Tirana cazadora

Anoche volvió a visitarme. Su ataque me tomó por sorpresa, como siempre, y aunque quise defenderme, fue inevitable rendirme. No soy su única víctima, mucho menos la primera ni la última; bien lo sé. Ataca a cualquiera que encuentre a su paso, sin importarle si se trata de un animal o un humano, de un varón o una mujer, de un joven o un viejo, si es alto o chaparro, gordo o flaco, peludo o calvo… Simplemente, no hay quien de ella pueda salvarse.

Todo lo tiene fríamente calculado. Lleva tanto tiempo robándole la paz y la calma al mundo entero que sabe a la perfección cuál es el momento idóneo para atacar a su presa; sólo es cuestión de esperar. La paciencia es su virtud y su aliada en todas y cada una de las batallas. Una vez que ha elegido a la víctima, ya no la suelta, está acechándola de cerca, muy de cerca, esperando ese momento propicio en el cual aquélla se encuentre completamente desprevenida para entonces abordarla y asestarle el golpe fatal que la dejará indefensa. Lo único imprevisible de ella es el blanco de su ataque. Nunca sabes si será uno o serán varios ni cuál o cuáles serán, pues aunque prefiere los sitios más recónditos y de difícil acceso de tu cuerpo, bien puede optar un día por el cinismo y atacarte justo frente a tus ojos sin que tú puedas siquiera verla; así de escurridiza es. Por más que uno intenta estar atento y en guardia, siempre encuentra la forma de evadirlo y una tras otra sus victorias se acumulan, dejándolo a uno sumido en su derrota perenne y con las nuevas heridas del mortal enfrentamiento.

Quien ha sufrido su ataque, no ha de olvidarlo jamás. Comienza con un pequeño cosquilleo, casi imperceptible, que de tan inocente uno termina por ignorarlo. Poco a poco nos dirige a su trampa y una vez que hemos caído, no hay vuelta atrás. La intensidad del cosquilleo aumenta hasta convertirse en algo insoportable y, en ocasiones, hasta doloroso. Es entonces cuando cedemos ante el ataque y no hay bandera blanca que valga; no nos queda más que tallar y rascar la zona afectada, ese blanco elegido, para eliminar todo rastro que haya quedado de su vil ataque. Es aquí cuando nos sabemos vencidos y la reconocemos vencedora, aunque sea a regañadientes.

¡Maldita! ¡Mil veces maldita, ella y su nombre legendario! Ése que empieza con “c” de cazadora, de canija, de cruel… Comezón se hace llamar la muy tirana.

Hiro postal