Salvífica amistad

Para ti que eres bueno, y especialmente para RAM.

La amistad es una práctica constante, en ese sentido es un hábito que caracteriza a quien es amistoso. El amistoso procura a los demás porque en ellos ve lo que hay de valioso en el hombre, y lo que hay de valioso en el hombre es el alma. Quien niega al alma se niega a los placeres de la misma, tales como el diálogo y el deseo de conocer al otro que anima a la amistad, así pues, quien niega al alma se niega a sí mismo la experiencia amistosa de compartir con el otro la conversación que trasciende, y ésta es así porque para llevarse a cabo es necesario ir más allá de la individuación que también le es propia al hombre.

Tiene sentido que no haya amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos, si pensamos que en la amistad se realiza lo más perfecto del alma, es decir, la posibilidad de salir de sí mismo dejando a un lado el encierro que trae consigo el egoísmo.

Quien niega el alma, niega el carácter amistoso del hombre, y quien esto niega se condena por completo a la soledad, al negar al amigo la posibilidad de salvarse en el servicio al otro se pierde y ante ante tal pérdida la única salida es la extinción de la vida.

 

Maigo.

Adendum. He de agradecer a mis amigos por ser cuerda de salvación y no permitir que me perdiera en la tristeza que trae consigo el egoísmo.

Egoismo

No es tu amor propio el que me ahuyenta, es el mío el que se alimenta con tus actos.

 

Maigo.

 

Adendum: La muerte de Juan Gabriel ha servido para que se haga una clara muestra de la intolerancia que nos rodea, algunos, sus seguidores no soportan las críticas ácidas de quienes son sus detractores. Mientras que los otros montados en discurso que también defiende la tolerancia aprovechan para mostrar cuan intolerantes son con aquellos que no comparten sus afecciones. Al final, seguidores y detractores acaban quejandose de lo mismo que culpan a los demás.

 

 

Susurro infernal

Susurro infernal

Ocurre tan seguido que no es nada extraño que las personas piensen en aislarse del resto del mundo. Guerras aquí, maltratos allá, desaparecidos. El poder sigue siendo el acicate agridulce de los déspotas, pero el martirio de los inocentes. Los aparentes fragmentos que van dejando las dentelladas rabiosas del crimen no dejan de punzar en el sentimiento colectivo. El mal desprende la unidad que es el bien. Lo más sensato sería aislarse del mal, para que el resto del bien que aún nos queda siga entre nosotros.

Mientras a mí no me pase, mientras yo y los míos estemos seguros, protegidos, lo demás qué importa. Esta máxima del actuar moderno es el susurro que la serpiente azuza en el alma de los hombres. Las argucias de la malvada quieren deshilar la relación que hay entre el hombre y el bien; ella sabe que no se puede resquebrajar el árbol que da frutos, pero se puede alejar a los hombres de esa sombra paternal. Perdido el rebaño, es fácil hacer que se olviden del bien como eterna unidad.

Por eso bien se dijo que el mal es la ausencia del bien, o el olvido de éste. Pero el bien no puede ser destruido, fragmentado. Esto quiere decir que el bien siempre ahí sigue, como promesa de lo venidero. Si el mal es ausencia del bien, lo que sigue es reconciliarnos con él. El sentimiento y la idea que nos genera la ausencia nos incita a buscar. Es por esto que se hace patente el volver a pensar al bien como uno solo, como un cuerpo que no puede ser desmembrado por más que lo martiricen. El bien es unidad no sólo porque esté todo junto, sino porque puede, verdaderamente, unir.

Buscar aislarse del mundo es estar bajo los encantos de la sierpe. Es soportar el mal sabiendo que la luz que es el bien un día se extinguirá. Pero así quedamos solos, temerosos, en posición de quien lucha y espera el último golpe. Es peor si somos varios bajo el influjo de la serpiente, pues así, únicamente estaremos esperando la traición por cualquier costado. El poder seguirá siendo el acicate agridulce de los déspotas si no buscamos el bien unificador en la promesa del que viene: en nuestro hermano el hombre. Si la serpiente gana, ya no habrá inocentes que salvar, no habrá paz que heredar.

Javel

Desesperanza

El amor mal entendido termina colgado del árbol de la desesperanza.

 

Maigo

 

Castigo sin fin

Castigo sin fin

Sentimos encoger el corazón ante la sentencia condenatoria, algunos con aceptación y otros con renuencia, pero inevitablemente, siendo inocentes o culpables, el castigo nos apresa sólo a nosotros. El castigo más común es ser aislado de los que viven bien, para ser recluido con los que han decidido vivir mal. El castigo será la seña del que actuó mal para vivir mal. El hombre malvado ha de vivir escondiéndose para no ser marcado, o encubriendo su marca, pues la señal imborrable cierra puertas y ventanas.

Cuando vivir en comunidad actuando del mejor modo posible para que los demás y yo vivamos deseando el bien, el aislamiento es el peor de los castigos, ya que se nos aleja de la posibilidad de vivir bien. Solos, sin la mejor compañía, sin las palabras del otro, es muy fácil perderse guardando rencor, que no culpa. Los presidiarios guardan rencor, pues no creen que alguien los espere. Y si no vuelven a delinquir, no es por consideración a los otros, sino por recelo a los demás, no me vayan a quitar mi libertad otra vez, se dicen.

Pero el castigo ya no es problema para el hombre que desea el mal, pues en el mal del otro encuentra su placer y comodidad. Le molesta ser alejado de los demás, pues ya no habrá de quién aprovecharse. El castigo no es un reformatorio, es un atentado contra lo más alto que puede tener un hombre: pasión y poder para hacer lo que se quiera: su libertad.

Cuando el castigo lo padece olvidado en las sombras del egoísmo un hombre, la felicidad ya no vuelve a aparecer para nadie. El castigo sin comunidad que tiende al bien no tiene sentido.

Javel

Lobos solitarios

Hay quienes como Hobbes se esconden tras su caperuza, buscando inútilmente el escondite perfecto mientras son devorados por el lobo que habita en el desierto de su corazón.

Maigo

Ética Provisional

Frágil, cual cristal, es la dicha del hombre que centra sus esfuerzos en mantenerse con vida a costa de la vida misma.

Maigo.