Quien triunfa
Nada más peligroso que la autoestima, ésa que nos afirma contra todo, incluso contra la verdad. El hombre de hoy no sólo no duda de su capacidad, sino que duda de la veracidad. No soy yo el que está mal, es el mundo. Egoístas castrados de reflexión no pueden volverse contra sí mismos para ver en el espejo el esperpento que están creando. Y si acaso voltean, el espejo está mal colocado, habrá que buscar el ángulo correcto donde la reflexión los favorezca. La técnica se vuelve aliada de la razón, y la mentira no parece mentira siempre que la pronuncie yo. De esto viene a resultar que el miedo al fracaso no es otra cosa más que una conspiración contra mi persona. El miedo al fracaso y la autoestima son la razón de un esquizofrénico, de un loco enfermo de cordura, de aquel que sabe atar tan bien los cabos, que nada, ni el zumbido de la mosca pasa desapercibido. Por otro lado está el que no le puede temer al fracaso pues ni siquiera intenta algo, por aceptarse incapacitado para ello. Ambos son vicios de la reflexión: uno es el enfermo de razón; el otro es el sosegado de espíritu. Pero ambos comparten la genealogía de su mal. Ninguno niega o duda de su persona.
El primero es el caso más temible, mientras que el segundo el más lamentable. Aquel que está enfermo de razón y en todo encuentra una explicación lógica, es el que ha decido no permitirle la entrada al misterio ni al azar. Su mundo es perfectamente explicable, tiene todos los síntomas de haber absorbido el infinito… cuando quiera desahogarse el mar lo hará zozobrar a diferencia del poeta que mira desde la orilla su propio dolor inabarcable. El otro caso es el del hombre que no mueve ni un ápice de su alma para saber algo. Sólo sabe que no puede saber nada. Si el otro peca de infinito, éste peca de miseria. Sus músculos se atrofiaran en el seno de la calma de la inexistencia. Se niega a sí mismo para afirmarse humilde. No reconoce su tragedia, ya que para eso hay que tomar una justa distancia de lo que somos. Para este hombre el destino es no saber y fracasar como prueba del heroísmo que corre por sus venas.
Ambos hombres niegan al mundo, uno enfermo de lógica; el otro desde la sumisa pedantería. Sólo el filósofo, el poeta o el sencillo de corazón pueden vivir felices y conocer quiénes son. Pues siempre irán atribulados, viendo que las respuestas se les escapan, pero fieros amantes irán a cazar las respuestas con juguetona inocencia. Y saldrán al mundo, no se encerraran en él ni con él, ni a él, cual grandes inquisidores. Buscarán al mundo en sí mismos y con otros hombres, y recorrerán países para aprender de las costumbres de otros hombres, y cuando lleguen a la playa o cabaña desde donde emprendieron el viaje, podrán verse a los ojos y decir, algo supe de mí, porque jamás dude que habría una verdad allá afuera, y de mí siempre dudé. Éste es el hombre cuerdo, sano, normal, el que va a cuestas con sus preguntas, pero ríe de ver el mundo entero por un instante.
Javel