En la tierra de nadie

En la tierra de nadie

En una noche en que caminaba por este paraje, comencé a ser perseguido por lobos; quise refugiarme, pero increíblemente las casas ante mí desaparecieron. Grité por ayuda y el guardián de la ley, al extender su mano, se convirtió en sombra del licántropo o en cortina de humo entre ambos, de cualquier forma no me protegía de las mordidas, ni de los zarpazos, que eran lo único real en todo este valle de ilusiones, más que nada por sangrientos.

Cuando morí, aparecieron más fantasmas. Primero vinieron las sombras de unos licenciados que dijeron muy cortésmente: ‘Estamos trabajando en el caso, pero por lo pronto, ten 500 pesos y silencio.’ Después llegaron unos bufones muy tristes, que con aire soberbio cuchicheaban lo siguiente: ‘No que iba a la escuela, al trabajo, a mí se me hace que en otros líos andaba metido.’ Cuando terminaron, se fueron más tristes, pero orgullosos por haber sembrado esta risa en los demás.

Esa fue mi ceremonia luctuosa. Ese día, nadie –ni por compasión– ni por orden cívico me amortajó, dejaron que el pútrido olor del ataque y de la muerte ensanchara más el malhumor, el odio, el territorio de la tierra de nadie, el desconsuelo y el temor del abandono que siempre ofende corazones. En cambio, me volví lugar común de la injusticia, número en la estadística de los que fieles a la lección “afirman que la vida es sólo un viaje de ida a ninguna estación”, y que rastrean en todo el mal humano, a fin de decir, en esta criatura no se puede confiar, habrá que vigilarla. Me transformé en nido de buitres que se regocijan en la carroña.

En la tierra de nadie la desesperación va disfrazada de cinismo y el olvido junto a las mentiras del bufón destrozan poco a poco la confianza. Los buitres necesitan de ellos para chirriar orgullosos, ’venimos a salvarlos de su dolor, déjense devorar’… Pero hoy vino un hombre y me dijo, ‘ven y levántate, que tu enfermedad peor no es la muerte, sino el olvido, la mentira y el desprecio por lo que es la ley: y hasta que no la ames, vivirás vagando entre espejismo-burlas, en la tierra de nadie, en el lugar sin límites.’

Javel   

Para seguir gastando: No puede haber comunidad, si no hay deseo por el bien común, por la ley y la justicia. La gran mentira del narcotráfico y del terrorismo, es que sólo hay antropofagia o voluntad de poder. Terrible, además, los datos que revela Vice News sobre los niños que están envenenados de violencia. El Estado, que somos todos, les hemos fallado, pues no viendo otra salida al abandono ético, social, cultural y económico, el brazo amigo, mecénico, maestro y fraternal, lo ofrece el monstruo que se devora a sí mismo, el narcotráfico. Estos niños también están extraviados y merecen ser reencontrados.

Brasas: “se sabían hechos para vigilar, espiar y mirar en su derredor, con el fin de que nadie pudiera salir de sus manos, ni de aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes […] los rostros de mico, en el fondo más bien tristes por una pérdida irreparable e ignorada” José Revueltas, El apando

Inmóviles

La noche parece detenerse en invierno; tanto que hay momentos en los que la oscuridad nos impide pensar en la próxima salida del Sol. El frío invade nuestros corazones, porque el viento agita las hojas otoñales en el suelo, y a veces nos cala el alma y dejamos de movernos, pensando que con ello evitamos la llegada de la estación.
También hay veces en que olvidamos la esperanza que nos da vida y nos paramos sobre los pedestales de la muerte y la destrucción, pensando que la inmovilidad del cuerpo y del alma evitarán un mal mayor.
Lo cierto es que difícilmente vivimos el invierno con la esperanza inundando de luz el corazón, lo cierto es que las hojas y los caídos en el suelo alimentan nuestra desesperación.
Lo cierto es que los inmóviles, parados sobre los pedestales anunciantes del invierno, se olvidan de la luz del Sol y de su capacidad para mostrar los despojos que ha dejado atrás el paso de una fría estación.

Maigo