La dificultad de ser político

No es fácil ser político. No lo digo por las presiones que ejercen los poderes de la oposición (llámese partido político o pueblo sometido, entre otros). Estar siempre en la mira, con la idea de que dependen de su reputación y que cualquier error podría costarles su carrera política (a lo largo de la historia, un pequeño error, el más pequeño, les ha costado la vida a los líderes públicos más queridos). Esto tiene como consecuencia que los servidores públicos deban justificar la más mínima acción tanto de sus funciones como de circunstancias ajenas. No son libres. Tampoco me refiero a que para llegar a sus puestos deban congraciarse con sus semejantes, pasando y reinventándose, en más ocasiones de las que podrían ser recordadas, muchos límites. La dificultad de saber tomar decisiones que afectan a miles de personas pondría en el borde de la locura a no pocas personas. Los políticos viven constantemente estresados. Pero esa no es la mayor de sus dificultades. La más grande de todas, resulta impresionante que alguien pueda vivir con ella, es que deben encarnar la contradicción. Representan las tres clases de contradicciones posibles entre discurso y acción: hacen una cosa y dicen otra; dicen una cosa y dicen otra; hacen una cosa y hacen otra. Su convicción es superar sus convicciones al anularlas en un movimiento dialéctico de lo más elevado. Si encima esto los vuelve felices, realizan algo que lógicamente parece imposible. Por eso no me cabe en la cabeza como hay quienes les reprochan tantas malas decisiones, tantos enredos, tantos escándalos. Su vida no ha de ser fácil. Quizás el misterio encuentre su resolución en que su vida no es una vida como la de cualquiera. Ni siquiera es semejante a la de los artistas. Los políticos no son humanos.

Yaddir

La claridad de la nariz

Expedir un olor ampliamente perceptible es un acto de arrogancia. Lo mismo si se huele mal o si se huele bien. En ambos casos poco importa el otro; al que huele bien le preocupa más lo que los demás perciban que lo que puede percibir de los demás y su contrario es evidente que carece de dicha preocupación. No es mejor quien huele mejor que quien huele mal. Es claro que es molesto para casi cualquiera rodearse de olores fétidos (tan molesto resulta, que no molestaré al lector con ejemplos). Al menos la persona cuyo olor no es agradable se muestra a sí misma, es sincera. Las actividades que realizaste, las condiciones del lugar del que procedes o el sitio que acabas de visitar se manifiestan, cuando el olor es ominoso, sin mediar ni una sola palabra. ¿Podemos saber, más allá de su aroma, qué clase de persona, a qué se dedica, qué lugares frecuenta, si expide un olor agradable? Los olores ayudan e impiden el conocer la esencia de alguien.

Considerando lo que olemos desde otra perspectiva, un aroma agradable es preferible a su contrario. Me resulta imposible pensar que una cita sea digna de ser recordada si la nariz no resulta complacida. Antes de apreciar debidamente la belleza de una persona, primero notamos su olor. Nos llega en automático. Es fácil decir: qué bien hueles. Ninguna sospecha se despierta, no se exagera o minimiza nada. Indudablemente quien se preocupó por oler bien espera recibir ese cumplido. El primer paso se ha dado. Un buen olor predispone a una buena convivencia. Salvo quienes padecen anosmia, no he conocido a ni una sola persona que no se alegre al oler un buen platillo. Disfrutar el café o el vino encuentra su entrada en el olor. Dicen que la juventud se percibe con la nariz (creo que la falta de juventud es más notoria). La falta de buenos olores es uno de los mayores defectos de una ciudad. Una jungla de olores perjudiciales sintetiza una de las experiencias más vivas de una ciudad. Los corredores saben que su nariz les agradece cuando corren en zonas boscosas. Algunos de nuestros recuerdos más vivos, los que contamos visiblemente emocionados, que casi nos regresan en el tiempo y el lugar, están relacionados con los olores. El olfato puede vencer a la voluntad. ¿Serán capaz las palabras de hacernos oler algo con tan sólo leerlo? Considerándolo con cierto cuidado, que un aroma sea agradable o desagradable es lo menos discutido, lo menos subjetivo de lo que tenemos experiencia.

Yaddir

¡Flores para el Tirano!

Desde tiempos muy remotos los tiranos se echan flores, pues la envidia los disuade de ver a la cara sus errores.

Algunos exigen de las audiencias aplausos, emulando a cierto emperador que mató de insolación a un público callado.

Desde tiempos muy remotos, los tiranos se echan flores y se cuelgan los collares que otros ganan: cierto emperador comodino con trampas vencía a gladiadores y se colgaba victorias que pertenecían a los mejores.

Algunos se cuelgan medallas y militares honores, haciendo que los tiranos de antes parecieran menos peores.

Desde hace muchos siglos los tiranos se creen mejores, y se encargan de destruir a quienes destrozan sus ilusiones como lo intentaron 30 tiranos contra un hombre llamado Sócrates. 

Tiranos ha habido muchos y muchos han sido sus víctimas o detractores, y entre las luchas por el poder siempre han estado las flores. 

¿Será que entre flores los tiranos ocultan la podredumbre que los aleja de ser hombres?.


In memoriam:

 Te marchaste de manera repentina,

porque repentino es el último suspiro.

Sin aliento me quedé tras tu partida…

Pero con la esperanza del perdón

que dejaste alegremente en mi camino,

te marchaste de manera repentina…

Los recuerdos sobrepasan al olvido,

Gracias Meche por todo lo vivido

Coletilla:

Námaste Heptákis firmó su último acorde en la Big Band que se formaba hace poco más de 10 años, ante su partida sólo puedo expresar mi gratitud por el interinato que nos regaló. 

Hace cerca de 7 años nos dijo que se marchaba, que sólo venía con nosotros a cubrir un interinato, si no mal recuerdo dijo que sólo era interino de la vida. 

He de decir que en muchos sentidos los textos de Námaste Héptakis se quedaron con sus lectores, creo que éramos más de cuatro. 

Hasta donde veo extrañaremos esos acordes que saltaban entre reflexiones alfonsinas, las ideas llenas de gracia y las muchas coletillas, los poemas, los adendos y las escenas que del terruño nos pintaba, unas terribles pero eran parte de lo que formaba a nuestro terruño. 

Gracias a Námaste Héptakis porque en algún sentido nos deja el hábito de la amistad, el de la lectura y el de la escritura. 

Nos veremos por la vida, mientras algo quede de ella, y nuevamente gracias por los acordes, los desacordes y los comentarios que dejaste entre epígrafes y sentencias. 

Maigo

Sonrisa

Parecen amables cuando sonríen, hasta se podría confiar en ellos. Alzan las manos, saludan a todos, no quieren dejar la menor sospecha de que todos son importantes para ellos, de que estarán para todos en cualquier momento. Se visten como si fueran comunes, personas accesibles a todos; a veces se enfundan con capas de elegancia; están para todos y, cuando saborean el apogeo de su poder, para nadie. Pocos políticos en el mundo occidental prescinden de la sonrisa durante sus campañas. La sonrisa política es claramente engañosa.

Sonreír es una garantía. Quien sonríe no puede ser un malvado, no podría querer dañarnos quien se presenta sonriendo y extendiendo su mano para garantizar que podemos confiar en esa persona. Vemos a un individuo pasearse presumiendo su seriedad y no queremos acercamos a él a menos que nos sea forzoso. Claro que la sonrisa perpetua pierde su amabilidad y se torna extraña. Como si lo que fuera un gesto amable se tornase en una mueca informe, con una intención extraña, peligrosa, totalmente ajena a la normalidad. La sonrisa acompañada de una agresión, semejante a la sonrisa burlona, tampoco promueve la buena convivencia. Lo que invita a la confianza se transforma en incitadora de miedo, en el gesto del vencedor, por eso duele más. La sonrisa del personaje público es parecida a la sonrisa del conquistador, del que ha derrotado a un adversario y se burla ácidamente. El político necesita del hombre al que le extiende su sonrisa para fortalecerse, pero en ese momento, en el que sonríe, no se encuentra en la plenitud; la plenitud del poder varia con facilidad, por eso debe sonreír constantemente. La confianza que ejerza (característica, por cierto, propia del que sonríe) promueve la idea de que el hombre en campaña ganará. Aquí se abren varios caminos: el cercano al poder sonríe porque sabe que va a ganar gracias a ti (basta ver un par de fotos de un político para descartar esta posibilidad); con su sonrisa dice “si yo gano, tú ganas” (idea que impera en nuestra política clientelar); “sonrío porque no me quiero sentir un perdedor; a nadie convenzo, pero convencería menos si tuviera rostro serio” (esta sonrisa siempre acompaña al que hace poco por ganar); “contigo o sin ti ganaré, me da risa que creas que necesito de ti” (esta es el tipo de sonrisa que parecería imperar y que más miedo da).

Tendemos a establecer alianzas, a hacer amigos, a trabajar junto con las personas; ayudamos, perjudicamos, hacemos bien y mal. Sonreír sin parecer un guasón mueve la balanza hacia la confianza. En la mayoría de nuestras fotos sonreímos; nunca he visto una foto de una persona, que no sea un niño, llorando. La sonrisa es una cualidad política; la sonrisa es una característica humana.

Yaddir

El tirano, el naufrago y el pescador

Es imposible llegar al poder y no sentir piedad. Esto no significa la cancelación del otro, pero sí de lo mejor del hombre y del mundo. El tirano comienza su carrera psicológica de este modo: “pobres, hace poco yo estaba como ellos, hambriento, con frío, menesteroso. Si ellos se esfuerzan pueden llegar a ser algo parecido a mí, y vivir bien”. La carrera por la obtención de bienes es la consecuencia de que quien gobierna al mundo considera que lo mejor del hombre es su tranquilidad material, donde el hombre no tiene que preocuparse por los vientos helados de las alturas antropológicas y sí por convertir la naturaleza en moneda. Ya Rousseau nos advertía de cuánto debilitaba al espíritu las artes burguesas. Pero cabría recordar que el burgués es principalmente materialista y por ende envidioso. Sabe que los bienes que pueda obtener son efímeros y limitados. El burgués debe promover el libre mercado, pero no la obtención absoluta de las riquezas. En este sentido, quien no tiene no existe en el mundo. El tirano en su infinita bondad dice: hay que dar libertad para que consuman el pan que yo les doy: la existencia cuesta 20 chelines.

Así vamos avanzando en el tiempo con necesidades cada vez más sutiles, el deseo se vuelve infinito. Nadie puede obtenerlo todo, sólo el que da. El pobre nace y crece con envidia. Los crímenes se reducen a la negación del pan. No hay crimen, hay hambre. El tirano hace mucho que murió, pero no su producción encadenante. En esta medida el arte es un adorno insano cuando adormece nuestras consciencias (no me limito a la consciencia de clase o social), sino aquella parte del hombre que desea llegar a las alturas del ser.

Es verdad que al arte es un adorno inútil porque es una sutileza del espíritu que en nada ayuda al hecho real y concreto. Pero existe arte saludable. Leyendo el Robinson Crusoe no voy a comprar un auto ni derrocar al capitalismo, pero sí sabré que renunciar a los deberes y derechos de una sociedad enferma es la única forma que tiene el hombre para conocerse. Sin embargo, como lo muestra Defoe, eso casi nunca es posible, ya que depende de unos vientos nada favorables para el egoísmo, y, ¿quién quiere ser un naufrago en el mundo? Todos anhelamos una balsa, un barco mercante, o  si es un crucero, sería mejor.

Ahora comienzo a comprender por qué la vida del santo nos parece tan ajena y descabellada. ¿Quién en su sano juicio renuncia a todo, para entregarse como el náufrago a una voluntad tempestuosa? El nihilista también es un mito, porque nadie desea renunciar a las comodidades del Estado. Ni locura divina, ni enfermedad racional son posibles para nosotros que parpadeamos ante Eros. Aún queda una tercera vía, la del romántico trovador como Byron, pero creo que también depende de cierta fortuna favorable. Quizá es verdad que no haya libertad, pero me animo a pensar con Rousseau y Defoe que lo mejor es deshacernos de aquello que atrofia el espíritu, para elevarnos no al infinito, sino sólo hasta nuestra dignidad.

A esto recuerdo que quien encontró por un momento al ser supremo y sonrió, fue ese viejo pescador del cuento de Hemingway. Ahí supo que Dios no es la fe en Él como poder, sino la entera ausencia del todo.

Javel 

Palabra:  ¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.

Juan Rulfo

El problema que Nietzsche le inventó al psicólogo

La actividad de un psicólogo es importante porque tiene en sus manos almas humanas. Su problema principal no es si cree en el alma o la considera arcaica debido a las nuevas investigaciones que permiten conocer al sujeto humano, pero si pensara el alma con la importancia con la que debe ser pensada quizá no tendría ese problema. Tampoco le es demasiado problemático saber si su actividad debe ser una profesión, ciencia o vocación, aunque si se lo preguntara tal vez vislumbraría su principal problema. Aunque el psicólogo no pueda prescindir de sentimientos, por lo que no puede evitar involucrarse con sus pacientes de alguna manera o realizar su actividad en su parcial beneficio, ese tampoco es su problema principal, aunque con esto se relaciona.

Nietzsche nos puede ayudar a entender el problema principal del psicólogo: el engaño. En el octavo discurso de la primera parte del Zaratustra, éste observa a un joven que rehúye de él, luego se lo encuentra y le dice que los prejuicios nos lastiman. El joven se asusta y dice que estaba pensando en Zaratustra. Éste clarifica su idea. El joven repite la idea de Zaratustra y se sorprende de que le haya descubierto el alma. Zaratustra afirma: “A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente.” Si bien podemos  pensar que un psicólogo no es tan astuto (malévolo pero inteligente) como el sabio de Nietzsche, sí tenemos en claro que, en un mundo con prejuicios por doquier, entre los que destacan las hipótesis que aparentemente explican, un alma sensible e insegura puede ser fácilmente engañada, más por quien se tiene por sabio. Actualizando lo anterior, el psicólogo es reputado por su conocimiento sobre el comportamiento, la conducta, la psíque, o por cualquier color con el que se quiera entender al alma humana; tiene autoridad ante su paciente. Éste puede creerle sin rechistar, más si es explicado parcialmente. El psicólogo tiene el poder de inventar almas.

Aunque tampoco podemos pensar al psicólogo como un ser malvado que busca imponer sus ideas, ni al paciente como alguien dependiente de ellas, sin considerar que hay corrientes psicológicas que intentan hacerle ver al paciente sus propios problemas o psicólogos que se interesan sinceramente por las personas. Esto no cancela, empero, que las preguntas u observaciones hechas por el psicólogo partan de una idea de lo correcto para su paciente o para el hombre mismo. A su vez, esa idea parte de una idea sobre el hombre. El hombre puede ser un sujeto de estudio que se conoce mediante determinadas metodologías. El principal problema del psicólogo parte de ver al hombre como objeto de estudio y no como un misterio que se auto conoce.

Yaddir

¡No estamos muertos!

¡No estamos muertos!

La política mexicana es un sinsentido político. Todo intento por ejercer la justicia, por gobernar bien, admite el cambio. Pero México no. El poder político en nuestro país carece de sentido, pues no sabe gobernar. Lo que hay en el lugar del poder es la obsesión del tirano: la fuerza. La fuerza a diferencia del poder, lo retiene todo (ambición del tirano y del empresario), pone rígidos los músculos del cuerpo, véase la sonrisa fingida del señor presidente. El poder se ejerce, se ejercita, se ensaya. La fuerza se obtiene, se retiene, se estanca.

Lo peligroso de estar en tensión siempre, es que perdemos sensibilidad. Esto lo aprendí de mi maestro de Estética: si no hay sensibilidad, no sabemos si el cuerpo está enfermo, ya que no notamos los cambios, en nuestro caso político, no se admiten. México está en una charca de sangre. “Pero esto parece cosa de narcos”, me increparán los actores políticos, y yo les doy toda la razón. El negocio del narco es un actor político más. Esto quiere decir que la justicia es vendida al que nos llegue y lleve al límite de la impunidad: quien ofrezca más fuerza y placer, pero por la vía del trato. Trato entre criminales, ¡qué paradoja! Ya sabemos que ellos siempre optan por la tercera vía pacífica, como la llamó Zaid, es decir, por la mentira y el enjuague. La farsa de la paz se puede pactar por debajo de la mesa, por los subterfugios que ellos mismos construyen. Ilusión de opciones. La mentira es palabra que infecta, que seca. La charca se vuelve una fosa séptica. Y lo realmente peligroso de no tener sensibilidad, de no notar los cambios, es que ya no veremos la verdad, pues la verdad ejerce un cambio en el alma de los hombres que se nota en su andar, en su decir, en su saber y en su hacer: en su libertad. Sólo un enfermo vendería su libertad a los muertos. Sólo los muertos anhelan la rigidez política.

A lo más que puede aspirar el mexicano hoy día es a preguntarse en su fuero más íntimo, que es donde no hay ni espías obsesivos, ni cadenas, cual lo demostró Solzhenitsin con su Iván Denisovich, es ¿si quiere seguir siendo un muerto que ve traficar con la justicia en las fosas sépticas?, o ¿quiere comenzar a vivir la vida que le corresponde, en la plaza pública, cual nos enseñaron los antiguos sabios? Si su respuesta es: ¡Quiero vivir!, entonces lo que sigue es trabajar para la justicia, para la vida, para la verdad… también es posible que ya lo esté haciendo, en este caso, la libertad, pronto, romperá cadenas.

 Javel

Para seguir gastando: Si no los podemos vigilar, hay que matarlos.

Si los podemos vigilar y vemos que son peligrosos al régimen, hay que matarlos.

Si los podemos vigilar y vemos que no son un peligro para el régimen, hay que matar a algunos como prueba de nuestra fuerza. Crear terror. Dejarlos tiesos. Terroristas en casa.