Un boquete
se abre en mi cabeza
y un cansancio
que no es fatiga
mis piernas somete.
El cuerpo es una carga,
pesa y se arrastra,
se venga el alma;
maldita fiebre.
"Una docena de años viendo cómo se parten por docenas otras cosas en el mundo"
Un boquete
se abre en mi cabeza
y un cansancio
que no es fatiga
mis piernas somete.
El cuerpo es una carga,
pesa y se arrastra,
se venga el alma;
maldita fiebre.
Quien triunfa
Nada más peligroso que la autoestima, ésa que nos afirma contra todo, incluso contra la verdad. El hombre de hoy no sólo no duda de su capacidad, sino que duda de la veracidad. No soy yo el que está mal, es el mundo. Egoístas castrados de reflexión no pueden volverse contra sí mismos para ver en el espejo el esperpento que están creando. Y si acaso voltean, el espejo está mal colocado, habrá que buscar el ángulo correcto donde la reflexión los favorezca. La técnica se vuelve aliada de la razón, y la mentira no parece mentira siempre que la pronuncie yo. De esto viene a resultar que el miedo al fracaso no es otra cosa más que una conspiración contra mi persona. El miedo al fracaso y la autoestima son la razón de un esquizofrénico, de un loco enfermo de cordura, de aquel que sabe atar tan bien los cabos, que nada, ni el zumbido de la mosca pasa desapercibido. Por otro lado está el que no le puede temer al fracaso pues ni siquiera intenta algo, por aceptarse incapacitado para ello. Ambos son vicios de la reflexión: uno es el enfermo de razón; el otro es el sosegado de espíritu. Pero ambos comparten la genealogía de su mal. Ninguno niega o duda de su persona.
El primero es el caso más temible, mientras que el segundo el más lamentable. Aquel que está enfermo de razón y en todo encuentra una explicación lógica, es el que ha decido no permitirle la entrada al misterio ni al azar. Su mundo es perfectamente explicable, tiene todos los síntomas de haber absorbido el infinito… cuando quiera desahogarse el mar lo hará zozobrar a diferencia del poeta que mira desde la orilla su propio dolor inabarcable. El otro caso es el del hombre que no mueve ni un ápice de su alma para saber algo. Sólo sabe que no puede saber nada. Si el otro peca de infinito, éste peca de miseria. Sus músculos se atrofiaran en el seno de la calma de la inexistencia. Se niega a sí mismo para afirmarse humilde. No reconoce su tragedia, ya que para eso hay que tomar una justa distancia de lo que somos. Para este hombre el destino es no saber y fracasar como prueba del heroísmo que corre por sus venas.
Ambos hombres niegan al mundo, uno enfermo de lógica; el otro desde la sumisa pedantería. Sólo el filósofo, el poeta o el sencillo de corazón pueden vivir felices y conocer quiénes son. Pues siempre irán atribulados, viendo que las respuestas se les escapan, pero fieros amantes irán a cazar las respuestas con juguetona inocencia. Y saldrán al mundo, no se encerraran en él ni con él, ni a él, cual grandes inquisidores. Buscarán al mundo en sí mismos y con otros hombres, y recorrerán países para aprender de las costumbres de otros hombres, y cuando lleguen a la playa o cabaña desde donde emprendieron el viaje, podrán verse a los ojos y decir, algo supe de mí, porque jamás dude que habría una verdad allá afuera, y de mí siempre dudé. Éste es el hombre cuerdo, sano, normal, el que va a cuestas con sus preguntas, pero ríe de ver el mundo entero por un instante.
Javel
Vida discreta
Revisando a los intérpretes científicos decimonónicos del tratado aristotélico Sobre la memoria y la reminiscencia llegué al médico alemán Morson Gauldin [Baviera, 1862-Frankfurt, 1912], quien se especializó en el estudio de los trastornos cognitivos y elaboró los protocolos de atención para los pacientes con amnesia agravada del asilo mental de Frankfurt. De educación clásica, conocedor del griego y del latín, trabajó una versión alemana de la Ilíada de Pope e intentó una versión inglesa de la Eneida al estilo del autor de The Rape of the Lock, sin llegar a terminarla. Escribió en inglés unas gruesas y entretenidas memorias que poco tienen de científicas, pero mucho de imaginativas. Ahí, describe profusamente el estado y deterioro de sus pacientes del asilo, al tiempo que acompaña las descripciones con poemas de ocasión. Extraigo el siguiente soneto de sus memorias, específicamente del caso 46, la española Rosalva Correo. Y aunque nada aporta al asunto, lo menciono: Morson Gauldin es ancestro de un conocido musicólogo estadounidense.
La vida se contrae en tu mirada;
el tiempo dando tumbos desalienta.
Imposible pensar que serás nada,
que la muerte se acerca tan discreta.
De cruel enfermedad toma la cara
y en tenaz olvido hunde los días.
No es tanto tu memoria en falta,
sólo es que nuestra vida olvidas.
Ahora es tu palabra escueta
y sólo pasos lastimosos das.
Quién imaginara vejez tan cruenta.
En misterio se pierde tu mirada
y el olvido se encuentra como afrenta.
¡El resto es silencioso panorama!
Escenas del terruño. 1. «El procurador va a prometer que se investigará, caiga quien caiga…» decía Ciro Gómez Leyva cuando una de las entrevistadas lo interrumpió: «aquí las únicas que caen son nuestras lágrimas», palabras de la madre de uno de los asesinados en un departamento de la colonia Narvarte hace dos años, palabras que expresan la realidad cotidiana de las víctimas, la realidad de un país en cuyas entrañas la violencia es metástasis plena. 2. ¿Es en serio? El martes, en Reforma, Diego Valadés -jurista, exprocurador general de la República y exministro de la Suprema Corte- planteó una «solución» ante el clima de violencia que se vive en el país: la suspensión de garantías. ¿Es en serio? 3. En entrevista radiofónica, Alfredo Castillo, director de la Conade, dijo que el Estado mexicano prefiere apoyar atletas adultos y no infantiles, porque para los adultos es más fácil aceptar la derrota. Las cosas buenas casi no se cuentan… 4. Se llama responsabilidad social. Y responsable es la iniciativa del equipo Tigres de futbol para desplazar la incidencia del polémico grito de «Eh, puto». ¿Algún equipo se unirá a Tigres en la campaña?
Coletilla. “No es lo mismo ejercer la crítica del poder que lanzar tomatazos a quien gobierna”. Carlos Bravo Regidor
La enfermedad tiene sus bellezas, y éstas no consisten en ser el centro de atención de varios doctores o de los familiares que cuidan de la persona que padece un mal, quien considera a la enfermedad como bella por ello no conoce a la humildad en el corazón.
La enfermedad también tiene sus glorias, que no se encuentran en vencerla o en estar impasible ante la ausencia de salud, aguantar dolores sólo por mostrarse como un ser superior a quienes se quejan de ella es no tener pobreza de espíritu.
La enfermedad tiene sus bellezas y sus glorias cuando se vive de la mano de Cristo, porque se padece con el reconocimiento de que no somos omnipotentes ni eternos y se acompaña al enfermo porque en él se refleja la viva imagen del salvador, un Dios hecho hombre siempre amante de su creación.
Maigo
La necesidad de la crítica política
El que no vive para servir,
aún no ha comenzado a vivir.
La primera respuesta que viene a la mente cuando critican nuestro trabajo es, “pues hazlo tú”, olvidándonos de que somos nosotros quienes podemos actuar en favor nuestro. Esto en el ámbito privado. En el espacio público, el representante ha de aceptar la crítica no por otra razón que la siguiente: en él se ha vertido el poder de hacer el cambio o resguardar la permanencia que se considere la mejor opción para la mayoría. Por eso, el representante político ha de saber escuchar la crítica del pueblo, pues es la otra parte del poder, sin la cual su actividad no es del todo clara. Todo servidor público y el pueblo en general, ha de saber que es un asunto complicado conocer todas las condiciones en que se encuentra un país, una región, un estado o municipio. Por eso se cuenta con ayuda de otros representantes a cargo de direcciones, ya sean de salud, de educación o de seguridad. Por eso cada colonia tiene a su representante, para decir qué no se ha hecho bien y reconocer qué sí está funcionando.
En este sentido, la crítica política se ejerce no para denostar la imagen del servidor público o representante en cuestión, sino por una cuestión más justa: poner de relieve lo que no está bien dentro de su jurisdicción, para que se cambie. El cambio no ha de molestar a nadie cuando es para bien de todos. El problema de recibir una crítica, es que se piensa más en la fama y en el lujo que se ha conseguido, que en la posibilidad de mejorar la vida de los demás. Es difícil, sino hasta peligroso, ejercer un ejercicio crítico como lo hacen los periodistas o columnistas de los diarios cuando el Estado se funda en el hambre de fuerza y no en la búsqueda de la justicia. Cuando la imagen, que no la justicia, sustentan más a la riqueza.
Además, la crítica siempre es al poder. El poder público no es tal si no sabe actuar, y tampoco si no quiere actuar justamente: desde aquí comienza la crítica. La corrupción es la muestra más clara de que la crítica es necesaria para reencauzar la actividad de un pueblo. Pues si no, todos harían lo que quisieran, como de hecho ya ocurre. Pero sin la crítica sería un caos aún peor. No obstante, para criticar es necesario conocer. No sólo basta reconocer las injusticias, hay que saber a quién dirigirnos, a quién exigirles respuestas o en todo caso, a quién decirle, para que por nosotros levante la voz. En este sentido, los analistas políticos son esenciales cuando acuden a la verdad.
Los periódicos, que eran el foco centralizado del análisis y la crítica al Estado, antes de internet, siguen ofreciendo voces claras, por eso es importante leerlos, así como buscar en la internet voces buenas que nos ayuden a hacer nuestra tarea como ciudadanos: ver, analizar, criticar, denunciar. También para saber lo difícil que es hacer justicia en un país como el nuestro conviene estar informados.
La crítica, es verdad, no se queda en el reconocimiento racional de los problemas, pero como ya dije, ésa es la primer tarea del pueblo junto a las autoridades, lo que sigue después de este reconocimiento es hacer algo. Siguen los políticos, a ellos se les dio la batuta. Y claro, el pueblo ha de estar atento. Cuando ellos no hacen nada por hacer el bien a la ciudadanía y en cambio ayudan más al crimen, es cuando se hace evidente la necesidad de la crítica, así como de la investigación; y de ambas su libertad de expresión. Pero el totalitarismo siempre imposibilita la crítica porque ansía más el poder absoluto que el poder verdadero. La crítica, que también es poder, no es posible cuando el crimen ostenta todas las formas de éste. En este caso, se vuelve adulación y nadie vive bien adorando al mal.
Por eso no hay que callarnos ni olvidar, pues la voz y el recuerdo son los últimos refugios de la libertad antes de una rebelión. De hecho, son y deben de ser en todo momento las herramientas de cualquier presidente antes de encausar una guerra que podría ser a la postre una enfermedad sanguinolenta. Del otro lado de la crítica sí está la acción pero, al dirigir un país, nadie debería actuar sin saber los efectos reales. ¿Cómo se puede mejorar un país enfermándolo de guerra?, aún peor, ¿quién pide a los enfermos que no se quejen?
Ítem. La explosión en el pueblo de Tultepec nos pone ante otra emergencia nacional de la que justo habló EPN en Tlaxcala este miércoles: La infraestructura del sistema salud. Mientras él inaugura más hospitales, las voces de los quemados se dejaban escuchar a lo largo de todo el Estado, pues en muy pocos hospitales se cuenta con recursos necesarios para atender a los heridos, “¡Aquí ni jeringas hay!”, dijo un doctor ante la desesperación de no poder ayudar a los enfermos que tuvieron que ser trasladados a otros hospitales de la Ciudad de México. Es una realidad con la que se vive a diario en los recintos de salud. No hay material, no hay suficientes médicos ni enfermeras en los hospitales del país. ¿Cómo se pueden unificar los esfuerzos, como pide EPN, si no hay fuerzas para trabajar?
Ítem. No puedo entender a las autodefensas, como la suscitada hace poco, más que como un acto de auténtica desesperación. Mirando que las autoridades no hacen nada, lo que queda es actuar; viendo que la ley no consigue nada, lo que queda es la última salida, el delito. Las autodefensas son la prueba más clara de que la violencia es la armadura de la seguridad, así como que la justicia pasó a ser un muerto más en nuestro país desde que las autoridades facilitan más la vida de la delincuencia, ¿o no fue eso lo que pasó? ¿No el delincuente quedó más tranquilo con la transacción de vidas que los pobladores del lugar?… Aquí no hubo mediadores, hubo quien tirara paro a los secuestradores.
Palabras que gasté: Pobre parque / parque mío, / parque, parque, parque… / parque ¿para qué?
Luis Eduardo Aute
Palabras para terminar el año: ¡Muchas gracias por todo!
Javel
El mal y los remedios
El estado de normalidad es la salud. Si lo vemos desde ese punto de vista, la enfermedad es la privación de la salud. Eso quiere decir que la enfermedad no la juzgaremos nunca en términos objetivos. No quiere decir que no podamos saber la verdad sobre nuestra experiencia de las enfermedades, quiere decir que ella nunca puede entenderse meramente desde el aspecto meramente clínico. Necesitamos el arte de la medicina porque notamos, en la mayoría de los casos, que hay enfermedades. Y las notamos como un alejamiento de la salud. Si uno nace normalmente sano, y si las enfermedades son privaciones y no desviaciones, pues aún en las enfermedades mortales existe una relación particular con el enfermo que las mantiene siendo, ¿por qué buscamos ser sanos con cosas como la dieta y el gimnasio?
No quisiera sonar demasiado ingenuo con esa pregunta. Quiero apuntar que nuestra idea de las enfermedades está en vínculo con nuestra idea del mal y, por tanto, que la doctrina del cuerpo tiene un lugar decisivo en el modo en que nos afrontamos de manera cotidiana a la concepción del mal. El mal es generalmente entendido como una deformidad, una atrofia del aparato psicológico, raíz del juicio moral, cuyos síntomas son el narcisismo, la necesidad de poder, y el placer por la violencia, causado por la exposición a factores como la pobreza, la mala educación axiológica o el descuido pedagógico. Es un problema técnico de la neurología, el psicoanálisis y la cultura.
No obstante, difícil será para nosotros juzgar el mal cuando en realidad no sabemos sobre el bien. Y en la teoría moral del cuerpo no puede haber algo como el Bien, debido a la disolución de la teleología. Tenemos, oscuramente, la idea de que el mal debe ser corregido, pero no sabemos a ciencia cierta si existe la manera de hacerlo. No nos preocupa ni siquiera el problema evidente de la herejía en que incurrimos al decir que el mal debe ser corregido. Me atrevo a decir que caemos en un inconfundible galimatías cuando decimos, tal cual, que debe ser corregido, y no que podemos arrepentirnos moralmente. El galimatías surge del hecho de que las correcciones son hechas cuando notamos la verdad, son restituciones de lo correcto en lo incorrecto. Si existe lo correcto, “la salud moral”, ¿de dónde proviene? La respuesta de las profecías modernas es siempre igual: “de la ley moderna como ideal”.
No es necesario el arrepentimiento, la posible enseñanza de lo bueno como guía de lo verdadero, sino el enderezamiento de lo torcido. Pero, si el mal es una enfermedad, ¿podemos decir que el bien es el estado natural? No podemos, porque el acceso a lo natural está separado de todo “juicio de valor”. No podemos decir que hay que corregir el mal y al mismo tiempo ser los positivistas del derecho moderno. No hay nada que corregir porque, por más que nos espante, el mal como problema técnico es superable y, por ende, imposible de ser susceptible del criterio de una moral genuina. Si es un problema cultural, resulta lo mismo. No puede ser un defecto, porque los malos no son hombres defectuosos: para ser malo tiene que ser humano.
La salud es buena debido al vínculo que tiene con la vida y lo natural. Sólo por ese vínculo puede entenderse la enfermedad como un mal, pero no viceversa. La idea del cuerpo no puede acceder siquiera a la maldad de la enfermedad, fuera de la presencia del dolor. La maldad no puede ser una enfermedad, porque en las enfermedades no existe el arrepentimiento ni la culpa, ni mucho menos la ignorancia o la negligencia. La virtud no es salud, porque la salud es otorgada; a la virtud, como hábito, se le llamó “segunda naturaleza”. En eso consiste la dificultad y el misterio de concebir a la vez la bondad natural de la vida y la maldad moral. El hombre no es meramente natural por ser materia; quizá por eso es la última de las cosas vivas creadas.
Tacitus
Pesimistas a la moda y modas serias
No soy el más adusto, sino el más sencillo (quizá por eso me ha invadido pronto el pesimismo). Así he estado de un tiempo para acá, llenándome de pesimismo. Pasa algo curioso con esta enfermedad. Lo primero que sé es que cada paso se me hace más difícil de dar. No por el escrutinio riguroso del juicio, sino por la sospecha ante la vida. ¿Será posible ser feliz? Yo creía que sí, ahora no sé más. Pero quiero saber.
Es el pesimismo un estado de enfermedad. Las enfermedades, en algunos casos, agudizan nuestros sentidos. ¿Pero quién nos pide que así veamos al mundo? Nadie. Porque exagerada la constitución, ¿no se exagera también al mundo? La pesadez que se lleva en el alma es para muchos, quizá para los pesimistas principiantes, el atril, la plataforma desde donde se enjuicia al mundo: “todo está mal”. Y no, no es el juicio del amargado que al no saberse triunfador en el orbe todo lo descalifica, diciendo que él lo habría hecho mejor. El pesimismo no es tan banal. Es una enfermedad seria.
¿Es valioso el juicio del enfermo? Saber qué le pasa al hombre que está mal no es una tarea meramente médica, que si fuera así, todos los días al despertar tendríamos que llamar al médico para informarle sobre nuestro estado de salud, esperar un momento en el móvil con la musiquita de fondo, y saber si estamos o no enfermos. El que haga eso está doblemente enfermo. Lo ataca la duda, y le ataca el miedo a la libertad de la autognosis: hombre etéreo lleno de palabras ajenas.
El pesimismo tampoco es nostalgia por lo que podría ser. Ni melancolía por lo que ya no pudiendo ser se sabe imposible. Es más un hartazgo por ver lo que no se veía. No se olvide que es una enfermedad. Pero seguramente no es un hartazgo de todo. Cada vez que nos enfermamos, no es de todo. Algún organismo en nuestro sistema está fallando. Cambiando una parte se altera mucho del todo. El pesimismo visto así, no es una enfermedad terminal. Es el síntoma que nos advierte de una enfermedad muy grave: olvidarnos de uno. Y sin embargo, queriendo olvidar que todo está mal, lo hacemos pensando que algo, por muy mínimo que sea, está bien. No estamos del todo enfermos. Entendemos que hay la posibilidad de hacer algo a partir de lo que hemos visto como bueno. Sigue sin ser esto la propuesta de un empresario, aunque tampoco podemos olvidarnos de la administración de nuestras empresas, mandar todo al carajo sin más ni más, es ser un pesimista de ocasión, por moda. Aunque a veces la moda no es tan mala, es como la enfermedad, nos advierte de lo que se está usando más, lo que se está exagerando. El pesimista puede estar a la moda, o de moda, pero no por banalidad, que eso sería estar enfermo sin saberlo. Adoptar modas por el mero gusto de lo que se está haciendo común es una contradicción, ya que el mercado de las modas nos mandan a innovar cada día, ser diferentes, no tener nada en común con el otro, no es ser mejor, es ser diferente. El pesimista que se digne de serlo habrá de notar que su condición es un estar siendo, no un dejar de ser para siempre.
El pesimismo tampoco es tristeza o una modalidad de ella. Estar tristes nos aletarga, añoramos ser felices. El alma del hombre triste parece serena, pero es en realidad como un pequeño estanque agobiado por una ligera llovizna. Se puede pasar la vida así hasta que se derrame el estanquillo. El pesimista no necesariamente está enojado, ni es de humor ácido. No todo el tiempo. Tampoco se trata de decir que no a todo, esos son los negativos, hombres acostumbrados a decir no a cualquier situación ya sea con destreza o sin ella, pero siempre presurosos.
El pesimista está preocupado, y muchas veces no sabe qué hacer (quizá internamente eso lo preocupe más). El pesimista está preocupado no porque todo esté mal, sino porque ve una posible salida, pero no sabe cómo actuar. El coágulo de sangre que atestaba al corazón comienza a disolverse una vez que se pregunta y responde seriamente cómo salir de ese estado, y si la posible respuesta es verdadera. Así comienza a purificarse el torrente sanguíneo, algunos quistes se le formarán en el curso de su curación, pero nada grave si sigue diagnosticándose (preguntándose a menudo por su salud). Quizá en este caso la cura sea la misma que el modo de diagnosticarse. De otro modo o se estará enfermo sin saberlo, o se seguirán modas hasta desaparecer.
Javel