Twitter de la vida real

¿Qué pasaría si lo que dicen los usuarios en Twitter lo dijeran las personas en la calle? De cierta manera dicen lo mismo de manera semejante, pues en las conversaciones ajenas, las cuales muchas veces son públicas y eso me permite escucharlas, se replican comentarios como los vertidos en los memes. Existe una notoria tendencia a hablar del tema de moda, sin emitir una opinión que pueda resultar de la propia y meditada apreciación; se trata, simplemente, de repetir alguna postura, no quedarse callado, es decir, expresar que se va progresando con la conversación del momento (aunque ésta nada tenga que ver con las conversaciones previas y pese a que nunca se modifiquen los modos del conversar). Como en lo que podríamos denominar vida real hay contactos que no amigos (en eso quizá la vida real le haya aprendido a la red del pajarito enojado). La red también permite las idolatrías, aunque con la salvedad de que ahí se puede tener un contacto, mínimo, con el ser idolatrado. Las injusticias también se replican e incluso se estimulan, pues, quizá la única diferencia que da Twitter con respecto al vivir en contacto tangible con los demás, sea el que los usuarios se envalentonan al escribir. Twitter es el lugar favorito para los chivos expiatorios, las difamaciones y la pérdida del pudor.

En la comodidad de su hogar, el tuitero puede ser la persona más valiente jamás pensada; ataca a funcionarios, policías, estudiantes, profesores, otros tuiteros e inclusive a miembros del ejército. Si bien vivimos en un ambiente violento, no vemos tanta saña derramada por las calles como la que se derrama por Twitter. ¿El escritor del tuit se imaginará interpelando a un funcionario en la calle a la cara, hablándole con el tono de la más vehemente indignación, cuando está escribiendo su mensaje? ¿Tendrá la misma satisfacción el quejarse con todas las personas indignantes en la red social como la tendría el quejarse frente a ellos?, ¿deja algo bueno el escribir tuits?

Twitter es el lugar donde se consuelan los cobardes.

Yaddir

Cenas enredadas

Empieza diciembre y arrancan las reuniones navideñas. Uno se imagina una cena digna de comercial: los niños riendo, contagiando alegría; los padres unidos y contentos, conversando sabrosamente con sus otros familiares; los adultos mayores siendo tratados con el mayor respeto y consideración; inevitablemente, en el fondo hay un árbol navideño rodeado de juguetes, esferas, luces y otros objetos brillantes. Sin embargo, en pocas ocasiones se logra una postal como la mencionada. La principal razón atribuida a la poca convivencia navideña muchos la encuentran en la adicción a los smartphones. Esos espejos negros que representan la propia complacencia en uno mismo y que permiten su extensión en comentarios e imágenes. Eso explicaría por qué las cenas navideñas tienen tan poca repartición de palabras. Aunque, a diferencia de un espejo normal, el espejo negro no refleja nada.

Otro problema de las fiestas decembrinas es que la poca convivencia parece impedir el tránsito de una conversación. ¿De qué platican quienes no se han visto en mucho tiempo?, ¿de qué temas pueden conversar?, ¿saben de qué asuntos les gusta o les disgusta departir?, ¿qué cosas pueden hacer? Supongo que ese problema es un falso problema si las personas quieren reunirse; si sólo se manejan entre compromisos, cuya base es una tradición que ellos mismos no logran entender, se recurre al espejo negro como escape del tedio. Si las personas que sólo pueden (quieren) reunirse una vez al año tienen un pasado, como los hermanos, los primos, tíos o las personas con cualquier relación filial, el pasado siempre será un tema. El problema es que cada año se va vaciando el tema y, al momento en el que al fin se acabe, ni el pasado de contar el pasado podrá dar conversación. El presente de esas relaciones no se quiere mantener; sólo se quiere dar sentido al presente con unas relaciones que impiden olvidarlo. Pero el pasado sin presente es tan vacío como el presente sin pasado. Visto así, el reflejo del pasado en el futuro no tiene nexo por su carencia de presente.

Pero no todos los encuentros navideños están teñidos de acartonadas, tediosas, largas e insustanciales conversaciones; hay lazos que no se rompen ni con los silencios más atronadores. Quizá con esos trozos de tela se pueda tejer una convivencia que cubra el frío de las solitarias mesas navideñas. Quizá sólo se trate de que las personas quieran reunirse y sepan por qué es bueno que se reúnan.

Yaddir