Felicitación

Ahora que estoy por cumplir años me preguntan: ¿qué se siente cumplir años?

Pienso: es como si un fruto se convirtiera poco a poco en piedra y cayera a la tierra.
Reflexiono: la imagen es agridulce, o agridura, mejor dicho. En la vida hay dulzura y sabores insípidos; alegrías que nos permiten plenificarnos y dolores que nos impiden movernos.
Digo: el tiempo pasa tan rápido que sólo cuando me lo recuerdan caigo en la cuenta de lo que he cambiado.

Yaddir

Punto Final

Después de tantos años, se vio al espejo, y en el reflejo vio las muchas palabras que había gastado, los miles de discursos que había profesado, las mentiras, las contradicciones, las sonrisas sin sentido y los manoteos absurdos.

Vio que su vida no había servido ni como ejemplo, ni como sacrificio en aras del bien humano, y cansado tras tantos golpes recibidos por la realidad, decidió actuar dignamente, enfrentarse a lo desconocido y poner punto final a su perorata.

Sin despidos, ni intentos por llamar la atención de aquellos que lo seguían por haber sido por él insultados, el hombre frente al espejo en silencio se bajó del púlpito sabiéndose por su propias necedades derrotado.

Maigo

Gazmoñerísmos apócrifos

Gazmoñerísmos apócrifos

I

Entonces todas las aguas del mundo se reunieron en un sólo punto, y eran tus labios y vi que era bueno.

II

-¿Quién sostiene al sol mientras cae al mar? ¿Es ese aliento de fuego que incendia las nubes?

-¿Nunca habías visto el atardecer?

-No como el de hoy.

Javel

Para ir gastando: La imaginación debe estar al servicio de la comunidad. Es en este sentido como Alberto Vital se pregunta en su libro “El canon intangible” Terracota (La escritura invisible 12), 2008, en qué estaría pensando y actuando don Alfonso Reyes respecto de la situación del país. El autor da una respuesta rápida y dice que muy seguramente el regio Alfonso se ocuparía de la educación, su vinculación con el libro y el libro como espacio común en un mundo donde la pluralidad de espacios y textos es horizontal. El argumento está incompleto en este sentido, porque Vital comienza  a indagar cómo es que don Alfonso escapó a un canon literario, pero da luces para comenzar a indagar sobre qué respondería un hombre sabio preocupado por la educación en México. Quizá nos diría: ocupémonos de lo importante.

Sólo si nos preguntamos y reflexionamos como lo harían los mejores, podremos dar un paso firme en la resolución de algunos pocos problemas, pero que seguramente serían los imprescindibles. Por eso, Alberto Vital nos invita a novelar las respuestas de don Alfonso, no sin olvidar su apasionado interés por la cultura en general, por las anécdotas en particular y por la amistad en la civilidad.

“Reyes: Me arriesgué a ser nada más escritor, a darle a mi país lo único y lo mejor que podía darle.”   «Diálogo de los muertos: Alfonso Reyes y José Vasconcelos», José Emilio Pacheco

El sentido de esperar

Hace cinco años terminaron las diarias contracciones, la preocupación del momento se ha fortalecido, el cansancio ha crecido bastante y la esperanza se ha arraigado en mi ánimo y se ha estado alimentado cada día.

Lo más demandante que he hecho en mi vida, ha dado sentido a lo que antes mi atención requería. La pregunta por lo bueno me interroga día a día, con cada pasito, con cada palabra y con cada decisión que se va tomando en nombre de aquella por quien desvelo mis ojos para cuidar su sueño.

Hace cinco años se acabaron las diarias contracciones y apenas comienzo con los diarios desvelos.

Valió la pena esperar y sigue la esperanza alimentando la paciente espera por lo que florecerá luego.

 

Maigo

 

 

Se las cantamos así

Da gusto decir que este blog cumple años. Son seis, aunque por alguna causa tengo la impresión de que es más importante el cumpleaños que la cantidad. Con los festejos del paso del tiempo recordamos los inicios, nos hacemos además hincapié del presente, y extendemos las manos intentando asir la continuidad de ambas cosas. Hay quienes hacen gran alboroto en sus aniversarios, quienes no quieren ni mencionar la fecha y, por supuesto, los que están en medio; pero cuando tratamos como especiales estos días solemos recordar en voz alta, porque es desde la memoria de donde tomamos nuestra perspectiva y nos complacemos compartiéndola. Es tan habitual contar los años que seguro cuando empezamos a hablar ya teníamos alguna vaga noción de qué es una fiesta de cumpleaños: se reúnen los familiares y los queridos (o esperados) para disfrutar y mostrar que disfrutan al cumpleañero. Aunque el festejado ya se sepa querido, es importante volver a decirlo. A veces, claro, hay quienes asisten sin participar más que en la diversión, y entonces los motivos de los convidados no se sincronizan con el ritmo de la ceremonia. Esto es inevitable. Pero aunque no sea raro «festejar» fuera de tiempo, eso es fácil de decir; más difícil es tratar de hablar bien de qué hacen los que sí pretenden consagrar el hito.

Y es que somos muy sensibles al tiempo. Mientras vamos viviendo más nos vamos dando cuenta de que los ratos se acortan, los días se empequeñecen, las memorias lejanas se ahondan, las épocas se dilatan. Podríamos decir que somos nosotros quienes se alargan. De niños la extensión del tiempo nos asombra y, seguramente más de cien veces, nos aburre. Nada de los adultos que hablan del tiempo suena verdadero, el año nuevo tarda muchísimo en llegar y la gente grande se nos figura por completo otro género de ser humano al nuestro. Los padres, en cambio, pueden haber vivido tres veces ya los quince años que en los ojos de su hijo son todo lo que ha habido, cuando cree que ha descubierto qué está bien y qué está mal en el mundo entero. Pero aunque el año sea diferente ante diferentes ojos cada vez, nos damos el tiempo de observarlo. Es una clase de calma jovial en la que tomamos distancia del continuo flujo de las cosas, y tratamos de entenderlas mejor enmarcándolas en la imaginación. Así como no podemos mirar la nueva primavera sin pensarla como una vuelta al inicio después de un final, sin saber que para nosotros significa también la memoria de la primavera anterior y quizá de muchas otras, así también decimos que el cumpleaños marca un ciclo. Y vamos a tiempo, en consonancia con los que nos acompañan, contemplando quiénes creemos que somos y qué pensamos que hemos hecho. Cuando acercamos a nosotros a aquellos con quienes queremos convivir celebramos esa comunidad, en la que juntos tratamos de ver el paso de las cosas. Con la memoria se comparte también el tiempo: juntos nos marcamos el paso. Cada quien tiene su pulso, pero celebramos con el aniversario la coincidencia, y con fortuna, un buen ritmo.

Lo que nuestra banda ha hecho aquí ha sido hablar, y es un buen día para tratar de ver cómo. La confianza en la posibilidad de hablar, el intento de hablar bien, el deseo de hacer comunidad con la voz, desde el principio han sido la fuente de estos seis años de letras. Y aún uno podría preguntar: si ya se ha dicho tanto sobre esto, ¿requerimos seguir diciéndolo? Es como si la novedad, la originalidad y demás objetivos progresistas en este sitio nos tuvieran despreocupados. Puede ser, pero eso no cambia nada. Para el cumpleañero, ninguna de estas cosas tiene mucha importancia tampoco. Éstas más bien son las metas de quien juzga, o bien que ya todo está resuelto y que lo que resta es puro ininterrumpido placer; o bien que nada puede resolverse, y que lo mejor sería no haber nacido. Un aniversario no significa nada para quien se cree inmortal ni para quien no cree ni en su propia vida. También es cierto, además, que se engaña quien supone que lo que vuelve a ser dicho tiene un solo sentido: en el énfasis hay un significado, así como lo hay en el silencio, en la reserva, en la insistencia y en la exageración. La comunión entre las personas es fluida como el tiempo, y sus revelaciones pueden aparecer como nuevas perspectivas, o como que crecen y maduran, o también, dando constantes motivos para mirarse uno a sí mismo y seguir buscándose. Nuestro ritmo no tiene por qué seguir ninguna de las progresiones de la utilidad, ninguno de los ritmos que con el mercado ordenan las cosas para ser consumidas por el presuroso, el descuidado, el desatento, o el mezquino, ni ninguna percusión ensordecedora de los anhelos revolucionarios que desean mejorarlo todo cuanto antes e incrementar sin medida todo posible placer.

Por mi parte, pienso que esta banda pretende ser cuidadosa en que su contrapunto busque la belleza que hay en las cosas que están bien dichas, y en el provecho de seguir juntos compartiéndolas. Eso es lo que hace de este esfuerzo algo más que ejercicio. Puede ser que en esta persecución celebremos nuestra dignidad. Lo bello es difícil, entre otras cosas, porque somos imperfectos, incompletos, mortales, y cada año la profundidad de lo que hemos hecho subraya lo que no hemos entendido, lo que hubiera podido ser mucho mejor, o simplemente, lo que queremos. Pero en esto no hay ningún desaliento, porque es esa misma condición la que, maravillosamente, resalta también cuánto vale el esfuerzo por mejorarse uno mismo. Al diverso traqueteo de nuestra banda se le dificulta lo bello que es alcanzar hablar lo más dignamente posible de quiénes somos; pero me anima que esta dificultad sea de por sí tan bella. Lo he escrito muchas veces, y sin reparo lo hago de nuevo: es mucho mejor la confianza en la palabra sobre lo más valioso, aun si toda posibilidad humana nos tentara a cejar, que la admisión de la desesperanza. Tal vez nunca sabremos si alguna vez ha vivido alguien que sea verdaderamente sabio; y sin embargo, es mucho mejor pensar que sí, e intentar aprender. Los alrededores suelen ser (y probablemente siempre han sido) confusos y desincronizados; pero esto no es motivo para perder el tiempo. Hemos visto a muchos venir a compartir con nosotros la voz del blog, irse por una grandísima diversidad de motivos, y también a algunos cuantos volver. Este año nuestra harmonía aumenta de nuevo, se enriquecen las voces, y con el ciclo marcamos que una vuelta sigue siendo la continuidad de un esfuerzo, seguramente nunca plenamente realizado, de encontrar esta esperanza en la posibilidad de ver lo más humano. Celebramos, pues, con mucho gusto un cumpleaños más. Ojalá que mirando el ciclo repetirse veamos cuánto ha habido de digno en el esfuerzo que emprendimos por hallar las poquitas pistas que este mundo, y quienes son cercanos a nosotros, nos dieran para pensar que, en efecto, la vida digna es posible.

Abuelilla

Eran ya cerca de las diez y continuaba nublado. Esperaba que a esa hora ya hubiera salido el sol, aunque fuera tímidamente, por entre aquellas nubes, como un hombre que va abriéndose paso ante una gran multitud; pero todo parecía indicar que hoy el sol no iba a dar pelea y su madre que no llegaba. De no ser porque ella traía las llaves de la casona, ya se hubiera refugiado dentro y no en el coche, donde el viento frío había comenzado a calarle hasta los huesos. Ya tenía las manos y los pies entumidos para cuando llegó su madre, quien se disculpó –como siempre– por su impuntualidad mientras batallaba con el cerrojo oxidado por el tiempo.

Hoy era cumpleaños de la abuela y seguramente las habría recibido algún exquisito aroma proveniente de la cocina de la casona junto con la música de la Sonora Santanera, la cual cobraría vida mediante el antiquísimo tocadiscos que la abuela conservaría casi como nuevo, de no ser porque ella había fallecido hacía unos meses atrás. Ahora, en vez del ambiente festivo, la casona despedía un aire lúgubre que había llegado a instalarse desde la muerte de la abuela y rechazaba cualquier señal de vida nueva con crujidos parecidos a los estertores que padecería un enfermo terminal.

Dado que la abuela era la única que todavía habitaba en la casona, no obstante su mayor deseo siempre fue que alguno de sus nietos se la quedara, la familia optó por venderla debido a la mala racha económica por la que se encontraba pasando en aquellos momentos y aunque ella y su madre llegaron a pensar que nunca se vendería, lo cierto es que hacía apenas un día que habían firmado el contrato con los nuevos inquilinos, los cuales se mudarían tan pronto como sacaran todas las cosas de la abuela de ahí.

Los muebles –habían acordado– los donarían a un asilo ubicado a unas cuantas cuadras de ahí y los libros, a su vez, irían a parar a una biblioteca pública o, en su defecto, a alguna tienda de libros viejos. Sólo faltaba echarle un vistazo a unas cuantas cajas que la abuela había guardado en el sótano, tarea de la que quedaron encargados sus hermanos, y revisar las pertenencias de la abuela para decidir qué hacer con ellas.

Según el reloj, faltaban cinco minutos para las seis cuando terminaron de separar sus pertenencias entre lo que se quedarían y lo que donarían o quizá tirarían a la basura. La mayoría de la ropa, así como los zapatos, la donarían al asilo junto con los muebles mientras que algunas otras prendas se las repartirían entre su madre y algunas tías cercanas. Se quedarían las fotografías y algunas de las joyas que la abuela juraba que habían pertenecido a la familia desde tiempos inmemorables; sin embargo, se encontraban dudosas acerca de las cartas y los diarios que la abuela había escrito y conservado a lo largo de toda su vida. Tal vez podrían echarles algún vistazo y ver si la abuela había plasmado en ellos parte de la historia familiar para entonces conservarlos, o bien si se trataba de algo más íntimo y, de ser el caso, mejor deshacerse de ellos.

Mientras su madre sellaba y rotulaba las cajas, ella tomó uno de los diarios y lo abrió a la mitad con mucho cuidado. Enseguida notó la caligrafía esmerada de la abuela y tocó con suavidad la página que amenazaba con deshacerse entre sus dedos de lo vieja que era. Después fijó sus ojos en la hoja cuya tinta ya había comenzado a desaparecer y, con mucha calma, se dispuso a leer sus primeros párrafos.

Diciembre de 1937

 La abuela siempre dice que la casona es tan vieja, pero tan vieja que ha visto nacer a la tatarabuela de la tatarabuela de su tatarabuela y que

algún día también verá nacer a los bisnietos de los bisnietos de mis bisnietos, ¡claro!, siempre y cuando la cuidemos muy bien de las polillas. Por

eso, todos los días la abuela dedica la mañana entera a limpiar la casa de arriba abajo y no permite que ningún rincón se quede nunca sin fregar.

 

Las polillas, me dice, lo devoran todo a su paso: alimentos, ropa, muebles, papel…; por eso debo cuidar de mi diario como de mi vida, dice ella,

porque si no las polillas se lo terminarán cenando. Lo de menos, me advierte la abuela, es que se coman el diario completo porque así nada

quedará para lamentar; lo verdaderamente malo es que dejen partes sin comer porque entonces quien lo lea querrá saber qué seguía después y

se lamentará de que se lo hayan comido las polillas. Todo esto me lo dice “por experiencia” porque eso mismo le sucedió a su diario cuando ella

era pequeña.

 

También debo tener cuidado con las polillas que habitan la casona porque son “especiales”. Según la abuela, ellas saben leer y por eso prefieren

comerse algunas letras antes que otras. Por ejempl , cuando t enen mucha hambre  e com n la a y la o porque as  se llenan má  rápido. Cuando 

ólo t enen algún ant jo se comen la i porque es la más delgada de t da  las vocal  . La e, di e la abuela, se la c men cuando ti n n gula p rqu  es la

vocal qu má  fr cu ntemente ap re e en un   crito. L   c n  nant   la  eligen s gún su   n do: la c, la   y la z, por tener  on do  ibil nte, s  l s c m n  n la no

he por   r el mom nt  en  l que   len lo  d   u      nd t   l   an m l   r  tr ro .       l   mo        t o   . P   an, r   g     ue   do    ui  , p   a    nt   .

Interrumpió su lectura cuando notó que la página presentaba algunos pequeños círculos de un tono más oscuro al que tenía propiamente la hoja. Cerró el diario despacio  y se secó las lágrimas pensando que la abuela de su abuela tenía razón: hubiera sido mejor que se lo comieran todo las polillas…

 Hiro postal

«Que no pare la fiesta…»

Existen varias formas por las que nos damos cuenta de que el tiempo ha transcurrido. De entre todas ellas ciertamente los relojes ocuparían el primer lugar dada su consabida practicidad, seguidos muy de cerca de las fotografías pues no hay nada como una imagen para expresar lo que más de mil palabras no son capaces de decir. Sin embargo, a mí la forma que más me gusta –y apenas me di cuenta de esto ayer– es la de las fiestas, por extraño que esto se escuche.

En mi experiencia, tal parece que dependiendo de la edad que tengamos se van dando las fiestas a las que somos invitados y es así como nos damos cuenta de que el tiempo está transcurriendo. Muy probablemente nuestras primeras fiestas hayan sido la de los cumpleaños de nuestros amigos de la infancia, ésas que eran temáticas y donde todo lo utilizado –gorritos, platos, vasos, servilletas, manteles, piñata y bolsitas de dulce– estaba decorado con personajes de caricatura, películas o cualquier otro motivo infantil. En el caso de quienes fuimos educados bajo el techo de un hogar católico, también podemos contar entre nuestro haber de fiestas las de la Primera comunión y, en muy contados casos, la de la Confirmación. Cualquiera de las dos, por lo general, contempla a la familia más que a los amigos, pero lo importante es notar que, por las mismas fechas, todos los demás niños católicos también se encontrarían festejando su Primera comunión o quizá su Confirmación.

Ahora bien, en el caso de las mujeres, cuando éstas han dejado de ser unas niñas para convertirse en todas unas jovencitas, se festeja –aunque cada vez mucho, mucho menos– el hecho de que sus padres vayan a presentarlas ante la sociedad para que por fin se integren a ésta, celebración que es mejor conocida como XV años. En esta fiesta se le da oportunidad tanto a la chica festejada como a sus invitadas de lucir vestidos más ceñidos al cuerpo que hagan resaltar los cambios y transformaciones que éste ha sufrido debido a la etapa por la que están pasando. Asimismo, calzan sus primeros zapatos de tacón, se peinan el cabello de forma muy elaborada y colocan un poco de maquillaje en su rostro para aparentar más edad. Sin duda, con esta fiesta queda claro, tanto para hombres como para mujeres, que se ha dejado atrás la infancia para comenzar una nueva etapa en la vida.

¿Y cómo no incluir en el conteo las graduaciones escolares? Esas fiestas en las que decimos hasta luego –y en ocasiones adiós– a nuestros compañeros de aula, en las que celebramos que hemos concluido, de nueva cuenta, una etapa de estudios de manera satisfactoria y lo hacemos acompañados de nuestra familia, de algunos maestros, de nuestros amigos más íntimos y, por supuesto, de nuestros demás compañeros graduados. Justo ésta es la fiesta que me correspondería estar festejando en estos momentos de mi vida y, sin embargo, veo que no será posible dada la falta de interés de mis compañeros, lo cual considero una verdadera pena. No porque sea menester celebrarla ni porque me vaya a morir por no llevarla a cabo, sino simplemente porque considero que es una forma muy bonita de dar cuenta del tiempo que ha transcurrido, de las tantas y tantas fiestas a las hubimos que asistir para que fuera posible llegar a festejar esta otra y las que todavía nos faltan, como más cumpleaños, más Comuniones, más XV años, más graduaciones, las bodas, los bautizos, entre muchas otras que nos aguardan.

Lo único que espero es que no llegue un día en el haya transcurrido tanto el tiempo que sea demasiado tarde para darnos cuenta de que no celebramos tantas fiestas como hubiéramos querido y que entonces sea la Muerte la que haga fiesta a costa nuestra.

Hiro postal