Patria moralia I

Patria moralia I

 

Por el bien de la nación,

declaró el gran dirigente,

la moral y los valores

impondremos a la gente.

 

 

 

Para ello a tres señores,

muy expertos y decentes,

se mandó a consultar

las querencias y las mentes.

 

 

 

Resultará la consulta,

y esto es premonición,

a la del líder igual

 

 

 

la voluntad popular.

Ya lo decente resulta

transacción digna de puta.

 

 

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Semana de probidad. Fernando Escalante Gonzalbo elogia a su maestro Rafael Segovia, quien nunca se cansaba de ayudar a sus alumnos a dudar. David Huerta elogia a su amigo Antonio Deltoro, haciéndonos ver que le debemos gratitud y cariño. Erandi Cerbón, ante el homenaje a José Luis Martínez, sugiere recordar al maestro tratando de preservar el tesoro que dejó. Y Julio Hubard vuelve la mirada a su maestro Ramón Xirau, reconociendo que se puede vivir dignamente siendo ignorante y tonto, pero no sin la analogía de amar y ser amado.

Apuntes para la constitución moral

Apuntes para la constitución moral

 

 

Descubrí que la Constitución Moral del nuevo régimen se está planeando como un listado alfabético de valores y conceptos fáciles de memorizar y que serán repetidos por los niños en las escuelas durante las ceremonias cívicas. Filtro en exclusiva los primeros ocho valores de la Cuarta Transformación.

 

Autarquía. No puede haber gobierno rico con pueblo pobre; habrá gobierno para un pobre pueblo.

Benevolencia. La ley a fuerzas será la fuerza de la ley.

Confianza. El liderazgo es la austeridad de las razones.

Discreción. Hacer del error ajeno una reivindicación propia.

Estado. La simulación no será forma de gobierno, será el sistema.

Franqueza. Los corruptos son los otros.

Garantía. El líder no nos va a fallar; ¡le fallaremos!

Honestidad. Promoveremos el perdón, comenzando por el de nuestras propias faltas.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Mañana se cumplen 47 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Será el último aniversario en que no se tome el caso para la retórica oficial del nuevo régimen. En el siguiente aniversario, desde la tribuna se montará al asunto el senador Monreal. ¿Apostamos? 2. Guillermo Sheridan afirma que alguien nos ha enseñado que en México es posible hacer lo que sea y salirse con la suya. ¿Quién nos lo enseñó? Su Majestad, la Emperatriz del Pizarrón, Marquesa del Gis y Archiduquesa del Borrón y Cuenta Nueva Elba Esther Gordillo. 3. «La infancia debería ser un lugar feliz y luminoso. Ayer volví a ese sitio y hoy me levanté con el único propósito de escribir mi columna y empezar de nuevo con las primeras palabras que uno debería aprender a escribir: muchas gracias, maestro». Malva Flores sobre el recientemente fallecido Huberto Batis. 4. Ahora murió Arturo Díaz Mendoza. Hace algunos años, cuando el parkinson comenzaba a manifestarse, se le homenajeó en una emotiva función que incluía a sus hermanos y sobrinos. Mientras desde el pasillo de vestidores él veía la ejecución de la siguiente generación de los Mendoza, charlamos. Me dijo: «si dejo la vida arriba del ring, si me la parto en cada lucha, es como homenaje a mi padre y a mis hermanos, como ejemplo a los que siguen». Descanse en paz el Villano III.

Coletilla. Todo eso de la Protección Civil es muy raro y no lo entiendo. El otro día, caminando por la parte trasera de un supermercado, ahí donde guardan su basura y descargan lo que después será más basura, vi unas cajitas metálicas con un cristal en la puerta. En el cristal estaba escrita la siguiente leyenda: «Abrase en caso de incendio». ¿Apoco los incendios saben leer?

Política de la selfie

Política de la selfie

 

En 1982 Fidel Velázquez mexicanizó una frase mencionada cinco años antes en España por Alfonso Guerra: el que se mueve no sale en la foto. En la versión original, la frase denotaba el orden interno del PSOE, cuestionado por los detractores de la transición democrática. En la versión mexicana, la frase tomó tintes esotéricos señalando el carácter iniciático necesario para captar las decisiones tomadas en la tenebra, aquel sitio donde unos cuantos prohombres de la Revolución Institucional tomaban las decisiones con las que salvarían a la patria. Contemporánea, la frase de Jesús Reyes Heroles penetraba en la dialéctica interna del sistema priista y exhibía la posibilidad hermenéutica del mismo: en política la forma es fondo. El priismo requería que las decisiones privadas tuvieran una imagen pública que refrendara la posición de los poderosos, escudara del incumplimiento de la ley y señalara, para unos cuantos, lo decidido en la tenebra: simulación y disimulo como pericia política (cfr. Francis Bacon, Of Simulation and Dissimulation, 3). De ahí la necesidad del fotógrafo oficial en los eventos de los grandes hombres. De ahí los reporteros certificados para cubrir la fuente. De ahí la necesidad de la prensa oficial, las ocho columnas elogiosas y el pie de foto sibilino. Los eventos “públicos” de los políticos devinieron publicidad de la carrera privada de los hombres del partido. La política vino a ser el arte de aparecer en la foto.

         Con la llegada de la prensa libre y la democracia, el uso político de la fotografía se modificó: las fotos comprometedoras acompañaban al titular escandaloso. Un hermano incómodo, la grabación en la que un político fijaba con ligas los fajos de billetes o la diputada que pedía una bolsita para guardar un soborno rompían el pacto de silencio: el arreglo privado se volvía público, la presumida bonhomía de la familia revolucionaria se desdibujaba ante el ejercicio desvergonzado de los negocios privados en los puestos públicos. En política se desfondaron las formas. Los políticos aspiraron a no moverse para no ser captados en la foto. Judicialización de la tenebra; la legalidad como práctica de la complicidad. La impunidad reforzó la impudicia. Y de la prole impune nació la sobrerreacción moral que ahora ha llegado al poder.

         Podría pensarse que las fotos de unidad y conciliación de los días siguientes a la elección del pasado primero de julio son una restauración de la política de la fotografía. La foto del presidente electo con los empresarios, la foto de los gobernadores con el presidente electo, los mensajes de compromiso, sumisión y complicidad a nombre de la patria parecerían formas adecuadas al fondo del asunto, poses estudiadas para no quedar fuera de foco, anhelo de asistir al retrato de la inauguración de los nuevos tiempos. Sin embargo, la restauración todavía no es posible: quedan resquicios democráticos y todavía hay ejemplos de prensa libre. De hecho, no considero que la restauración se esté buscando. Creo que la política fotográfica que ha comenzado a gestarse adopta las características del actual imperio de la selfie.

         La proliferación de los medios fotográficos, así como la abundancia de medios para compartir instantáneamente las fotografías, ha modificado la relación del hombre con las fotos. Vivimos los tiempos en que cualquiera puede fijar la mirada sobre cualquier cosa, fijar las cosas desde cualquier mirada, los tiempos en que todo se desliza por las pantallas aspirando a eternizar los instantes, en que la vida se cuenta como la sucesión de lo efímero. Fotos por todos lados, fotógrafos por todas partes. Cualquiera es testigo de nada; nadie atestigua todo. En medio de ello, el hombre quiere hacer válida su presencia en una foto mal encuadrada que se toma por sus propios medios, a sí mismo, para sí: efimeriza sus momentos olvidables para sellar su propio olvido. Que cada quien cuente su historia. Que nadie sepa nada. Que todos sean don nadie.

         Don nadie se toma la selfie con el presidente electo. El presidente electo placea para darse baños de pueblo y gustoso se deja fotografiar por los nadies. Que cada quien tenga su propia historia con el nuevo gobernante para que todos se sientan parte del gobierno. Que los empresarios quieren sentirse parte de la mayoría unánime: selfie del evento. Que los gobernadores quieren anunciar su compromiso con la nueva administración: selfie del evento. Que cualquiera quiere ser parte del cambio: selfie con el presidente electo. Nada más “democrático” que la igualdad de la selfie. Forma “democrática” para ocultar el fondo autocrático. Donde todo lo público es publicitario, la tenebra es el consenso que valida la publicidad. Patriotismo del celular. Selfie como símbolo nacional. Nada más vano. Y la prensa, tan confundida sobre sí misma que se autointerpreta como el timeline de la nación, no se da cuenta de nada. Y la intelectualidad, tan asidua al autoelogio que lo confunde con la selfie, no se da cuenta de nada. Y la oposición, si queda, imitará las formas, aspirará a replicar los fondos. Que todos salgan en la foto para testimoniar lo efímero. Estamos ante la política de la selfie, el empoderamiento de don nadie, el paso anterior a la timagogia laocrática.

Námaste Heptákis

 

La letra yerta. Laocracia, lo sé, se utiliza desde hace un siglo en la plataforma del Kommunistikó Kómma Elládas (que en noviembre cumplirá 100 años). Sé también que desde abril de este año el término ha sido utilizado por una organización populista de España. Sin embargo, yo no lo pienso ni como los comunistas, ni como los populistas. Difiero de los primeros porque no creo en la lucha de clases como explicación suficiente del fenómeno político, ni en que la solución al problema político sea primeramente económica (¡la ciudad de los cerdos!); además considero dicha explicación como esencialmente antidemocrática. Difiero de los segundos porque les falló su diccionario de griego (si es que lo consultaron, aunque creo que usaron el traductor automático): laos no es el pueblo en oposición a la organización burocrática del demos, sino que nombra a la tropa en general, a la muchedumbre, con indiferencia a la libertad o la esclavitud. Una laocracia en los términos del populismo español puede ser el régimen pretendidamente libertario que mantiene esclavos a los esclavos… ¡chin! Yo sí sé lo que las palabras de Tersites le hacen al pueblo.

Coletilla. Cuarta transformación. Nuevos tiempos. Cambio y esperanza. Y Elba Esther estará ahí acompañando a López Obrador.

Las hojas se arrastran tarde

Las hojas se arrastran tarde

 

Crece el desasosiego en el espectador que comprende que ya es demasiado tarde. Desasosiego de quien ve la hoguera de la propia vida, quien siente arder la pira mas se sabe insacrificable, quien se percata del fin demasiado tarde. La dictadura moral exhibe la ruina y la oportunidad perdida, condena a la resignación o al cinismo, aterra. Y para el aterrado los días también se arrastran tarde. Imposible el final feliz. O al menos eso logro ver en El pacto de la hoguera [ERA, 2017] de Alfredo Núñez Lanz [Ciudad de México, 1984].

         El pacto de la hoguera presenta el trenzado de dos modos en que la dictadura moral destruye la vida. Destruye las vidas de los individuos, devasta las amistades, infecta a las comunidades y desgarra a las familias. La dictadura moral lo descompone todo a nombre del bien. El hedor de la descomposición se llama olor a nuevo a nombre del dictador. El deleite perverso del dictador es la moral pública. La dictadura adviene cuando un hombre cree encarnar el bien. El pacto de la hoguera exhibe la desencarnada realidad de los hombres sometidos a la moral del dictador, la miseria de los hombres que arrastran sus vidas en la dictadura moral.

         La dictadura moral narrada en la novela se origina en el gobierno de un tabasqueño que, escudado en el cambio, el progreso y la revolución, organiza brigadas populares que intervienen al margen de la ley en las poblaciones. Las brigadas populares sustituyen, o incluso subyugan, a los órganos legales de administración. Por ejemplo, para garantizar los derechos laborales se dejan de lado la legislación y los tribunales especializados (y para ello basta el pretexto de la austeridad, la reducción burocrática o el combate a la corrupción) y se crean comités populares que regulan la actividad de los trabajadores, de modo que el trabajador no perteneciente al comité no puede tener garantía de sus derechos, por lo que desaparece el problema legal de evitar su contratación: si quisiera trabajo lo reclamaría como derecho, y toda reclamación se canaliza en el comité, y todo comité opera únicamente sobre sus miembros, por lo que… Internamente, las brigadas populares se constituyen por sus propias reglas (todas fundadas en la apelación general al principio revolucionario: lo que se excluye, es antirrevolucionario; lo aceptado, es revolucionario, la revolución misma: extra revolutionem nulla salus) y en función de los objetivos de la moralidad dictada. En el caso del tabasqueño, al menos, esos objetivos contienen los vicios que frenan el proceso revolucionario: la religión y el alcoholismo. La religión aparece antirrevolucionaria en tanto no tiene a la Patria, al Estado o al Pueblo como lo superior. El alcoholismo, por su parte, corrompe las costumbres, dilapida la riqueza e impide la presteza en la acción directa. Consiguientemente, la dictadura moral ataca cada uno de los hábitos que no hacen de cada individuo un soldado de la Causa. A través de las brigadas populares el dictador afianza su poder, se enriquece, corrompe la vida legal y crea una modalidad del progreso en que abundan la delación y la crueldad. El dictador tabasqueño es real, gusta del béisbol y, ya se habrá adivinado, se llama Tomás Garrido Canabal.

         La novela nos narra la destrucción de una amistad por la dictadura moral, así como la corrupción de los amigos por la reacción ante la dictadura. La amistad destruida por la dictadura no deja inermes a los hombres en ella involucrados: los amigos se hacen peores hombres cuando la dictadura sobrevive a la amistad. ¿Acaso puede sobrevivir la amistad ante la dictadura moral? La tiranía no tiene amigos; la amistad es perfección de la política. El drama de la dictadura moral es aterrador; quizá nos aterramos demasiado tarde.

         Del par de amigos de la novela, uno —como es de esperarse— se enrola en las brigadas de la dictadura, el otro —ya se habrá adivinado— se niega a enrolarse. Sin embargo, Núñez Lanz no produce una oposición simplona, pues la adhesión o diferencia con la causa nunca tiene la sencillez de la abstracción histórica. Los complicados pliegues de la vida humana, la dificultad de conocernos a nosotros mismos, impiden hablar simplonamente de la vida política. El enrolado, por ejemplo, tiene en claro que su participación en las brigadas da seguridad a su afán de ascenso social. Al enrolado no le importa la Causa, sino sus beneficios. Los igualitarios de la dictadura moral claman por marcar la diferencia. El opositor, en cambio, no puede creer en la Causa, mas no por inconformidad con ella, sino por desengaño. El opositor desengañado sólo cree en sí mismo. Los pragmáticos sobreviven en la dictadura moral porque nunca se preocupan lo suficiente por el otro: huyen cuando hay que huir, engañan cuando hay que engañar; su única verdad es la ausencia de verdad. La dictadura moral afianza el relativismo y debilita la honestidad: delación y crueldad: deseo de poder.

         La novela de Alfredo Núñez Lanz no se queda en la simpleza de presentar el conflicto amistoso en su superficie política. Así como no hay comunidades sin hombres, no hay ciudadanos sin pasiones: el drama de toda comunidad es la pasión política. La dictadura moral entiende erróneamente la pasión, es un fracaso político. El amigo que se niega a enrolarse en las brigadas no reconoce la oscuridad de su pasión, por ello nunca se preocupa lo suficiente por el otro, por ello puede ser tan pragmático. El pragmático alisa los pliegues de su ser, confunde la honestidad con la simpleza, en el espejo sólo ve la superficie de sí mismo. El enrolado, por su parte, ha visto claramente su pasión y encuentra en el extremismo moral el ensalmo a su terror. Sostiene firmemente la moralidad para obcecar su pasión, para torturarse moralmente, para descargar en el castigo al otro la frustración de sí mismo. ¿Qué lo frustra? Lo frustra la imposibilidad de declarar su amor, la imposibilidad de vivir conforme a quien él es: arruga emberrinchado su ser, confunde la franqueza con rudeza, sólo puede verse en el espejo porque no tiene ojos que lo miren, ojos en que se mire. Ninguno de los dos amigos puede amar: uno vive del engaño de los otros, otro vive del engaño de sí mismo. El pragmático engaña a los otros ocultando la inanidad de sus deseos. El moralista se engaña a sí mismo ocultándose sus deseos. El ocultamiento del deseo deriva en la delación y la crueldad. Crueldad con uno mismo cuando no se es capaz de ser feliz. Delación de uno mismo cuando nos atemoriza ese que somos. Delación del otro ante la envidia de quien es. Crueldad con el otro ante el temor de quienes somos. Delación y crueldad son los hitos de la dictadura moral. Y frente a la dictadura moral nos invade el desasosiego de entender que quizá ya es demasiado tarde.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Considérese el movimiento dialéctico de la historia: Fidel tuvo a Silvio, Hugo cantaba solo, Andrés Manuel tendrá a Belinda. ¡Ya para qué me burlo!