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Big Band Bloggers

"Una docena de años viendo cómo se parten por docenas otras cosas en el mundo"

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Archivo de etiqueta: diálogo

Ocurrencia II

El hombre es un animal político, y como tal funda su hacer en el decir. Es el logos el que puede dibujar aquello en lo cree y aquello que le da sentido a cada acto humano, por ello en la vida política el discurso es importante, aunque más lo sea el diálogo.

En el discurso se ve el trascurrir de ideas y nociones sobre lo que es bueno y mejor para el hombre, pero en el diálogo se pueden sopesar esas ideas para dejar brillar aquellas que valen la pena y dejar de lado las meras ocurrencias.

Cuando se cancela el diálogo y se deja sólo una voz discurriendo entre el silencio de oyentes casi dormidos, la política abre paso a la mera ocurrencia, y lo peligroso de la ocurrencia es que pretende cambiar la realidad que se vive todos los días simplemente con el logos.

El diálogo se cancela en la medida en que se coloca al otro como un mero ocurrente, al desdibujar al otro mediante descalificaciones sin argumentos se anula la posibilidad de escucharlo o el valor que tenga siguiera prestarle oído.

Entre algunas ocurrencias se han señalado pecados de medios como las redes sociales, se dice que éstas tienen sus pecadillos en tanto que permiten a cualquiera decir lo primero que se le ocurre, el pecadillo no estriba en la posibilidad de decir, sino en la cerrazón para escuchar.

Maigo

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Publicado porMaigo27 noviembre 2019Publicado en Dos gallos para EsculapioEtiquetas:diálogo, mentiras, Ocurrencias, pecados, realidad, redes socialesDeja un comentario en Ocurrencia II

Dignidad y flojera

Julio César solía decir que para vencer a los enemigos hace falta dividirlos. Su mayor enemigo fue el pueblo romano y tras sumergirlo en una guerra civil logró su cometido: pacificar su camino hacia la dictadura vitalicia, que pronto se convertiría en imperio.

Considerando que en la guerra civil todo es válido, porque se entiende de manera simplona que el fin justifica a los medios, es más fácil comprender que a los tiranos les dé flojera el discurso sobre la dignidad con la que deberían de ser tratados todos los ciudadanos, entre los que se incluye a los adversarios políticos.

Entre los seguidores de Julio César la paz y la dignidad se comprenden de manera diferente, la primera se encuentra en el camino libre para ejercer su voluntad, por contraria que sea al reconocimiento del otro como un ser valioso y merecedor de respeto, y la segunda es un estorbo que ocasiona flojera en tanto que impide marcar las diferencias en las que se funda el ejercicio de un poder autoritario y absoluto.

Queda pues la imposibilidad de la conversación sobre asuntos como la paz o la dignidad entre opositores políticos cuando lo que entienden por éstas se nutre de raíces diferentes: unos ven a la paz y a la dignidad como resultado de la igualdad entre los hombres, mientras que el otro, el seguidor de Julio César, ve estos temas como asuntos de flojera dado que surgen de las notorias diferencias entre él y la masa a la que gobierna.

Maigo

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Publicado porMaigo20 noviembre 2019Publicado en Dos gallos para EsculapioEtiquetas:autoritarismo, diálogo, Estado fallido, guerra civil, imperio, paz y dignidad, voluntadDeja un comentario en Dignidad y flojera

Diálogo, nutrición y polis

Es un lugar común la afirmación de que el conocimiento es el alimento del alma. Sócrates mismo lo dice en algunos diálogos, donde además reprendía a sus amigos de imprudentes, por no saber si era o no saludable aquello que ingerían. La salud del alma importaba más para Platón que la del cuerpo, pues del alma dependía el cuidado de la polis. Un alma enferma o pervertida ocasionaba enfermedades en el cuerpo político. La salud pública dependía de la procedencia y veracidad del discurso, pero éste, el discurso, resulta de cómo se metabolice el conocimiento.

La filosofía es metabólica, como afirma Remo Bodei en una entrevista. La afirmación del filósofo italiano ayuda a entender la actividad intelectual de otro modo. Para los que ven el conocimiento como una suma de nombres y referencias, la actividad intelectual es en el mejor de los casos un ejercicio de la vanidad, una lucha constante por la autonomía. Quien más sabe es quien mejor cita. Pero quien mejor cita sigue reconociendo al otro en la distancia de objeto analizable. La filosofía desde el inicio de su actividad ha intentado dilucidar lo artificial de lo natural. La ciencia es herramienta del alma, por ello mismo, natural. El libro es artificio de la memoria y el saber, pero es natural en la medida que lo leemos y hacemos nuestro el conocimiento, en la medida en que la luz del otro se une a la propia para ver mejor el mundo. Metabolizar significa hacer propio lo ajeno, adquirir fuerzas, aceptar al otro. La filosofía también es democrática, dice Bodei. Así, la palabra del otro se integra por el metabolismo del alma, la inteligencia, para actuar más sabiamente. Aquí aparecen las amistades. Se reconoce un mismo camino, una misma búsqueda. Acompañarnos es amistad. Ese mismo mecanismo nos ayuda a rechazar o no ciertas opiniones, aunque casi siempre es después de haberlas ingerido.

Dialogar, casi siempre lo olvidamos, es un intento por entender al otro. En estos casos hablar es hálito compartido, una conspiratio. Lo dulce de la palabra aparece, pero también la lucha por afirmarnos. El erótico termina entregándose al diálogo, al lugar común. Hacerle ascos a la palabra del otro, ya sea sencilla, muda o elevada, es cancelar el diálogo en nombre de la más baja sensación, el asco. Asco que muestra nuestros prejuicios alimenticios. La anorexia espiritual es el único camino, donde sólo la imagen importa. Fuchi, guácala, dice el niño que no sabe a qué sabe; ni sabe que sabor y saber van de la mano. Permitir que el otro despliegue su saber en un conflicto, es bien público. Lo mejor en el caso del fuchi, es callar.

Javel 

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Publicado porJavel31 octubre 201931 octubre 2019Publicado en Palabras y apariciones fortuitasEtiquetas:alimento, alma, amistad, Bien, diálogo, palabraDeja un comentario en Diálogo, nutrición y polis

Desencuentro

 

Desencuentro

(Mi afición a Reyes IV y última)

 

A 130 años del nacimiento

y 60 años del fallecimiento

de Alfonso Reyes

 

Extraño, pero muy importante para ser pensado. Hay un poema de Alfonso Reyes que extrañamente ha sido poco abordado por los alfosofílicos. Prácticamente no hay comentarios especializados sobre él. Extraño porque la obra del exhaustivo Alfonso Reyes se ha sometido a un (casi) exhaustivo análisis. Extraño porque el poema es por sí mismo extraño. Extraño por la necesaria sabiduría del poema. Me refiero, y ahora no creo que el lector lo haya sospechado, a “Romance interrumpido”.

Como desde el suelo mismo

la copa empieza a brotar,

descalzos pisan la tierra

árboles sin tronco ya.

 

Son árboles de rodillas,

árboles a la mitad,

árboles en fin clavados

a más de lo natural…

 

(No colguéis, pájaros, nidos

al alcance de un rapaz.)

 

El único estudioso de la obra de Reyes que ha adelantado un juicio sobre el poema es Alfonso Rangel Guerra en su Norma para el pensamiento: la poesía de Alfonso Reyes, donde especula si la obra es “situación imaginaria, sueño o pesadilla”. Claro, llega a ello contrastando el estilo extraño de este poema respecto a sus contemporáneos, los más impresionantes poemas de 1923. Se apoya, y quizá con acierto, en el dictamen mismo del autor, quien en Historia documental de mis libros anota: “muy juguete roto como en travesura infantil”. Alfonsecuentemente, prefiero creer que el poema parece un juguete roto pues es una travesura infantil, y no que en la travesura infantil efectivamente se rompió el juguete. Pues siendo tan cuidadoso con su recolección poética, no creo que don Alfonso nos dejase simplemente con un juguete ya roto. Problema, claro está, es reconocer cómo jugar con el juguete alfonsino.

Por una entrevista a las nietas de Alfonso Reyes, contenida en Mexicanos para la historia: doce figuras contemporáneas [Libro-Mex Editores, 1955] del comunista Víctor Alba, sabemos que el poeta escribió el poema en el parque El Retiro de Madrid. En Los dos caminos nos enteramos sobre la predilección de don Alfonso por dicho parque (ubicado a escasos cien metros de General Pardiñas 22, donde vivió). Y en un perfil de Azorín sabemos que Alfonso lo frecuentaba para la distracción exterior y la recreación interior. Vaya, Reyes visitaba el Retiro para pensar. Podemos imaginar con facilidad que ahí en el parque, mientras intentaba aclararse el alma, don Alfonso concibió el poema. Aunque eso no nos aclara aún de qué habla el poema. Yo, lector perspicaz, tengo una hipótesis. “Romance interrumpido” es el último poema de la serie escrita antes de la vacación veraniega de 1923, cuando don Alfonso fue a Deva. En Deva, Alfonso aclaró las ideas que lo perturbaban en Madrid y a su regreso comenzó la escritura (que le llevará seis años: de agosto de 1923 al 16 de junio de 1929) del trabajo en que clarificará plenamente la perturbación: Los siete sobre Deva. La extraña forma de Los siete sobre Deva es análoga a la extraña forma de “Romance interrumpido”; a ambas obras subyace el mismo problema, la mayor preocupación de Alfonso Reyes en el año de 1923.

Los siete sobre Deva debe su título, claramente, a la obra de Esquilo Los siete sobre Tebas, la tragedia fratricida. La primera aparición pública (15 de enero de 1941) de un capítulo del libro de Reyes se hace cuando está libre de alguna misión diplomática y para referir el fratricidio de la Guerra Civil Española. Los siete sobre Deva nos ayuda a pensar el fratricidio español, pero no se gestó en torno a él, sino a la preocupación mayor de don Alfonso en 1923. No es el Diario el que puede informarnos sobre dicha preocupación, pues o no existen o están perdidas las páginas correspondientes a aquel año. Las cartas, empero, nos ayudan a saber del asunto. ¿De qué se trata?

1923 fue el año en que se destruyó la amistad que dio origen al Ateneo. Reyes está en España, nostálgico, anheloso de reencontrar a los amigos y añorando volver a la patria. Los amigos, al tiempo, han cambiado radicalmente sus vidas. La amistad se destruye, Alfonso alcanza a escuchar los ecos del estruendo… pregunta, pero no se le contesta… cuando llega la confirmación ya es demasiado tarde: los amigos se han separado, han tomado decisiones que cambiarán todo para siempre y ninguna vida será igual. Veámoslo.

“No te escribo ha mucho. Pero sólo cosas desagradables tendría que contarte”, le dijo Julio Torri a Alfonso Reyes en la carta del 9 de abril. Desesperado, ansioso de saber qué es lo que pasaba, Alfonso respondió: “yo ya no sé lo que sucede y tengo miedo de que otros hombres se me echen a perder”, en la carta del 27 de abril. ¿Qué originó la inquietud de Reyes? José Vasconcelos era secretario de Educación y Antonio Caso ocupaba la rectoría de la Universidad. Por un conflicto en la Escuela Nacional Preparatoria, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña se separaron de José Vasconcelos y Julio Torri: el conflicto profesional como expresión de la destrucción de la amistad, la destrucción cambió para siempre la vida de los amigos. “Sufro pensando que la antigua amistad se ha deshecho”, le dijo Torri el 5 de octubre. Y una vez enterado Alfonso del asunto, Julio añadió en noviembre: “me he quedado sin amigos […] doy a mi vida cierto jugo mundano para que no sea demasiado desapacible y triste”. Desde 1923, Julio Torri no levantaría la mirada de lo mundano; el año en que se destruyó la amistad también es el año de la destrucción de su anhelo espiritual.

Antonio Caso no tuvo mejor suerte. Desde 1923 comenzó la frustración que lo llevó a ensimismarse en sus ideas, alejarse de los diálogos, vivir de la certidumbre que da la profesión, del lucimiento que permite la cátedra, de la persuasión de que un profesional también filosofa. 1923 fue el año en que la tristeza comenzó a formar la mirada del más filosófico de los ateneístas. ¡Es una lástima!

Pedro Henríquez Ureña cambió su vida en 1923. Por una parte, el conflicto con Vasconcelos no escapó a la claridad de su inteligencia. En carta del 20 de abril le dijo a Alfonso, confidencialmente, que sospechaba que Vasconcelos había comenzado a aspirar. Efectivamente: el afán de poder y de notoriedad que caracterizaron la brigada cultural de Vasconcelos le crearon la convicción de que podía aspirar a la presidencia, a más poder y mayor notoriedad. Observación certera del Sócrates del Ateneo: aspirando al poder, Vasconcelos se derrumbará; valía la pena confrontarlo para evitar que la realización de lo que tanto deseaba no lo destruyese. Pero Pedro no lo logró. Y decidió cambiar su vida para siempre: se casó y se fue del país. ¿Qué se requiere para cercenar la propia naturaleza? ¿En verdad la imposibilidad de educar a Vasconcelos, verlo por fin en la posición de poder, condujo a Henríquez Ureña a vivir engañándose? Lo supo Torri que inventó una anécdota; lo supo Novo, que la negó; yo no cuento la anécdota, lector, porque más de uno la tomaría a mal.

¿En verdad se destruyó Vasconcelos en 1923? Pues al menos, por testimonio de Daniel Cosío Villegas, sabemos que en ese año se asumía el heredero de Obregón y que su frustración lo llevó a abandonar Educación y a comenzar el largo periplo a la destrucción de sí mismo que lo llevó a ser el personaje inexplicable que permanece en la memoria histórica. Pero José Vasconcelos es un personaje más complejo, mucho más. Estoy convencido de que, como en el caso de los otros tres amigos, las consecuencias políticas y amistosas de 1923 no se separan de la vida personal y pasional de ninguno de ellos. 1923 es el año en que Vasconcelos rompe definitivamente con su gran amante Elena Arizmendi (Adriana en La Tormenta) y es también el año en que conoce a Esperanza Cruz. Es el mismo año en que José Vasconcelos destila rencor en la pluma, escribe su página más terrible, más cruel, más injusta. En carta a Reyes del 28 de noviembre dice: “Hice estos sacrificios [soportar a Antonio y a Pedro] llevado únicamente de un sentimiento de amistad […] He tenido que soportarlos en contra de todos mis verdaderos amigos de la Revolución […] Me quedará siempre la convicción de que no han sido ni son mis amigos, y podré tranquilamente desligarme de toda relación sentimental con ellos, aunque en el exterior, en el aspecto social, les siga demostrando atención”. Sí, el deseo de poder destruye la amistad; Vasconcelos es el ejemplo de que no hay deseo de poder sin eros desbocado. 1923 destruyó la amistad… cambió para siempre a los ateneístas.

La destrucción de la amistad de 1923 es el tema de “Romance interrumpido”. Sí, la amistad rota es como un árbol que no ha llegado plenamente a crecer. Y árbol es la imagen de la amistad porque la simpatía, el cariño y el deseo que permiten a la amistad crecer y dar sombra son perfectamente naturales. Mas el deseo, el cariño y la simpatía, los tres niveles en que cambió la vida de los ateneístas, también estropea su naturaleza cuando aspiramos a algo distinto a lo mejor. ¿Acaso Pedro pudo esconderse por mucho tiempo su deseo? ¿Acaso José volvió a experimentar cariño? ¿Y Antonio pudo ser un huraño simpático?

Desconcertante en el poema es el último par de versos. Como superfluos, como de fuera, como si fuese nada más una advertencia. ¿Vio Alfonso el peligro en que estaban sus amigos y lo pudo expresar entre paréntesis? El 26 de octubre, Genaro Estrada le escribió a Alfonso Reyes una de las páginas más nobles de aquel año terrible y los paréntesis más sinceros en mucho tiempo: “Yo he tenido amigos que no me entienden, pero que vuelven a mí cuando se dan cuenta. (Tengo, y esta es la primera vez que lo digo a alguien, un corazón profundamente acogedor, instantáneo y permanente para la simpatía y enemigo implacable del odio y del rencor)”. ¿Ha visto el lector cómo se desarrolla este paréntesis en Los siete sobre Deva?

¿Cuál fue, pues, la respuesta del poeta Alfonso Reyes a la destrucción de la amistad en 1923? El poema es la primera pista: nunca más habrá amistad en la rapacidad. Los siete sobre Deva es la respuesta en su forma más compleja. Hubo además una respuesta práctica. En 1923, don Alfonso le dio a Cosío Villegas el consejo que cambió su vida (y cambió la mía): todo eso del trabajo y del poder no está del todo mal, pero no es lo más importante, lo importante es escribir. ¿Acaso la escritura es otro parque de la amistad?

 

Námaste Heptákis

 

 

Coletilla. Termina agosto, lector, y termino yo. Esta fue mi última entrada. Hoy me voy de la Big Band. Gracias.

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Publicado porunosobrecero31 agosto 2019Publicado en Triques y paliquesEtiquetas:Alfonso Reyes, amistad, Daniel Cosío Villegas, diálogo, José Vasconcelos, Julio Torri, lectura, Mi afición a Reyes, Pedro Henríquez Ureña, poema, poesía, Salvador NovoDeja un comentario en Desencuentro

Mirada al mar

 

Mirada al mar

 

Pocos entre los socráticos me frecuentan el alma como Antonio Machado. El discípulo de Juan de Mairena, el cristiano del humor y la desolación, el aspirante a la anonimia es muy cercano a mi alma. En Machado encuentro la compañía de una sombra inteligente, la profunda alegría de la sencillez poética, la reciedumbre de una sensibilidad conmovedora. El 21 de marzo de 1915, en carta a Miguel de Unamuno para agradecer su Niebla, Antonio reflexionó sobre los peligros del socratismo:

“Todo es niebla, es decir que no vemos con nuestra luz y, acaso —aquí el riesgo socrático— veamos al cegar. ¿Qué es lo terrible de la muerte? ¿Morir, o seguir viviendo como hasta aquí, sin ver? Si no nos nacen otros ojos cuando éstos se nos cierren, que éstos se los lleve el diablo, poco importa”.

Y el mismo día escribió:

¡Ojos que a la luz se abrieron

un día para, después,

ciegos tornar a la tierra,

hartos de mirar sin ver!

¿La muerte es terrible? ¿Para quién es terrible la muerte? ¿Acaso se aterra el ciego? ¿No se dice que el socrático va a la muerte sin terror? ¿O bien, lo terrible de la muerte es no haber vivido sabiamente? La muerte es terrible si la tragedia es necesaria. La vida es terrible si la salvación es imposible. Si la tragedia no es necesaria y la salvación es posible, ¿qué es la muerte?

Por aquellos meses, Antonio Machado escribió los siguientes versos:

Morir… ¿Caer como gota

de mar en el mar inmenso?

¿O ser lo que nunca he sido:

uno, sin sombra y sin sueño,

un solitario que avanza

sin camino y sin espejo?

El poema me deleita desde su figura. Primero, el verso inicial nos sorprende con su propia caída mortuoria, ¿o no hacen eso los puntos suspensivos? El hecho es la muerte, suspensa queda la duda: ¿qué es la muerte? Segundo, el encabalgamiento, pues sin él la pregunta sería retórica pura: sólo con la duda suspensa se contempla la solitaria gota diluyéndose en el mar. Tercero, el oleaje del segundo verso, escúchese: de mar en el mar inmenso, las olas son tanto sonoras como gráficas en la “mar” repetida; “inmenso” nombra al angra que abriga el oleaje en la ribera. Cuarto, el movimiento interno de la segunda pregunta. El quinto verso tiene una movilidad, avanza pues, que resalta la soledad y la acinesia del solitario: un solitario que avanza se mueve entre los hitos pareados de la sombra y el sueño, el camino y el espejo. Por su sola figura, el poema suspende la pregunta por la muerte. ¿Morir es el cíclico vaivén del oleaje, o el camino solitario del hombre? ¿Al morir nos diluimos en el todo, o somos por primera vez individuales? ¿La muerte es terrible por la pérdida del yo, o por la pérdida del otro?

Mucho se ha dicho, y muy especializadamente, sobre el “simbolismo” del mar en la poesía de Antonio Machado. Los más creen que se trata de una expresión del sentimiento oceánico, del afán de eternidad, o de la agonía teocrática… y no faltarán versos en que eso parezca. A mí me importan ahora estos versos, los recién citados, en los que no veo religiosidad posmoderna alguna. Quizá me expreso gedeónicamente, lo sé, pero creo que el mar de este poema no está divinizado y que su sentido puede mostrarse a la luz de la carta arriba referida. Morir como disolución marítima es la pérdida de lo que uno es, pero sólo quien tiene los ojos abiertos se puede dar cuenta. El hombre de ojos cerrados (¿el dormido de Heráclito?) vive disuelto en un mar que no alcanza a estar vivo. El hombre de ojos abiertos se aterra al pensar que morir es diluirse en la vida (aunque los descendientes de Anaximandro crean que se diluyen en pago de su injusticia, por lo que no sabemos si se aterran por la dilución o la justicia). ¿Por qué es eso aterrador? La mayoría concibe la relación entre vida y muerte de modo trágico, pues cree que nada vale la vida individual ante la vida en general, porque la pérdida de una sola vida no altera el orden general de la vida. Ante la visión trágica, estoicos y epicúreos de todas las épocas sostienen la conveniencia de evitar el terror, haciendo creer que sólo se aterra quien no es sabio. ¿Cuándo se probó la verdad de la tragedia? Cuando se dice que el mar es la vida se ofrece un símil, y en él la muerte es como el ancla que entra al mar: al entrar, la vida se detiene; no hay muerte en vano. El mar es un continuo (Aristóteles 931b3). La muerte es eternidad discreta; sólo así es posible la vida eterna. El hombre con los ojos abiertos sabe que perderse en el continuo, diluirse, le impide su propia medida, saber de sí, conocerse. Si la muerte es terrible, lo es porque ya no permite el autoconocimiento.

Sin embargo, y de ahí el suspenso de la pregunta, el autoconocimiento es imposible en soledad ante el continuo de la vida. No nos medimos ante la vida, sino que la pautamos en la medida que nos permiten los otros. No son los árboles sino los hombres quienes nos permiten conocernos (Fedro 230d). Lo aterrador de la muerte es la imposibilidad de conocernos. La muerte es aterradora porque nos priva del otro. ¿Cómo lo explica Machado? Al hombre de ojos abiertos le aterra la soledad: ser lo que nunca he sido. Quien quiere conocerse busca al otro para saber de sí. Quien ama la verdad no busca a cualquier otro, sino al mejor, que sólo así se conoce bien. Claro, el trágico supone a la verdad terrible, nunca buena, nunca bella, por lo que cierra los ojos, desprecia lo mejor y administra su medida: se ancla en el terror del autoengaño. Ser lo que nunca he sido no advierte que uno nunca ha estado solo, sino que uno no debería destruirse acomodándose a lo peor. ¿Derrotismo? En el caso que todavía no es el peor. Perverso el hombre que se refugia en lo peor. La perversidad no es derrota, sino corrupción. ¿Que lo mejor no nos es del todo claro? Claro, no nos conocemos sin sombras ni sueños. Sólo por las sombras la luz no nos enceguece; conocernos es ir conociéndonos. Sin sueños no podemos mirar ni a Dios ni al mar. Terrible privarse de sombras escondiéndose en la oscuridad; terrible negarse al sueño pirrando las pesadillas. Quien se arropa en la soledad lueñe de lo mejor avanza sin camino y sin espejo. Carece de camino porque no tiene orientación; juega a la tragedia en el intento de probar que no tiene ojos. Carece de espejo porque no puede ver de sí a la luz de lo mejor; se engaña quien no ve a la luz de las ideas. Morir es terrible porque nos impide saber de nosotros mismos, nos impide dialogar. Renunciar al diálogo, a lo mejor, a la palabra es como morir, pero por voluntad propia: suicidio del alma. Terrible morir, claro, pero más terrible vivir como un muerto, vivir cerrando los ojos. Nada vale mirar al mar si no podemos dialogar entre brisas y risas. ¿Acaso la más refrescante brisa no lleva el nombre de amor?

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. “Con el tiempo hasta el más estúpido comprende el tiempo”. Hans Urs von Balthasar

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Publicado porunosobrecero10 agosto 201910 agosto 2019Publicado en Triques y paliquesEtiquetas:amor, Antonio Machado, diálogo, muerte, palabra, poema, poesía, soledadDeja un comentario en Mirada al mar

Lugar perdido

 

Lugar perdido

 

 

Unos aprenden a fingir

que son felices,

otros que son profundos.

Fabio Morábito

 

«Otros ocuparán los sitios, pero los lugares nunca serán los mismos», me dije a mí mismo. Frente a mí estaba la mesa a la que solíamos sentarnos. Otros dos eran quienes ahí compartían. Muy distinto era lo que ahí se compartía. Mientras frente a mí el dispositivo emplazaba a que compartiesen “memes”, en mi memoria recordaba que en su dispositivo pude conocer a Andreas Ottensamer. Era 2015 y emocionado me compartió su “descubrimiento” de Brahms. Sentados a la mesa de aquel café y escuchando a Brahms, yo le compartí la anécdota de Helguera y Ruvalcaba escuchando a Brahms en la apartada mesa de una cantina: los lugares nunca serán los mismos. Aquella mañana yo descubrí a un clarinetista, él se interesó por un escritor más. Quizá no fue el escritor cuya lectura más compartimos. Creo que sólo con él compartí mi escena favorita de Luis González de Alba (cuya interpretación se encuentra en mi póstumo Un arcángel de frío). Y lo creo porque inspirado en dicha escena escribió su mejor relato. El cuento que a nadie quiso mostrar, a excepción mía, desarrolla lo que tanto me maravilla de aquella escena: la sinestesia enamorada. Fue en la misma mesa del mismo café donde le leí el párrafo de la novela. Fue en la misma mesa del mismo café donde conversamos emocionados sobre la sinestesia chopiniana creada por el escritor potosino. Fue en la misma mesa del mismo café donde me dejó leer su inédito relato. En esa misma mesa, frente a mí, la pareja presume en la profunda intimidad de sus conciencias las características tecnológicas del dispositivo y concluye la necesidad ontológica de comprar un modelo más reciente. Los lugares nunca serán los mismos, aunque los sitios se repitan siempre. Podrá cualquiera pasar el tiempo con quien le hace soportable la vida, aunque eso nunca la embellezca. Cualquiera puede distraerse con la compañía idiota; sólo unos cuantos pueden vivir en la compañía feliz. Casi nadie es una compañía insuperable; pocas son las almas que se encuentran. En esa misma mesa en que de música, sentimientos y libros platicábamos, ahora se diserta sobre la profunda sociología de una serie de moda. Un solitario mira a los disertantes, apenas los oye, pues tiene la mente en otro lado. El solitario sopesa un extraño sentimiento: qué difícil para un profesor sepultar a un antiguo estudiante. ¿No sería mejor que el profesor siempre muriese primero? ¿No sería mejor que ni la enfermedad ni la estupidez mataran las esperanzas de un docente? La última vez que nos vimos, platicando en esa misma mesa, me confió su enfermedad. La noticia carcomió mi ánimo como el cáncer su salud. Nuestra conversación se apagaría inevitablemente, e incluso terminaría antes que su vida: no quería que nos viésemos cuando el tumor le impidiese hablar; ¡tanto respetó la palabra! En marzo pasado, cuando nuevamente Ottensamer nos dio a conocer una versión de Brahms, me pregunté insistentemente si él todavía la escucharía; sabía ya que no compartiría con nadie mis impresiones. Blue Hour se intitula el nuevo disco, ¡quién lo diría! Hasta hace tres semanas, Carlos fue mi fiel lector. Hasta el año pasado era la promesa de una plática placentera, cuidadosa, cariñosa. Desde el final de la primera clase que di en bachillerato comenzó nuestro diálogo. Cuando bajaban el féretro y no había nadie con quien dialogar, hubiese querido al menos recordar a Brahms. Ahora me duele escucharlo. Los lugares nunca serán los mismos… y el silencio crece.

 

 

Námaste Heptákis

 

 

Coletilla. “La sabiduría del prudente asegura su camino, al necio le descarría su propia necedad”. Proverbios 14:8

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Publicado porunosobrecero20 julio 2019Publicado en Triques y paliquesEtiquetas:diálogo, elegía, música, muerte, soledadDeja un comentario en Lugar perdido

El hábito de dialogar

Dialogar es un arte que se ha estado perdiendo entre las soledades de las redes de hablantes, ahora repletas de no muy apetitosos anzuelos. Para dialogar es necesario escuchar y ser escuchado, entender al otro y ser entendido, además de tener un asunto que haga que valga la pena el diálogo ya que en el tiempo y en la atención que éste se toma se va el ser en juego. Y es que mucho se juega porque los dialogantes nunca salen del juego conversatorio siendo los mismos. Quizá por ello es que escapamos lo más posible de lo que implica dialogar, porque ni siquiera sabemos quienes somos y porque menos estamos dispuestos a verlo, en especial cuando a partir del diálogo se aprecia la carencia de verdad en el modo de vida que sostenemos.

Dialogar es un arte que requiere del hábito de los dialogantes para el encuentro, mismo que no se centra en llegar siempre al mismo lugar y hora sino en la disposición para escuchar y para atender lo que está en juego. Hay conversaciones que se retoman después de años del primer encuentro y mantienen viva la esperanza depositada en la palabra que se dice, que se escucha y que se piensa con detenimiento.

Pero el diálogo no sólo muestra falsedades en los modos de vida, ya que al cambiar en algo el alma de los que en él participan, edifica con más fuerza hábitos sustentados en verdades.

La destructora del hombre como ser pensante es la mera palabrería, esa que ni ve ni escucha a quien pretende conversar y cuestionar sobre algo que podría ser importante, porque de tanto escucharse a sí mismo, el que palabrea cansa a los posibles dialogantes y se aísla en su discurso dejando poco a poco de ser dialogante.

Dialogar es un hábito que se ejercita todo el tiempo y que al dejar de ejercitarse hace que el palabrero se imponga y se pierda en la costumbre de escucharse.

Maigo

Inocente preguntilla: ¿Qué tanta esperanza puede quedar a los ciudadanos cuando  viven bajo un régimen que confunde la apertura a la conversación con la exhibición contante de un discurso repetitivo?

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Publicado porMaigo10 julio 2019Publicado en Dos gallos para EsculapioEtiquetas:arte, Conversación, diálogo, Hábito, hombre, hombre pensante, mañaneras, palabrería, SerDeja un comentario en El hábito de dialogar

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