Silueta del amigo

Silueta del amigo

La ausencia nunca es inexistencia. La ausencia se vive también entre palabras. Algo se puede trazar con el recuerdo y la actualidad. Se fragua lo valioso en la distancia inevitable, descubierta por la coincidencia; como los enamorados que esperan a que la noche llegue, para que los funda en la invisibilidad. Eso significa que las ausencias son parte de la amistad. Sólo la muerte interrumpe a las que perduran, dejando el recuerdo. Una amistad que poco brinda con su presencia se nota feble con la ausencia prolongada. Tal vez de ahí el vínculo que todos notan entre el goce y la compañía, indicio apenas tenue de la felicidad en amistad.

Creo en que las amistades son más triviales, no necesariamente desgraciadas, mientras la palabra no se cultive. Pero también creo que hay algo grande en el silencio amistoso. Que lo reconfortante no está en ser comparsa del ruido. Cuando es complicidad, es tapadera de la consciencia. El silencio puede estar presto a nuestra alegría o a nuestra necesidad; es una mano que se extiende, y la palabra un andamio que se pone al carácter. ¿Qué pasa en el mundo cuando el silencio es omisión, sordera voluntaria, y en donde la utilidad de la palabra pasa fácilmente desapercibida, agotándose en su denuedo?

La pregunta incómoda versa sobre la verdad del amigo. Es una duda de la vida política, de lo privado y lo público, porque no puede haber amigos en el mero sentimiento. No se trata de cuidar la vida pública para tener amigos. Se trata de que la política es infausta en donde no hay amigos en la verdad. Que hay alegatos por lo público en favor de la amistad demostraría la amargura de quien ha perdido la compañía. Ese alegato es una hipocresía, una mentira triste. La hipocresía del fariseo que pide virtud, escondiendo el engaño que se ha hecho en el diálogo con su consciencia. El engaño de que es sabio. La muerte de Sócrates como exordio, no la práctica de muerte.

Existe una confusión en la intimidad que revela la necesidad de compañía, porque la amistad no es necesaria. Pocos creerían que el fortalecimiento de la intimidad importa más que su disolución. Creo que esa mano generosa y esa palabra verídica ayudan a que se vea lo íntimo compartiendo la vida. Creo que mentimos cuando decimos disuelta la intimidad por un lazo fuerte. Se ve lo íntimo, lo que la consciencia sabe con la claridad de una amistad que es esfuerzo. Se ve cuando, curiosamente, cuando deja de ser esa tapadera moral. Una generosidad que nos ilumina en las tinieblas o las recorre con nosotros para no dejarnos atrás, descuidando lo que en la intimidad creemos. La disuasión de lo público para entrar en privado, porque esa es la fuente de donde mana la inclinación a la verdad. Eso permanece en el silencio y discute en la palabra y, sobre todo, palpita entre la ausencia; el amigo no permite que el amor se hunda en una llana compasión.

Tacitus

La buena literatura

La buena literatura

La literatura ha sido pensada, en nuestros tiempos, como uno de los modos que tiene el hombre para expresarse. Sin embargo, dejar el lienzo en blanco, dejar a la literatura con una finalidad así de grade, sin una finalidad más concreta, es arrojarnos al infinito sin tener certeza de lo que hacemos, así como de para qué lo hacemos. La literatura pasa a ser un asunto opcional, un dato más que se puede contar, pero que al final no importa, cualquiera puede hacerlo. La genialidad de los grandes pensadores, de los escritores, se reduce a que encontraron el tiempo necesario para poder decir algo. Asunto que en verdad nos asombra a nosotros, los hombres del estrés y de la vida fugaz, solitaria, muda.

La literatura, pues, no puede ser un aterrador infinito al que entramos sin esperanza de salir, sino ¿para qué conservar libros?, ¿sólo para tener más salidas de la vida? Nuestra genialidad de anticuarios se reduce a la cobarde comodidad de no querer vivir. La literatura, si bien es la expresión escrita en verso o prosa de un hombre, no es la irresponsable suplica por ser escuchado, ni una falsa salida, es la invitación cordial, a veces brusca, para comenzar a explorar un asunto que debe ser pensado. Pensar, pues, es la actividad final de la literatura, mas no se piense en cualquier cosa, que las grandes obras literarias universales nos apuntan a repensar, o pensar por vez primera, el hacer, pensar, y sentir del hombre. ¿Por qué ahora se actúa así y antes de otro modo? ¿Qué sé de lo que pienso? ¿Cómo es posible que yo sienta empatía por éste que ni soy yo, ni es cómo yo, ni vive en mi espacio tiempo? ¿Qué me dice eso de mí? ¿Qué perdí, qué cambié, qué gané como hombre? ¿Por qué este personaje es el principal? ¿Qué de bueno o malo tiene? Y muchas más preguntas que debemos intentar resolver, sino sólo acumulamos vacíos.

La literatura puede ser la expresión de un hombre preocupado por el hombre, o de uno que sólo quiere preocupar al hombre para perderlo. Por eso hay que poner atención a la filantrópica preocupación, ya que puede ser fingida. Puede que fingiendo nos haga pensar algunas situaciones de la vida. Puede que pueda movernos guasonamente el alma. Puede que este hombre lo que quiera es admiración, poder. La escritura seguiría siendo la expresión, pero la expresión del poder banal, o del mal intencionado. Hay que tener cuidado, pues al entregarnos así nos olvidamos de que nosotros podemos vivir. No es entregar la vida y que otro nos la solucione, es ayudar a ayudarnos con la ayuda de otro, es acompañarnos. Un hombre que se preocupa por otro hombre casi siempre puede ayudarlo. La literatura nos puede ayudar a pensarnos, a sentirnos, a intentar ser buenos hombres, a ayudarnos.

Es por esto último que guardamos las palabras, los buenos libros, porque nos sabemos necesitados de ayuda para ser buenos hombres. Pero notemos dos cosas: la primera es que sólo nos vemos necesitados de ayuda cuando no nos sentimos omnipotentes, es decir, cuando no ocupamos el lugar de Dios; y lo segundo, que la ayuda no viene de la pasiva colección de palabras, sino de la actividad de leer con una actitud similar al que lo escribió, es decir, como ayudantes, así la relación entre los hombres se hace necesaria, pues no somos dioses solitarios, sino hombres que pueden ayudarse. La buena literatura es la expresión, en verso o prosa, de la ayuda entre los hombres.

Javel

Miro Imágenes

Miro imágenes siempre, todo el tiempo.

Todo el tiempo hacemos eso:

miramos la lluvia, imagen del flaqueo

imagen del sollozo,

imagen del pasado,

¿o lo que vemos es la luz

lanzada por el agua

en un brutal rechazo?

Miramos los mismos parajes, todo el tiempo.

Los que sucumbían al miedo,

sucumbían al tedio, sequía inmisericorde,

los miramos descansar

alabando los cielos

empapados por tratados,

juramentos renovados

de vitalidad postrera.

Los miramos gratos de ungirse

con el divino cristal.

¿O es todo un reflejo?

¿Como el hombre de líneas indecisas

apenas dibujado sobre el charco

de la fría calamidad recién pasada?

¿Como faz de un enemigo enfurecido

que arroja sobre el fango a un joven magro

en su escudo nunca usado y reluciente?

No puede serme todo tan lejano,

no puedo ver tan sólo la charada,

deseo la cercanía, y miro el mundo

y miro bien las cosas, y veo gente,

a la misma que me dice con su voz

viajando por los vientos citadinos

que yo no puedo ver, que nada escucho;

que no he probado nunca cosa alguna,

que el postre más exótico del globo

con todas sus historias registradas

y el centenar que aún guardan por contarse

no ha sido más que fantasmagoría.

Que nada es más que fatuo pensamiento,

dicen con la voz fría como la lluvia.

Que alguien urdió el nombre «naturaleza»,

con bien accidental para nosotros

pues la ilusión lo ha tomado prestado.

Que yo nunca he sabido o sabré nada,

que yo nunca he tenido recostada

sobre mi brazo a la mujer que amo.

Dictan también sentencias de belleza:

que es un bonito adorno entre las cosas

de este vertiginoso y negro cosmos

del que nadie nunca ha podido decir nada,

y que es por eso el único recurso

para comunicarse con la farsa

de lo que todos creemos que buscamos

sin esperanza de que llegue el día

en que podamos dejar de creer.

Dicen también que los colores

son sólo un hato fausto de temblores

de fibras íntimas que nadie nunca ha visto.

¿Y qué es la imagen entonces?

¿Qué es eso que pasa en el mundo

cuando en el mundo sé que miré algo

que es más humano que quien soy yo mismo?

Dicen que nada tengo,

sólo a mi reflejo:

tratando en un perpetuo fracaso

de imitar los contornos desdibujados

de todo lo admirado,

de todo lo amado,

de todo logro y perdón y pena y llanto,

apenas dibujado sobre el charco

de mis ojos.

Que la música la invento,

que la justicia la sospecho,

que la paz la tejo solo

como cada quien con su telar.

Y, aún así, lo sé: miro tus ojos, lejanos,

y escucho bien tu voz, más lejana y más dulce

y miro tu reír y me conmueve

el interior que nadie ha explorado,

mas de tanto tener esos reflejos sólo quiero

tenerlos reflejados en mi pecho

donde imagino que serán verdad.

Me agota el frío color, agua de lluvia,

que cae en un jardín que no es el mío,

tan lejos que yo apenas siento el golpe

de un tenue roce líquido en el techo,

¿y es esto lo que vemos, todo el tiempo?

¿Es todo un espejismo tan certero

que burla el buen sentido y lo acapara,

del juicio siendo el único criterio?

Exclamo a los cielos, impío,

que renueven tratados,

que clamen hondos juramentos

que muestren en un reflejo, un vistazo siquiera,

que nada es en vano.

Quisiera mirar el reflejo de todas las cosas

y que muestren un solo centelleo de las estrellas,

que se mire allí la lluvia y las noches y las voces,

que se mire que allí estoy, de algún modo reflejado,

reflejado todo el tiempo,

reflejado siempre en ellas.

La soledad compañera

“Y algunas veces suelo recostar

mi cabeza en el hombro de la luna

y le hablo de esa amante inoportuna

que se llama soledad.»

Joaquín Sabina

Podría asegurar, casi sin temor a equivocarme, que todos nos hemos sentido solos en algún momento de nuestras vidas y destaco sentido porque no es lo mismo sentirse solo a estar solo. Por un lado, me parece que uno puede estar solo y ello no implica que el sentimiento que lo embarga sea de soledad, pues puede encontrarse sin compañía alguna pero sentirse acompañado por sus seres queridos al llevarlos en el “corazón”. Por otro, uno puede encontrarse rodeado de otras personas –ya sean un par, varias o muchas– y aun en compañía, sentirse solo. Por último, y quizá el más lastimero de todos, se da el caso en el que uno se encuentra y se siente solo.

En el primer caso, así como en el tercero, el encontrarse solo se arregla con el simple hecho de juntarse con otras personas, pues es la soledad que produce la falta de compañía “física” la que se trata de compensar. De este modo, en el primer caso ya no habría soledad alguna, puesto que ni se está ni se siente uno solo y en cuanto al tercero, éste se habrá convertido en el segundo caso planteado: se encuentra uno acompañado de gente y, con todo, permanece el sentimiento de soledad. Lo anterior hace surgir la siguiente pregunta: ¿hay varios tipos de soledad? Al parecer sí, pues si la soledad fuera una nada más, con satisfacer la condición de rodearse de personas uno dejaría de sentirse solo, es decir, el sentimiento de soledad se desvanecería. Sin embargo, esto no sucede así porque existe el segundo caso.

Para resolverlo, o al menos intentarlo, es necesario preguntarse primero cómo es posible sentirse solo aun estando rodeado de otros, es decir, ¿a qué carencia corresponde el sentimiento de soledad que se experimenta en el segundo caso? En el fondo, lo que se está preguntando es en qué consiste este tipo de soledad. Según el DRAE, soledad es la “carencia voluntaria o involuntaria de compañía”, así como el “pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo”[1]. Queda claro que la primera definición se refiere a la soledad que se experimenta en el primer caso citado (y en parte del tercero). La segunda, a su vez, parece corresponder con la soledad del segundo caso.

Como sostiene la definición, la soledad se siente al darse la ausencia o la pérdida de alguien o algo –no hago mención de la muerte porque considero a ésta como un tipo de ausencia o de pérdida–, ya sea momentáneamente o para siempre. Si es para siempre, lamento decirlo pero esa soledad, irónicamente, lo acompañará a uno adonde quiera que vaya. Si es momentáneo, tiene remedio y bastará con que la persona o la cosa vuelvan a uno –o uno a ellas– para que el sentimiento de soledad se esfume. No obstante, todo esto no responde todavía por qué el sentimiento de soledad se hace presente si faltan la persona o la cosa en cuestión, aun cuando uno se encuentre acompañado por otras personas o cosas. Esto significa que dichas personas o cosas carecen de algo que las faltantes sí tienen, pero ¿qué es este algo de lo que carecen? No lo sé, así que en ambos casos, si he de ser sincera, me atreveré nada más a suponer.

En cuanto a las cosas, ya sea que estén ausentes o perdidas, lo que produce la soledad es el significado que tienen para uno. Así, por ejemplo, aunque me compren un nuevo perro no será lo mismo por el significado que el otro tenía para mí (ya sea porque vivimos muchos momentos o porque me lo regalaron en mi cumpleaños, etc.) y la soledad que siento por su muerte o pérdida continuará, lo cual tal vez no impida que quiera al nuevo pero eso es tema aparte. En cuanto a la soledad causada por las personas, me parece que se debe a la falta de empatía con las que en ese momento lo acompañan a uno. Así, aunque estas personas de hecho sean agradables, si no se identifica uno con ellas de algún modo, la soledad se hará presente.

Esto me lleva de nuevo al primer caso, donde el sujeto en cuestión no se sentía solo, sino que únicamente estaba solo y di por hecho que bastaba con hacerse de compañía para ya no estarlo. Pero al rodearse de gente y no haber empatía, también el primer caso se convertiría en el segundo, logrando el efecto contrario al que se quería. Entonces, lo que el sujeto tendrá que hacer, si es que acaso ya no quiere estar solo, será acompañarse de personas o cosas con las cuales tenga empatía para evitar el segundo caso. De cualquier forma, mejor vale aprender a apreciar la compañía que nos brinda la soledad.

Hiro postal


[1] Las definiciones incluidas corresponden respectivamente a la primera y la tercera proporcionadas por el DRAE. Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 22ª edición, entrada “soledad”, consultada en http://www.rae.es/rae.html