Deturpando el país

Creo que una de las peores vilezas, sino es que la más nefanda de todas, es confundir a los demás sobre el bien y el mal. Debe existir responsabilidad política o mejor callar. Pienso esto, pues si la administración pasada abusaba de ceguera, ésta abusa de enceguecer. EPN entendió que la única forma de salir avante de las críticas, era fijar los ojos en los lugares donde su gobierno daba o parecía dar resultados. Lo demás no existía y quien viera algo más allá de lo bueno, estaba enfermo de pesimismo. AMLO no necesita hacerse de la vista gorda, porque su visión se hace realidad para quien lo escucha. La primera perversión del gobierno actual es disociar los hechos de las palabras, o peor aún, convertir las palabras en cartuchos vacíos que el mandatario rellena con su sapiencia y dispara a mansalva para proteger al pueblo que es él. La crítica y autocrítica son impensables desde este momento. Si a las administraciones pasadas la realidad los superaba, para ésta, la realidad se forja en los datos oficiales, es decir, desde el centro de la política misma que son ellos.

Problema para el poder no tener un contrapeso. Si bien soy enemigo de la autoestima, por parecerme ésta un nacionalismo individual, sí creo en el ejercicio del autoconocimiento. Conocerse como ser político es entenderse y encontrarse con el otro, acepar su libertad. Ayudarlo a vivir mejor, no por el conocimiento que se tiene de uno (que bien puede ser pose), sino por la fraternidad que se encuentra entre ambos. La segunda perversión del gobierno actual es aparentar cercanía, fraternidad, cuando lo que se hace es negarle al otro su autonomía, ¿o que otra cosa son las encuestas a mano alzada? AMLO sabe que nadie puede negarse a su pregunta, a su voluntad en un acto que él preside, los niega y juega con ellos, los votantes, si alguno levanta la mano para dialogar, es callado, vejado. ¿Para qué el espacio si sólo habrá una voz? Cinismo fraterno.

La fraternidad fundada en la autoestima es un problema moderno, porque parte del conocimiento (del yo) y no del amor (al otro), además que el conocimiento es maleable por su fugacidad. Lo que se diga hoy, mañana se podrá olvidar. Ayudar al otro es darle conocimiento de las cosas mutables, y decirles cómo pueden conducirlas. Amor ahora es ciencia. Ayudar al otro es enseñarle a administrar lo efímero. Esto es mezquindad, pues en últimos términos sólo se piensa en uno mismo. Rechazar la caravana migrante es pensar en él, antes que en la dignidad humana, es pensar con lo que Trump amenazará si no cumple. Por ello necesita trastocar las palabras, decir “los rescatamos” a “los deportamos”. Necesita convencer de su bondad que es egoísmo, conservación de sí mismo a toda costa, y para ello envuelve a la realidad mexicana con sus palabras, la reduce, la explica en sus términos, la empobrece, lo que gana en claridad, lo pierde en exactitud, diría Unamuno.

AMLO empobrece la realidad con discursos que lo conservan y lo autoafirman como demiurgo. Es un sicario, también, del mal, pues se ha olvidado de la dignidad y del bien, en nombre de sí mismo. Nos ha convencido de que todo está bien, cuando todo va empeorando.

Javel

Punto Final

Después de tantos años, se vio al espejo, y en el reflejo vio las muchas palabras que había gastado, los miles de discursos que había profesado, las mentiras, las contradicciones, las sonrisas sin sentido y los manoteos absurdos.

Vio que su vida no había servido ni como ejemplo, ni como sacrificio en aras del bien humano, y cansado tras tantos golpes recibidos por la realidad, decidió actuar dignamente, enfrentarse a lo desconocido y poner punto final a su perorata.

Sin despidos, ni intentos por llamar la atención de aquellos que lo seguían por haber sido por él insultados, el hombre frente al espejo en silencio se bajó del púlpito sabiéndose por su propias necedades derrotado.

Maigo

Honor y Justicia

Honor y Justicia

Me parece necesario engarzar honor y justicia, pues ya casi no se ven juntos. Sin embargo, la cuestión parece satín apolillado, algo de snobs, el elogio por los valores pasados. Lo que nosotros entendemos por honor es apenas la pantomima de lo que una vez fue la medida de lo heroico. Para los mexicanos modernos el honor no funciona porque todo es relativo. No hay excelencias. Además, aquello que produce el «honor», que es el respeto y la gratitud, son vistas por nosotros como adulación de unas nimiedades que no deberían ser ni mencionadas, pero que pueden dar a quien las sabe nombrar con laureles, una buena recompensa. Honor a quien honor merece es una frase en desuso. “Honor a quien mejor me las bese”, podríamos decir ahora. Tome su recompensa, buen hombre, y ahí comienza la corrupción. ¿Por el honor?… quizá todos desconfiamos de todos, por no haber una idea de bien.

Honor es el justo reconocimiento de las acciones justas o nobles o buenas. Asunto difícil para nosotros, porque hemos perdido el norte. La excelencia en el actuar ya no es posible, lo sobresaliente es políticamente incorrecto. Dejamos de buscar. El honor no se entendía sin la justicia; hoy honor es algo así como la admiración por lo evidentemente atrevido, innovador, etc. En este sentido, el honor es una moda que se cuelgan algunos sin haber hecho nada de beneficio para los demás. La posición de un político es la ideal para actuar con nobleza, pero no se puede pensar en el bien común cuando se piensa en el bien personal, cuando se ve en los otros a un enemigo que lejos de reconocer el buen trabajo gritan ¡No! Ciegos de felicidad los llama el gobierno. Además de sospechosos. Pero recordemos que México es una Democracia, y las democracias se construyen más por las oposiciones que por las adulaciones. Claro, si es que pensamos que aquello que mejor conserva un Estado es la justicia y no la economía. Cuando la economía, la tecnología, así como el deseado reconocimiento del primer mundo es el ideal de un presidente encargado de una nación plural con identidad que se va perdiendo, entonces las individualidades son peligrosas al Estado, la búsqueda por el mejor camino al diálogo también. El honor es imposible. La peor tragedia sería no levantar la voz por la dignidad, valiente, furiosamente ante el tirano.

Reconocer lo justo no es lo mismo que adoctrinar en lo bueno, lo bueno jamás es un tema de clase. Lo bueno es el movimiento de las voluntades hacia aquello que es propio del hombre y que lo lleva a su perfectibilidad. Reconocer lo justo es acaso una virtud más, pues requiere logos, entendimiento, pasión, así como la búsqueda de la respuesta más importante ¿Qué es el hombre? Nada de eso importa si la respuesta las da el consumismo o cualquier otra manifestación del servilismo. En ese sentido, gritar ¡no! Es lo mejor que le puede pasar a un país. Porque el “no” revela la tragedia. El no apunta a lo que no se quiere ver o desvela lo que se oculta. Alguna vez, mientras intentaban secuestrarme, traté de gritar, pero la voz se me quebró como el acero de una espada. El miedo a lo injusto muestra un deseo por vivir bien, pero no es el miedo quien actúa con justicia, es el valor, otra virtud despolitizada. Que no muestran las caras los valientes, es obvio, son valientes, no osados, no idiotas. Pero muestran, en cambio, lo heroico moderno, voluntades que no se dejan aplastar por el mal gobierno, por lo injusto del hombre. Por eso ¡Griten(,) valientes! Razonen; actúen.

En una comunidad justa si te están matando o secuestrando todos haríamos lo mejor. Eso revela lo injusta que es la vida en México (alguien hace algo, aunque no siempre sea justo), pero al mismo tiempo deja ver que aún buscamos justicia. No tenemos hombres honorables en el gobierno, sino cobardes zalameros. Un hombre de honor además de oponer al gobierno rico con el pueblo pobre, hablaría de lo incongruente entre un gobierno feliz y un pueblo muerto. Trataría, además, de ver amigos en quien busca lo mejor, y no enemigos con obscuros deseos de vilipendiarlo. La política es más vanidad que deseo por lo justo. Éstos siempre son cobardes. Aristóteles veía un mal en la democracia, y era que, al gobernar el pueblo,  siempre habrá más ignorantes que sabios, más innobles que justos. La voluntad popular nunca es reconocimiento del bien si está enceguecida por una voluntad cobarde.

Javel

Corte y queda: Un pueblo humilde y orgulloso de sí como México, reconoce sus deficiencias y acepta, aunque abochornado, la ayuda que recibe. Sabe de sí y sabe que necesita investigadores, especialistas, expertos. Ríe cuando después todo está bien, como un niño. Esa era su capacidad, aceptaba al otro. AMLO quiere brutos e improvisados de buen corazón, especialistas en nada para no ofender sus capacidades, para no alterar lo uno inamovible. Ya temía yo que arruinara el diálogo con sus nacionalismos. Oaxaca es bello, si no vemos el deletéreo pozo.

De héroes y poetas

De héroes y poetas

Sin naturaleza humana no hay héroes, villanos, ni mucho menos poesía. La filosofía que fue creada para entender lo que es el hombre y su comportamiento, tampoco sería posible.  Héroes y villanos, filosofía y poesía, lo mismo que belleza y pasiones, dependen de la acción humana. Y ésta de la posibilidad que tiene el hombre de dirigir sus acciones gracias a las intuiciones que de sí mismo tiene. Es decir, toda acción humana es sobrenatural, ya que no depende de las sensaciones naturales que el ambiente le envía. Sobreponerse, que no erradicar dichas pasiones, es lo que hace que el hombre sepa que no es del todo un ser natural, sino metafísico y libre (ej. Un disidente del autoritarismo político de su país es capturado y torturado por no revelar la ubicación de sus amigos. Pudiendo huir del dolor, se mantiene fiel a su ideal. Fidelidad y amistad son sólo posibles si hay compromiso con la verdad, es decir si se superan la determinación biológica). Sus acciones son participes de un fin del cual él es consciente hasta cierto punto y sólo hasta cierto punto. Tratar de negar o erradicar esta libertad o naturaleza que nos permite esperar siempre lo mejor, es pervertir el espíritu humano: villanía es su nombre genérico.

Héroe, por su parte, es quien actúa de la mejor manera. Para actuar de la mejor manera se debe tener consciencia de lo que es el hombre, así como una clara intuición (el oxímoron es lo más cercano) del fin al que se tiende como tal. Que no se tiene claridad en lo que es el hombre lo podemos notar en las manifestaciones que cada uno de los movimientos filosóficos y poéticos dan a la cuestión. Afirmar una naturaleza humana en este sentido, no es causa de ningún autoritarismo ni determinismo, es la posibilidad de encausar un diálogo de lo que es el ser humano, así como de cuál es la mejor manera en la que éste puede actuar para ser pleno.

Quizá los poetas lo saben mejor que los filósofos: conducirse intuyendo lo que es mejor para nosotros, es sólo una posibilidad, no una necesidad causal. Pero esto sólo es posible si además de una naturaleza humana falible, hay un mundo azaroso. Es decir que la libertad sólo se manifiesta en la comprensión (no absoluta) de lo que somos y la manifestación de lo otro natural como un fin en sí mismo, o dicho de manera distinta, el héroe sólo aparece en la confrontación Hombre-mundo, donde mundo representa la libertad de otros hombres, de la naturaleza y de Dios. Es en esta relación donde quien actúa sin negar su parte natural y su parte metafísica, es llamado héroe. Pues su acción bella (manifestación fenoménica) es digna (relación racional) de respeto en todo momento y no sólo bajo ciertas leyes. El utilitarismo en la poesía impide que preguntemos verdaderamente por la libertad o heroicidad.

Nuestra falta de héroes, acusa nuestra falta de libertad.

Javel

Olvido y justicia

Olvido y justicia

La memoria persigue al hombre: esta mínima lección que extraje del cuarto cuento de El llano en llamas me ha hecho reflexionar sobre cierta situación incómoda. La situación vino cuando me enteré hace algunos días de ¿por qué los Zetas disolvían cuerpos? Pues para no dejar rastro de sus crímenes, y eso es obvio, pero ¿por qué no dejar rastro?, bueno, pensé, porque es un mal negocio. La memoria es un mal negocio, pues implica sobornar a más personas. El único modo en que la memoria deja de acuciarnos es si la desintegramos, si la abolimos por completo del hombre. La sangre que ahora corre fuera de nuestro hermano, lleva a preguntarnos: ¿Qué has hecho?, casi siempre la voz personal es suficiente, pero si no, la voz colectiva dirá entre estertores ¿Qué has hecho?, para impedir cualquier investigación o introspección es mejor eliminar toda evidencia.

Aquel hombre en el cuento de Rulfo que huye por haber matado a una familia entera, los Urquidi, va escondiéndose de su perseguidor, quizá de su único juez, el recuerdo. El temporal es de sequías, hay espinas y hiervas que lastiman la piel, metáfora de que es un recuerdo malo quien lo persigue o quizá la venganza. El recuerdo como bien sabemos es una marca en nuestro haber, una herida viva, punzante, casi siempre consciente. “Este peso se ha de ver por cualquier ojo que me mire; se ha de ver como si fuera una hinchazón rara. Yo así lo siento.”, el hombre de Rulfo es cainita. ¿Qué inicia la historia de estos hombres, la justicia o la venganza? Sea cual sea, vemos que este hombre no puede negarse su pasado, no disuelve a su perseguidor. El ansia lo carcome, ésa es su marca y su verdugo. El ansia de escapar o ser juzgado; vive sin querer vivir, pues sabe lo que hizo pero no quiere recordarlo. “Se conoce que lo arrastra el ansia. Y el ansia deja huella siempre.” Cualquier acto que haga ahora, después del delito, es indicio de querer escapar. Para un desesperado sólo la muerte o la locura quedan. Él se dará razones durante el camino, “No debí matarlos a todos… Después de todo, así estuvo mejor. Nadie los llorará y yo viviré en paz.” Esta paz es la de un desgraciado, un no hombre, ya que no puede compartir su pasado ni el presente: parece un fantasma, pues cuenta entre lloros que tuvo hijos y que su tierra está muy lejos, pero ni su nombre declara.

Su desgracia se nota más cuando al encontrar al borreguero, el asesino le pregunta si los animales son suyos, “No, son de quien los parió”, contesta el pastor queriendo compartir una broma. El asesino no ríe, está hambriento, ya que se ha tenido que ocultar en el cerro. Regresó a la naturaleza por su crimen, pero este retorno no lo hizo feliz. La posibilidad de compartir la sonrisa y la felicidad siempre pende del hecho de que ambas son públicas. Él regresó exiliado al estado de las necesidades básicas, pero cargado de culpa. El asesino se burla de sí en su tabuco, pero no comparte con nadie el pan ni la dicha. Quiere morir o lavar su culpa, de ahí que se arroje al río varias veces.

Para poder compartir con otros la injusticia hay que convertirlos en criminales. El crimen organizado a eso se dedica, la investigación de Vice news da cuenta de cómo después de destruir las casas de los Garza (cómplices del crimen) los Zetas llaman a la población para que saqueen lo que queda. Si a la justicia no se puede ir, sólo queda el olvido y la venganza. Es peor cuando la justicia quiere fincarse en el olvido. Para el criminal gracias, hay puerta para reincidir, para el afectado, miedo y furia. Pero la injusticia no son casos aislados, hay un deber incluso con quien no conocemos. En el cuento, quien mata al asesino es el único sobreviviente de la matanza original (todo lo mueve la venganza: el recuerdo herido), este hombre piensa en su recién nacido que también fue asesinado, pero “ni recuerdos tengo de ti” dice al hijo muerto, y sin tener recuerdo hizo el rito fúnebre, también le dio sepultura. La vida mancillada es motivo suficiente para hacer justicia.

¿Cómo perdonar cuando la justicia es sacramento del caprichoso mesías? Perdonar al corrupto viene a ser una forma de ganar adeptos; pero al mismo tiempo, la corrupción vista así, vuelve públicas a la injusticia y el olvido. No podemos ser cómplices ni dejar que se nos inculpe.

Javel

Para gastar después

El dos de octubre no se olvida, ¿tendrá su culminación en el primero de diciembre que quiere olvidar a quienes soliviantaron la impunidad?

El artificio de la indignidad

El artificio de la indignidad

 

Siete cuentos morales es una obra maestra. El quinto de sus capítulos se intitula «La anciana y los gatos», y narra los tres días de visita del hijo de Elizabeth Costello a la choza española en que fue a vivir la novelista australiana. La choza se encuentra en un pueblo de la meseta castellana, pueblo pequeño y pobre; la choza es pequeña y pobre. Costello vive de manera pequeña y pobre. La novelista come alubias, alimenta gatos salvajes y cuida a un hombre diagnosticado con un mal mental y acusado de exhibicionismo. Para el visitante, el juicio es claro y la condición evidente: la Costello vive indignamente. ¿Acaso el lector podría diferir del juicio del visitante? Precisamente, en ello se encuentra la maestría de John Maxwell Coetzee.

         «La anciana y los gatos» recuerda deliberadamente a «El perro», primer capítulo de Siete cuentos morales. En el capítulo quinto vuelven a aparecer los animales, preocupación central de Costello y tema del primer capítulo. Los capítulos primero y quinto presentan a los animales en correspondencia: el primer capítulo presenta al animal encerrado en casa, ladrando hacia la calle; el capítulo quinto presenta al animal dentro de casa, huyendo de la calle. El capítulo primero va de lo externo a lo interno; el quinto se desenvuelve plenamente en el interior. La exterioridad del capítulo primero es el discurso interno de la dignidad moderna. La exterioridad del quinto capítulo sólo puede ser sospechada como el entramado normativo y reglamentario de la dignidad moderna. La interioridad del primer capítulo es la alegoría coetzeana del alma humana; el capítulo quinto es una vuelta a la alegoría. En ambos capítulos el alma humana es una casa habitada por animales que perturban el entorno, un anciano sentado a la mesa y una anciana que toma la voz por todos. Difieren, evidentemente, en que no es lo mismo un perro que varios gatos salvajes, o un anciano frente a un tazón que un anciano frente a recortes de periódico, ni la anciana carente de ánimo es semejante a la siempre perturbadora Elizabeth Costello. En «El perro», el paso de la exterioridad a la interioridad se opera por la presencia de San Agustín; en «La anciana y los gatos» la diferencia entre interioridad y exterioridad se exhibe por la presencia de Juan Pablo II. En el primer capítulo por San Agustín se muestra que el erotismo distorsiona la dignidad; en el capítulo quinto por Juan Pablo II se muestra que la dignidad desfigura la piedad. En la alegoría del alma del capítulo cinco el lector podría reconocer el principal obstáculo para encontrar la relación entre piedad y erotismo: la dignidad.

         La choza castellana de Elizabeth Costello es una imagen del alma. Es choza porque fue construida para el tiempo de una vida, sin intención de sobrevivir monumental en los tiempos futuros; el alma humana es una cosa pequeña y pobre. Es castellana porque el español es la lengua con la que Coetzee habla de las ideas (por ello en La infancia de Jesús [2013] David y Simón llegan a una tierra desconocida en que se habla español; por ello, el español aparece en la danza de los números de Los días de Jesús en la escuela [2016]; el español es la lengua del platonismo coetzeano). La choza castellana es el lugar en que Elizabeth Costello cuida de los gatos salvajes y de Pablo. Los gatos salvajes, se entera el lector, adquirieron su condición por la indolencia de los habitantes del pueblo. La actitud de los hombres hacia los gatos ha sido tal que los animales ven en los hombres a sus enemigos, por lo que les temen. La Costello, viendo la situación, decidió cuidar de los gatos, pues su cuidado es el cuidado de la vida, el cuidado del alma. Al hijo, como al hombre del pueblo, como al hombre moderno, le parece insensata la actitud de Costello: cuidar a los gatos la pone en hostilidad hacia sus vecinos. Mejor sería, supone el hijo, poner una solución al problema de los gatos: castrarlos y cuidarlos hasta que naturalmente dejen de ser un problema. Lo sensato sería, supone el hijo, administrar la vida. La administración de la vida, empero, no es el cuidado del alma. La administración de la vida no puede ser erótica, no podría ver en el gato un símbolo erótico (que quedó inmortalizado, por cierto, en El gato de Juan García Ponce). Afirma Costello: “Me estoy preparando para el próximo movimiento. El último. Me estoy acostumbrando a vivir en compañía de seres cuyo modo de ser es diferente del mío, más diferente de lo que el intelecto humano podrá comprender jamás”. Cuidar el alma, cuidar la vida, es una preparación para la muerte. Los gatos salvajes son las ideas que permiten el pensamiento al alma humana (cf. Platón, Fedón, 61b-62e). Los gatos son las ideas, por ello no tienen rostro, no tienen carácter. El hombre que supone solucionar las ideas es un hombre que espera demasiado. La vida no es una opción, por ello su solución no es práctica; la vida es dón, apertura a la teoría.

         Pablo, el hombre al que junto a los gatos cuida Costello, es un misterio tanto para el hijo como para el lector. No es misterio para los hombres del pueblo: es un enfermo mental y un criminal sexual. De hecho, cuando el hijo lo ve sentado a la mesa viendo recortes de periódico supone que mira fotos de mujeres desnudas. Pablo, en cambio, le muestra que ve fotos de Juan Pablo II. Ante el misterio, el hijo razona: ¿acaso no sabe que el papa polaco murió? Si la superioridad del juicio moral no es suficiente para acotar el misterio, el hombre moderno busca la superioridad de la información que confunde con conocimiento. Precisamente dicha superioridad es la que contrasta con la preparación para la muerte de Elizabeth Costello: no importa de lo que uno se ha informado, sino de lo que uno ha visto por sí mismo (véase, si no, la primera palabra de Fedón). El ignorante Pablo es un ser muy distinto al hombre moderno: no conoce la actualidad del mundo, no valora la moralidad de los hombres, solo pasa su día en la admiración de Juan Pablo II. El moralista y conocedor tendrá abundantes recursos para desdeñar a Juan Pablo II; el sencillo Pablo no tiene recursos, sólo puede tener devoción por un hombre santo. ¿Por qué lo cuida Elizabeth Costello? Cuidar del hombre devoto es un asentimiento, como hacer caso al llamado de un sueño. Costello asiente a la vida cuidando a Pablo, al hombre marcado por la escasez del mundo moderno. Para el moderno lo pequeño y pobre no es erótico, sino algo escaso que merece solución. Para el moderno la vida no puede ser erótica. La Costello, quien va acostumbrándose a vivir entre ideas, ve que su vida, el final de su vida, sería distinto si acaso tuviese la devoción de Pablo. La indignidad que la Ilustración denuncia en los hombres de fe y que la Modernidad acusa en las ideas delata el artificio por el que nos es imposible ver la relación entre piedad y erotismo.

         El capítulo quinto termina con la partida del visitante. El hijo no se explica la actitud de la madre, la juzga insensata e indigna. A juicio del hijo, Elizabeth Costello se ha aislado del mundo y ha estropeado la posibilidad de vivir feliz el final de su vida. En su obra maestra, John Maxwell Coetzee nos muestra que el hombre moderno no puede comprender la aparente soledad de quien es feliz en el amor. Siete cuentos morales nos recuerda que un cierto modo de vida es incompatible con nuestras soluciones. Ni un libro salva al mundo, ni a la literatura, quizá ni siquiera a las ideas.

Námaste Heptákis

 

Coletiila. “No se trata de devaluación, sino de un deslizamiento” dijo ya saben quien. Al rato no nos extrañe si se presume responsable del timón pero ajeno a la tormenta.

El artificio de la dignidad

El artificio de la dignidad

 

Siete cuentos morales es una obra maestra. En la primera de sus siete partes se presenta el relato «El Perro». La historia es sencilla: en el camino entre el trabajo y la casa una enfermera en bicicleta se aterra ante los violentos ladridos de un perro tras la reja de jardín de una casa francesa; incómoda por el terror y solapada por la recurrencia, la enfermera toca a la puerta de la casa a fin de acordar con los dueños del perro una solución; la historia termina casi como si nada hubiese pasado. El relato produce como apariencia primaria la sana disposición moral a arreglar las cosas. La enfermera, civilizada y bien intencionada, acude a los dueños del perro para que se le ofrezca una solución; los dueños, un par de viejos cuya marca civilizatoria parece lejana o quizás olvidada, no ven sentido a la petición de la enfermera. Fin del relato: ellos siguen en su exilio doméstico, ella en su terror público, el perro en el límite de la civilidad y la violencia. Pero esto es sólo una primera impresión.

         El relato, brevísimo, tiene dos partes. En la primera parte la narración se acerca bastante a la interioridad de la enfermera: se nos muestran sus temores, se permite a los lectores cavilar juntos sobre los razonamientos de la enfermera. En la segunda parte, la narración casi se vuelve externa: ya no se sabe lo que piensa la enfermera, no alcanzan a vislumbrarse los pensamientos de los dueños del perro. ¿Qué distingue ambas partes? La presencia de San Agustín. La primera parte cumple cabalmente con las explicaciones, pues la enfermera informa de la situación y plantea las razones posibles por las que puede entenderse la reacción del perro. Las explicaciones de la enfermera son eficientes para mostrar el problema moral del miedo, el ultraje cotidiano ante la violencia, la afrenta a la dignidad de la ciclista en la irrupción de la bestialidad. La primera parte, vale decir, es especulativa. Sin embargo, cuando la enfermera recuerda a San Agustín la especulación enmascara un nuevo tema y la narración cambia de estilo. La idea de San Agustín recordada por la enfermera nos aleja de sus razonamientos, nos distancia de su interioridad y hace del relato un asunto externo. La segunda parte, vale decir ahora, es alegórica.

         ¿Qué idea de San Agustín recuerda la enfermera, divide al relato y enmascara la moral? La enfermera recuerda que para Agustín la prueba más clara de nuestra creaturalidad caída es la imposibilidad de controlar los movimientos del cuerpo, en particular la imposibilidad de controlar la erección. ¿Cómo se va de la explicación de la bestialidad del perro furioso a la fuerza de la erección del hombre excitado? ¿Por qué la excitación distancia al lector del relato y vuelve todo un asunto exterior? ¿Por qué la excitación hace alegórico lo especulativo?

         La maestría de John Maxwell Coetzee se muestra con claridad en la alegoría de «El Perro». Como artificio moral, las explicaciones sobre la incomodidad de la violencia encuentran su solución en el concepto de dignidad. La dignidad humana nos convoca a resolver nuestros problemas humanamente. La dignidad, en ese sentido, es una marca exterior para el reconocimiento del interior velado. La dignidad, puesta de ese modo, es un artificio para la convivencia cotidiana. Sin embargo, en tanto sea exterior, la dignidad nunca será solución plena de los problemas humanos. El erotismo distorsiona la dignidad.

         Coetzee plantea en la casa del perro una alegoría del alma humana. El perro, expuesto por el agustinismo de la enfermera como excitación, guarda los límites de lo propio al tiempo que se proyecta sobre los demás. El perro, como el alma excitada, ataca bravío lo que se le presenta. Mas lo ataca todo. Pues en casa no hay más que una pareja de viejos para los que el perro es un guardián. No hay thymos posible en la anciana de pelo gris. Ningún razonamiento sobre la excitabilidad puede hacer ahora el anciano del saco rojo. La dignidad, muestra la alegoría coetzeana, radica en la excitabilidad plena por algo superior; cuando la excitabilidad sólo cimbra la reja del jardín, la dignidad es necesariamente una marca externa. Cuando la única sensualidad perceptible es un raído saco rojo, toda excitación parece indigna. Las almas viejas sólo aspiran a la dignidad como marca exterior. Las almas viejas confunden la dignidad con la tranquilidad, como los modernos confunden la legalidad con la dignidad.

         Al inicio del relato la enfermera califica al perro como un “perro malo”; al interior de la casa la anciana califica al perro como un “perro guardián”. En el exterior funciona plenamente el artificio moral, por lo que el perro puede ser juzgado moralmente, por lo que el juicio pude ser publicado como un letrero en la reja. En el interior, en cambio, el artificio moral es imposible, pues al envejecido en eros, a quien es incapaz de amar, la excitabilidad y la violencia le son guarida, distancia necesaria, reclusión salvífica. Como artificio moral, la primera parte del relato otorga al lector una clara compañía; la segunda, en cambio, lo deja a la distancia, lo hace pensar, lo lleva a considerar su propia comprensión de la dignidad. Cuando en la segunda parte todo se vuelve exterior y el lector se niega a pensar la relación entre dignidad y excitabilidad, el relato mismo se vuelve un perro que cimbra la reja que es el libro, que hace al lector preguntarse si acaso piensa la moral con tanta exterioridad. Siete cuentos morales, una obra maestra, recibe al lector con lo que algunos podrían creer una incomodidad violenta.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Se cumplieron 48 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. El presidente electo se reunió con los padres de los desaparecidos y tras la reunión declaró que, con o sin sentencia, decretará la creación de una comisión de la verdad que investigará el caso. Al frente de la comisión estará Alejandro Encinas, cuya posición sobre el caso comenté el 21 de julio pasado. Cosa curiosa, que al ser por decreto y no por sentencia, la comisión no tendrá un carácter vinculante, por lo que el resultado de la investigación podría servir para doblegar al poder Judicial. No deja de llamar la atención que el futuro presidente diga, así sin pena, que lo hará con independencia de la resolución legal. 2. ¿La presencia de Carmen Aristegui en Radio Centro es una cachetada para José Gutiérrez Vivó? Tras el veto a Gutiérrez Vivó, Aristegui se benefició con su horario, su espacio y parte de su audiencia en MVS. Ahora la popular periodista llega a la empresa que ha mantenido alejado a don José. No me gusta pensar mal. 3. Ángel Gilberto Adame hace una segunda advertencia sobre la sucesión testamentaria del matrimonio Paz-Tramini.

Coletilla. “El movimiento estudiantil del 68, que cumplirá ya cincuenta años a la vuelta de la esquina, y los hechos de Tlatelolco, se han llenado de expertos que no estuvieron allí ni vieron nada: el mito gana terreno”. Luis González de Alba