Un elefante triste

Es inusitado cuando un suceso cultural atrae atención. En el devenir de noticias, hard news, las referentes a la cultura se pierden hasta casi desaparecer. Es inusitado, entonces, que la Biblioteca Vasconcelos aparezca en tantos titulares y charlas. Los diarios reportan su centralización bajo un allegado sospechoso de nepotismo, la expulsión de su antiguo director, la negligencia en el mantenimiento de las instalaciones, el decaimiento del acervo; ¡hasta un problema sindical ha empujado al cierre del inmueble! Los tiempos tan vertiginosos, agitados, cambiantes marcan el ritmo de su existencia. Así como el país se transforma revolucionariamente, la Biblioteca Vasconcelos se descompone buscando reconfigurarse.

El nuevo director decidió abandonar a la tripulación. Aunque adujo razones personales, su texto publicado en La Jornada expresa bastante. Vislumbró lo duro que sería el viaje y prefirió no asumir la responsabilidad del naufragio. Supuso que sería arduo mantener administrativamente el gran inmueble. A los recortes impuestos al área de cultura, se suma la presión laboral y financiera. Al dificultarse el pago de honorarios, gran parte de sus trabajadores fueron recortados. Obviamente esto ralentizó el funcionamiento y dejo sin guía a los empleados futuros a integrarse. La transición sacudió la burocracia; inauguró un mandato nuevo. El control draconiano de Hacienda asfixió todavía más el recinto.

El daño más imperceptible está en los lectores y visitantes. Con los cambios abruptos, la oferta de talleres se ha visto menoscabada. Las negligencias en el mantenimiento hacen más incomodo el uso de sus instalaciones (imaginemos un anciano con problemas en sus rodillas que debe usar las escaleras al no haber elevadores funcionando o el lector que debe estar indagando cuál estación de préstamo es la que funciona). La falta de reparación del material reduce el número de ejemplares disponibles. Ni se diga de la deficiente rigurosidad en el inventario. A pesar de todo, los lectores y visitantes quizás hemos contribuido a su descuido. La Biblioteca es vista como imagen del despilfarro de las administraciones anteriores o prueba tangible de la ineficacia de la actual. La grilla política aleja la atención del inmueble en sí y su problema puede ser aprovechado como encomio o ataque. O incluso ambas. De un lugar que posee un acervo literario y hemerográfico pasa a ser un componente de la visión de país de cada gobierno. De un espacio común para leer se buscó integrarla a las «unidades que irradien información y cultura». De un sitio de lectura libre intentó ser elevada a un «complemento más alto de la educación formal». De un recinto de ocio se trató de perfilarla como «la rosa de los vientos, es decir, que atienda las demandas e intereses de la sociedad».

Pese a que asumamos que la cultura siempre es deseable y valiosa, muchas de nuestras actitudes y proyectos cuestionan lo anterior. En realidad, transcurre como un asunto tolerado. Ahora el sector cobra mayor relevancia no sólo por sufrir los recortes federales, sino por ser una promesa no cumplida. Se especulaba que el primer gobierno de izquierda la pondría en su lugar. Actores de cine, directores de teatro, músicos, pintores, agentes culturales dieron brío a la campaña de la presidencia actual. ¿Qué fue lo que recibieron? La secretaría de Cultura fue la primera en cumplir el abandono de la capital. No fue únicamente relegada en su ubicación, sino también como prioridad. El FCE fue un premio de consolación. La Biblioteca Vasconcelos no llega ni a eso.

Sergio Mayer o sobre la inculta política cultural

La relación entre la cultura y la política siempre ha sido problemática. La una cree que depende de la otra, no en el mismo sentido, por supuesto, pero cada una considera estar haciendo un favor a su compañera. Esto, obviamente, pensándolas en relación y acotando ésta al financiamiento y a la propaganda. Es evidente que la cultura no se reduce a los eventos enmarcados en alguna institución o programa institucional así como la política no se reduce al trabajo burocrático. Pero es en esta reducida relación en la que se puede tomar partido fácilmente, donde la cultura se vuelve política y, sólo si es conveniente, la cultura se torna cultura. ¿Cómo puede la cultura, si quiere seguir sus mejores objetivos, salir de ese círculo, realizar actividades culturales auspiciadas por el estado sin hacer propaganda de la política? Si no hay salida posible, todo acto cultural patrocinado por los políticos nunca dejará de ser otro eslabón del juego político. Si no hay salida posible, no importa que un político inculto esté a cargo de un puesto clave para la cultura.

Pero quizá viendo el problema como un asunto de forma y no de fondo se pierda la finalidad de la cultura y de la política. La finalidad de ambas es la misma: propiciar la buena vida. Cuando la cultura sólo se propone entretener, no importa si es una expresión libre o majestuosa, o funcionar como tema de conversación que se despacha más rápido que un aperitivo, pervierte su finalidad. Cuando la política se convierte en un juego donde sólo se acumula y se reparte poder, donde siempre se busca ganar sin importar los modos, donde lo útil usurpa el lugar de lo bueno, se obstaculiza la justicia.

Los actores de la cultura, los intelectuales en sus distintos aspectos, tienen una actividad que quizá los exceda. Deben redoblar sus esfuerzos, sortear la política sin caer en la ambición política o ser pisoteados por los políticos más salvajes. Deben amar más el saber de lo que aman el poder.

Yaddir

Conducir a ciegas

Cultivar, no es lo mismo que educar, no es fácil mostrar al otro que el bien es bueno.

La dificultad estriba en que no se deja conducir quien tiene libre albedrío, pero carece de docilidad, y en que no puede conducir hacia lo bueno quien acepta como bien todo, debido a que debe ser tolerante.

Además la dificultad se convierte en imposibilidad cuando se espera educar a un león para que actúe como mono amaestrado, y se espera, al mismo tiempo, la valentía de un león en la bestia de carga en mor de la igualdad.

Sin conocimiento sobre lo bueno y alguna idea de la naturaleza humana, lo que hacemos no es sino cultivar vegetales que medio se mueven al viento y se quiebran con las tempestades.

Creo que Platón se da cuenta de las diferencias y por lo mismo no concentra esperanzas en que ciegos como estamos, podamos educar.

Maigo

Fe y verdad

Fe y verdad

Me parece absurdo que el catolicismo pueda llegar a ser un nombre de afiliación, al grado de poder distinguir, al menos en el habla común, entre los creyentes como practicantes y como pertenecientes a una tradición que aceptan pero que no están dispuestos a reproducir, relegando la aceptación a una total oscuridad y remitiendo a una palabra que aprenden de esa misma tradición: la consciencia. Al mismo tiempo, no puedo evitar que este absurdo no remita a algunos a un prejuicio que se señala para hacer de la fe una diferencia intelectual. Es decir, que el señalamiento del absurdo por la oscuridad que señalo con que se conciba la fe no termine en un aburguesamiento y no en el evangelio. Por eso creo que el intento de comprender la fe no puede conformarse con aceptar que a un hombre se le distinga como católico por su simple aceptación del rito, por su ferviente obstinación en la tradición o por su superioridad intelectual. No existe la creencia de palabra solamente, y creerlo así proviene de una oscuridad en torno a lo que la palabra significa para el católico. Lo que señalo se puede entender desde la interpretación más sencilla de algo que se reitera teológicamente con sensatez: el cristiano no puede escindir sus obras de sus palabras; por eso las promesas son importantes para él, deudas de espíritu que mueven a su mano o a su pensamiento a expresarse de manera adecuada a la luz del amor.

La consciencia es el sofisma preferido de la fe contemporánea. Y creo que es falso que el cristianismo sea el mismo responsable de que eso sea así. Esa es una mentira de quienes estudian al cristianismo como parte de la historia de las ideas y la sociedad, argumentando ya una manera de interpretar la historia de manera ajena a como el cristianismo trató de enseñarnos. Pero ese no es el problema más profundo. Lo grave de la consciencia contemporánea es que dice guardar y ser capaz de afrontar individualmente la posibilidad de una crisis para la que la fe sólo es fuerza volitiva, nombre religioso que guarda su seguridad en medio de la falta de autognosis. El problema más profundo para la consciencia moderna es el mal. Eso no significa que sea algo que la fe no haya considerado desde un inicio. Siempre fue un problema para todo cristiano. Pero ahora se contrasta con la producción de la razón moderna, que concibe a la carne como cuerpo y a la voluntad en drama constante con la libertad. ¿Qué es del católico cristiano si formar parte del cuerpo de Cristo se resuelve a mantener presente el dogma en su fuero interno, mientras su propio cuerpo, ese del que es parte por el mismo dogma le reclama algo para lo que se mantiene inmóvil?

El cristianismo permanece como cultura en una de sus dimensiones. La riqueza del evangelio, de los textos teológicos, los cánticos y poesías populares los puede gozar cualquiera que no sea cristiano. Pero también es cultura o, mejor dicho, es sobre todo cultura para quien se aventura a que su fe sea enriquecida en la palabra. La fe es también conversación del presente con el pasado. No puede decirse que esa fe sólo radique en el conocimiento de su propia cultura, porque ese conocimiento orilla al católico a no creerse sólo parte ella. Se llama católico cristiano por su imitación del origen de esa cultura. En la medida en que no es sólo preferencia intelectual es que debe afrontar las palabras que hacen de la fe un prejuicio. No puede haber virtud en la ignorancia, pero sí conocimiento limitado del bien. Puede decirse, con mucha razón, que la conversión es apenas el inicio de la educación cristiana, así como el bautismo es la muerte primera, necesaria para la vida en el perdón.

¿Será suficiente razón para que la fe sea tratada en el silencio el hecho de que no existe comunidad alguna? La respuesta no necesariamente va hacia el sueño de la ultraderecha. La Iglesia no es, por ello, un recinto hecho de tradiciones. La comunidad no existe gracias a la ideología: la fe en la comunidad no se mantiene por puritanismos, porque deviene en hipocresía. Hipocresía que hace del perfeccionamiento en Cristo una tarea ajena al amor y servil del amor propio. No puede haber cristianos de palabra cuyos actos no estén dirigidos amorosamente. La consciencia moderna falla al cuestionarse, entrando en ese laberinto hecho de omisiones y negaciones. Pero la enseñanza radical es que hemos sido perdonados. El mal nos inculpa, pero el arrepentimiento es amor y no persecución. La fe no puede ser un deber.

Tacitus

 

El espejo que se ve a sí mismo

El espejo que se ve a sí mismo

¿Vas a renunciar a él?

-Sí, voy a renunciar a él.

La cultura es esa actividad del espíritu que eleva al hombre a la altura del bien universal y no por encima de él. Los cultos son lo que se han preparado para ver con claridad cuál es el camino que ha de seguir el hombre, en su universalidad y particularidad, para llegar a ser verdaderamente libres. Cada generación descubre un resquicio de este camino, y sin alardear lo comparten con voz amorosa, sabiendo que a los hombres de su tiempo les ayudará más de lo que podrán ayudar sus palabras a los hombres que vienen; pues el hombre culto se sabe perecedero en el tiempo, pero parte esencial del Espíritu eterno que lo llama a reconocerse en su imagen. El hombre culto busca la libertad que hay en esta dialéctica del destino y la voluntad; de la ley y la autonomía; de la vocación y la rebeldía; del objeto y el sujeto; del amo y el siervo. La cultura unifica a los hombres con el cosmos. Por ello, no es para sorprenderse que cultura era, como indica Gabriel Zaid, el cultivo (la preparación y desarrollo del alma a fin de reconocer su llamado) de las virtudes, las artes y la religión, allá en las lejanas Grecia y Roma.

El hombre culto estando preocupado por el bien de la humanidad, en este oleaje que hay entre el yo y el otro, puede caer en la terrible adoración del yo. Si bien es cierto que una renunciación a éste sería una imposibilidad de saber algo, pues el único que sabe que sabe o que no sabe, es el individuo, no estaría superando con esto la dialéctica, de hecho la perdería de vista. Sin embargo, creer que la misión del humanista es una tarea mesiánica o de reformación de la humanidad, es comenzar el camino de tirano o de ingenuo. El humanista ama a la humanidad por lo que es y no por lo que puede ser. Por eso es importante que recuerde a cada momento que el hombre es principalmente una obra de amor que puede caer, pero que necesita más que nada, de este amor activo del humanista, para volver a descubrirse como semejante al bien supremo. De lo contrario tenderemos reformistas preocupados más en su imagen o en su labor de escultores que en amar, tendremos tiranuelos con voz melífica, en vez de maestros y amigos.

El hombre culto es más que nada un ejemplo de la libertad que hay al amar el bien, la justicia, la belleza, tal y como se nos fue dada ¿o de que otra manera podemos entender a Don Quijote, sino como el máximo ejemplo del hombre que ama al hombre? Del otro lado está la burla que Lucy le hace al profesor de literatura David Lurie, su padre, cuando éste declara que “todas las mujeres le han enseñado algo de sí mismo al grado de convertirlo en mejor persona”, y ella le responde: “Espero que no te jactes de que la inversa sea verdad también, de que por el hecho de haberte conocido, todas tus mujeres sean ahora mejores personas.” Él se enoja y denota que si bien no lo había pensado tan enserio, le duele ver, con claridad, la villanía de su noble intención.

El hombre inteligente que agria las preguntas, buscando no verdades, sino aplausos o herir enemigos, es el modelo que mayormente seguimos los hombres hoy día. El parámetro de la cultura y del humanismo ya no es el amor a la libertad del hombre como creatura de Dios, sino el encumbramiento de un sujeto que se ha construido para el éxito y la pasividad.

¿Será que ya no vemos la necesidad de la cultura? ¿Que nos conformamos con el show?, ¿que ningún hombre volverá a ser ejemplo de bondad, por habernos convertido en espejo que se mira a sí mismo? ¿Será que nuestra mayor desgracia es aceptar que esta vida está condenada, y que para aliviar tal situación, todo, incluyendo la cultura, debe ser fruto de una inseminación del ego humano?… sin embargo, al reafirmar nuestra humanidad de esta manera, perdemos de vista aquello por lo que habíamos comenzado a luchar y nuestros ojos no ven más que ridículas desgracias.

 Javel

Incendiarios de periódicos

Hay un desprecio enardecido hacia la prensa por parte de dos grandes pensadores alemanes. El más indirecto, pues lo pone en boca de tres personajes, es Goethe en el Fausto. La idea se puede resumir señalando que el periódico es un entretenimiento de burgueses con el que falsamente creen que su posición es la mejor sólo por ser la más cómoda. El otro pensador, quizá sea el pensador con las ideas más enardecidas de occidente, es Nietzsche. Él se limita a decir que odia a los alemanes porque inventaron la prensa. Ambas posturas parecen exageradas, pues vemos que los periódicos nos ayudan a comprender en qué mundo vivimos. Pero quizá ahí se encuentra el verdadero motivo por el que esas dos grandes almas señalaban su aversión al papel informativo, pues la comprensión del mundo puede ser más difícil de lo que podemos leer en varias docenas de páginas.

No porque Goethe y Nietzsche cuestionen seriamente la labor de los periódicos, no resulte bueno mantenerse informado. La información bien seleccionada puede ayudarnos a entender nuestra situación política, el modo en el cual los diversos administradores toman sus decisiones, cómo éstas nos afectan y qué podemos hacer ante ellas o con ellas. También podemos vislumbrar la posible influencia que tienen los empresarios en las legislaciones que pueden cambiar nuestro modo de relacionarnos cotidianamente. Por otro lado, en el periódico encontramos los principales temas que les interesan a la mayoría de las personas. Además en esas páginas también leemos pensadores que nos ayudan a entender con un mejor contexto la información de nuestro País. Pero esos mismos pensadores pueden generarnos opiniones falsas, aparentes, que nos confundan. El problema es cómo pensar adecuadamente las noticias. Y antes de ello, cómo saber qué noticias realmente nos informan y por qué esas noticias sí informan y no confunden. Quizá el mejor modo de enterarse bien de una noticia sea leyéndola en varios periódicos y de ahí colegir cuál es el que constantemente proporciona la mejor información. Para entender el mundo se necesita más que una hojeada.

Quizá Goethe aceptaría que los periódicos podrían ser buenos si ayudan a que la cultura se propague y se entienda; si es que muestran con el debido cuidado la importancia y pertinencia de la cultura al espíritu del hombre. Pero creo que Nietzsche consideraría más importantes otros aspectos del alma humana que los de informarse para saber dónde vive; consideraría más importantes los que, como Goethe, eleven su espíritu, aunque, a diferencia de Goethe, sin necesidad de una comunidad política; quizá tampoco considere buena una comunidad cultural.

Yaddir

Intentamos volver

Intentamos volver

 

entre restos de cena están las migas

los olvidados coros de la noche

 

Inútil recorrer los límites del silencio: no hay señales, no hay arriba, no hay abajo, intentamos volver y nos devuelve. Un silencio que no se guarda, sólo se observa. Silencio en el que a solas me despierto. Silencio del deshabitado. Silencio que el poeta intenta nombrar al tiempo que comprueba que el mundo es indigno de la Palabra. Hablo del silencio de El deshabitado, la última novela de Javier Sicilia.

         El deshabitado es una despedida más, es el último ejercicio novelístico de Javier Sicilia, su retiro de la narrativa. El deshabitado es la descripción exterior del silencio interno que nos reveló Vestigios, su último poemario. Contrario a su despedida lírica, la última novela de Sicilia está inevitablemente malograda. Vestigios se escribió sobre los hitos desgarrados de la muerte; El deshabitado testimonia la dolorosa memoria. Los poemas de Vestigios yacen a la sombra de la Palabra; las páginas de El deshabitado apuntan a la soledad interna, a la clara ausencia de mi ausencia. En El deshabitado, sin hallar los límites del silencio, Sicilia exhibe los límites de la palabra.

         La primera dificultad de la última novela de Javier Sicilia es formal. Javier Sicilia (el autor) escribió una novela en que Javier Sicilia (el narrador) cuenta la experiencia límite de Javier Sicilia (el personaje) tras la muerte de su hijo Juan Francisco Sicilia. El personaje, sin embargo, al mismo tiempo de ser un personaje en la novela es un personaje en la vida pública del México contemporáneo, un personaje clave de la historia reciente. El narrador debe llevar al lector hacia el encuentro del personaje en la historia novelada y al recuerdo del personaje en la historia reciente. El narrador, omnisciente, también sabe lo que el lector experimenta: hace del lector, que es actor de la historia reciente, un personaje mudo de la historia novelada. Al mismo tiempo, el autor reúne en una misma obra a su narrador, su personaje literario, su personaje público y su activista político frente al lector, sin que por ello el lector pueda sentirse abrumado. Los cinco Javier Sicilia que confluyen en la novela dejan al lector ante un misterioso silencio: el silencio del deshabitado. El poeta ha tomado la palabra para que dentro de ella se despliegue el silencio: cuando Dios nos ha abandonado, nos descubrimos deshabitados… y no tenemos nada que decir. Como la novela no puede encubrir el silencio, porque inevitablemente habla, la novela es inevitablemente malograda. Sicilia tomó la palabra para decirnos que ya no bastan las palabras.

         La segunda dificultad de la última novela de Javier Sicilia es una dificultad lectora. ¿Qué hará el lector ante un libro que anuncia la desolación de las palabras? ¿Para qué se lee una novela en cuyo centro el lenguaje no es casa de nadie y en cuya morada nadie puede habitar? ¿Por qué tendría alguien que leer la malograda novela autobiográfica de un deshabitado? Porque al menos todavía puede haber lectores que se lo pregunten. Tan inexplicable, tan incómodo, tan aparentemente inútil como lo fue repartir abrazos por el país, llorar con las víctimas, encontrarse en el amor adolorido, es leer la nueva novela de Javier Sicilia. No es un testimonio del Movimiento por la Paz, no es una reivindicación de los muertos, mucho menos es una justificación de la desconcertante actividad del poeta. El deshabitado es la ventana al inexplicable e incómodo vivir de quien lo ha perdido todo, pero ama; de quien ha sido abandonado, pero busca; de quien transido de dolor, besa. El deshabitado es la novela de quien entiende el drama inmenso del que entrega con un beso y de quien se entrega besando, del que habita la noche y del que escapa a la mitad de ella, del que observa el silencio.

         La tercera dificultad de la última novela de Javier Sicilia es práctica. La novela sostiene que en nuestros tiempos ya no bastan las palabras, sino que la palabra, nuestras palabras, como la Palabra, debe volverse carne: como el perdón se encarnó en los abrazos que las víctimas se dieron recorriendo el país en la Caravana por la Paz. El lector ve en la novela el desmoronamiento de un hombre, de un país, de un mundo, ve la indignidad del mundo para la Palabra y ve la necesidad de que la Palabra sea carne. Y la encarnación sólo puede entenderse como un acto de despoder. La dificultad práctica de El deshabitado es idéntica a la dificultad teórica del retraimiento de Sicilia: no encabezó un movimiento para tomar el poder, sino que lo encabezó para renunciar a él. ¿En qué medida un lector está en posibilidad de despoder?

         El deshabitado no puede ser una novela bien lograda, porque por su lectura nunca logrará que su lector se despodere. Javier Sicilia no predica la conversión de los débiles. El poeta no es coribante de un nuevo rito. La despedida de la narrativa no es un acto de poder, de arroparse en el silencio, sino de despoder, de deshabitación de la palabra. El poeta ya no hablará como poeta: será palabra encarnada. A sus lectores nos queda abierta la posibilidad de leer despoderando, de que la palabra sea carne.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Anoten la fecha: 12 de diciembre de 2016, la primera ocasión que el término «desaparecidos» apareció en un discurso del presidente Peña. Héctor de Mauleón ha hecho un recuento de nuestra narcofosa nacional, recuento que ha incomodado a algunos y le ha valido una nueva amenaza de muerte. 2. Algo cambió en la historia del secuestro en México durante la semana. En San Miguel Totolapan, Guerrero, un grupo de «autodefensas» secuestró a 21 personas ligadas al líder de secuestradores de la región, Raybel Jacobo de Almonte «El Tequilero», para obligarlo a liberar a quienes él había secuestrado. La labor de los funcionarios fue de mediadores entre ambos grupos de secuestradores a fin de conseguir el intercambio de secuestrados. Leyó bien el lector: los funcionarios mediaron un pacto criminal. 3. Es preocupante que la nueva jornada de acciones para pedir resultados en la búsqueda de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos desde hace 26 meses inicie con violencia. El pasado miércoles, un grupo de normalistas lanzó piedras, petardos y bombas molotov contra el cuartel militar de Chilpancingo; desde el interior del cuartel los militares contestaron con petardos. ¡Los militares contestaron a la agresión! Al parecer las nuevas jornadas concluirán con una peregrinación de la Normal Rural «Raúl Isidro Burgos» a la Basílica de Guadalupe, donde el Cardenal Norberto Rivera oficiaría una misa en memoria de los normalistas desaparecidos. De ser así, sería un acto más de la reinvención del Cardenal Rivera, quien tras el nombramiento del nuevo Cardenal ha cambiado su discurso y ahora finge que le preocupan las causas sociales. ¿Acaso no recuerdan que la principal preocupación de Rivera Carrera este año habían sido los anos? Si tan comprometido se siente con los padres de los desaparecidos, ¿por qué no los apoyó para el encuentro con el Papa Francisco? El Cardenal Rivera quiere salvar el puesto y para ello está dispuesto a prestar los cerillos. Indignante.  4. Las cosas buenas casi no se cuentan… Basta leer El Sur del pasado 12 de diciembre, que informa que en una comunidad del municipio guerrerense de Cochoapa el Grande, el municipio más pobre del país, están esperando a los profesores desde 2012, pero no llegan. El problema, además, es que los profesores que acreditaron las evaluaciones no son bilingües (tu’un savi-español) y los padres de los niños -que rondan los 30 años- son una generación que tampoco tuvo profesores, por lo que no hablan español. Las cosas buenas ¿qué? Aquí puedes descargar, lector, un diccionario de tu’un savi. 5. La semana pasada un grupo de secretarios de Estado jugaron a hacer guacamole porque -al parecer- no tienen nada mejor que hacer, lo consideran buena onda y les da publicidad. El juego se inscribió en un evento agropecuario organizado por el exgobernador de Querétaro y actual secretario de Agricultura para anunciar una cierta certificación a una marca de uno de los empresarios favoritos del sexenio. Tan bien le va a dicha marca que no sólo reúne a cuatro secretarios de Estado para amenizar la tarde y asegurar sus exportaciones a medio oriente, sino que en próximas semanas el gobierno anunciará con bombo y platillo, en voz del actual secretario de Salud y exrector de la UNAM, la alianza de los servicios públicos de salud con una cadena de laboratorios de dicha marca para subrogar el servicio de mastografías. El dato: la marca ha sido asociada con un viejo barón del narco, del mismo cártel que creció en Querétaro y en la UNAM durante los años anteriores. Curioso, ¿no? 6. El pasado domingo, en el suplemento cultural de La Jornada, apareció una reseña del nuevo libro de Valeria Luiselli -que reseñé aquí la semana pasada-. Curioso inicio de la reseña: «en una época en que la literatura se ha dado permiso de ser un género en sí misma e incluso toma prestados recursos del periodismo». ¿Eso en un suplemento «cultural»? ¿Eso en el diario que, en la República Socialista de Coyoacán, presumen como el único preocupado por la cultura?

Coletilla. «Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte…, son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos». Papa Francisco, quien hoy cumple 80 años.