εὖ πράττειν ἑπτάκις

 

Bienaventurados somos porque Sócrates no escribió nada; pero tal vez, amigos, siete veces más lo somos porque por eso podemos saberlo.

La despedida

Su risa rodeaba toda la sala. Todas las personas reunidas ahí eran contagiadas con su creciente alegría. Hacía trampas en las cartas que le eran perdonadas por su chispeante carácter. Nadie quería protestar, ni lo hubieran hecho aunque estuvieran apostando, pues preferían la felicidad contagiada, el grupal momento de gozo, que una solitaria victoria. Si alguna persona adicta a la tristeza la hubiera visto en ese breve lapso de tiempo que ocupó un cuarto de día, habría pensado que se trataba de una mujer que nunca, por algún afán misterioso y desconocido, conoció pena alguna, que su vida no estaba agrietada por ningún rencor, que tenía todo resuelto: amor, familia y dinero; quizá en el mejor de los casos habría pensado que se trataba de una loca, ajena completamente a la realidad. Pero no era así; ella, que tan fuertemente empujaba a sus acompañantes a la risa más pura, sentía una pena que casi la ahogaba. ¿Cómo podía manifestar tanta alegría y a la vez sentir que estaba cerca la pérdida de una persona amada? Quizá se debía a una extraña combinación entre un carácter fortísimo y un carisma que, cual incesante cascada, nunca terminaba de impactar.

Ya tenía su plan: cinco días en Tampico y de ahí a Querétaro. Vería a su hermano en el hospital, procuraría estar con él durante todo el fin de semana. Quería hablarle, recordarle que pese a su actual estado tenía familia que aún contaba con él. Quería regalarle un poco de su risa, de la felicidad con la que él siempre riñó pero sin la cual no habría podido soportar tanto. Pero un paro cardiaco rompió el plan. Parecía que sólo quedaba esperar. Aunque ella no podía esperar. Tenía que interrumpir sus vacaciones apenas iniciadas para ayudar con algo, no sabía con qué, “ya estando allá sabré qué hacer”, les decía a sus familiares en Tampico y en la capital. Sin miedo alguno recorrió las oscuras carreteras en medio de la noche; sólo podía pensar en llegar, no en las historias de crimen organizado con las que muchos en Tamaulipas llenaban sus tardes de sobremesa. Dormitando incómodamente sólo quería soñar que llegaba y hablaba con su hermano siquiera una última vez. Lo haría, hablaría con él siquiera un momento. Al fin, cuando apenas se estaba asomando el sol, llegó a la terminal de autobuses.

“Tía”, escuchó que le decían a lo lejos con voz apresurada. El sobrino la vio, habló con su hermana que los estaba esperando, y no dijo lo que no quería, pero que necesitaba decir. Ella, la sobrina, tampoco se lo dijo, pues necesitaba que su tía lo viera. Siempre fue muy buena haciendo deducciones, pero no pudo deducir lo que se estaban callando los dos sobrinos; sus gestos hablaban, la incertidumbre de sus rostros, el llanto que había enrojecido el contorno de los ojos de su sobrina, pero la tía, la hermana, no podía deducirlo. Tampoco pudo advertirlo cuando le preguntó a su sobrina “¿qué pasó?” y ella le respondió “ya lo verás tía; tienes que verlo por ti misma”. Para olvidar momentáneamente el objeto de sus intuiciones, les pregunto a sus familiares si ya habían comido, que si querían algo aunque fuera para entretener el estómago. Pero ellos dijeron casi al unísono, aunque con voz queda “no tenemos hambre”. Sólo quedaba llegar. A medio camino, cuando el taxista se iba alejando del hospital para ir a la iglesia, supo que casi había llegado.

Yaddir

Ausencia

Al ver el dolor en la mirada de tu compañera sufro con ella la ausencia de tu partida, sus lágrimas me dicen cuan bueno eras y su sonrisa al recordarte me indica que fuiste parte de su alegría.

Al ver los ojos de quien por ti llora, veo la esperanza de que llevaste una buena vida, que no sólo fuiste amable, sino que trasladaste las barreras que sólo se rompen cuando en una compañera encuentras una buena amiga.

Al ver el rostro de quien te quisiera tanto, veo la esperanza de llevar una buena vida, no para sembrar recuerdos o lágrimas en los rostros, sino para dejar en ellos la dulzura de una apacible sonrisa.

Descansa en paz y que tu compañera y amiga se queda algo triste, pero en Dios confía.

Maigo.

Despedida

Con la esperanza de lo que me enseñaste en la vida, no te digo adios, sino hasta pronto.

Descansa en paz que con tu cansancio ya muchos descansaron.

 

Maigo

Egoismo

No es tu amor propio el que me ahuyenta, es el mío el que se alimenta con tus actos.

 

Maigo.

 

Adendum: La muerte de Juan Gabriel ha servido para que se haga una clara muestra de la intolerancia que nos rodea, algunos, sus seguidores no soportan las críticas ácidas de quienes son sus detractores. Mientras que los otros montados en discurso que también defiende la tolerancia aprovechan para mostrar cuan intolerantes son con aquellos que no comparten sus afecciones. Al final, seguidores y detractores acaban quejandose de lo mismo que culpan a los demás.

 

 

Esperanza…

El silencio de sus tumbas es ruido en mis recuerdos; las paladas con la tierra, me dejan ver el material del que estamos hechos. Ambas se han ido pronto, la madre primero; la hija siguendo los piadosos pasos de quienes sus padres fueron.

El llanto me ciega, los dolorosos golpes de la despedida ensordecen a mi alma, cualquiera diría que se impone sobre mí la desesperanza. Me duele su partida, fui nieta y fui sobrina de dos personas que en su sencillez fueron ayudando a dar sentido a mi vida. Que las extraño es muy cierto, pero no me siento vacía, pues cuando oigo los rezos veo el tesoro que sembraron en el alma mía.

Una me enseñó el rosario, con paciencia y con silencio, la otra se ocupó del canto dirigido a quien todo debemos. Así entre el silencio y el llanto cuando rezo y canto a María veo que la esperanza mía se renueva no sólo en el nacimiento, sino en quien todo el tiempo dirigió sus largas vidas.

Dejando sus tumbas camino con pasos lentos, y al elevar el rostro veo con cuidado el cielo… de pronto el dolor cesa y abre paso a la alegría pues Isabel y María ya están con quien nos ha concedido la vida.

 

Maigo.

Condolencia

No voy a negar que me duele tu ausencia, saber que no te veré más no es algo agradable, saberte refugiado en el seno de la tierra hiela mis sentidos y llena mis ojos con copiosas lágrimas, una más amarga que la anterior.

Sin embargo mi dolor deja de ser sólo mío cuando veo que no sólo yo siento tu ausencia, al elevar la mirada entre los montones de tierra mi dolor se acrecienta ya no sólo por la falta que siento, sino por la que veo en torno tuyo.

Me duele tu ausencia, pero también me duele el vacío que dejas en tu casa, se quedan ahí unos hijos sin padre y una esposa sola para cuidar de ellos, todos llorando y siento a una el mismo dolor…

Me duele su dolor, pero no sólo son ellos se van con el alma partida al dejarte en la tierra, se va tu madre privada de su hijo, se van tus hermanos y hermanas, tus muchos sobrinos y tus siempre fieles amigos, quienes sienten que algo de sí mismos dejan junto contigo.

Me duele tu ausencia, pero ese dolor no es único pues muchos nos acompañamos en él.

Maigo.