Algo sobre los animales

(el amor no correspondido)

Andando por las calles de nuestra ciudad, por los callejones de algún pueblo o los corredores subterráneos del sistema metro, me encuentro con una práctica que me parece de lo más graciosa: tener perro-hijos, “perrhijos”, la gracia que me produce tal evento es por reconocer la alteración a algún orden en el idealismo de igualdad al que aspiran estos nuevos padres de familia. No pretendo decir que estas nuevas familias son un problema para la constitución política de cualquier estado, nadie le confiaría las riendas de su felicidad a una mascota. No es problema lo que ensayaré, sino malestar. Es admirable que un ser desvalido sea procurado y resguardado del mal que hay en las calles. Los animales también merecen vivir bien, después de todo su derecho de antigüedad los avala, al igual que su inocencia ante el mundo humano. ¿Son víctimas de nuestra ambición y miedos enconados? Sí.

No es el caballo quien nos lleva entre las patas, sino nosotros a ellos. ¿Por qué perrhijos? Salvar a un animal también es salvar una vida, pero procurarle cuidados contra su naturaleza es ya una afectación. El animal también tiene dignidad por sí mismo, entendida ésta como la perfección de su constitución natural. Todos los perros son perfectos, no necesitan ser domados o adiestrados o cubiertos con orejeras, la utilidad que les demos al adiestrarlos es una necesidad por precisar ayuda en momentos críticos. La compra de suéteres para ellos es una forma de la banalidad, en el mayor de los casos: el perro no lo necesita. Me detengo un momento, los animales necesitan estar sanos para poder convivir con nosotros, para eso hay veterinarios.

Pero el perrhijo nos fascina porque se alegra y aleja sin tener que decirnos nada. Nuestra relación es de suma dominación hacia ellos. Interpretamos lo que queremos escuchar: “gracias por las croquetas, por el suéter, por comprarme una correa nueva”, ellos agradecen sin decir una sola palabra, porque no agradecen, disfrutan, son seres sensibles y condicionados a su nulo juicio interpretativo. La mascota bien cuidada, en demasía, es el reflejo de la falta de carácter. El otro siempre es un idiota, nunca mi mascota. Le doy a mi hermano una moneda y me juzga, acaricio a mi perro y me lame la mano. El odio contra el hombre y amor por los animales también es una salida fácil al laborioso trabajo por entender a los otros, así como a uno mismo. Yo soy de la idea de que si ayudamos a un hombre, él ayudará a otro y eso a la postre recuperará este mundo para todos. El mundo es más lúcido si lo compartimos en el diálogo, lo cual no puedo hacerlo con los animales que son excelentes compañeros de la soledad, tanto como de nuestros silencios. Pero el silencio amoroso sólo lo encontraremos entre los humanos, nunca en otra parte.

Darle muestras de amor a las mascotas también nos nubla de pensar sobre el consumismo, sobre la enajenación entre el que posee mucho y el que no tiene casi nada. El silencio de la naturaleza nos hace cometer errores, por eso lo mejor es comenzar por escuchar lo más claro que hay en nosotros mismos. Así no perderemos a otros seres en nuestro juego de ambiciones y temor por el amor no correspondido: éstas son las raíces del perrhijo; así como el alcoholismo es la manifestación de otra enfermedad, jamás será el alcohol el origen.

Javel

Para seguir gastando: Hoy que se celebra el natalicio de Aldous Huxley, haríamos bien en recordar que él nos advertía de una sociedad en que los tiranos eran tan buenos publicistas que lograban hacer que el esclavo amase su condición; el tirano puede ser un sabiondo o un idiota, ambos pecan de soberbia y jamás dudarían de sí mismos, es decir, jamás ejercitarían la palabra hacia las profundidades de su ser: no ensayan.

Obsesión por las alturas

Con piedras de las ruinas ¿vamos  a hacer

otra ciudad, otro país, otra vida?

De otra manera seguirá el derrumbe.

JEP

Sabemos que la capital del país fue construida sobre un lago. Sobre un suelo acuoso fueron levantadas las plazas y edificios que componen la ciudad moderna. Las calles encierran lo que una vez fueron ríos  y canales; el agua continúa siendo lo que hace latir la ciudad. Los antiguos utilizaban aquéllos para desplazarse y ahora los automóviles sustituyeron las canoas. Una consecuencia indeseada de este suelo acuoso es lo endeble. Supuestamente el Palacio de Bellas Artes, cada año, está hundiéndose y la ciudad parece cumplir el mismo destino. Negados o resignados a este hecho, cumplimos los tiempos presurosos y vertiginosos.

Dicen que no sólo las paredes de la ciudad velan el pasado novohispano y mexica, la misma ciudad fue establecida sobre sus bases. Debajo de lo que vemos se encuentran enterrados siglos y siglos de historia nacional. Además de ser un dato dulce y romántico para algunos, para el mexiqueño debería resultar un problema. Según estudios geológicos, el suelo endeble y presión de las capas históricas ponen en peligro a los edificios al irlos agrietando paulantinamente. A ello contribuye la excesiva explotación de los mantos acuíferos subterráneos. Entre mayor población defeña, más tiene que aguantar la Ciudad de México*.

No hace falta ser un especialista en urbanismo para también suponer que el uso irresponsable de suelo agrava el problema. Conforme la mancha  urbana va expandiéndose, vamos acercándonos al cataclismo. El deterioro de la ciudad no solamente puede verse en las grietas de las paredes, sino también en la fractura de sus ciudadanos. Contratos y acuerdos logrados en un albazo o estudios periciales dictados en el claroscuro, traen consigo que la ciudad vaya creciendo monstruosamente. Sucede peor cuando lo autorizado es muy bello por fuera; terminamos admirados y aplaudiendo lo oprobioso. Al establecer centros comerciales, hoteles y residencias, la marabunta de personas también se establece ahí.

Mientras hacemos parecer moderna la ciudad, con sus rascacielos y monumentos financieros, atiborramos el lugar donde vivimos. Nuestro gobierno aprueba proyectos para que avancemos a paso de gigante hacia el futuro. Encontraremos la felicidad citadina cuando nos parezcamos a Barcelona o Nueva York. Cuando la vía Adolfo López Mateos alcance el renombre y olores de la quinta neoyorquina, deberíamos sentirnos orgullosos. Hablando de calles y avenidas, otro reflejo del colmo que vivimos está en el exceso de automóviles. Trabajamos con corbata para conseguir uno y así lo hacen millones de habitantes. El resultado de esto son avenidas atestadas. ¿Y cómo promover el transporte público si lo ahorrado para el coche lo irán robando en cómodas sustracciones? El tráfico es imagen de la pesadez y hastío de los capitalinos en su ciudad.

Desatender lo que sucede en nuestra ciudad, al final, nos perjudica sólo a nosotros mismos. Con buenos ojos al futuro, nos cegamos ante la torpeza de gigante que viene con nuestra altanería. Un viernes de quincena es todo lo opuesto de lo que debería ser el flamante siglo veintiuno. Las secretarías ambientales continúan en una irresponsable opacidad y mantenemos la desmesura urbana; no hemos aprendido nada de la cabalgata sombría del ochenta y cinco.

*Derechos reservados al Gobierno Mancerino.

Moscas. El periódico Reforma (XXIII/8, 293) publicó una historia encrudecedora.  Como bien señala el diario, el transportista Marco Antonio Vinicio Loera perdió todo con el plagio de su hija.

II. En estos días han llamado la atención los movimientos en las dependencias públicas. Entre ellas destaca el cambio de Tomás Zerón, personaje controversial, como secretario técnico. Ante ello se presenta una interpretación interesante.

III. El desinterés en la cultura no sólo se ve en los recortes del Presupuesto de 2017. Desde su inicio no ha podido operar con normalidad la Secretaría de Cultura. Respecto a ello, García Soto denuncia.

Y la última… Tal vez conseguimos menos de diez medallas en las Olimpiadas, pero en los Juegos Paralímpicos el país obtuvo decentemente unas quince. Enhorabuena por los deportistas.