Filantropía y caridad

Los problemas de la democracia bien podrían resumirse en problemas del poder, pues la democracia es el régimen en el que a todos está asegurada la libertad de poder hacer lo que les plazca. Un poder bien repartido es, idealmente, el mejor panorama democrático. El establecimiento de límites al poder es, al final, el programa de manutención de toda democracia. Siendo así, es evidente la oposición de la democracia moderna a la mayor virtud política del mundo antiguo: la magnanimidad. No tan evidente, en cambio, es que la virtud del mundo moderno –la filantropía- plantea en cuanto tal un problema de poder.

         El ascenso de la filantropía es inversamente proporcional a la autonomía del individuo y va ligado directamente con la invención del empleo y la escasez. El primer paso para llegar a la filantropía fue la cancelación de la esclavitud, ocultando la substitución de una relación social por una relación económica; i.e. el nacimiento del empleo. El empleador se emplaza como un benefactor del escaso, del que no puede subsistir por sí mismo. En segundo lugar, para justificar la escasificación del otro, el empleador, o su ideólogo, postula a la prosperidad como fin equitativo, el empleado vive en la escasez con la promesa de alcanzar la igualdad de su empleador cuando la prosperidad llegue: el empleo viene a ser un mal necesario. Instauradas la libertad y la igualdad, la fraternidad ha de asegurar que los beneficios de los primeros en llegar a la prosperidad toquen a todos, ¡y aparece la filantropía!

         Secreto de la filantropía moderna es que entraña la necesidad de obtención de un poder tal que desde arriba permita beneficiar al otro. El filántropo debe ser superior al otro, debe saberse superior, debe mostrarse superior; pero no puede sentirse mal por ello, porque el otro también podrá ser superior, en su momento, haciendo fila, cuando el tiempo llegue. La libertad moderna, por decreto, es instantánea; la igualdad, por promesa, es paulatina; la fraternidad es económica.

         La tríada de principios que caracterizan al mundo moderno se plantean en clara oposición a las virtudes teologales, y la diferencia entre la filantropía y la caridad es lo que, más sencillamente, nos permite notarlo. Ningún empleo es caritativo; pero hay trabajos que sí lo son. El acto filantrópico, lo mismo que emplear a alguien, es un acto de poder; el acto caritativo, en cambio, es un acto de impotencia. Promover la filantropía en lugar de la caridad es reburujar problemas para la democracia.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011. 11821 ejecutados al 9 de diciembre.

 

Escenas del terruño. Mucha ha sido la chanza contra la incultura de nuestros políticos durante la semana, desde el desliz de Enrique Peña Nieto (¿alguien se acuerda de Montiel?) y el desplante de su hija, hasta la desaprovechada oportunidad de Ernesto Cordero para mostrarse superior a Peña (¿alguien se acuerdo de Montiel?); como si nuestros políticos fuesen de lo peor. Pero ayer volvió mi esperanza, haciéndome pensar que no son malos, sino que somos nosotros quienes no sabemos escucharlos, pues nuestros políticos hablan esotéricamente, ¿o no es eso lo que se infiere del chascarrillo de José Ángel Córdova Villalobos al decir que uno de los libros de política que lo han inspirado es El principito de Maquiavelo? ¡Cachetada con guante blanco al realismo político!

Coletilla. “Lo que natura no da, Televisa no presta”. Catón (Armando Fuentes Aguirre) sobre el affaire Peña Nieto (¿alguien se acuerda de Montiel?).

Efectividad y productividad

El mundo moderno está en guerra contra lo pequeño y llama progreso a su campaña de exterminio. Prometiendo un futuro mejor, el progreso va erradicando paulatinamente las posibilidades del trabajo ―ejercicio libre y autónomo―, substituyéndolas por infinitas posibilidades de empleo. No ha de ser misterio, sin embargo, que la finitud del mundo hace imprudente la promesa de infinitud de empleos, imprudente aunque creíble, que no es otra cosa la proliferación desmedida de empleos improductivos. Lo malo no es que sean improductivos, es que además son inefectivos.

         Efectividad es un término incorporado al diccionario de la lengua en 1869, y nombra a la condición mediante la cual se adquiere realidad; por su parte, productividad, cuya primera aparición sospecho en 1864 (año de la edición en español de los Elementos de economía política de José Garnier), comienza a usarse de manera popular a partir de 1954, incorporándose al diccionario de la lengua en 1970, y nombra la capacidad de producción por unidad de trabajo. Actualmente, en el ámbito de las discusiones de tema laboral prima el segundo término sobre el primero, ocultando con ello la posibilidad de un trabajo alegre. De alguna manera nos ayuda a pensarlo Liu Yu Hsi, poeta chino de finales del siglo VIII e inicios del IX:

Siempre he lamentado que nuestras

palabras fueran tan triviales

y nunca igualasen la profundidad

de nuestros pensamientos.

Esta mañana nuestros ojos se han

encontrado y cien emociones

han corrido por nuestras venas.

Notemos el inicio del poema. Vemos ahí al poeta insatisfecho con sus decires, porque sabe que la magia del poema es atrapar, en breves instantes fugitivos y entre las todavía más estrechas líneas de los sutiles versos, los momentos y los instantes en los que la vida, amalgama polícroma de voces, se deja ser vivida y nos deja vivirnos en ella. Cuando el poema se logra, el acto poético es efectivo, y permite al poeta vivir más vivamente la vida, así como el lector que se recrea al leerlo vive más, se realiza. Cuando el poema, en cambio, no se logra, la vida se entorpece, se frustra. Podría el poeta formar su obra de muchas producciones inefectivas, entorpeciendo la vida y haciéndola difícil de llevar, haciéndole al lector el mal favor de atiborrar el mundo, de entorpecerle su paso por él.

         De manera semejante al poeta, el trabajo en cuanto tal ha de buscar la efectividad, la posibilidad de ser más real. Cuando no pasa así, el trabajo se vuelve una pena que nos resta realidad, que nos hace vivir en la penuria de la escasez. El empleo nos resta la posibilidad de realizarnos, pues nuestra actividad depende de otro, pero no la cancela. Disminuye más la posibilidad de la efectividad cuando los empleados son más, porque hay más producciones inefectivas que saturan nuestro mundo y nos oprimen. Y todavía es más difícil volvernos reales cuando los empleados son muchos e improductivos, pues nos entorpecemos los unos a los otros estropeándonos la vida. Sin embargo, es ideal moderno que algún día todos nos estorbemos tanto que no tengamos posibilidad de movernos y hasta nuestro sitio la gran maquinaria del Estado nos dé la paga merecida por estorbar.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011. 11635 ejecutados al 2 de diciembre.

 

Escenas del terruño.  El show man, profesor Humberto Moreira, nos puede decir cómo es que un acto de magia ―ocultar y maquillar la contratación de créditos multimillonarios con papelería falsa durante su gestión como gobernador de Coahuila― terminó ayer en la rutina cómica de un payaso sin gracia ―poniendo sus esperanzas en un encubridor de ratas (¿alguien todavía se acuerda de Montiel?) que quiere ser presidente, y denunciando, en una rara mezcla de dos impresentables López: Portillo y Obrador, una guerra mediática―. ¡He aquí el nuevo PRI: más corrupto, ridículo y envaselinado que nunca!

 

Coletilla. Ya inició diciembre y el peligro volvió a nuestra ciudad, pues han comenzado a circular nuevamente las camionetotas con cuernos que, según científicos de la Journal of Transit Authority, vuelven más violentas a las hijas de Elba Esther que las conducen.