por el Docto Geovanni Castillo
Hace aproximadamente unos 325 billones de años, el universo estaba compactado en una gran esfera material. En ella, se encontraba la más prístina quintaesencia de todo lo que es y de todo lo que estaba por llegar a ser. Un buen día todo cambió, y toda la energía concentrada en el centro del universo hizo salir disparada toda la materia concentrada hacia todas las direcciones habidas y por haber. A esta situación, todos la conocemos como el Big Bang, o la gran explosión. Ahora, esto no es nada nuevo, de hecho, es tan viejo como la vida misma, como el ser o el existir, que son dos cosas distintas entre ellas pero necesarias la una para la realización de la otra. De la misma manera, la materia es necesaria para que exista el mundo, los pensamientos y por ende… la felicidad.
Si no somos, no podemos existir, eso es algo más que evidente. Así que es este punto inicial, en el que la existencia y el ser se conformaron en uno mismo. Todas las cosas gigantescas. ¿Sabían que la superficie de Júpiter es de 61,42 miles de millones km²? Bueno, ahora que lo saben, quiero que se esfuercen en hacer el ejercicio de imaginar objetos mucho más grandes. Porque, a lo mejor no lo saben, pero el Sol es mucho más grande que Júpiter, y aquél es una estrella mediana, dentro de las que podemos observar desde aquí. Intenten imaginar por un momento el tamaño de lo que nosotros llamamos el espacio exterior, mismo que contiene toda la materia que explotó en el Big Bang y que se creó a partir de éste. El Ser, fue lo que terminó por dar forma al espacio exterior, y todo lo que cabe en él. Los invito de nuevo a hacer el esfuerzo por imaginar, toda la materia posible de la existencia. Desde el átomo más pequeño de entre todos los átomos, hasta la estrella más brillante y magnánima que ilumina a todos sus errantes vecinos. Toda la materia posible.
Si lo están haciendo bien, no tendrán que esforzarse mucho para llegar a maravillarse con la idea. Verán, somos pequeñitos, somos unidades de materia, conjuntos perfectos de átomos que funcionan de manera tal que podemos percibir nuestro entorno, experimentar, pensar y comprender. Pero sobre todo vivir. Vivir. Les voy a contar una de las cosas que se cuenta del gran pensador sociólogo Max Weber. Durante su larga vida asistió a muchos funerales, pero siempre llegaba tarde. Incluso, en una ocasión él tenía que dar el elogio fúnebre, ¡y llegó tarde! Cuando le preguntaron por qué llegaba siempre tarde a los funerales, él contestó “porque para los muertos, la tardanza no significa nada”. Piénsenlo. Es gracias a esta combinación fantástica y prácticamente imposible de átomos que el Ser pudo poner en marcha con esta primera explosión, toda la existencia, y el futuro. Es gracias a este primer estallido de vida, que están ustedes sentados aquí en este momento, y estarán en donde quiera que se encuentren dentro de un par de años o de décadas. La vida, ya lo demuestra la biología, no es otra cosa que una combinación perfecta de varias secuencias de movimientos de la materia primígena que nos conforma. Dicho de otra manera, la vida, se da de maneras distintas dependiendo la combinación de nuestros átomos, es por ello que hay seres humanos, perritos, gatitos, y gatotes como los leopardos. A esta secuencia la hemos descubierto gracias a los avances de la ciencia, y se le da el nombre del genoma. Que no es otra cosa que la estructura y composición de nuestro ADN. Es el mapa original de cómo debe estar conformada nuestra materia para que nosotros seamos tal y como somos. ¿Saben qué decía el descubridor del ADN? “La gente dice que los científicos jugamos a ser Dios. Yo respondo: pues si no somos nosotros lo científicos, ¡¿quién más lo va a hacer?!”. Por supuesto, si esta configuración se mueve aunque sea un poquitito, el resultado del ser vivo, es otro. ¿Sabían que el ADN del ser humano se parece en un ochenta por ciento al de un plátano? Esto, tiene mucho sentido si lo piensan. No porque parezcamos plátanos, sino porque tanto el plátano como nosotros tenemos la misma materia primordial de la que está conformado todo el universo existente y por existir. ¿Cuál es la diferencia? Una pequeña variación en la composición o el ritmo de las combinaciones de nuestros átomos. Nada más y nada menos.
Los animales, son seres vivos, de ello no tenemos la más mínima duda así como también son los árboles y las plantas y las flores y los frutos. Siguen el ciclo de la vida que la ciencia ha descubierto: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Nada más y nada menos. Lo mismo hacen las culturas y las civilizaciones. Pretendo llamar su atención, y esto es por la importancia que conlleva esta situación, a los pequeños cambios que se dan en el código genético que tienen las personas. Si bien las bananas tienen una similitud del 50% al código genético de los seres humanos, es muy sencillo darse cuenta que entre una persona nacida en España y una persona nacida en Escocia, la diferencia es micronesimal. Esto, viene a demostrar varias ideas que han ido proliferando en la actualidad. Como la igualdad de derechos entre los hombres, la globalización, y el libre mercado. Las diferencias entre nosotros (entre nuestra materia original) es muy pequeña, ¿por qué debería cambiar tanto las costumbres, los modos de gobernarnos o los derechos? Pueden darse cuenta de por qué estas ideas no podían nacer antes de que la ciencia nos enseñara la esencia de nuestro modo de ser.
Ahora que sabemos que hay diferentes modos de vida, ya no nos impactamos, de algún modo ya lo sabíamos sólo que no lo habíamos entendido. A estas alturas de la humanidad ya nadie se sorprende de que una mosca vuele y que al mismo tiempo esta mosca sea un ser vivo, aunque sea mucho más pequeña que nosotros, y de la misma manera tenga una composición distinta de todos sus átomos y de su materia (o dicho de otra manera, tenga un cuerpo distinto al nuestro). A nadie le sorprende, que los seres vivos tengan cuerpos distintos entre sí. Así como los perritos que son de distinta razas, los chihuahueños y los xoloscuintles no se parecen entre sí, sin embargo, ambos son perros, y ambos, a su vez, son seres vivos. El cuerpo no es un factor determinante a la hora de aceptar un ente como ser vivo. ¿Por qué? Sencillo, porque sabemos que todo cuerpo está hecho de materia primordial configurada de tal o cuál manera. Si no nos sorprende que una hormiga, una pulga o incluso una bacteria, virus o estreptococo, sea un ser vivo, ¿por qué habría de sorprendernos pensarlo al revés? Es decir, que haya vida de tamaños mucho más grandes. Por ejemplo, los dinosaurios. Sí, es cierto que ya se extinguieron, o eso se cree, aunque hay algunas corrientes que afirman su existencia en el fondo del océano. De cualquier manera, todos sabemos que los dinosaurios eran seres vivos gigantescos, del tamaño de rascacielos. Y esto no sorprende a nadie. De la misma manera, podemos darnos cuenta de que los árboles, son inmensos, hay algunos en el corazón del Amazonas, que han sido medidos por helicópteros y llegan a alcanzar hasta 80 o más metros de altura. Si alguien dijera, en la actualidad que el tamaño importa para saber si algo es un ser vivo o no, todos nos burlaríamos de él, porque a final de cuentas lo que importa es su composición material. Es decir, el modo en el que se conforman sus átomos. Así mismo, no veo ningún problema con pensar un poco más en grande. ¡Imagínense a niveles gigantescos como los de los planetas!
Recordemos de nuevo a Max Weber: pensemos mucho más allá. Como él solía decir, “los especialistas sin espíritu, los sensualistas sin corazón, son una nulidad que imagina que ya llegó a un nivel de civilización nunca antes alcanzado”. Yo los invito a que recuperemos el espíritu, el corazón, y vayamos mucho más allá. Salgamos de la caja, como se acostumbra decir hoy en día, liberémonos de nuestros pensamientos tradicionales, de nuestros prejuicios, de lo que nos enseñaron en la primaria y bachillerato. Comencemos a tratar a nuestro planeta como lo que es, un ser vivo que nos estamos acabando día con día. Es nuestro deber darnos cuenta que lo estamos llevando poco a poco a la destrucción, como si fuésemos una suerte de microorganismos nocivos. A lo mejor les puede parecer un poco gracioso, pensarnos como microorganismos, pero a final de cuentas eso es lo que somos comparados con el tamaño que tiene Júpiter, el sistema solar, la galaxia o el cosmos. ¿Por qué sería ridículo pensarlos como seres vivos?
Como les decía hace unos momentos. Toda la materia estaba concentrada en la esfera original. En ella, no importaba la conformación atómica, ni el ritmo, ni el exceso o las carencias que después vendrían a formar los cuerpos y los seres vivos. Es decir, toda la materia que ahora flota por el espacio exterior (incluido el mismísimo espacio), por el cosmos infinito, era una sola. Como la vida, que no se da dos veces. Como las mejores cosas en la vida. Los invito a pensar esto por unos minutos, quiero que se den cuenta de que todos ustedes y yo, estábamos allí en el mismo lugar, confundidos, co fundidos y compartíamos la misma materia que sus nietos por venir y que los dinosaurios, las abejas, las hormigas, los árboles, los ríos, los mares, los planetas, las estrellas, los hoyos negros… y ¿saben qué más? la justicia, los derechos, los sentimientos, el amor. Todo era uno solo y éste comprendía todas las almas, los pensamientos, las creencias y la ideas; porque ¿qué es la mente o los pensamientos, sino micro descargas eléctricas pasando en cierta frecuencia a través de cierta configuración determinada de materia? Lo que quiero decir con esto, es que todas las configuraciones posibles y toda la electricidad, y toda la energía posible estaba concentrada en esta materia originaria. ¿¡Cómo no iba a explotar con tanta cosa allí metida!?
Quiero crear consciencia el día de hoy en ustedes, consciencia sobre ustedes y sobre este mar inmenso que es la existencia en la que tan descuidadamente habitamos día con día. Quiero, por principio que se fijen en una ley científica aceptada desde hace ya varios cientos de años y que ninguno de nosotros ponemos en tela de juicio. La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Sencillo, ¿no? Todos lo hemos visto, todos lo podemos probar en cualquier momento que se nos antoje. Por ejemplo, si prendemos fuego a un cabello nuestro, la materia que lo conforma se tornará algo distinto. Ese cabello, no dejó de ser, se transformó. ¿Cómo sabemos eso? Sencillo, nuestros sentidos siguen captando lo que quedó de su esencia, y nuestra memoria lo que quedó de su ser. Lo mismo sucede con el entorno en el que viven día con día, agreguen un poco de calor, y el aire no será tan sencillo de respirar, o agreguen un poco de frío y éste hará dolorosa la labor cotidiana del respirar, cambien una actitud con uno de sus amigos, y todo el ambiente se sentirá diferente. Todo en la naturaleza es mutable, y puede ser transformado si se le aplica el estímulo correcto. Voy a insistir, no quiero que se me pierdan en el camino. La materia primera, esta esfera gigantesca en la que estaba concentrado todo (amor, odio, felicidad, hambre, gozo, salud y enfermedad) se transformó. Se movió, dejó de ser La Unidad del todo y comenzó a ser su multiplicidad. Pero, esto, no hizo que la esencia se cambiara. Un cabello, por ejemplo, mantiene su esencia incluso si se le quema. Y éste es un aroma muy particular, varios de ustedes seguro lo conocen. Es por eso que a los perfumes se les conoce también como esencia. Porque mantienen la esencia de las cosas.
Una vez que he insistido tanto en esta materia primera, y que los he guiado por el difícil proceso de cobrar consciencia sobre lo cotidiano, sólo me resta mostrarles para qué sirve este conocimiento. Porque conocimiento que no sirve, es conocimiento muerto, inútil. Hay que ponerlo en práctica, hay que hacer que nos beneficie. Si han seguido con atención mi discurso, podrán darse cuenta de que todo lo que estaba contenido en la esfera primordial, es, en primer lugar, parte de lo mismo, y en segundo, es susceptible a la transformación. Es decir, lo podemos cambiar por otra cosa, podemos moldear su materia, extraer su esencia y realizar un producto que satisfaga una necesidad o una carencia. La ciencia es un bendición que ha traído al hombre el poder de la transformación, y nada necesitamos más desesperadamente en nuestro país al día de hoy, que una transformación cultural. Necesitamos usar el poder del pensamiento para aprovechar al máximo las ciencias sociales. El poder de hacer con la materia humana algo provechoso está a nuestro alcance. ¿Qué mayor provecho que utilizar nuestra materia para ser felices?
Antes de abordar el tema, voy a hacer un poco de hincapié en esta situación. Podríamos pensar, “bueno, ¿de dónde sacamos la felicidad, o de dónde vienen los sentimientos?”. La respuesta es que vienen de esta esfera primordial. Allí estaba, como ya dije, contenido el todo. Luego entonces podemos tener acceso a la felicidad, a la tristeza, a todos los pensamientos o ideas o creaciones habidas y por haber. Porque nosotros estamos hechos de la misma materia que el Todo. Esto demuestra que no hay límite para el ser humano, más que el límite de su imaginación. La cárcel al rededor del libre pensamiento, que nos impide crecer, expandirnos y ser tan grandes como el universo mismo, la construimos nosotros. En veinte años el ser humano mira hacia cielo mayor porcentaje de tiempo que cualquier otro ser vivo durante toda su vida. ¿Creen que esto sea coincidencia? Llevar nuestra consciencia a un nivel extra corporal. ¡Ojo!, no “extra material”, porque todos estamos hechos de la misma materia, pero con distinta configuración. Nuestra consciencia es parte, además, de la gran consciencia que estaba involucrada en la esfera primordial, por lo que nos permite explicar el porqué la materia está llena de vida. Toda la materia no es un pedazo de masa flotante, inerte, carente de propósito y de destino. No, si la materia fuera así, nosotros no podríamos conocerla, estaríamos flotando como ella sin tener consciencia de nada. Es justo porque toda la materia participó de la consciencia absoluta, que nos es posible a nosotros conocerla y a ella conocernos a nosotros. ¿Cómo se logra esto? Es mucho más sencillo de lo que suena. De veras: sólo debemos entonar el ritmo de nuestra consciencia con el que posee el resto de la materia a través de nuestras energías vitales (nuestros sentidos y percepciones extrasensoriales).
La materia y las emociones, están íntimamente ligadas, se necesitan una a otra como el vaso al agua. Una permea la forma de la otra, mientras que esta última le da la posibilidad de transformarse para seguir creciendo. Ya que sabemos que las emociones y la materia son parte de la misma cosa, entonces podemos darnos cuenta de que éstas son susceptibles también a la transformación. Es decir, nos es posible, una vez concientizados de esto, transformar la ira en amor, el rencor en perdón, la tristeza en jovial alegría, la corrupción en democracia verdadera y la amargura en felicidad. No hay imposible para el ser humano, ¡no hay límite una vez que ha vencido la barrera de sus propios temores!, una vez que ha cobrado consciencia de que se puede crecer más allá de nuestro cuerpo e integrarnos a este Ser que constituye el cosmos y todo lo que habita en él, porque estamos hechos, a final de cuentas, de la misma materia.
Por supuesto hay una pequeña condición para que esto suceda. Es nuestro deber cuidar la vida. No solo la nuestra, sino la del frágil ecosistema que estamos destruyendo. En alguna ocasión participé de una ponencia en la que una de las expositores, lanzaba la pregunta al público acerca de cómo era posible terminar con el virus causante del Síndrome del Inmunodeficiencia Adquirida. Por si no lo saben, es el SIDA. Y un audaz chico, poco más joven que ustedes, proponía que lo que se debía hacer para terminar con este virus, era aniquilar al organismo anfitrión. Es decir, terminar con la vida de la persona infectada. Así nosotros, como el SIDA, estamos terminando con la vida del planeta que nos da la posibilidad de ser quienes somos. Necesitamos, en primer lugar, mantener en buen estado nuestro ambiente. Es mucho más sencillo que te enfermes si vives en condiciones insalubres a que consigas una enfermedad si habitas en un lugar higiénico. ¿Sí sabían que es más sencillo contagiarte de algo dentro de un hospital? Porque ahí, están encerrados todos los microorganismos causantes de enfermedades.
Si empezamos a cambiar nuestros hábitos, podemos hacer un cambio gigantesco a nivel global. Solo debemos aportar nuestro granito de arena. Recuerden que la tormenta más estruendosa y destructiva está conformada de una multiplicidad de insignificantes gotas. Una vez que comenzamos a poner en orden nuestro planeta, podemos ir yendo de mayor a menor, mejorando la limpieza de nuestra ciudad, comenzando por nuestra colonia, separando la basura y haciendo el reciclaje un trabajo más ameno. Terminando, pues, por poner en orden nuestra habitación, nuestro hogar, nuestra cocina y nuestro baño. Y finalmente, limpiaremos las acciones de nuestros servidores públicos. Porque recuerden que están al servicio de nosotros. Todo debe estar completamente salubre de manera que podamos mantenernos saludables el mayor tiempo posible. ¿Sí ven por qué? La razón es sencilla. La causa principal de que la felicidad entre en nuestras vidas, no es otra cosa que la salud. Nada en el mundo es feliz estando enfermo, ni siquiera nuestro planeta Tierra.
¿Saben cómo le dicen a la madre Tierra en Rusia, padre Tierra. ¿Y cómo vamos a conectar nuestra consciencia con una mayor, con una del tamaño del planeta o de nuestro sistema solar, si nuestro primer obstáculo es justo la salud del planeta? Nuestra misión es cuidar de nuestro cuerpo. Cuidar de nuestra materia. Ya lo dicen los antiguos griegos, y los versados en el tema conocerán la máxima Olímpica de “mente sana en cuerpo sano”. Esto no es gratuito, no podemos ser felices, si tenemos un cuerpo enfermizo, si nuestra materia está decayendo, corrompiéndose y transformándose en algo que promueve las energías negativas del cosmos. No podemos estar sanos si comemos alimentos transgénicos, alterados, artificialmente manipulados por técnicas que no respetan el regalo de vida de nuestra madre Tierra. ¿Sabían que las personas que llevan una mala alimentación son más propensas a estar enojadas o deprimidas? ¿Por qué? Sencillo, el cuerpo necesita matenerse estable, sano y con los nutrientes necesarios para poder crecer en la mejor de las maneras. Esto es un hecho que las grandes corporaciones pasan por alto a la hora de posicionar sus productos nocivos en el mercado internacional, que la industria de manera egoísta olvida, que la ciencia con su hambre de dominio obvia arrollando nuestra conexión con el ser absoluto. La mejor manera de crecer es aquella que le permite a uno ser fuerte, engendrar a niños con suficientes anticuerpos, aquella que le permite respirar, oxigenar cada célula de su ser, de manera que todas ellas puedan funcionar siendo la mejor versión de ellas mismas. ¿Alguna vez les ha faltado el aire o se han desmayado? ¿Han intentado tener una idea o pensar mientras están teniendo problemas para respirar? Se podrán dar cuenta de que la falta de oxigenación impide que las ideas afloren. El cuerpo, nuestra materia sabia como la misma Naturaleza prioriza la supervivencia a otras tareas menos útiles en ese momento. De nada nos sirve comprender el teorema de Pitágoras cuando estamos a punto de quedarnos sin oxígeno. Nuestra materia, sabia, actúa de inmediato y busca la salud, nuestra mejor configuración de manera tal que la vida siga creciendo, cultivándose dentro de nuestro cuerpo. Los exhorto a comportarse como la materia, a no quedarse solamente en la mediocridad, a ser pura acción pensante, a adoptar en nuestra propia piel la sabiduría que traemos desde el Big Bang. Somos seres de acción, seres activos, seres diseñados para trabajar, para mantenernos en constante perfectibilidad. Para hacer crecer nuestra sociedad bajo leyes justas, bajo un trato igualitario, con las mismas oportunidades de desarrollo para todos, porque a final de cuentas todos estamos hechos de la misma materia estelar.
A estas alturas podemos darnos cuenta de por qué no se puede ser feliz si no gozamos de salud. Y que la verdadera felicidad reside en el buen cuidado de nuestra materia y de la que nos rodea. ¿Qué hay que hacer? Comer bien, descansar bien, cuidar nuestro cuerpo porque es allí donde reside nuestra alma, nuestro espíritu, nuestras ideas y nuestras memorias. Es nuestro cuerpo el que debe buscarse expandir, crecer, sano, fuerte, de manera tal que pueda oponer la mayor resistencia a los obstáculos, a la enfermedad, o a la muerte. Nada vive tanto tiempo como las estrellas. Debemos aprender de ellas. Progresar con brillo propio, marcar la diferencia, ser una guía para los que vienen detrás, perdidos en este mar de injusticia, pero que nos necesitan. Debemos retomar consciencia de aquél divino primer momento de existencia, donde todos éramos uno y donde participábamos de todo el amor y la felicidad del universo. Necesitamos dejarnos llevar por nuestra verdadera naturaleza humana, y hacer crecer nuestra materia, reproduciéndonos, construyendo músculos, huesos fuertes, enlaces neuronales sólidos y pulmones limpios; la mejor manera de vivir y de ser felices, consiste en cuidar nuestra salud, y por ende nuestra supervivencia a toda costa.
FIN… FIN… FIN.