La intelectualada está flaca

He de confesar que me gusta leer Twitter. Tal vez me agrade la sensación de creer que me estoy enterando de todo. Si todos pueden decir cualquier cosa para que sea leída por cualquier persona, eso quiere decir que todo está ahí; al menos eso parece. Las tendencias marcan la moda de todas las conversaciones; son hechas por todos para todos. Dirigen lo importante de ser mencionado; mucho más importante, dictan lo que todos deben decir. Por ello, muchos han creído ver en dicha red social la voluntad de lo social, la herramienta para saber qué están pensando todas las personas. Es evidente que exageran, pues la voluntad tecleada no pasa de ser un gusto y opinar con rapidez, fluidez y brevedad con suerte podría considerarse una opinión. ¿Pueden escribirse ideas interesantes en caracteres limitados? Es obvio que sí, pues los aforismos, las greguerías, las sentencias y los versículos lo evidencian. El problema es si en una red social se puede leer con la calma y profundidad que requieren dichas formas literarias. La frase “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” cabe varias veces en tuit, pero tarda varios años en ser comprendida. En Twitter no se enseña a leer bien.

Parte de la limitación de Twitter es que no ayuda a sintetizar ideas complejas, sino a simplificarlas. El mejor ejemplo de ello se presentó el domingo 27 de mayo cuando un grupo de intelectuales, y sus seguidores, cercenó la idea de un ensayo para desquitar sus frustraciones políticas. El texto cercenado tenía como idea central que los candidatos presidenciales en México eran malas opciones para gobernar el país. El escrito, en lugar de invitar a no votar o anular el voto, invitaba a votar; el ensayista decía que él votaría por el candidato que ocupara el segundo escaño en las preferencias marcadas por las encuestas, pese a que ese candidato también tan malo como sus pares. Los tuiteros no entendieron la ironía; tampoco entendieron qué nos quería decir el ensayista con la ironía. ¿Por qué votar pese a que los candidatos no fueran lo suficientemente aptos para dirigir un país? Porque la democracia es más importante que cualquier preferencia o gusto político. Sólo votando democráticamente se evita la hegemonía política.

Una de las pruebas más fuertes para creer que Twitter dirige lo que debe decirse es la inversión que se realiza por parte de los políticos para poner un tema sobre la mesa. Esto se realiza cuando se contratan ciertas cuentas para hacer tendencia un ataque político; la marea de la red se encargará de que los demás tuiteros hablen de eso. Seguir la marea conducirá a simplificar la experiencia política, como los usuarios que, sin darse cuenta, el domingo mostraron su pésima capacidad para entender lo que leen. Fueron tan malos lectores como los candidatos criticados. Si seguimos leyendo a tuits, leeremos mal, con todas las consecuencias políticas que eso lleva consigo.

Yaddir

Babel y furia

Analiza, antes de que el odio nuble la razón

Hay un locutor de MVS que no reserva su aversión a cierto candidato presidencial. Su programa está enfocado al variopinto mundo del espectáculo, sin embargo, en un sólo día, el radioescucha puede enterarse de su sentir electoral. La aversión no se queda en la cabina, traspasa a su tuiter. Visitarlo es leer chistes (unos muy malos) sobre aquél, memes y fotos ridículas, enlaces de blogs políticos, columnas de periódicos alarmistas y opiniones verdaderamente analíticas. Igualmente uno observa espectáculos llenos de furia y a veces vulgaridad; mentadas de madre responden a otras, flotan descalificaciones por la ortografía analfabeta o se recurre lo más que se pueda a la creatura macabra llamada socialismo. Por momentos, el tuiter se vuelve un sitio álgido de propaganda. Si hubo un Sendero del Peje, su perfil debería renombrarse la Barranca del Peje.

Cada uno hace uso de su red social como le venga en gana. Sea intelectual de nicho, periodista de grandes masas o usuario rodeado de amistades fantasmales, existe casi ninguna restricción para publicar. Ventaja o desventaja del Internet. Un ejercicio interesante es distinguir el reflejo que emana de su uso. ¿Qué clase de votante o ciudadano se vislumbra? Aunque no existen elementos para deliberarlo enteramente, al menos es un asomo a su reflexión sobre política. Es cierto, como han diagnosticado unos, que las redes sociales conforman a Babel. Opiniones sobre todo se esparcen en la nada. Sin embargo eso no impide tener dardos de sensatez política, breves comentarios que en momentos, si bien no contribuyen, orientan en la discusión. Por ello se agradece que ciertas inteligencias se trasladen al mundo de los blogs o tuiter mismo, o que haya periódicos o revistas con portales en línea. Justo hay perfiles que permiten descubrirlos. El lector, con buen sabor de ojos, recomienda un texto a otro. En sucesos que trascienden, un comentario breve mostrando aprobación o indignación, logra despertar en algunos la pregunta por la política.

Al igual que el locutor, más uno difiere con el candidato puntero. Muchos lo aborrecen, guardan temor,  lo miran con recelo feroz. Sin embargo, lo que hace destacable uno de otro es la altura para criticar. Ser enérgico no es lo mismo a ser violento. Con facilidad una indignación puede trastornarse en insulto, y en la arena digital más fácil aún. Con intención de salvaguardar la república, ayudan a rasgarla. En ocasiones, sin darse cuenta, cometen el error que denuncian. Critican la polarización, el discurso de odio, y no se protegen de su ofuscación. Juegan a ser la mafia del poder al mover cielo, mar y tierra con tal de no verlo en la silla presidencial. Vale el insulto para desnudar sus declaraciones; frena tajantemente el ataque verbal. Lo que tampoco saben es lo que ahora vemos. Su deber cívico, su hazaña de justicia, acaba siendo contraproducente. No sólo menoscaban la moralidad en la política, sino atizan las llamas del incendiario. Olvidan la fragilidad de la democracia y renuncian a guardar su fortaleza. El rechazo de Enrique Krauze no lo ha llevado a anhelar el nepotismo priista o la corrupción de finales de siglo; al locutor, en cambio, la repelús por el puntero le ha mostrado el priismo de Atlacomulco como una alternativa viable.

Desidia y democracia

Desidia y democracia

 

Evagrio Póntico concibió la imagen definitiva para la desidia: el demonio del mediodía. Ha de pensarse, inicialmente, en la vida monacal. No es el desidioso quien evita levantarse temprano e iniciar su día entre el frío de la madrugada y la frazada de la oración. No es el desidioso quien asume esforzado su labor en la fragua del extenso día templado en un balde de rezos: ora et labora, dice la Regla de San Benito. No es tampoco el desidioso quien vela en medio de la nocturna oscuridad apenas guiado por el titilar de las cuentas del rosario. El desidioso es quien tras alumbrar con el rosario el velo noche, o forjar la longitud del día en el yunque de la oración, o abrigar la mañana tiritante, al mediodía rehúye agobiado, tan ansioso de sombras como temeroso de claridad, tan acalorado de pretextos como por caprichos entumecido, tan apto para seguir como dispuesto a renunciar, rehúye agobiado de la vida. El demonio que invade el mediodía apaga la luz con el Sol en su cenit, exhala exangüe cuando el viento sopla brioso, desmiembra a la persona aglutinando excusas, decepciones y rencores. Quizá la desidia es un pecado contra la claridad.

         La imagen de Evagrio podría ayudarnos a pensar nuestro momento político, o al menos eso me sugieren dos situaciones: el intento de regulación de la violencia y las costumbres electorales.

         Por intento de regulación de la violencia me refiero a la polémica por la “Ley de Seguridad Interior”. La “Ley” se ha aprobado con el fin de dar un marco jurídico a la actuación del Ejército, la Armada y las Fuerzas Aéreas en la preservación y garantía del orden civil, así como el combate al crimen y la disuasión del delito de alto impacto. La “Ley” tornó necesaria tras las condiciones del “Estado” respecto al conflicto derivado del poder efectivo de los grupos criminales en el país. Los defensores de la “Ley” la afirman como indispensable a partir del hecho de la participación castrense en el combate al crimen, así como la asunción de las labores de vigilancia y abatimiento en las muchas regiones del país en que el orden civil se ha roto o el poder de las fuerzas legales locales ha sido rebasado. Los detractores serios de la “Ley” la impugnan porque reconoce la ruptura del orden civil y permite aceptar la necesidad del régimen militar en los lugares desastrados por las fuerzas ilegales. La superficialidad de la polémica, empero, impide reconocer la pregunta de fondo: ¿cuáles son las condiciones legales en que el régimen militar ha de sustituir al civil? Es decir, deberíamos estar discutiendo la constitución legal del estado de excepción. Negados a ello, se nos dificulta captar la situación extrema y se nos difuminan los contornos de la situación normal: evitamos juzgar la situación extrema porque suponemos el orden civil democrático como una construcción definitiva, mientras que excusamos su imperfección como consecuencia del retraso de la resolución perentoria. ¿No es la desidia la renuncia a la vida democrática por adopción de un modelo de construcción definitiva? Que la “Ley” acabe con la violencia; que se solucione la violencia sin la necesidad de aplicar la “Ley”. La desidia de la democracia descarga toda culpabilidad en el otro.

         Por costumbres electorales me refiero a las críticas opositoras a los modos priistas de selección del candidato presidencial. ¿Puede concebirse mayor falta de imaginación que la unanimidad crítica de lo “pasado de moda” del estilo priista de selección? Con un poco de aire fresco casi cualquiera podría percatarse de lo apolítico de la crítica que sólo atina a apuntar lo vintage del asunto; no sólo porque lo que nos queda de patria no es una pasarela, sino porque allí donde la democracia solamente es un estilo, allí es donde la democracia no es un modo de vida. Si las críticas más profundas son las más superficiales, estamos ante lo infructuoso de la contradicción idiota. La transición a la democracia o es algo radicalmente distinto a un cambio de peinado, o no hemos entendido qué es la vida democrática. Nuevamente nos engañan nuestros supuestos. Si se cree, como la señora Zavala de Calderón, que la democracia es un proceso histórico en el que no se deben dar pasos atrás, sólo se muestra la desidia que renuncia a pensar la democracia como un esfuerzo permanente por vivir democráticamente. Si se cree, como el señor López Obrador, que la democracia es la construcción de un régimen definitivo a partir de las cualidades de su fundador, se muestra la desidia por la acción democrática y se exhibe el deseo de utilizar un método democrático para hacerse del poder. Y si, finalmente, se cree que la vida democrática puede surgir de las inertes organizaciones antidemocráticas, como supone el señor Meade Kuribreña, se ve la desidia que confunde la acción con la publicidad, el trabajo con la ganancia y la oración con la ovación. La desidia democrática culpa al otro por la imperfección del sistema democrático y exculpa al desidioso suplantando la irresponsabilidad con la legalidad. La desidia democrática inventa el pecado contra el progreso, olvida que la democracia es -como la vida- fácil pero esforzada, e ignora que está siempre flanqueada por el peligro constante de la tiranía y la demagogia. A veces la democracia es como el perseverante esfuerzo por permanecer en el mediodía.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Octubre de 2017 fue el mes más violento, letal e inseguro de los últimos 20 años. 2. El hijo de un empresario dedicado a la producción de sopas de pasta, que es regidor de un municipio mexiquense, ha logrado reunir el apoyo del obispo de Toluca y del Frente Nacional por la Familia en un evento con el que mostró su fuerza para la campaña del próximo año: será diputado. Interesante, la aspiración de José Antonio Monroy Mañón adelanta el apoyo priista a un clérigo que no había levantado la mano para la otra sucesión. Le ganó la partida al favorito: en la misma semana ambos hicieron un evento por «La Familia», pero sólo los de Toluca lograron la cobertura de medios. ¿Cómo responderá la otrora poderosa diócesis? 3. La patria se salvará con un plagio. 4. ¿Qué es un órgano colegiado? ¿Cómo toma sus decisiones? ¿Qué pasa con un órgano colegiado dedicado a la difusión del saber cuando acepta los prejuicios populares? Según los políticamente correctos el Colegio Nacional debe ser lugar de propaganda y grilla, como el resto del país. Según los políticamente correctos ya nada podemos aprender de los que saben. Quizás el Colegio Nacional tiene sus días contados. La libertad por el saber superada por el saber interesado.

Coletilla. Julio Hubard nos advierte: nos falta un Aristófanes que haga una Lisístrata inversa, es decir, hombres en huelga de abstinencia. Véase también el video comentado por el autor de Hacéldama.

Sicofantas de lo diario

Sicofantas de lo diario

 

Probablemente nunca había sido la vida tan pública y tan apolítica al mismo tiempo. La situación, por donde se vea, es novedosa. Ni las más poderosas dictaduras, ni las menos defectuosas democracias, habían difuminado los límites de la vida privada; sólo en nuestros días se han reunido la imposición dictatorial y la vocación comunitaria en un modelo que publicita voluntariamente lo privado, que hace público sin hacer política, que colma lo público de publicidad. Y probablemente, también, es lo novedoso de la situación, la incomprensión de la novedad, lo que da ese carácter tan insoportable a la mayor parte de las cuitas públicas. Desconfiamos de la solución publicitada porque no podemos determinar si es política, no buscamos una solución política porque primero atendemos a su publicidad y confundimos el compromiso personal con el político. Todo esto es novedoso, confuso y problemático.

         Alguna claridad sobre lo que estoy diciendo puede mostrarse si pensamos a esa amorfia que acostumbramos llamar “medios” como los sicofantas de lo diario. En una dictadura, los llamados “medios” son órganos de indoctrinación. En una democracia, los llamados “medios” son instrumentos de debate público. En sus extremos, los “medios” aparecían como el camino de lo público a lo privado. Difuminado lo privado, los “medios” sirven para la extorsión pública de la vida privada. Muchas veces a esa extorsión se le llama eufemísticamente “marcar agenda”. No todo marcaje, por cierto, es personal, o bienintencionado, ya no se diga siquiera político. Se marca agenda, por ejemplo, mediante la administración de escándalos. Abundan los casos por todos conocidos. Su esquema general es, más o menos y con sus variantes tropicalizadas, como sigue:

  1. La reconocida periodista opositora anuncia que ha llegado a sus manos una investigación que “cimbrará” la vida pública.
  2. Se publica, en al menos tres “medios”, un relato con declaraciones, documentos y testimonios ordenados para respaldar alguna afirmación que funde una sospecha sobre un funcionario público.
  3. Comentócratas y especialistas toman posición. Unos bosquejan la red de relaciones de aquel contra el que se ha lanzado la sospecha; otros comienzan a buscar modos de aminorar la sospecha. El influyente tuitero crea un hashtag. Los bots replican el mensaje. Los reporteros buscan la opinión de algún político mediocre para obtener el titular. El político mediocre manifiesta su esperanza de que se a) investigue b) tomen cartas en el asunto c) asegure al implicado. Las masas repetidoras de mensajes piden, primero, cárcel para el inculpado. Aparece un meme del presunto tras las rejas. Tres tuits después, las masas ya piden castigo para el culpable. El especialista vuelve a manifestarse, ahora en el noticiero de la noche, y expone una teoría del complot.
  4. El funcionario, la dependencia o el vocero comunica la posición oficial: Vamos a investigar… Se aplicará todo el peso de la ley… No quedará impune… (La publicidad del caso es inversamente proporcional al tiempo transcurrido entre las tres posiciones oficiales).
  5. La reconocida periodista publica una segunda parte del reportaje. Se hacen mesas con expertos y líderes de opinión. La intelectual de blusa negra de cuello de tortuga denuncia las inmoralidades del caso. El opinólogo coyoacanense vaticina: ya es claro que será una afrenta más al pueblo. Los tuiteros se envuelven en una bandera y se lanzan tras el mito del México bronco. El profesor universitario apartidista que siempre está en los mítines de la oposición añade el nuevo agravio a la flexible lista de las indecencias pasadas. Nadie puede controlar tanta emoción. Ya hay conclusión pública: el asunto quedó impune.

Si bien nos va, la investigación se podría llevar a cabo. Si bien nos va, alguno podría estar medianamente enterado del curso de la investigación. Si bien nos va y la investigación se concluye y el órgano investigador hace público el resultado, algún periódico podría regalar un cuadro inferior a una nota de no más de diez líneas en que se diga que… En raro caso habría efecto público alguno: los detalles no importan si no son morbosos, la impunidad concluida en el tercer día del escándalo se ha establecido en la desmemoria pública y hay un nuevo escándalo que exige toda la atención del pueblo bueno. La extorsión pública se ha cumplido.

Y lo llamo extorsión porque es su mejor descripción. Recurrentemente son los sicofantas de lo diario quienes presentan la sospecha y dan el veredicto sin que medie acusación legal, investigación legítima o interés político. Al asumir la simultaneidad ambivalente de denunciantes y de jueces falsifican la experiencia de lo público. Creen que difundir su mensaje, regularmente una sospecha, es igual a hacer política, que la saturación publicitaria de lo público es saturación política. Los sicofantas de lo diario usan su “medio” como muro personal, confunden adrede la publicidad de su compromiso privado con la publicación de su compromiso político. Y cuando esa extorsión es exitosa, logran que la gente confunda la publicidad de su vida con la vida pública. La extorsión es exitosa cuando se logra afianzar la idea de que la única diferencia entre la comunidad política y la comunidad tuitera es el medio. Probablemente también sea novedoso el ánimo con el que voluntariamente nos prestamos a la extorsión.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. En el PRI se disfraza la disciplina como si fuera coincidencia intelectual, observa Jesús Silva-Herzog Márquez. 2. Eso es compromiso, camaradas. El diario La Jornada fue apoyado por el gobierno de la Ciudad de México para impedir la huelga de sus trabajadores sindicalizados. Ahora, el diario de izquierda ha despedido a los trabajadores que encabezaron la huelga, además de demandarlos penalmente. Qué raro que un diario de izquierda, que se dice defensor de los derechos laborales, se tome de la manita con los funcionarios para impedir una huelga, reprima a los líderes sindicales y todavía los acose judicialmente. ¿Cuántas protestas de la izquierda rezongona se han escuchado? Eso es compromiso, camaradas. 3. Nuevamente han amenazado al periodista Héctor de Mauleón. Curioso: sólo fueron dos los periódicos a los que no interesó el tema. Uno, el «defensor» de la libertad de expresión: La Jornada. El otro, el que más presume su independencia: Reforma. Curioso: las amenazas se dan después de que el periodista ha investigado los nexos del crimen con los gobiernos de las delegaciones Cuauhtémoc y Tláhuac. Curioso: ambas delegaciones están gobernadas por el mismo partido. Curioso: al día siguiente de la más reciente amenaza ambos diarios traían como nota la definición de la candidatura para el gobierno de la Ciudad de México por parte de ese partido. Curioso: entre los aspirantes está el titular de una de las delegaciones investigadas por el periodista. No es por intrigar, pero sí es curioso, ¿no? 4. Christopher Domínguez Michael hace una lúcida reflexión sobre el panorama venezolano: hay que descubanizar Venezuela. 5. Arnoldo Kraus analiza los problemas intrincados en un difícil caso de ética médica: el caso de Charlie Gard.

Coletilla. “El fracaso es un fraude de magnitudes similares a las del éxito”. George Orwell

Con esperanza democrática

Con esperanza democrática

La palabra ciudadano no debe usarse para los habitantes de una ciudad, porque la ciudad no debe ser entendida como una concentración poblacional ordenada geográficamente. Ciudadano debe ser siempre un término político. Los términos políticos no deben pulirse profesionalmente. La política es para más de uno, o de unos cuantos. De esas diferencias parten las bases de los distintos regímenes. La democracia no está asegurada por plebiscitos, porque el carácter predominante de la democracia no puede radicar en elegir al candidato de un grupo. Así no existe la representación. La demagogia es un peligro latente para lo democrático, pero no es democrático. Puede existir la oligarquía en medio de las elecciones, aunque las mismas elecciones den una pizca de libertad a la deliberación política de la dialéctica en la opinión. Parte del peligro demagógico son las falsas esperanzas como producto. La ilusión de que la democracia reside en una urgencia práctica. Hasta en lo urgente hay matices a pensar.

Ese es territorio del silencio. La urgencia parece ciega. Como si ella exigiera una prudencia que no podemos tener si queremos “apegarnos a los hechos”, eligiendo lo más adecuado como solución inmediata, para pensar después en lo mejor. ¿Qué sucede con la libertad para la prudencia? ¿Nace de una decisión que puede ser imprudente? ¿Nace de la esperanza en lo inevitablemente irrefutable? Esas preguntas deben abrir para nosotros el horizonte en el que debemos navegar si nos interrogamos sobre nuestro potencial ciudadano. No nos es claro si el carácter para vivir democráticamente es algo que podamos decidir en connivencia con el régimen, en perpetua transformación de él o en comunicación con el otro. ¿Hay educación para ser un ciudadano? La pregunta deviene crucial para el habitante de un Estado inoperante, para una situación de una comunidad erosionada, roída, muerta, ignominiosa. Llama a superar el prejuicio eugenésico desde el que el gobierno no democrático está acostumbrado a operar, e incita al posible ciudadano a pensar el poder más allá de la fuerza, obligándolo a pensar en sí mismo como posiblemente libre. Lo lleva a preguntarse si el ser ciudadano va más allá de ejercer una moral privada, lo cual es hacer la cuestión de la virtud algo local en un sentido primario, ordinario quizás, pero no por ello menos importante. La corrupción es, desde ahí, una falla institucional que, democráticamente, no puede ser ya parte de la vieja lógica que el mismo poder instauró para nosotros, que dice que la opresión es el obstáculo para la libertad.

Por eso la ciudadanía no puede ejercerse en plebiscitos, porque no ha de ser confundida con la voluntad popular. Si la ciudadanía democrática se ejerce por medio de la voluntad popular, ¿cómo distinguir entre un plebiscito y la simpatía de los habitantes de un reino por el monarca? Aunque en una no se requiera el plebiscito, no podría existir sin algo que podríamos llamar con la misma facilidad voluntad popular de mantenerse viviendo así. No creamos, por ello, que la comunidad política está hecha por el consentimiento de sus habitantes, porque ese difícilmente podrá existir en ese sentido abstracto que lo marca una palabra como voluntad popular. Lo importante de una decisión en consenso y crítica constante es que haya ya algo común en lo que los ciudadanos hayan discrepado o asentido, en que su palabra valga para ellos como para los otros. La prudencia y todas las virtudes pueden ser admiradas en una democracia (aunque no sea el caso siempre y en todo momento) por eso mismo. Sin algo que las muestre, sin la práctica, sin la dimensión deliberativa, lógica, retórica y política de la vida en común, ellas no podrían tener siquiera un nombre. Puede que con el pragmatismo del que tanto nos quejamos, pero que adoptamos a veces (enfermedad inseparable de la política) y que ejercemos al momento de reducir la praxis democrática al voto, estemos siendo un poco injustos. No será un homicidio o un crimen mayor, pero sí algo que las víctimas de un crimen, por ejemplo, no merecen: que se les ignore por la sensación de lo providencial, o que nos creamos la historia de que la esperanza nace de la desesperación, lo cual es un absurdo.

Aunque un buen ciudadano no sea lo mismo que un buen hombre, eso no quiere decir que la naturaleza ciudadana de un hombre se resuelve en la caballerosidad de sus costumbres y pensamientos. Ser ciudadano tampoco se puede reducir al aspecto moderno de las ambiciones personales, o de la virtud como inteligencia práctica para el poder. Por eso el voto debe ser más que el respaldo de un líder político. Puede que los regímenes totalitarios obligue a sus ciudadanos a la injusticia; por ello mismo, lo que hace ciudadanía no debe ser únicamente el respeto a los decretos. La naturaleza de la ley es, más que una coerción, cierta racionalidad, cierta medida justa de las acciones que permiten siempre mantenerla en lo mejor para el individuo y para lo común. Un buen hombre coincidirá en sus actos con la ley, porque sabe lo que es justo. Un buen ciudadano no puede dejar que su decisión no sea conveniente para la comunidad. Democráticamente, esa dimensión de su bondad no puede ser totalitaria. Sabe que la crítica es necesaria para afrontar la degeneración de la justicia en el régimen: ve de frente la virulencia de la demagogia.

 

Tacitus

Apocalíptica política

Apocalíptica política

 

Enrique Krauze ha llamado Biografía del poder a su recolección de la historia de México. Captando como pocos la metáfora paceana de la piramidalidad mexicana, Krauze nos ha mostrado que en el México moderno el tiempo se mide cíclicamente entre el nacimiento y el ocaso del tlatoani en turno. La cuenta larga del tiempo postrevolucionario comprehende la cuenta breve de los sexenios priistas. La necesidad del tiempo cosmológico prehispánico encontró su expresión en la permanencia en el cambio de la Revolución Institucional. La sumisión al tlatoani y la capacidad de coerción que hicieron posible al régimen priista tuvieron su fundamento en la necesidad cosmológica. Transitar a la democracia impelía, por tanto, la desmitologización.

         La Ilustración liberal, empero, siempre supone una Arcadia; regularmente supone la arcadia del progreso. En el caso mexicano, a la par de la Ilustración liberal se impuso un mito pragmático: si en nuestras manos está el advenimiento de la democracia (tesis liberal), nosotros podemos acelerar el ciclo cósmico (mito pragmático). Fue la fe del 97 que reificó en el 2000. Sin embargo, el mito pragmático impuso un imperativo: el tiempo cósmico perdió su cuenta larga y el cambio se volvió inminente. Si en nuestras manos está el tiempo cósmico, los ciclos son producto de nuestro hacer, los ciclos provendrán de nuestras manos. Si nosotros originamos los ciclos, la democracia no puede ser meta en el camino, sino producción posterior a la consecución del poder, a nuestra consecución del poder (de ahí la reelaboración de la etimología del término “democracia”). Para que todo cambie definitivamente se requiere un nuevo fundador de ciclos. La cuenta breve pende de una mano imperiosa. Imperativa se volvió la llegada al poder del Mesías Tropical.

         El imperativo mesiánico de los nuevos tiempos se expresa recurrentemente en las exigencias de un cambio inminente. Si la mala administración del presidente toma cualquier decisión medianamente impopular, torna mito popular que se ha llegado a un límite último y que su renuncia, su caída o su destitución es inminente. Si las protestas tornan nuevamente violentas, torna mito popular que viene la revolución, que ha despertado el México bronco, que el cambio radical de la totalidad es inminente. Y si vivimos un periodo electoral, torna mito popular la inminencia de la alternancia, la necesidad dicotómica de aglutinar los votos, la aniquilación de la diferencia en una alianza opositora efectista y, claro está, la falacia detrás de la promoción del voto útil. Situar a una elección como eschaton es la nueva mitología cosmológica del tiempo mexicano. Nuestra política ha tornado apocalíptica.

         Cuando los nuevos mitólogos no puedan sostener la inminencia estaremos en problemas. Cuando los cristianos no pudieron explicar el retraso de la parusía surgieron las posiciones milenaristas, que podían fincarse en la cosmología del eterno retorno de los paganos. En México, en cambio, la mitología prehispánica propiciaba a los dioses mediante un sacrificio sangriento: de la sangre manante de un corazón recién cercenado pendía el reinicio del ciclo cósmico. ¿Qué tan inminente es ahora la inminencia?

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Ayer se cumplieron 32 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Sobre el caso hay que señalar que la PGR investiga las posibles relaciones de funcionarios con Guerreros Unidos. 2. Nuestro mundo está invadido por la acedia, lo que se muestra en su aparente ilegibilidad. Lo explica Javier Sicilia. 3. El delegado morenista de Cuauhtémoc, Ricardo Monreal, mandó golpear a un grupo de vecinos que se manifestaba en su contra. Claro, don Ricardo lo negará, como siempre, dirá que es un compló, como siempre, que las cosas no son así… El estilo monrealista. ¿Ya se le habrá olvidado que en su campaña prometió un referéndum revocatorio para este año? 4. Y el estilo de López Obrador, ya se sabe, es el de la ofensa «con todo respeto» y la justificación de las corruptelas amorosas. Digna de escucharse la entrevista que el Mesías Tropical le dio a Pepe Cárdenas, pues nos muestra en toda su talla el autismo funcional de un político mentiroso. 5. Las cosas buenas casi no se cuentan… dice el presidente. Y dice Animal Político que en la primera quincena de mayo la inflación presentó su mayor nivel en ocho años. ¿Eso importa? Pues importa en la medida en que el dinero cubre menos gastos, los precios se elevan y se desequilibra la relación entre producción y demanda. Pero dice el presidente Peña que hay cosas que no se cuentan. 6. Deberá guardarse el editorial de La Jornada del jueves 25 de mayo de 2017, donde se consigna la censura al medio por parte de la Sedena. De pronto, la Sedena cambió su postura de los últimos tiempos e impidió el paso a uno de sus eventos a un reportero que ha cubierto la fuente por 22 años. Raro, ¿no? 7. Y Carlos Puig señala la islamofobia mexicana.

Coletilla. “En el espejo del tiempo, las parejas que se aman mantienen intacto su reflejo”. Jorge F. Hernández

La hora maniquea

La hora maniquea

La corrupción parece un laberinto que se cruza a ciegas. La oscuridad es lo evidente. Los sentidos están dispuestos a sentir los muros con los que los pies, el rostro, el aliento en cada jadeo se va topando. El suelo mismo no parece inestable. No es ella el signo del apocalipsis. Esa es la teología vana de los desesperados. ¿Será que la esperanza sólo puede comenzar a sentirse cuando aparece una luz nueva? Es más acertado pensar en que se le considera una virtud constante para la vida del hombre, dado el carácter incierto del porvenir. Por eso el optimismo de la esperanza no es candidez, ni ceguera. Por eso no puede ser injusta en su manera de afrontar al mal. Lo corruptible del hombre es su propia humanidad. No es la pérdida de ella. No es sólo la mala educación. No se corrompe el sentido original del bien, porque ese no existe. El mal corrompe no un buen corazón, sino el deseo y el juicio moral. No lo rebaja de un estado prístino: lo conduce con aspecto de ser deseable. La seducción del mal es tentación, toque de algo, latencia. Se puede decir que abre una herida en la bondad de la vida, que puede pasar desapercibida como herida. Parece, y esa es parte de la tentación, ser sólo una sugerencia de la imaginación, moldeada por la educación de la circunstancia.

La corrupción del estado no es meramente cultural. Alcanza una dimensión histórica, es cierto, pero el nombre de la historia no explica por sí mismo la moralidad. Más que el conflicto del relativismo y la fijeza de lo axiológico, el carácter histórico de la corrupción no puede ser entendido si no nos vemos como seres históricos en ella. Y eso no lo puede hacer la historia por sí misma. Por eso es que la corrupción no es un problema cultural. Tiene que reconocerse que el fracaso del estado es algo que rebasa a un solo mandatario, pero que a la vez cada figura política, incluso la ciudadanía, es parte de la confusión que conlleva todo intento democrático. Existe la posibilidad de apelar al conocimiento de lo eterno en lo temporal porque la corrupción no es, como dije, término de la humanidad. El pecado no es posible sin un rasgo mínimo de humanidad que lo haga exitoso. El fracaso del estado es un problema político porque es también un conflicto moral. No refiere únicamente al fracaso de la clase política, aunque ese sea desde hace tiempo más que evidente y, sobre todo, indefendible. El camino de la democracia debe llevarnos a ver en el ciudadano a la comunidad política involucrada en atribuirse el poder. Cuando no hay comunidad, ¿qué sucede con el poder? La respuesta la tenemos al alcance.

La ausencia de comunidad no se comprueba sólo en la extrañeza que cada habitante guarda entre sí. No es únicamente la fragmentación que ha logrado el poder político. La ausencia de comunidad está en el menosprecio de la palabra. No en la palabra de los intelectuales, que termina infectada del lenguaje de la grilla ante nosotros. Hablo de la palabra del otro en general, lo cual de hecho es causa de lo anterior. En la palabra que es el otro. Se omiten las desapariciones, se prefieren los prejuicios (eso incluye a la familia, al sexo y a la libertad) que impiden ver el dolor y pensar la justicia para los demás, que es, siempre, justicia para nosotros. Se vierte el odio en el escenario de las revanchas y los sueños revolucionarios. Se defiende la oposición con un puritanismo hipócrita, amante del escarnio. Se vive la violencia de la peor manera posible: el silencio, que parece su efecto irremediable, síntoma del sinsentido de la cadena de la muerte; el ruido es hijo del silencio ahora. Ese laberinto de la corrupción huele a sangre de los que no son y deberían ser los nuestros. Vamos a ciegas pero no impedidos. Porque la palabra vive en la corrupción, aunque parezca ser inútil en ese hielo de la indiferencia. La esperanza sabe que el hombre no hace milagros, pero vive gracias al milagro mismo. En esas condiciones nuestro maniqueísmo político será el peligro más grande, la tentación para continuar en la ignominia.

Tacitus