El Jardín de Adán

Antes de juzgar la labor del jardinero como un trabajo fácil, o indigno por exigir un constante contacto con la tierra, habrá que preguntar a Adán si el cuidado de un jardín es efectivamente un quehacer sencillo.

Como único habitante capaz de darnos razón sobre las maravillas que componen al jardín más famoso del mundo, él nos podrá decir si lo que ahí se encuentra es digno de ser observado constantemente. Es verdad que Adán no sembró el jardín en el que vivía antes de conocer la paternidad, pero también lo es que lamentó amargamente la pena de tener que abandonarlo.

Pero aún cuando no sembró el jardín sí cultivó sus frutos, sí los nombró y cuidó de todo lo que en él había, estaba realizando un buen trabajo hasta que dejó de ver el jardín completo por concentrarse sólo en la presencia de un árbol.

Hay quienes son injustos con el jardinero que colocó a Adán en el jardín, dicen que su capacidad para cuidarlo era poca y que la responsabilidad que implicaba dicho cuidado era demasiada para los frágiles hombros del hombre que saliera del barro.

Pero la confianza del jardinero en el cuidador no es vacía, ni está llena del amor que ciega a los padres que ven en sus hijos un cúmulo de perfecciones y ninguna ausencia de las mismas, aún cuando Adán debió salir del Edén, éste sigue llevando algo del mismo consigo.

Eso que lleva con él, es lo que le hace sentir nostalgia por el jardín, y es lo que hace que sus descendientes pretendan tenerlo cerca, aun cuando no se han mostrado del todo dignos de regresar al mismo, y que siempre realicen ensayos para traer de nuevo las delicias del jardín a su lado.

Lo que no ven quienes pretenden esto último es que es imposible tener a la mano un bello jardín cuando se ha despreciado a todas luces el trabajo del jardinero, y sólo se confía en quien incapaz de cuidarlo debió dejarlo por su interés en contemplar otras cosas que van mucho más allá del Edén mismo.

Maigo.

Hábitos y Condena

 

Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos, y se hicieron unos taparrabos cosiendo unas hojas de higuera.

Gen. 3,7

La acción diaria dice de nosotros lo que somos, de ahí que debamos ser cuidadosos al comenzar el día, pues lo que vamos haciendo en el trascurso del mismo irá mostrando lo que hemos sido hasta el momento y en cierto modo va dibujando lo que haremos al día siguiente.

Hay quien ve esto como una exageración y señala que los actos que se llevan a cabo diariamente no han de cambiar en nada el curso de nuestras vida, pero no se trata aquí de pensar en grandes cambios, no todos los días nos encontramos con la posibilidad de comer el fruto prohibido, y no todos los días se abre el paso franco a la muerte, al dolor y al trabajo; no, ahora lo importante pensar es en los actos que se llevan a cabo todos los días, aquellos que por ser cotidianos nos dicen quienes somos.

Cuando Adán se encontraba en medio del jardín del Edén tenía un solo trabajo, debía cuidar del jardín y nombrar a las creaturas que en él se encontraban, colocar un nombre es algo fundamental si es que lo pensamos bien, y no sólo porque de ahí en adelante lo nombrado sea denominado de una manera y no de otra, sino porque hace del ser que nombra un ser que conoce y toma en cuenta lo nombrado.

Si Adán deja de nombrar a lo que hay en el Edén éste corre el peligro de olvidar lo que ahí se encuentra, de no tomarlo en cuenta y de descuidarlo en todos los sentidos posibles. La acción diaria de Adán lo hace ser habitante y protector, al mismo tiempo que corona de la creación.

Si pensamos un poco sobre el cambio que recibe la actividad de Adán cuando éste ha probado el fruto de la ciencia, entonces quizá alcancemos a comprender por qué el hombre ya no podía continuar viviendo ahí. El conocimiento que pudieran obtener Adán y Eva una vez que comieron del fruto prohibido cambió en algo su hacer diario, su hacer de todos los días, lo que podía ser visto por Dios ahora había sido abandonado y cambiado por otro, uno que ambos decidieron ocultar por vergüenza.

Viéndolo así, el pecado que cometieron Adán y Eva no fue el de haber comido de un fruto prohibido, sino el de haber abandonado su diario hacer para cambiarlo por otro. Antes de comer Adán se dedicaba a nombrar y a cuidar de la creación, después de hacerlo se ocupó de notar cuán desnudo estaba, lo que significa simple y llanamente que cambió la dirección de su mirada y por ende sus preocupaciones diarias, es decir, cambió él y con ese cambio se hizo indigno de permanecer en el paraíso.

Considerando las graves consecuencias de un ligero cambio de dirección en la mirada, y de unos instantes realizando una actividad que no es la propia de la vida que se supone queremos conservar, no puede dejar de resultar mucho más curioso que haya quien vea a la vida como un cúmulo de momentos claves y traumáticos, y no como un continuo suceder de movimientos, todos determinados por la acción que se va decidiendo en cada instante.

Maigo.