Prueba de amor

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Cenizas de fe.

Nací en el año del señor de 1984, quince días antes del miércoles de ceniza, lo que me salvó durante los primeros quince días de vida de tener que guardar ayuno, después me tocó seguir el destino de todos aquellos pecadores que tenían que seguir el rito de la cuaresma, no me sometieron a un ayuno riguroso, pero mi alimento disminuyó considerablemente.

Que mi nacimiento ocurriera quince días antes de la cuaresma y que mi bautizo se celebrara durante la noche de San Juan, fue algo que marcó mi vida, pues aún siendo incapaz de recordar alguno de estos sucesos, se me ha contado que tengo mucho de qué arrepentirme; primero, por haber causado muchos dolores y molestias al nacer, además de haber llegado al mundo manchada por el pecado original, y segundo, porque la única manera de librarme de esas y otras muchas faltas es convirtiéndome a una vida guiada por el ejemplo de quien se sólo fue una voz en el desierto.

Conforme fui creciendo se me guió para que fuera a tomar ceniza, para que ayunara en la cuaresma o bien que ofreciera un sacrificio diario durante el tiempo que trascurre entre el miércoles de ceniza y el domingo de ramos. Recuerdo que disfrutaba enormemente, yendo a la iglesia y percibiendo el aroma del incienso con el que la perfumaban durante la semana mayor, y que me trasportaba al cielo, cuando a ese aroma se sumaba el perfume de las setecientas azucenas con las que adornaban el jueves santo. Lo que muestra que por desgracia para mí mi experiencia religiosa se limitó a los placeres del sentido del olfato.

Conforme fueron pasando los años, más me enfocaba en los olores de azucenas, inciensos y los jazmines de la pascua, que en aquello que significaba pasar del tiempo ordinario a la cuaresma, de la cuaresma a la pascua, de la pascua al tiempo ordinario y de éste último al tiempo de adviento. Mis sentidos se estaban alimentando con cada visita a la iglesia, y poco a poco me olvidaba de mi alma y de la importancia de salvarla, que fue lo que acabó por alejarme de la iglesia y de todo lo que representa.

Al pensar en mi final distanciamiento, me doy cuenta de que éste se debió en gran medida a la única vez en que decidí echar un vistazo a mi alma, fue el año jubilar en el que festejaban la llegada del milenio, me confesé y como penitencia se me ordenó perdonar a quienes me habían ofendido en algo, no pude hacerlo, y viendo que lo más importante en la vida religiosa era perdonar a los enemigos y no sólo cumplir con ritos en los que se gozaban mis sentidos, decidí dejar de ir.

Cuando dejé de ir al templo, me di cuenta de que todo lo que hasta ese momento había vivido no habían sido trasportes de fe, y creo que en el orgullo me afectó más ver que no tenía lo que siempre pensé era fundamento de mi vida que abandonar el placer que los santos aromas proporcionaban a mis sentidos. Se me podrá decir que bien pude seguir acudiendo al templo para gozarme en él sin preocuparme por asuntos como el sentido de ir allá, pero había perdido algo importante cuando vi que no creía en lo que pensé que creía, perdí la imagen que tenía de mí.

Por primera vez en años, me vi en un espejo donde pude contemplar mi alma, y lo que vi no me gustó en absoluto, de modo que acabé por convertirme, pero no hacia donde pretendieron mis padres que me convirtiera, mi camino se tornó diferente y no pretendí llegar a ser como aquella voz en el desierto que hablaba desde su fe, porque ya no tenía que decir aún cuando me encontraba en el desierto.

Han pasado muchos años desde entonces, y me he dado cuenta de que lo que yo creí fe era sólo un cúmulo de ritos que no hablaron a mi alma y que si quiero llegar a salvarme no basta con desearlo o con buscar mediante razones lo que sólo puede ocurrir por medio de un milagro.

 

Maigo.

 

Nota al pie: Quiero despedirme de la Cigarra que ha dejado de cantar, deseándole que pronto vuelvan las musas a aconsejarla.