Sobre las cosas que he debido hablar, poco he dicho. Siendo honesta me he dedicado más tiempo a fanfarronear y a enterar a otros de algo que muy seguramente debió permanecer en lo privado; desde luego que eso presupondría que en realidad sé qué es lo que se ha de decir, pero ciertamente no lo sé. No es que se haya tenido un acuerdo estipulado y ahora deba cumplirlo estrictamente, mas siempre he creído que mis –pocos– lectores o auditores esperan algo mucho mejor o más pensado de mi parte (que conste que con esto no estoy admitiendo que no pienso lo que escribo o digo, todo lo contrario, pienso a veces tanto que cuando intento expresarlo ya no es del todo parecido a como lo tenía pensado). Como si las cosas demasiado fabricadas en la mente, al ser echadas fuera, no pudieran lograrse de la misma manera. Quién sabe, quién sabe si los lectores realmente exijan algo al escritor o los auditores al hablador, de hacerlo, no querrían encontrarse con éstos sino consigo mismos; es decir, leer lo que quiero ver escrito u que oír lo que quiero escuchar, es igual de tramposo que rascar previamente el boleto de lotería y sólo comprarlo si es el ganador. Por eso es quizá, por lo que no me he dedicado a mis lectores o auditores, digo, tampoco es que los descarte por entero, al final siempre se escribe o dice para otro, aunque aquél acabe siendo uno mismo. Claro que si uno quiere encontrarse en un escrito tampoco es que sea incorrecto o inválido pues la buena lectura suele devenir en cosas bastante fructíferas, sin embargo consideraría mejor encuentro el camino de la escritura. La palabra dicha tiene más complicaciones, hay quienes aseguran que a ésta se la lleva el viento. Y con esto más bien quiero decir que aquella, la escritura, se transforma risiblemente en un medio algo extraño para hablar en voz alta sin realmente hacerlo, y por eso habemos quienes fanfarroneamos, quienes nos tomamos las cosas mucho o muy poco en serio y quienes demostramos a aspaviento lo propio, soslayando enteramente un discurso que podría bien ser digno de ser leído o hasta escuchado.
La cigarra
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