De la administración de los bienes propios

La publicidad funciona perfectamente en las personas que no saben qué necesitan para administrar su hogar. Podría ser que necesiten accesorios para limpiar, entre los muchos que hay, o cierta clase de alimentos, entre las infinitas variedades de lo que se vende y se puede preparar. No importa si no cuentan con demasiados recursos, estos siempre deben ser administrados, saber qué se necesita comprar. Constantemente la gente que cuida su dinero, los que no son tacaños, se preguntan si lo han gastado bien, si no deben de comprar tantas prendas o tantos aditamentos para su hogar sin los cuales podrían estar bien. Quizá esa sea la pregunta que debieron hacerse antes de comprar: ¿para qué gastar dinero?

Las actividades que realizamos, lo propio de cada uno, ayudan a vislumbrar cuáles son los productos que necesitamos comprar. Una computadora con el mejor procesador y la mejor tarjeta de video para quien sólo va a escribir en ella e interactuar en sus redes sociales es un gasto exagerado. Inclusive resulta un gasto perjudicial si se tiene en cuenta el motivo por el cual se compró. Algo semejante pasa cuando se compran celulares de gama alta. En nada nos benefician ese tipo de gastos; son un error en nuestra propia administración. Montaigne dice, en el siglo XVI, que a su padre le parecería muy útil que hubiera un catálogo donde se ofrecieran productos y trabajadores para quienes los necesitaran. Todos necesitamos trabajar y comprar. Lo complicado es saber qué trabajo nos hará bien, así como qué productos nos podrían hacer bien; parece fácil saber qué trabajo y qué cosas nos perjudican. Aunque, ¿es bueno para nosotros realizar actividades de las cuales no tenemos claridad si su finalidad será justa o injusta? Un periodista al que le mandan cubrir la conferencia de prensa de un grupo de empresarios que decidieron parar una obra billonaria, ¿está actuando como propagandista de dicho grupo o como su agresor si no sabe si dicha obra estaba teniendo un buen o mal impacto? Tomar una postura, sólo tomar partido por un extremo, no puede ayudarle a entender la justicia o injusticia de su acción.

El mayor problema de la administración es el de las propias aptitudes. El no saber qué es lo mejor que uno puede hacer en beneficio de los demás es como estar malgastando el dinero. La mayor dificultad de ser empleador es ignorar los talentos de los empleados. Es fácil malgastar el dinero, aunque es más fácil malgastar el talento.

Yaddir

¿Cuántos más?

¿Cuántos más?

¿Cuánto vale un hombre caído?

Ayer en el transporte, en el camino, casi en cualquier lugar, no dejaba de ver jóvenes universitarios y ceceacheros. Algunos de ellos iban con el rostro cubierto, pero se notaba la emoción en sus ademanes, en las palabras que se decían mientras iban al encuentro más absurdo que he visto. Lo absurdo no tiene nada que ver con la voluntad de los rebeldes que ayer cantaron su grito de guerra, sino con la sordera institucionalizada. Primero fueron unos cuantos a pedir lo justo, después se unieron otros más, pero fueron atacados con saña, al final se levantó todo corazón joven para ayudar a sus hermanos. Pero el absurdo se reveló también.

El injusto, el corrupto o amigo de los poderosos no ve al pobre ni al que ha sido malherido por su mano, pues le parece insignificante. Ayer tuvieron que juntarse treinta mil almas para que fueran vistas siete demandas. La justicia es una cifra aquí en México. Mientras nadie se queje no hay mal, mientras unos se quejen, no hay mal; cuando muchos se quejan, no hay mal; cuando todos protestan “las peticiones son más que justas y se resolverán en lo inmediato”.

Para hacer justicia en México hay que hablar todos y de caso en caso, porque la burocracia es sorda y torpe, además de vil; también puede ser visionaria y malévola, pero esto sólo es cuna fértil para afirmar que la justicia es una apartado burocrático, es decir, algo medible, cuantificable, que puede ser resuelto con una ecuación, y no culpo del todo al que intenta hacer su trabajo como abogado o juez (pues debe haber verdaderos servidores públicos), culpo a los que creen que la justicia es un número y no una cualidad humana. Culpo al que propone cantidades y no realidades; a los que intentan comprar con números y no con un buen trabajo; al que protege una estructura basada en intereses bancarios, antes que en necesidades reales, como lo es el bien.

Ayer vi a muchos jóvenes que iban a pedir lo suyo, y si fueron en cantidad es porque el número atemoriza al mal juez, pues si fuéramos justos, con sólo un hermano caído, iríamos.

Javel

Para gastar en casa: «Disculpe el señor, pero este asunto va de mal en peor. Vienen a millones y curiosamente vienen todos hacia aquí. Traté de contenerles pero ya ve, han dado con su paradero. Éstos son los pobres de los que le hablé… Le dejo con los caballeros y entiéndase usted…» Joan Manuel Serrat

La predicción del deseo

Un modelo utilitario de elección racional es promesa de exactitud y objetividad en la comprensión de poblaciones o grupos humanos. Economistas, sociólogos, políticos y estadistas basan estudios, planes y decisiones públicas apoyados en esta clase de modelos. Martha Nussbaum (Justicia poética) subraya cuatro principios en ellos: conmensurabilidad, adición, maximización y preferencias exógenas. Llama conmensurabilidad a la fijación de un criterio general para la evaluación de todos los individuos. La posesión de ese valor puede incrementar o disminuir; la valoración es cuantitativa. La maximización pone como meta la acumulación, para ello debe ser posible un resultado social como resultado de la suma de los datos extraídos de los individuos (adición). Para construir este modelo, la preferencia está dada y por ende es evidente.

Especialmente, el último principio muestra el tipo de hombre considerado por los utilitaristas. La concepción de preferencias exógenas reduce notablemente lo que se entiende por acto y deseo. Al haber preferencias ya establecidas, hay claridad en los objetos necesitados. Como señala Nussbaum, el hombre es contenedor de satisfacción. Hace falta solamente el objeto que lo haga reaccionar y lo lleve a ser complacido. Ese vacío parece más necesidad que deseo, con ello la búsqueda por la felicidad humana sería menos incierta de lo que parece. Con lineamientos tan claros, lo difícil es el medio para conseguirlo. El fin queda resuelto en la utilidad, esclarecerlo no es un reto en la decisión humana. El desafío está en los recursos para cumplirlo. El buen gobierno o sociedad de alto nivel debe proponerse el camino hacia el social welfare.

La preferencia exógena es una síntesis del erotismo y deliberación. En busca de la claridad, se consideran únicamente los datos positivos. A un lado se dejan las minucias oscuras nada científicas. Los datos concretos, visibles en el comportamiento, permiten observar causas y emitir una predicción. Eso buscan los especialistas académicos, economistas inseguros y estudiosos  serios. Los modelos brindan certeza, delinean estelas en el mar inquieto e imparable. Al ocurrir sorpresas o resultados inesperados, los devotos de los modelos quedan en la zozobra. El hombre de ciencia es vulnerable a la angustia ante el futuro. La modernidad nos pone al filo de la desesperación. La abstracción del alma conduce a la abstracción del mundo.

Autonomía y autorregulación

La paciencia es invaluable. Me parece natural que sea una característica tan rara, porque casi nadie tiene bastante como para detenerse a observar por qué es de provecho tenerla. El otro día platicaba con un cuate que me tuvo una paciencia monástica. Hace mucho tiempo no lo veía. Durante nuestras discusiones se me hizo obvio que una misma idea le daba vueltas en la cabeza; pero no eran nomás vueltas como para decir que la tenía en la periferia, sino que estaba bien centrada en su mente y por eso, independientemente del tema de nuestra charla, cada tanto se aparecía rondando en una corta y rápida órbita. Su idea era que el mercado es una cosa fabulosa, que es fabuloso que todos dirijamos nuestra vida según el mercado, y que lo que lo hace tan fabuloso es que se regula solo. Su tono me hacía pensar en biólogos a los que se les aguan los ojos de emoción explicando los prodigios de la fotosíntesis. Hablaba así del movimiento mercantil como algo «autorregulador», que «se adapta naturalmente», que «tiende al equilibrio» y otras analogías por el estilo. Como al principio no me parecía muy claro qué estaba pensando cuando decía estas cosas, le pregunté. Me explicó varias veces el principio de la oferta y la demanda. Le inspiraba veneración pensar en lo perfecto que era y en lo conveniente que resultaba para nosotros que así fuera. Él supuso erróneamente que yo no era lo torpe que soy para los tecnicismos sobre observaciones de economía, así que sufrimos amargamente un rato juntos tratando de hacerme entender los pormenores de esta complicada disciplina que más que matemática se me hacía trigonomancia.

«Bueno –me decía–, no es tan complicado. De hecho el chiste es que cualquiera puede entenderlo», y efectivamente, cada una de las veces que me dijo esto continuó con una explicación que sonaba menos complicada y más fundamental. Llegó el momento en que entendí, o eso creo, a lo que llamaba el principio de la oferta y la demanda. Me explicó algo como que ambas fuerzas se jalonean en sentidos contrarios mientras van cediendo terreno la una a la otra, hasta que terminan equilibradas. «La demanda de un bien específico hará que se le oferte más –me dijo– y luego, a mayor presencia de ese artículo en el mercado esa demanda disminuirá. Juntas las dos cosas se irán nivelando conforme la gente comercie hasta que la demanda llegue a coincidir con la oferta en un punto en el que ninguna estaba cuando empezó. Así, el mercado se regula solo». «Solo –abundé–, supongo que quiere decir, que no necesitas ingeniarte ningún plan aparte, ni se requiere otro arte que intervenga para que el bien sea valorado cuanto merece ser valorado». Coincidió con esto. «Si uno lo piensa, no es distinta la idea de lo que ocurre en el intercambio de energía térmica entre dos sistemas con diferencias de temperatura», le dije, y también coincidió, emocionado con la analogía. Me advirtió en numerosas ocasiones que esta forma tan básica de entenderlo es apenas el primer paso; después se estudian muchos detalles que se erigen sobre estos cimientos.

Valorar un bien en el mercado es apreciarlo: en la generalidad de este principio, «la existencia de un bien, su abundancia y la necesidad percibida subyacen a su precio –expandió su explicación–. Se autorregulan los precios de los bienes que se hallan disponibles en el mercado porque el precio de lo ofrecido se adapta naturalmente en proporción a la cantidad de gente interesada y a su disposición a pagar por ello» y añadió al conjunto más consideraciones que no tuvo tiempo de explicarme a detalle (como el poder adquisitivo, los tipos de competencia, los medios de producción, los de transporte y un gran etcétera). Le pregunté si necesidad percibida quería decir tal como sonaba, o sea, que se trataba de cuán necesario era un bien según lo percibían los que lo demandaban, y me dijo que sí, efectivamente. Le dije «pero entonces la analogía con la naturaleza y el intercambio térmico no puede estar bien planteada. No puede ser que la autorregulación del mercado sea tan ‹fabulosa› como dices». Al decir estas cosas estaba pensando en un afiebrado al que se recomienda darse un baño de hielo. El traspaso de calor por el que se espera que vuelva a su temperatura natural es un suceso que ocurre indiferentemente de la enfermedad. Las moléculas meneándose con más o menos enjundia no pierden su tiempo pensando a quién matan o a quién curan. Por otro lado, aprovecharse del conocimiento que permite la hazaña curativa es un ingenio, un arte. Son dos cosas diferentes, aunque se den en el mismo movimiento, la curación que es arte del médico, y los cambios naturales que corresponden a las cosas por ser lo que son. Algo así traté de expresarle, aunque fui más vago de lo que quería, porque me pidió que le explicara qué tenía que ver eso con el mercado y su fabuloso proceso. «Pues es que esta comprensión del mercado que tienes –le dije–, requiere que finjamos que las causas naturales y los bienes humanos son idénticos». «¡Claro que no! –objetó–, lo que hace es enseñar cómo funcionan juntos. Porque es natural y es benéfico: las personas nos beneficiamos de que el mercado regule solo los bienes, nada termina con mayor ni menor precio que el que las personas de hecho piensan que merece cualquiera de las cosas que se ofrecen. Si algo hace falta en un momento dado, por el mismo proceso eso deja de hacer falta, y al revés, lo que sobra tiende a desaparecer». «Estarás de acuerdo –ofrecí entonces–, en que los bienes que están en el mercado siempre son bienes humanos. –Él accedió y yo seguí–: ¿Y no son representados por el principio de equilibrio del mercado con la misma necesidad irrefragable de las leyes cósmicas?, como si el deseo de tener computadoras se diera en los seres humanos con la misma necesidad con que caen los rayos de una tormenta, como si la prudencia creciera nomás por regarla. Esta idea de mercado no toma en cuenta nuestra capacidad para elegir ni tampoco las tensiones del deseo. Por ejemplo, para elegir consumir menos de algo que se me antoja mucho pero me hace mal, o para desear un bien, pensando que es capital, cuando la mayoría de la gente lo considera trivial o hasta nocivo, cosas por el estilo». Seguía sin convencerse. «Pero no estás entendiendo –respondió–. Es cierto que no son lo mismo los artículos en el mercado y los eventos cósmicos: nunca dije lo contrario. Y claro que el mercado considera la elección y el deseo. Míralo así, tomando tu ejemplo, los rayos en una tormenta no pueden someterse al juicio de los consumidores; pero si pudieran, no nomás nos desharíamos de los rayos, sino de las tormentas enteras. ¿No viviríamos todavía mejor si el mercado se encargara de esas cosas también? Pero son las cosas humanas las que así funcionan, y ya ese proceso se da naturalmente».

Después de algunas idas y venidas sin claridad, parecidas a las anteriores, le propuse que cambiáramos de tema y accedió. Afortunadamente no quedó todo en un completo desacuerdo porque de todas formas, como les conté antes, su imagen del mundo humano como un gran mercado no dejó de aparecérsenos de vez en cuando. Casi por inercia volvimos al asunto, o por lo menos, a tocarlo de refilón. Hablábamos ahora de su hijo, me contaba las chistosadas que éste hace y las cosas que está aprendiendo de él. Todo lo hacía sonar como un mayate incontrolable de escuincle. Estábamos en plena disertación sobre los caprichos infantiles y sus berrinches, además de los problemas que mi cuate tiene para determinar si está premiándolo mucho o muy poco para que se porte bien, cuando coincidimos los dos en algo: definitivamente los niños no saben lo que les conviene. «Ahí sí estaría de acuerdo contigo –me dijo–: si se tratara de un mercado de niños, dejar que se autorregulara sin meterle mano sería la peor idea del mundo».

La interioridad literaria

La interioridad literaria

 

Entre las críticas simplonas ―que se irán volviendo lugar común― sobre la nueva obra de Paul Auster, 4 3 2 1 [2017], se encuentra aquella que la afirma como una novela autobiográfica, afirmación tan difícil de sostener tanto por la irrepetibilidad de la vida como por la variación intencional del estilo usual del autor. Auster ha dedicado cuatro novelas a la autobiografía y en las cuatro predomina el estilo usual del autor. En 4 3 2 1, en cambio, el estilo es deliberadamente distinto. Auster sabe que no va a repetirse, incluso cuando haya de contar “lo mismo”. Si algún día queremos comprender el peculiar logro creativo de la nueva obra de Auster, tendremos que deshacernos del prejuicio de que se trata de una novela autobiográfica. Si algún día queremos comprender el todo creativo de 4 3 2 1, tendremos que comenzar a pensar en Auster como creador. Y una de sus cuatro novelas autobiográficas nos puede ayudar de inicio.

         Informe del interior [2013] es un recorrido pesquisón de la interioridad, pero no de esa interioridad que la superficialidad mística cree haber encontrado o que el esoterismo de las cadenas de oración y meme cree alimentar, sino la interioridad única y unificable que una memoria atenta y esforzada encuentra en su reconocimiento del pasado. La interioridad como actividad de la memoria no es arqueología interior, sino expedición asombrada al momento mismo en que se inaugura ese diálogo del alma consigo misma que es la interioridad, que es lo reporteable, que es de lo que de nosotros mismos vale la pena hablar. Lo dice bien Auster contando un episodio de sus seis años: “cuando la voz interior se despierta y surge la capacidad de discurrir, cuando te dices a ti mismo que estás produciendo un pensamiento. En ese momento entra nuestra vida en una dimensión nueva, porque en ese punto adquirimos la aptitud de contarnos nuestras historias a nosotros mismos, de iniciar la ininterrumpida narración que continúa hasta el día de nuestra muerte”. La interioridad es el lugar desde el que nos contamos historias. La interioridad es la fuente de la lectura.

         Importante la descripción de Auster, pues la conciencia, antes que un fenómeno moral, aparece como un fenómeno literario: aquello por lo cual contamos historias, aquello por lo cual queremos que las historias nos sean contadas. La experiencia literaria (expresión alfonsecuente) como origen de una vida dignamente humana. De ahí, el autor como creador de lo humano: de la propia historia en la autobiografía y de las posibilidades de la propia historia en una obra mucho más compleja. De ahí, el lector como cocreador de lo humano: testigo del testimonio autoral, autor de su otredad, escucha de la historia ajena narrada con la voz propia. La interioridad reporteada por Paul Auster es la que origina al autor, lo reapropia de su fundamento, lo hace fenómeno literario. Nada semejante se encuentra en esa totalidad creativa que es 4 3 2 1. ¿Para qué buscaríamos el testimonio austeriano de su origen narrativo? Buscamos nuestra propia voz en los relatos ajenos desde el día en que sabemos por los libros que nunca más estaremos solos. La interioridad nunca es solitaria.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Ayer se cumplieron 40 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. El pasado lunes 22, una comisión de representantes de los familiares de los desaparecidos se reunió con el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En la reunión se acordó una reunión con el pleno del Consejo de la Judicatura Federal para el próximo 31 de enero. Según el abogado de los normalistas, la reunión tiene por objetivo informar de las omisiones de los jueces para librar órdenes de aprehensión contra los policías de Huitzuco, además de solicitar que la investigación se oriente contra las Fuerzas Armadas. 2. Importante el señalamiento de Carlos Puig: el 30 de diciembre de 2017 fue liberado Erick Valencia Salazar, El 85, y no nos habíamos enterado. Y peor: en un oficio fechado el 16 de diciembre se informa de la sentencia del 29 de diciembre: back to the future! 3. Qué raro: la Fepade «acuerda» con Javier Corral que sólo investigará las acusaciones contra César Duarte por desvío de recursos para las campañas electorales. ¿Por qué se necesita acordar que la Fiscalía Especial Para la Atención de Delitos Electorales investigará sólo delitos electorales? Ah, qué exitosa la caravana de Corral. 4. Enrique Quintana no quita el dedo del renglón: alguien está manipulando la percepción sobre las cifras económicas para propiciar inestabilidad. En esta ocasión el dato es la inflación de la primera quincena de enero, que en los corrillos se trata como altísima, pero en los datos es bastante baja. 5. «Honestidad valiente», le dicen, juar juar. Una corruptela más de los impolutos. El exdelegado Ricardo Monreal se hizo de un negocito familiar durante su desastrosa administración de la Delegación Cuauhtémoc. Ya dirán los groupies de Morena: ¡compló!, ¡mafia del poder!… Lo de siempre. 6. ¡De risa loca! Una señora que se presenta públicamente como filósofa dio una conferencia en la que dijo que la capacidad de razonar nos ha hecho animales violentos y que por ello propone abandonar el humanismo para adoptar el animalismo. ¡Chíngale! Ah, claro, pero denostar a la razón y a la palabra no es ir contra naturaleza, doctora Rivero Weber, sino inventar el hilo negro: lo difícil no es ser humano, sino vivir humanamente.

Coletilla. «Laberinto» de Milenio diario nos deleitó hoy con un nuevo relato de John Maxwell Coetzee.

Minucias sobre la distribución

Minucias sobre la distribución

La economía no puede estar basada en promover la igualdad absoluta. El problema no es hacer ricos a todos, porque el fundamento de investigar la existencia de leyes o postulados al respecto del comportamiento de los mercados y de su relación con el bienestar está en lo que la vida requiere. La economía es también una investigación en torno al bien y las necesidades. Incluso de las necesidades de los ricos: sentirse mecenas, hacer de sus carros extensiones de su personalidad, decorar su jardín, acumular e invertir. Es claro que desde el aspecto económico se introduce el bien: se distingue entre acciones privadas y políticas convenientes para lograr un fin. No necesariamente da la virtud de la práctica, porque las más de las veces un buen inversionista no es un magnánimo: se puede hacer dinero y gastarlo en cosas redituables, sin la voluntad de donarlo o regalarlo para un bien público. También se puede gastar de manera que parezca conveniente sin evitar la mezquindad: los gastos inútiles a favor de los necesitados, dándoles cosas que, en realidad, no necesitan (ahí se ve que el criterio de lo necesario es elástico cuando no existe sabiduría sobre la naturaleza del hombre).

Eliminar la diferencia entre ricos y pobres es una ilusión. No porque no sea deseable que los pobres sean dignos, sino porque ser pobre no tiene nada que ver con la dignidad o la libertad de la persona. Mejorar la condición es un uso ambiguo del significado de mejorar. Don Quijote lo expresaba muy bien: ser pobre no quita ni lo cortés, ni mucho menos la voluntad de lo mejor. La redistribución del ingreso es un camino sabio pero no con el fin de sólo continuar con la ilusión de que ser ricos nos hace mejores. No se busca salir de pobres, sino hacer un mejor gasto en tanto sirva para dar posibilidades más allá del trabajo infinito. Posibilidades que den para atenderse, comprar, ahorrar. La mejor distribución puede ser deseable aún si eliminamos el paradigma moderno del mecenazgo del estado y de su invitación a incorporarse a la vida de la que él es modelo, que es un círculo vicioso en donde se exceden costos de manera absurda. Se invierte la lógica de la libertad por el dinero, pues la redistribución podría propiciar que oficios y artes, modos de producción, dejen de suponerse sólo como empleo para el mantenimiento. Digo que así se invierte la manera común de pensar la relación entre el estado y sus protegidos, porque, en vez de funcionar con el mecenazgo (que se vuelve demagógico) muestra que la verdadera libertad está en no someterse. Producir es un modo de la libertad que, como la misma lógica moderna intenta sostener, permite mantenerse.

Podría pensarse que la redistribución, lejos de lo que se cree ahora, es menos demagógica que la generación de servicios sociales. Mantiene una garantía de acceso al dinero para los ciudadanos, que por lo mismo no tienen que esperar la panacea en manos de un grupo político. No favorece el servilismo, sino al contrario. Propicia la subsistencia. No iguala las condiciones de la fortuna, pero sí acerca mejor los modos de vida que se dan en los extremos, más allá de esa dialéctica de la transformación en la prosperidad del progreso. Así podría usarse mejor un dinero que se gasta actualmente no sólo en sueldos de servidores públicos (que ellos también requieren de un sueldo) sino en programas sociales parciales y miopes, recursos para partidos políticos, ilusiones educativas, becas mal empleadas, etc.

El problema de la subsistencia no es llegar a ser libre, quitarse el nombre de don nadie. No llegar a la ilusión que el rouseaunianismo académico nos impuso: esa igualdad en donde hasta el progreso intelectual esconde una deformación. A fin de cuentas, la economía, en todos sus niveles, apela, en último grado, a la inteligencia personal. Fuera de los niveles en que las bolsas de valores y los bancos operan, hay causas humanas para el crecimiento. No se debe a fuerzas invisibles únicamente. El mercado es un escenario de deseos y satisfacciones. Así, el enfoque de los mercados internos se vuelve central: los satisfactores que no encontramos en nuestra propia producción serán sólo fantasmas proyectados en esa pizarra abstracta de los escenarios mundiales.

Tacitus

Riesgo y necesidad

Riesgo y necesidad

 

La paz como efecto del comercio es una idea que se remonta a Montesquieu. El desarrollo de las naciones, pensaba él, hará que los hombres reconozcan tarde o temprano que la paz es más favorable a la prosperidad que la ausencia de ella. En la medida en que el comercio llega a ser la fuente de la prosperidad, pudo haber asegurado, cundirá el convencimiento de la necesidad de la paz. Tras esa resignificación de la paz –pax oeconomica– se oculta una resignificación de la guerra –la guerra como lucha- y una reinterpretación de la praxis: la hacienda, lo que hay que hacer para la propia prosperidad. Cuando ta prágmata es lo que hay que hacer, la praxis ya no es política.

A partir de esto, podemos hablar de una paz no-política, casi de una regulación administrativa, del gobernante como administrador. Las reglas de la administración se conocen como funciones -¿habrá sido primero el uso técnico o el uso matemático?- y su ejercicio como aplicación de las reglas. Por eso el administrador “justifica” sus decisiones en función de lo que hay que hacer, de la necesidad, de la supervivencia. Ninguna decisión del administrador puede cancelar la supervivencia. Ninguna medida administrativa distiende la tensión superviviente.

Ser administrado, por su parte, es ser superviviente, vivir de lo que hay que hacer. No por nada en los reclamos contra la mala administración la necesidad es el centro. Los límites de la explotación, el agravio acumulado y la lucha de clases son las fórmulas de la perentoriedad del administrado, los nombres profesionales de la supervivencia. La indignación del administrado no es política, sino económica, y en tanto tal es irresoluble. (Además, la indignación política y moral no es cuantificable, así como los agravios morales no son acumulables: nunca hay tantas injusticias que justifiquen injusticias). La vida económica es lo que hay que hacer. Tras ello, siendo imposible la virtud, sólo queda la lucha o la desesperación, la paz burguesa o la esperanza vana.

Creo que, considerando lo anterior, nuestra pregunta no debe buscar lo que hay que hacer, sino lo que es bueno hacer. Pensar la política en términos morales nos permite reconocer la inmensa pérdida que significa pensarla en términos de necesidad. No es el virtuoso quien necesita ser virtuoso, o quien ha alcanzado un estado especial que lo distingue de los otros, sino quien decide actuar conforme a la virtud, virtuosamente. Actuar virtuosamente no es una consecuencia necesaria, sino el resultado de cada caso. El virtuoso no es perfecto, sino que su actuar es acorde a la perfección. El virtuoso puede errar, así como el vicioso puede esforzarse por la virtud: el perdón y el arrepentimiento son posibilidad de la virtud. Tanto la paz como la guerra, cuando son políticas, involucran al vicio y a la virtud, y por ello es conveniente buscarlas. La política, como actividad del hombre libre, es el riesgo constante de la tiranía.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Interesante historia la que presentó el diario Vanguardia el pasado domingo: un pueblo destruido por las intenciones mercantiles del hombre más rico de México, hombre al que ya se promueve como candidato a la presidencia. El progreso económico está en guerra contra lo pequeño. 2. Mexicanos contra la Corrupción publicó una investigación sobre el conflicto de intereses de algunos de los defensores del impuesto a las gasolinas. Específicamente menciona al secretario de Energía y al titular de Profeco. En el negocio de las gasolinas aquí investigado también se encuentran familiares del presidente Peña. ¡México adelante!3. En Animal Político evaluaron cada una de las afirmaciones del mensaje de año nuevo del presidente Peña. Las cosas buenas casi no se cuentan, pero las mentiras sí, se cuentan y se contabilizan, señor presidente. 4. Es común escuchar que no hay crítica al gobierno por parte de los neoliberales, por ello vale la pena leer «Cuando el gobierno roba», del neoliberal Leo Zuckermann. 5. En la semana se filtró con insistencia a los medios de comunicación un documento que, supuestamente, contenía parte de la investigación oficial en torno a los organizadores de los saqueos de los días anteriores. El documento es una muestra de la profesionalidad de la inteligencia mexicana. Si, por ejemplo, Animal Político y Carlos Puig comentaron los eventos, la inteligencia mexicana los ubica como instigadores. Si Andrés Manuel López Obrador, Gerardo Fernández Noroña y Mario Delgado publicaron en sus redes sociales una opinión adversa al impuesto a las gasolinas, ¡claramente están llamando a saquear Elektra! O la inteligencia mexicana es estúpida, o quisieron aprovecharse del sospechosismo popular para avanzar la censura de las redes, o, como lo sugiere Martha Anaya, el asunto es un conflicto interno de la Segob: el modo en que el equipo de Osorio Chong golpea a Renato Sales. 6. Y por último, una aclaración: me han preguntado varias veces en los últimos dos días qué pienso del reportaje que circula con profusión en redes sociales (me dicen que circula principalmente en whatsapp) sobre el saqueo secreto de Enrique Peña Nieto a la CFE y a Pemex. Contesto: pienso que debemos leer bien y más allá del encabezado. El reportaje, que no es malo, de Manuel Hernández Borbolla para The Huffington Post México señala que durante las administraciones de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto se tomaron recursos de ambas empresas para subsanar las finanzas públicas, ojo, por ambas administraciones, no por Peña Nieto. De hecho ambas administraciones han reconocido el uso del patrimonio de las dos empresas y en el marco actual del incremento de precios se alega como necesario porque ese uso de patrimonio para solapar los problemas de las finanzas públicas ya no será posible. Hay que leer más allá del título, pues. Acá el reportaje.

Coletilla. “Dios jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón”. Francisco, papa.