Competencias

Siempre estamos compitiendo. Intenta refutar mi idea sin que compitas conmigo. La verdad no creo que siempre compitamos. Los compas (amigos) no compiten. Dudo que cada segundo sea usado para competir. ¿Cuándo descansamos?, ¿cuando estamos entrenando, preparándonos, para la siguiente competencia? No siempre estamos compitiendo. Nos han hecho creer que la vida, los aspectos más importantes de la vida, son una competencia. Se nos dice e insinúa que hay ganadores y hay perdedores. Que hay esclavos y amos; como sugiere la canción.  Se compite por ver quién es más feliz. ¿Cómo se mide la felicidad? Si digo que se mide evaluando los éxitos logrados sólo transfiero el problema de saber si soy feliz a indagar qué es el éxito. (Adelantando mi conclusión, afirmo vagamente, si eso es posible, que es verdaderamente feliz quien reflexiona hondamente en la felicidad). Pero el éxito tiene demasiados rubros, demasiadas aristas, muchas categorías como para que tenga una única categoría de medida. Si pasamos a postular que la competencia más importante es por ver quién tiene más plata (dinero) volvemos al principio, pues la ambigüedad se impone. El dinero siempre se obtiene para cambiarlo por felicidad. Entonces, ¿qué nos vuelve felices?, ¿qué nos da verdadera felicidad?

Si algo tengo claro es que las competencias nos vuelven infelices. Por favor, no compitas por refutar el postulado. Específicamente me refiero a la competencia por el poder. El próximo domingo hay una competencia por ver quiénes pudieron convencer a más personas para que votaran por ellos. Es una competencia triste. Vuelve infelices a quienes rodean al competidor. Principalmente a sus votantes. A los de los ganadores porque cuando los políticos tengan el poder no les cumplirán lo prometido; a los votantes perdedores porque votaron por quienes no ganaron. Transfieren a ellos mismos la derrota; sienten que algo les quedó por hacer. Pero lo más horroroso es enterarse de los extremos que tienen que pisotear algunos candidatos con tal de ganar. Hay competencias que sacan lo peor de la gente.

No toda competición es mala. Creo que esta frase sería bueno que intentaras refutarla. Competir por ser el más justo, el más sabio o el más bondadoso tiene una fructífera recompensa. Aunque te interese el renombre que viene junto con las competencias mencionadas, o sentirte bien contigo mismo, siempre habrá beneficios que van más allá de los competidores. No hay olimpiadas para saber quién es la persona más justa del mundo. No hay reglamento, una lista de requerimientos a cumplir, para saber quién es el más sabio. Ni hay jueces que determinen con claridad quién es, sería, o fue el más bueno. Competir por saberlo, sospecho, es una buena competencia. La felicidad podría encontrarse ahí. Nunca se es feliz si se le da prioridad a la competencia por la felicidad que a la búsqueda por ser feliz.

Yaddir

Estrés

Tenía un amigo con el que mantenía una relación, digamos, un poco tóxica. Y es que me mantenía con energía, con la adrenalina a tope. Dormía menos, me mantenía en competencia, aprovechaba más el día. Mi cuerpo, o los nervios de mi cuerpo, no se mantenían quietos; tenía que hacer algo, mantenerme en actividad. Casi cada segundo del día lo pasaba con él. Algunos me miraban con preocupación, como si en cualquier momento fuera a estallar o a realizar un acto anormal, propio de un loco. No querían mantener contacto físico conmigo por temor a recibir una exagerada reacción. Creo que lo hacían por envidia, porque mientras que ellos sólo trabajaban ocho horas diarias, yo duplicaba su tiempo. Era mejor al doble. Los dolores de cabeza eran soportables. Al menos en un inicio. Después comenzaron a convertirse en una especie de enemigo: me costaba trabajo mantenerme frente a mi computadora. Cuando comenzó el insomnio pensé que podría aprovecharlo para ser el triple de productivo. Aunque a ratos ya no podía hilar ideas, la concentración se me escapaba. Confundía los nombres, las horas, los días, hasta qué era comida y qué no lo era. En una ocasión, medio lo recuerdo, me desvanecí enfrente de todos. Estaba detallando una estrategia que nos pondría por encima de todos nuestros competidores. Justo cuando estaba revelando la idea clave, la frase única y original, aquella que me daría un gran ascenso, me desvanecí. Ahora descubro que los dolores de cabeza y el insomnio no eran enemigos, sino mi amigo disfrazado. Creo que ganar la mitad de lo que antes ganaba no me convierte en la mitad de lo que ahora son mis ex compañeros.

Yaddir

Nostalgia por la enemistad

En el contexto de la guerra la gloria se mide por la fuerza del enemigo que es vencido o ante el que hay que rendirse, Aníbal midió sus fuerzas contra Roma y Escipión el Africano consiguió derrotar al extranjero que invadió a su amada ciudad al aprender de él todo lo que pudo obtener tras observar sus tácticas.

Por ello, para ser buen enemigo en la guerra es necesario estudiar al otro, reconocer su dignidad y entender que en muchos aspectos es mejor el otro que uno mismo. Quien desprecia a sus enemigos y los hace menos casi siempre es vencido por ellos, pues la soberbia es un mal que ciega a los generales y lleva al ejercito a una muerte segura, mientras que el reconocimiento del otro como alguien valioso pero contrario trae grandeza para el vencedor y para el vencido en la contienda de la que se trate.

Para vencer a un enemigo no es tan claro que hay que abstenerse de odiarlo, el odio encadena al odiante con lo que supuestamente desprecia, porque esconde la envidia que  tiene quien odia ante la posibilidad que es el otro quien muchas veces, sin fijarse en el primero, hace lo que aquél no se anima a hacer.

Al digno enemigo no se le odia, más bien se le admira y se aprecian sus grandezas, pues enemigo sólo es el que se encuentra en mismo campo de batalla como oponente tratando de obtener la misma finalidad, muchas veces con los mismos medios con los que se cuenta. Quien odia, envidia, se encadena y se pierde en la mala visión que tiene respecto al odiado y se hace odioso a sí mismo y por lo ello insoportable, hasta para sus propios hombros.

No piense el lector que con las líneas anteriores estoy a favor de la enemistad, no es mi intensión que el mundo se llene de enemigos, aunque tampoco creo que la respuesta para que el hombre viva bien se encuentre en las sanas competencias ofrecidas por el mercado. Lo que pasa es que a veces parece que no queda nada cuando ha quedado de lado la posibilidad del amor al prójimo o siquiera el reconocimiento del otro como tal y no como mero actor en un mundo financiero.

Sin la esperanza de la salvación, de la que creo que me estoy alejando, me llega el anhelo por la búsqueda de enemigos entrañables que ya están más que sepultados.

Maigo