La ventana indiscreta

Existe un descrédito incuestionable en los medios de información. No es sorprendente. Anteriormente esos medios casi no podían cuestionarse públicamente. En muchos países eso los convirtió en una máquina de propaganda gubernamental. ¿Con qué medios masivos podía ponerse a prueba lo que decían? La propaganda contraria era fácilmente falseable por esas mismas empresas. Con un SmartPhone se sustituye sin tanta tardanza lo que hace cualquier medio de información: informar. No es casualidad que el negocio de los medios ya no tenga el mismo poder que antes. Pero la facilidad para informar no es directamente traducible a la veracidad para informar. Al contrario, cualquiera, sin el más mínimo criterio, ni una línea informativa, dice lo que sea sobre lo que sea. La responsabilidad sobre cómo se difunde determinada información se ha perdido. ¿Qué se hace ante la sospecha de que en la casa de enfrente se cometió un asesinato?, ¿se va a la casa a investigar qué fue lo que pasó, sin ninguna clase de metodología o una somera idea del alma humana, o se postea en redes que en tal lugar vive un asesino responsable de quién sabe cuántos crímenes? Partiendo del supuesto de que sí se haya cometido un asesinato en el lugar sospechado, ¿cómo se comprueba que el asesino no usó el sitio y luego escapó?, ¿qué pasaría si se culpa a una persona parecida, y se fabrica a un falso culpable, para que las redes, que quizá estén clamando justicia, crean que con su actividad se vive en un mundo más justo? Al ser una actividad empresarial, los medios tienen compromisos económicos con inversores, publicistas y otras personas, y deben ser lo más fidedignos que puedan para no perder credibilidad. ¿Qué pierden quienes postean lo que quieran sobre quienes quieran?, ¿se plantean lo que pueden provocar con lo que creen informar? La información puede ayudar a la vida pública de la misma manera que la puede perjudicar.

Yaddir