Trabajo y comunidad.

El trabajador tiene fe en que su hacer diario dará fruto, y por eso ofrenda lo que es todos los días. El emprendedor, en cambio, de crédito a la idea de que algún día dejará de trabajar y por eso se guarda de la vista de los demás.

Maigo.

La dignidad del trabajo.

Tenemos la idea de que el trabajo dignifica, es decir, que nos hace más plenos en tanto que nos ayuda a actualizar todas nuestras potencias. Admiramos  al trabajo y en espacial al trabajador, y esta admiración y beneplácito se expresa en el constante discurrir de elogios con los que bañamos a quienes trabajan.

Así pues, decimos que alguien es muy trabajador cuando le vemos constantemente en movimiento, y cuando tal movimiento tiene como finalidad la producción de algo, decimos que se ve cuando alguien es trabajador inclusive cuando no le vemos, pues aquello que produce se encarga de mostrar su presencia en el mundo, aun si el elogiado no está presente.

Nuestro aprecio al trabajo es tal que vemos una gran diferencia entre el trabajo y el empleo, al grado de que decimos que aquel que está empleado se evita tener que trabajar, es decir, se hace a un lado cuando se torna necesario dar cuenta de lo producido, de este modo vemos que quien trabaja es responsable de lo que produce y hace, mientras que el empleado enajena su responsabilidad al limitarse a obedecer las instrucciones que le ha dado su empleador.

Hasta aquí parecen fácilmente reconocibles las bondades del trabajo, pero si vemos con algo de cuidado notaremos que tales bondades no se encuentran en el trabajo mismo, sino en aquello que llega como resultado del mismo, como actualiza nuestras potencias el trabajo es bueno en tanto que nos hace mejores, entendiendo lo mejor como lo habilidoso, quien trabaja todos los días se torne hábil para aquello que trabaja; en tanto que el trabajo se aprecia en lo que se produce con el mismo vemos que el trabajo es bueno porque nos permite perpetuar nuestra presencia en el tiempo y en el espacio.

Debido a sus bondades decimos que trabajar es bueno, y cuando afirmamos esto nos fijamos más en lo que produce, pues quien valora el trabajo en buena medida valora la posibilidad de inmortalizarse y por ello ve a quien no trabaja o a quien trabaja lentamente como seres que pierden el valioso tiempo.

El juicio que hacemos sobre el trabajo y en especial sobre el trabajador, no es tan simple como parece a primera instancia, porque decimos que hay trabajos mejores que otros lo que supone una comparación entre aquello que produce más y mejores cosas y lo que no, de modo que mal trabajo será aquel que sea lento para producir, aún siendo generoso con nuestra alma.

Buen trabajo será aquel que nos exige producción y por tanto movimiento, pero desde nuestro particular modo de ver, modo determinado por nuestra cualidad de seres efímeros, la buena producción y el buen movimiento serán aquellos que perpetúen nuestra estancia en el mundo, lo que nos exige cierta responsabilidad, en tanto que lo producido es algo nuevo. Del mismo modo el mal trabajo será el trabajo improductivo, es decir, será el trabajo que sólo supone movimiento en el alma, que por ser invisible no ayuda en nada con la finalidad de perpetuarse en el tiempo o en el espacio.

Decimos que el trabajo es algo que dignifica al hombre, y para hacerlo suponemos en primera instancia que el hombre no tiene dignidad en sí mismo, sino que ha de alcanzarla o construirla mediante su constante hacer y producir en el mundo, pero no aceptamos como hacer en el mundo aquello que no crea algo nuevo y tangible. De ahí que ni el empleado que reproduce la creación de otro ni aquel que mueve sólo el alma mostrándose así inmóvil sean seres calificados como criaturas sin dignidad que pierden el tiempo en tanto que están inmóviles, los primeros mantienen inmóvil el alma aunque mueven su cuerpo, y los segundos no se muestran como seres activos en tanto que se preocupan más por mover el alma y no tanto al cuerpo.

 

Maigo.

Filantropía y caridad

Los problemas de la democracia bien podrían resumirse en problemas del poder, pues la democracia es el régimen en el que a todos está asegurada la libertad de poder hacer lo que les plazca. Un poder bien repartido es, idealmente, el mejor panorama democrático. El establecimiento de límites al poder es, al final, el programa de manutención de toda democracia. Siendo así, es evidente la oposición de la democracia moderna a la mayor virtud política del mundo antiguo: la magnanimidad. No tan evidente, en cambio, es que la virtud del mundo moderno –la filantropía- plantea en cuanto tal un problema de poder.

         El ascenso de la filantropía es inversamente proporcional a la autonomía del individuo y va ligado directamente con la invención del empleo y la escasez. El primer paso para llegar a la filantropía fue la cancelación de la esclavitud, ocultando la substitución de una relación social por una relación económica; i.e. el nacimiento del empleo. El empleador se emplaza como un benefactor del escaso, del que no puede subsistir por sí mismo. En segundo lugar, para justificar la escasificación del otro, el empleador, o su ideólogo, postula a la prosperidad como fin equitativo, el empleado vive en la escasez con la promesa de alcanzar la igualdad de su empleador cuando la prosperidad llegue: el empleo viene a ser un mal necesario. Instauradas la libertad y la igualdad, la fraternidad ha de asegurar que los beneficios de los primeros en llegar a la prosperidad toquen a todos, ¡y aparece la filantropía!

         Secreto de la filantropía moderna es que entraña la necesidad de obtención de un poder tal que desde arriba permita beneficiar al otro. El filántropo debe ser superior al otro, debe saberse superior, debe mostrarse superior; pero no puede sentirse mal por ello, porque el otro también podrá ser superior, en su momento, haciendo fila, cuando el tiempo llegue. La libertad moderna, por decreto, es instantánea; la igualdad, por promesa, es paulatina; la fraternidad es económica.

         La tríada de principios que caracterizan al mundo moderno se plantean en clara oposición a las virtudes teologales, y la diferencia entre la filantropía y la caridad es lo que, más sencillamente, nos permite notarlo. Ningún empleo es caritativo; pero hay trabajos que sí lo son. El acto filantrópico, lo mismo que emplear a alguien, es un acto de poder; el acto caritativo, en cambio, es un acto de impotencia. Promover la filantropía en lugar de la caridad es reburujar problemas para la democracia.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011. 11821 ejecutados al 9 de diciembre.

 

Escenas del terruño. Mucha ha sido la chanza contra la incultura de nuestros políticos durante la semana, desde el desliz de Enrique Peña Nieto (¿alguien se acuerda de Montiel?) y el desplante de su hija, hasta la desaprovechada oportunidad de Ernesto Cordero para mostrarse superior a Peña (¿alguien se acuerdo de Montiel?); como si nuestros políticos fuesen de lo peor. Pero ayer volvió mi esperanza, haciéndome pensar que no son malos, sino que somos nosotros quienes no sabemos escucharlos, pues nuestros políticos hablan esotéricamente, ¿o no es eso lo que se infiere del chascarrillo de José Ángel Córdova Villalobos al decir que uno de los libros de política que lo han inspirado es El principito de Maquiavelo? ¡Cachetada con guante blanco al realismo político!

Coletilla. “Lo que natura no da, Televisa no presta”. Catón (Armando Fuentes Aguirre) sobre el affaire Peña Nieto (¿alguien se acuerda de Montiel?).

Efectividad y productividad

El mundo moderno está en guerra contra lo pequeño y llama progreso a su campaña de exterminio. Prometiendo un futuro mejor, el progreso va erradicando paulatinamente las posibilidades del trabajo ―ejercicio libre y autónomo―, substituyéndolas por infinitas posibilidades de empleo. No ha de ser misterio, sin embargo, que la finitud del mundo hace imprudente la promesa de infinitud de empleos, imprudente aunque creíble, que no es otra cosa la proliferación desmedida de empleos improductivos. Lo malo no es que sean improductivos, es que además son inefectivos.

         Efectividad es un término incorporado al diccionario de la lengua en 1869, y nombra a la condición mediante la cual se adquiere realidad; por su parte, productividad, cuya primera aparición sospecho en 1864 (año de la edición en español de los Elementos de economía política de José Garnier), comienza a usarse de manera popular a partir de 1954, incorporándose al diccionario de la lengua en 1970, y nombra la capacidad de producción por unidad de trabajo. Actualmente, en el ámbito de las discusiones de tema laboral prima el segundo término sobre el primero, ocultando con ello la posibilidad de un trabajo alegre. De alguna manera nos ayuda a pensarlo Liu Yu Hsi, poeta chino de finales del siglo VIII e inicios del IX:

Siempre he lamentado que nuestras

palabras fueran tan triviales

y nunca igualasen la profundidad

de nuestros pensamientos.

Esta mañana nuestros ojos se han

encontrado y cien emociones

han corrido por nuestras venas.

Notemos el inicio del poema. Vemos ahí al poeta insatisfecho con sus decires, porque sabe que la magia del poema es atrapar, en breves instantes fugitivos y entre las todavía más estrechas líneas de los sutiles versos, los momentos y los instantes en los que la vida, amalgama polícroma de voces, se deja ser vivida y nos deja vivirnos en ella. Cuando el poema se logra, el acto poético es efectivo, y permite al poeta vivir más vivamente la vida, así como el lector que se recrea al leerlo vive más, se realiza. Cuando el poema, en cambio, no se logra, la vida se entorpece, se frustra. Podría el poeta formar su obra de muchas producciones inefectivas, entorpeciendo la vida y haciéndola difícil de llevar, haciéndole al lector el mal favor de atiborrar el mundo, de entorpecerle su paso por él.

         De manera semejante al poeta, el trabajo en cuanto tal ha de buscar la efectividad, la posibilidad de ser más real. Cuando no pasa así, el trabajo se vuelve una pena que nos resta realidad, que nos hace vivir en la penuria de la escasez. El empleo nos resta la posibilidad de realizarnos, pues nuestra actividad depende de otro, pero no la cancela. Disminuye más la posibilidad de la efectividad cuando los empleados son más, porque hay más producciones inefectivas que saturan nuestro mundo y nos oprimen. Y todavía es más difícil volvernos reales cuando los empleados son muchos e improductivos, pues nos entorpecemos los unos a los otros estropeándonos la vida. Sin embargo, es ideal moderno que algún día todos nos estorbemos tanto que no tengamos posibilidad de movernos y hasta nuestro sitio la gran maquinaria del Estado nos dé la paga merecida por estorbar.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011. 11635 ejecutados al 2 de diciembre.

 

Escenas del terruño.  El show man, profesor Humberto Moreira, nos puede decir cómo es que un acto de magia ―ocultar y maquillar la contratación de créditos multimillonarios con papelería falsa durante su gestión como gobernador de Coahuila― terminó ayer en la rutina cómica de un payaso sin gracia ―poniendo sus esperanzas en un encubridor de ratas (¿alguien todavía se acuerda de Montiel?) que quiere ser presidente, y denunciando, en una rara mezcla de dos impresentables López: Portillo y Obrador, una guerra mediática―. ¡He aquí el nuevo PRI: más corrupto, ridículo y envaselinado que nunca!

 

Coletilla. Ya inició diciembre y el peligro volvió a nuestra ciudad, pues han comenzado a circular nuevamente las camionetotas con cuernos que, según científicos de la Journal of Transit Authority, vuelven más violentas a las hijas de Elba Esther que las conducen.