Herencia

Cuando niña, siempre supo dónde debía guardar sus recuerdos, estaban en el lado izquierdo de una caja de hueso, sabía que olían a pan, a miel y a flores.

Cuando joven, olvidó, cambió la caja por un baúl de madera, era muy grande y pesado, pero espacioso, ya no se fijaba en los olores, en los colores y en las cosas de las que se iba llenando.

Cuando anciana, el baúl ya estaba tan lleno que las cosas se escaparon y entilicharon toda la casa, pero esas cosas ya no le decían nada, ya no había olor a pan o miel o flores, había otras cosas, como sinsabores.

El baúl se llenó, y el corazón se vació de vida. Ella ya no sonrió y sus recuerdos pasaron a manos de otra niña, que fue capaz de contenerlos en el lado izquierdo de una pequeña cajita de hueso.

Maigo

Perdida

Se me perdió una palabra ¿quizá usted pueda ayudarme a buscarla? Es hija de un ser desconocido, pero curioso, el padre de ésta señorita extraviada solía vigilar muy cuidadoso el mundo, por lo que es extraño que su palabra se extraviara en él sin haber dejado rastro en el mundo.

Hasta donde puedo decirle, la coqueta palabrita suele aparecer en los labios de algunas inocentes señoritas, a veces también los hombres más honorables se empeñan en pronunciarla, pero no puedo decirle claramente cuál palabra es porque ahorita se encuentra extraviada.

Comienzo a angustiarme porque se me perdiera esa palabra, la busco en los diccionarios, en las enciclopedias y en los sitios más alejados de las concurridas bibliotecas, ojalá pronto la encuentre porque parece que le hace mucha falta al mundo.

Verá, cuando esa palabra estaba presente todo era paz y calma en el mundo, hoy no la encuentro en ningún lado y todo parece desazón y extravío, quizá la recuerde usted si es que busca en su memoria.

Era una palabra amable y esperanzadora, a veces llegaba sola y a veces acompañada y creo que sin ella la humanidad está perdida, porque la perfidia y el desanimo comienzan a llevarse vidas.

Haga memoria, quizá ahí la encuentre, he buscado mucho por el mundo y me consta que no se haya escondida en lugares indecentes, quizá entre sus recuerdos, a lo mejor en el más pequeño de ellos usted puede encontrar a esa palabra que por el momento no encuentro.

Ella despertaba lo mejor del corazón humano, era única en su especie, no sé si la tiene secuestrada algún gramático, pero con su ayuda quizá podamos encontrarla y hasta rescatarla de cualquiera que la oculte.

¡Vamos! ¡Hagamos juntos el esfuerzo memorístico! Es una palabra que curiosa se deja ver y se guarda, veamos quizá entre los mejores recuerdos… ¡No! los dolorosos no, esos déjelos para otro momento.

Tal vez con el alma tranquila, disculpe usted que le moleste pero es que sin su ayuda no podré encontrar esa escurridiza palabra que tanta falta nos hace.

Parece que nuestra memoria ya comienza a recordarla esa palabra es…

Maigo.

Aldonza

Llegó a la taberna una mujer entrada en años, se llamaba Aldonza, aunque algunos la apodaron Dulcinea, porque soñaba con dulces destinos que nunca vería consumados en su vida.

Ella tenía la costumbre de imaginar que un caballero insigne la defendía de las burlas de los comarcanos del Toboso, el cual armado ricamente por el poder de su imaginación llegaría un día para sacarla de tan vulgar lugar. Sobra decir que eso nunca pasó.

Mientras el tiempo pasaba, mucho soñaba Aldonza y mucho imaginaba cada vez que veía un abandonado quijote que se oxidaba en las caballerizas y que había pertenecido a los tiempos de María Castañas.

-Quizá fue de Amadiz de Gaula o de Florestán, o lo dejó por aquí mi caballero como prenda de amor, porque lo correcto es que sean los caballeros quienes den prendas y no las damas pobres como yo- pensaba la joven Aldonza, mientras se perdía entre los sueños de Dulcinea.

Tanto soñaba Dulcinea que un día soñó que por arte de magia daba vida a la mano de un manco, quien preso de su imaginación escribía las maromas de un insigne caballero inteligente y divinal como Ulises.

Pero el sueño se acabó, la mano del manco perdió su vida prestada y Aldonza se quedó con el deseo de ver a su caballero andante acudir montado en un hermoso rocín dispuesto a dar su vida para sacarla de tan pobre taberna.

Maigo

Nadie

Siendo Nadie logró vencer al Cíclope; siendo un mendigo venció a los pretendientes. Pocos sabían quien era, quizá ni él mismo lo sabía, pero se reencontró en los ojos del fiel perro y en el toque de la digna esclava.

La epifanía lo obligó a guardar silencio y recordar. Notó que cambiando de nombre y de figura, como lo haría Proteo en otro tiempo, el náufrago se había encontrado con Nausicaa, pequeña y delicada guía que lo llevó ante la virtud para que lo cubriera.

Gracias a ese lejano encuentro con lo virtuoso, el caballero de múltiples nombres nos dibujó el camino para llegar a la isla bienaventurada, la lejana Ítaca, que más que un hogar es uno de esos lugares donde el hombre se encuentra a sí mismo después de haber estado perdido.

Maigo

Se fue la luz

Un día, sin aviso previo, se fue la luz. De repente todo lo que hacía se detuvo en el tiempo y el silencio se convirtió en sonidos inteligibles: los susurros poco a poco adquirieron el brillo de los colores, y las vibraciones de cada objeto en pletóricas oraciones que anunciaban la proximidad del mundo.

Así, de repente, sin avisos ni nada, de manera silenciosa la luz se fue.

Con el apagón llegó la nostalgia, el recuerdo y a veces la desesperación, pero también llegó la calma.

Afortunadamente para el joven hubo aceptación, y para el viejo la calma, que suele ser una visita constante y visible en cada paso que da.

Así, sin previo aviso, se fue la luz de sus ojos, y todos lo que la perdieron aprendieron a ver de manera más profunda.

En la oscuridad, ellos lograron escuchar mejor al mundo surgiendo entre los abismos, y oculto para los que decían que sí podían ver.

Maigo

Zapatos perfectos

Lo cierto es, que los zapatos le apretaban por tanto bailar, desde que llegó no tomó asiento en toda la noche, así que sus pies se cansaron y se hincharon.

La elección no había sido la mejor, ya que los zapatos no eran flexibles, lo mismo daba si hubieran sido de madera.

La dama que los traía los sacó de sus pies sutilmente, para descansar por un momento, pero el caballero que del brazo la asía no se percató de que la hacía caminar sin darle oportunidad de volverse a colocar el zapato en el pie.

La prisa se justificaba, pues ya casi eran las doce, momento de brindar y lanzar por la borda las presiones que tanto tiempo se van en arreglos y preparativos.

Por fortuna, el vestido, de la recién graduada, tapaba discretamente la indiscreción de la dama.

Pero el descuido se notó al día siguiente cuando se levantaba todo lo que había quedado de la fiesta. Lo que fue una zapatilla de cristal, ya se había convertido en un zapato usado, así que los encargados de limpiar simplemente la tiraron.

Los lectores ya se imaginarán el final de esta triste historia, pues los celebrantes de semejante graduación en casa debían quedarse. Son tiempos de confinamiento, no de locuras y fiestas en las que hasta los zapatos es posible quitarse.

Maigo

Tan lejos de Dios

Y fue así, por fin, con la victoria contubdente del Cruz azúl, que México comprendió la falsedad de su cuarta transformación.