2020

Difícilmente se puede decir con plena literalidad algo sobre las actividades humanas. Pero este 2020 todo el mundo habló de la pandemia. Al ser el virus un asunto cuyo impacto fue mayor debido a las prohibiciones y las medidas establecidas por el estado para aminorar su propagación, la mayoría de lo que se dijo sobre el Coronavirus fue en su relación con la política. De pronto, casi tan imprevisto como el SARS-CoV-2, surgieron especialistas en política internacional. Una facción importante de opinólogos, especuladores o especuleros de las redes sociales decía que era un virus creado debido a las tensiones entre Estados Unidos y China, o Estados Unidos, pasando por China, y Rusia. De repente nacieron, cual volcanes, expertos en política internacional. Fue impresionante, personas que no sabían ni quién era su representante local, sabían lo que pasaba en la sutilísima atmósfera de la política internacional. Las teorías de conspiración son más contagiosas que una enfermedad. Unos cuantos peldaños más bajos en la discusión política, se cuestionó constantemente a los gobernantes y las medidas que se adoptaron en cada país. Hubo políticos tan audaces en no temer errar con lo primero que dijeran; según ellos, el uso del cubrebocas era una medida de censura. Es clarísimo: el cubrebocas te tapa la boca, ergo te impide hablar. Como no existe diferencia entre hablar y pensar, y como tampoco existen los micrófonos, y como además el cubrebocas no tiene orificios por los cuales se pueda respirar así como hablar, pues es obvio que el uso del cubrebocas es una metáfora perfectísima, del más alto genio literario, de la censura. Ante una crisis cabe la posibilidad de que las personas cambien. Tras oír las mismas opiniones vertidas en diferentes temas, parecería que el cambio no se presentaba ni con una terrible pandemia. El Coronavirus definió al 2020. Muchas personas ya sabían qué pensar sobre el dos mil veinte.

Pero el encierro algo cambió. Las muertes por Coronavirus cambiaron mucho. Debimos aprender a soportarnos a nosotros mismos. La falta de actividad activó los recuerdos. De entre todos, los arrepentimientos, los errores, las culpas, se esforzaban por salir. Los buenos recuerdos de lo que fue y de lo que quizá no vuelva a ser. Tal vez algo parecido sucedió con las personas que perdieron a seres cercanos, a personas queridas, a familiares, a vecinos, a amigos, y a muchas otros seres debido a la enfermedad. Recordaron a quienes quisieron y que por la pandemia ya no pudieron ver. Qué dolor el no haber tenido el cuerpo para llorar, el no haber dado la última despedida, el último apretón de manos, el último abrazo, el último beso. Qué furia el ver a quienes no respetan las medidas sanitarias, realizan convivencias multitudinarias o se mofan de quienes sí mantienen las precauciones. Fácil resulta encontrar culpables por los muertos entre los descuidados. Mucho más si están enfermos y desafían su suerte junto con la suerte de los demás. (En México se hizo famoso la imagen de una persona que fue a la playa junto con su tanque de oxígeno; él puede decidir cómo morir, pero no puede decidir como morirán los demás). Lo más impresionante no son quienes sufrieron, sino quienes supieron de la presencia constante de la muerte, de cómo diariamente, en cada parte del mundo, la vida iba consumiéndose en la fatídica enfermedad, y poco les importó; impresionante porque pocos se dolieron del dolor ajeno, como si fuera algo lejano a ellos, como si tan sólo por ignorarlo, armarse teorías o escupirle a los demás su suerte y su salud, no les fuera a suceder; impresionante por ver cómo querían continuar con su vida ruidosa y llena de actividades pese a la paulatina acumulación de almas convertidas en polvo; impresionante por ver cómo a una gran cantidad de personas les importa poco o nada la vida de los demás; el egoísmo es impresionante. Quienes desean ignorar o minimizan la presencia del virus manifiestan que sus ideas políticas son maquiavélicas porque algo de Maquiavelo hay de ellos. El 2020 fue un año impresionante. Nos conocimos y descubrimos que es más fácil acabar con el virus mediante la vacuna que mediante el acercamiento del bien.

Yaddir

El zapato virulento

Al salir por la puerta trasera de mi departamento me encontré con algo que me dio más miedo que ver a un sujeto con overol negro y máscara blanca a punto de apuñalarme: un reguero de ropa y zapatos. No tenían orden alguno, no eran un pedido ni un paquete. Los pantalones estaban hasta el rincón de la izquierda, las playeras embarradas en el rincón de la derecha. Enfrente de la puerta de mi vecina había un suéter que parecía estar abrazando una sudadera y un chaleco. La verde planta que nos alegraba la vista estaba regada de calcetines y lo que parecían unos leggins. Pero lo peor de aquel escenario fue el viejo zapato frente a mí, con la boca abierta, como si él estuviera sorprendido de verme ahí, como si yo fuera el que estuviera violando su intimidad con mi sucia presencia.

Después de esquivar los obstáculos, cual si estuviera evitando rayos láser, me percate que la ropa era de la vecina y su familia. Claro, en tiempos del Covid-19 hay que tomar todas las medidas posibles para evitar contagiarnos, aunque expongamos al que hace la limpieza, a los vecinos, a las mascotas e incluso a nosotros mismos. No era sorprendente. Era una vecina a la que le gustaba limpiar su casa sacando la basura al pasillo, dejando que habitara ahí hasta que alguien la quitara. Tal vez pensaba que el viento se la llevaría hacia el basurero o que el smog la aniquilaría con sus potentes sustancias o que se iría volando y que a cada coche de la ciudad le caería un pequeño pedazo, de esa manera a nadie le haría mucho daño. Me sorprendí de que no me hubiera acordado de la vecina hasta que dejó desechos tóxicos afuera de mi puerta. La idea me sorprendió más porque se cruzó con otra: “la cuarentena no nos va a hacer mejores personas”. Apenas permiten disfrutar de las playas, las abarrotamos, creyendo que el virus se ha desvanecido; si la cifra de enfermos aumenta, lo más seguro es que culpemos al gobierno o a otros de nuestra propia imprudencia. Supe que un conocido, quien vive solo, compró víveres y productos básicos suficientes para que no tenga que pisar la calle por más de un año. Ni hablar de las tiendas que venden sus productos como si estuviéramos en tiempos de post guerra. Tal vez estemos tan acostumbrados a las peleas, tal vez los ataques sean tan sutiles, que no nos damos cuenta que no pocos viven en constante guerra.

Al volver a mi casa, me puse los guantes que había comprado y comencé a echar la ropa en bolsas gruesas. El zapato ya no me miraba con altivez, sino con una especie de súplica, pero aun así lo encarcelé junto con todo lo demás. Tiré mis guantes a la basura para poder escribir una nota que decía lo siguiente: para la próxima ocasión que confundan el pasillo con un clóset les quemo la ropa. Atte: un vecino que tiene cloro.

Lluvia de primavera

Entre rostros de miedo y caras cínicas cayeron las primeras lluvias, las lluvias de primavera, esas que primero son algo tímidas, esas que en poco tiempo caen con fuerza y mojan todo.

Esta primavera fue diferente a las demás ya que entre las gotas cayentes se vieron algunos rostros visiblemente preocupados, pues querían entender lo que entre las finas líneas de agua se dibujaba, aunque el dibujo no se esclarecía, algo mostraba de sí.

Otros rostros, también bajo las lluvias, pertenecieron a hombres ocupados en granjearse los sonidos de los aplausos, pues la lluvia suena como manos golpeándose, y algunos estultos suelen aplaudir a los aventureros que construyen castillos de azúcar en la calle durante las lluviosas tardes de primavera.

Las primeras lluvias de primavera, con el polen en el aire y la presencia de otras cosas, mojan los rostros de hombres preocupados por entender y de aquellos que suelen ocuparse por atraer el aplauso estulto con dulces boberías, a todos por igual, aunque no todos las reciban con la misma disposición de ánimo

Las primeras lluvias de primavera mojan rostros y ropajes de reyes y mendigos, de  príncipes y campesinos y de hombres preocupados o cínicos. Lo bello de estas lluvias es que a todos mojan por igual, a unos molestan más que a otros, pero nunca dejan de anunciar la vida que llega junto con la primavera, quien en silencio y sin fiestas ha llegado, y que muy pocos ven como tal porque se preocupan o disfrutan con el hecho de estar mojados.

Maigo

Entelequias

Estaba yo muy tranquilo viendo Diablero en Netflix cuando se me ocurrió una idea descabellada.

Imaginé por un momento, que este asunto del Coronavirus no es un engaño. No es guerra fría, ni armas biológicas ni guerras económicas. Imaginé también (aunque no sea verdad) que no es algo que inventaron los rusos. Imaginé que simplemente es una enfermedad que se contagia con mucha sencillez y por lo tanto puede causar muchas muertes.

Imaginen conmigo por un momento, que este tipo de crisis, no dependen del hombre, ni hay un científico chino loco detrás de todo este teatro ayudando a su país a punta de pistola, a causar una recesión en la economía mundial. Imaginen, que no es un arma (creada por los gringos o rusos o guatemaltecos) que se usa contra sus enemigos y por supuesto, quien la usa posee la cura (porque claro que hay cura). Imaginen también, que el riesgo de contagio es verdad, y que conviene no salir a las calles, que todos y cada uno de los gobiernos no nos están mintiendo en la gravedad (con excepción del presidente mejicano que dice que todo está bien y que si por él fuera se comería a las niñas)  del asunto ni que el número de muertos italiano es falso.

Suena bien disparatado, ¿verdad? El fin del mundo a manos de algo que no es humano, a manos de algo que no es una técnica (que dominamos, ni que podamos dominar con una técnica) y que por lo tanto se nos puede salir de control de un momento a otro. Por supuesto esto no puede suceder, somos humanos y tenemos chingos de tecnologías y de chinos científicos vergas. Bendita ciencia que nos permite taparnos los ojitos cuando queramos.

En fin, se me antojó compartirles esta loquera que se me ocurrió, no hace ninguna diferencia, ni nos ayuda en nada. Solo quería señalar que Bátman (que es un científico también) no es gobernador de Ciudad Gótica, y que todos esos putos comunicados pedorros de científicos (y economistas) sudamericanos y mejicanos y chinos y gringos explicándote la “verdad”, me cagan. me parecen un montón de sacerdotes de un culto impío lloriqueando mientras tratan de mantener la fe y tratando de contagiarnos su miedo.

Imaginen conmigo (aunque sea mentira que me cuento y que les cuento) esta imposible y alocada idea de que de vez en diario, nuestra mamá Naturaleza se place en matarnos.

El político y la peste

“Sobre esta epidemia, cada persona, tanto si es médico como si es profano, podrá exponer sin duda, cuál fue, en su opinión, su origen probable así como las causas de tan gran cambio que, a su entender, tuvieron fuerza suficiente para provocar aquel proceso”.

Tucídides

Se dice que Pericles era el primer ciudadano de Atenas, que gracias a él la ciudad del Partenón tuvo tal monumento, que ayudó a florecer el teatro y que de no ser por sus acciones probablemente no tendríamos las obras de Sófocles, aunque sólo queden 7, ni las de Esquilo, amante del puré.

También se dice de él que fue un gran general y defensor de Atenas durante los difíciles años en los que la polís se tuvo que defender del Persa, que además de excelente militar y demócrata, era un magnífico orador.

Tucídides lo pinta como alguien prudente y probo, pero también nos dice que ante la presencia de la terrible enfermedad que azotó a Atenas, Pericles, no soportó la pérdida de sus hijos, ni a la enfermedad misma.

Al final de sus días, el político que se distinguió por sus charlas con Anaxágoras, Zenón de Elea, Protágoras y Heródoto vio a los ciudadanos dispuestos a ir a la guerra y desanimados por los efectos de una enfermedad, que habiendo llegado quién sabe de donde, se instaló primero en el Pireo y llegó hasta su casa para quitarle la vida y demostrar su vulnerabilidad.

Maigo

Datos confusos

La pandemia del nuevo Coronavirus nos ha llevado a ponerle mucha atención a los medios de comunicación. Nos enteramos de su baja mortandad, así como de las acciones tomadas por cada país para evitar, en la medida de sus posibilidades, contagios. En varios países el virus ha contagiado de pánico a la población. Compran víveres como si se creyeran que la cuarentena será por un tiempo infinito en lugar de indeterminado. Algunos sugieren que el pánico es culpa de los medios de información. ¿Son responsables de las compras desmedidas quienes informan a cada hora sobre la situación de un virus poco conocido? Además de informar de la manera más veraz posible ¿los medios de comunicación tienen alguna otra responsabilidad sobre la población? La rivalidad entre noticieros, portales, periódicos y tuiteros, ¿tiene daño colateral en las decisiones de quienes compran sesenta rollos de papel? Porque sin los medios muchos no se informarían de dónde se han presentado los contagios, cuántos han sido, cuál es la población más vulnerable así como el reporte de las muertes (el cual es bastante bajo). Sin esos datos, tal vez viviríamos como vivíamos antes de conocer la existencia del virus. Con los riesgos que eso implica. Pero también son esos datos (como las imágenes de las medidas tomadas en otros estados ante el Coronavirus) los que provocan una extrema precaución en la gente. La internet nos brinda mucha información. Todos los que tenemos acceso a internet hemos consultado muchos y muy variados datos. Pero en muchos sitios la información es imprecisa, tendenciosa o sencillamente falsa. En una situación tan peculiar como la presente, ¿es perjudicial nuestra tendencia a creer casi todo lo que vemos en la red? Nuestro desconocimiento sobre virus y epidemias, sumado al desconocimiento que se tiene del virus presente, ¿nos vuelve susceptibles de creer más fácilmente lo que leemos en cualquier portal?, ¿le creemos más a lo que comparte nuestro amigo de redes que a las autoridades gubernamentales porque nuestro amigo nunca nos ha mentido y de las autoridades desconfiamos constantemente? A esto hay que sumarle que los intereses políticos, sean de los que detentan el poder o de los que quieren detentarlo, podrían dar una opinión tendenciosa que acreciente la confusión. En este caso, tal vez sea preferible hacerle caso a los medios de información consolidados, pese a que no sean infalibles. Si hubiera virus y no medios de comunicación relativamente independientes de intereses políticos, ¿estaríamos condenados a creerle todo al gobierno?

Yaddir

Expansión

Pensé que el apocalípsis había llegado a la tierra. A China para ser más específico. Por supuesto, el virus que comenzó a expandirse entre la población, encontró buena resistencia de parte de la humanidad. Pero, como podrán ver, ésta no fue suficiente. En menos de un año la mayoría de los habitantes humanos sobre la tierra habían perecido.

Pensé que el momento más loco de esta pandemia, llegó cuando los chinos pusieron a patrullar sus calles con los robots que detectaban la presencia del virus en los seres humanos, para, de esta manera, tratarlos cuanto antes.

Quién iba a pensar, que el momento culmen del fin del mundo fue cuando estos robots, comenzaron a contagiarse también. No hubo humano en la tierra que no se contagiara gracias a su extrema dependencia de la técnica. Y los pocos que quedamos, inmunes a la ciber-cepa nos regresamos a la selva a malvivir como animales.