morelos y Pavón, al propio Hidalgo, a Vicente Guerrero…, a quienes debemos que nos hallan librado del yugo de la Corona española. Así es, básicamente, como México celebrará sus 203 años de supuesta independencia.

Lo cierto es que, desde aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810, México no ha conseguido su verdadera libertad ni ha dejado de proferir gritos de dolores. Pasamos de liberarnos del yugo de la Corona española para someternos al de los incipientes criollos y luego pasamos de éste al de los avasalladores estadounidenses, yugo bajo el cual nos seguimos manteniendo. Indígenas, viejos, hombres, mujeres, jóvenes y niños: todos han gritado desde entonces hasta quedarse roncos para hacerse oír, para demandar una vida mejor, una vida justa, una vida plena y feliz; bastantes han sido los que se han quejado, los que se han manifestado, los que han intentado sacar a los demás de ese espejismo llamado independencia, pero nadie atiende su llamado: todos hacen oídos sordos y continúan caminando. Antes bien, el propio pueblo repudia y censura al pueblo: prefiere que a todos esos que se dan cuenta de las cosas y que intentan luchar para cambiarlas, se les encierre por mitoteros y revoltosos, por estar coartando la libertad de los otros que “sí trabajan en vez de estarse quejando y manifestando”, cuando hay otros más poderosos –y por ello más peligrosos– que coartan la libertad de todos y a esos no se les censura. Que me digan todos ellos que trabajan en vez de manifestarse cómo es que han cambiado a México para bien cuando todo su dinero se va en pagar impuestos que mantienen a nuestros gobernantes gozando la buena vida mientras que el pueblo se hunde cada vez más y más en la pobreza extrema, que me digan cómo la causa por la que luchan los maestros no es también causa suya si lo que suceda con ellos traerá consigo repercusiones para los demás, que me digan cuándo seremos verdaderamente libres si lo único que hacen es defender esa vida de esclavos. ¡Que me lo digan!

Sinceramente, no sé qué tiene que celebrar México: ¿que nuestra democracia es una cruel y ridícula burla?, ¿que nuestro presidente no es más que un títere mal hecho?, ¿que millones de mexicanos mueren al año, ya sea por hambre, por falta de empleo, por un seguro médico mediocre o por la lucha contra el narco?, ¿que nuestros gobernantes sólo buscan exprimirle al país hasta el último recurso y el último peso que tiene para satisfacer sus deseos reformando a diestra y siniestra la Constitución? Sin embargo, nada de eso me impedirá gritar de dolor esta noche, pues no vaya a ser que el próximo año también nos quieran cobrar impuestos por celebrar nuestra “Independencia”.

Hiro postal