Lectura del deseo

 

Lectura del deseo

 

 

hacer de un alma un cuerpo,

hacer de un cuerpo un alma,

hacer un tú de una presencia.

 

Inmaculada o los placeres de la inocencia cumple 30 años. Lo sencillo es decir que se trata de una novela erótica de Juan García Ponce. Pero una afirmación así se nota simplona a primera vista: ¿qué novela de García Ponce no es erótica? O mejor: ¿qué es lo erótico en la obra de García Ponce? Pero no es momento de ofrecer una visión panorámica del erotismo del autor; si acaso tal visión es posible. Además, las elaboraciones eruditas sobre lo erótico no necesariamente muestran el erotismo específico de la obra literaria, mucho menos el de una novela como Inmaculada. Creo, más bien, que ha de hablarse de Los placeres de la inocencia desde la propia experiencia de la lectura, intentando mostrar lo que el autor permite experimentar al lector a través de las páginas; incluso si lo permitido es una reflexión erótica. Permítaseme intentarlo.

         Antes de reflexionar sobre la experiencia de la lectura de Inmaculada o los placeres de la inocencia quisiera señalar lo intempestivo de la obra. En nuestros días inflamados de corrección política y en los que se va consolidando una dictadura moral, la novela no podría ser publicada. Treinta años después de la publicación de Inmaculada, la ranciedad moral censuraría la obra desde el primer hasta el último capítulo. ¿Qué buena conciencia no se perturba con una escena paidolésbica? ¿Qué hombre de moralidad intachable resiste leer con tanto detalle tantas escenas orgiásticas? ¿Cómo evitar que la falsa altura moral de la corrección política entorpezca nuestra lectura de la obra? Tras treinta años en que, dice la propaganda progresista, la revolución sexual nos ha hecho más libres, quizá los lectores están peor dispuestos a leer una novela erótica. Treinta años de buenas conciencias también han cultivado más hipocresía. Y la novela de García Ponce nos lo permite ver. Es más, aventuro mi tesis: Inmaculada o los placeres de la inocencia está escrita de tal modo que el lector puede reconocer su propia incapacidad para el juicio moral sobre el deseo. Permítaseme mostrarlo.

         Comencemos por el título. Inmaculada no sólo es un calificativo central en una tradición moral, también es el nombre de la protagonista de la novela, la primera y la última palabra de la misma. En tanto calificativo, el lector ha de reflexionar qué podría significar su pertinencia. ¿En verdad un moralista puede creer que algo es susceptible de la calificación “inmaculada”? ¿No es precisamente el moralista quien de antemano niega la posibilidad de calificar a alguien de “inmaculada”? Para que el moralista sostenga su pretendida altura moral, los enjuiciados no han de ser nunca libres de manchas. Para que haya moral, lo inmaculado debe ser imposible. —“Por eso es milagro”, me objetaría un moralista cristiano. “Tú no entiendes los milagros”, le contestaría y cambiaría de tema—. De hecho, el autor nos permite ver a lo largo de la obra el fundamento de nuestro juicio moral. Inmaculada o los placeres de la inocencia permite al lector juzgar su propio juicio moral, reconocer las anticipaciones del juicio y examinar las bases de las mismas. Por decirlo de un modo suficientemente inexacto: el lector de Inmaculada va descubriendo en cada página sus propias máculas.

         La segunda parte del título no deja de ser inocentemente juguetona. Los placeres de la inocencia suena inminentemente a pornografía, o bien incontinentemente a Sade. Nuevamente, el comprometido aquí es el lector. ¿Qué tipo de juicio moral supone el lector de libros pornográficos? ¿No es el libertino (véase la explicación de la historia del término al inicio de La llama doble de Octavio Paz) quien cree tener una cierta altura moral para poder disfrutar desprejuiciadamente a Sade? El libertino, igual al moralista, supone conocerse más profundamente que los demás, y funda en dicho supuesto la posibilidad de su aserto. Así como el moralista cristiano no entiende de milagros, el libertino no puede captar los placeres, pues es bastante inocente —inocente en la acepción más insultante del término. La novela permitirá al lector reconocer su propia disposición a los placeres, distinguir que su incomprensión de la inocencia exhibe la inexperiencia del placer.

         No está de más atender a la disyunción del propio título. ¿La disyunción pone en oposición a lo inmaculado y lo inocente? ¿O bien la disyunción anuncia la reunión de lo inocente y lo carente de mácula en el placer? A mi juicio, además de referir al clásico teatro moralista, el título con disyuntiva muestra la condición necesaria para el juicio de la acción: el moralista no tiene que elegir sobre su juicio; quien piensa la acción sabe que juzgar siempre es disyuntivo. De modo tal que, por la disyunción, la guía para entender Inmaculada o los placeres de la inocencia es la protagonista. ¿Quién es Inmaculada?

         Inmaculada es la protagonista de la novela. Y la afirmación lleva mucho de falsedad. Inmaculada protagoniza no tanto por lo que hace, sino por lo que se deja hacer. A excepción de sus huidas, todo lo que le pasa a la protagonista exalta su pasividad. La novela nos narra lo que pasa Inmaculada y en la narración nos hace imperativo preguntar quién es ella, por qué le pasa lo narrado, si los sucesos son evitables o consecuencias… Inmaculada es el espejo del que juzga las acciones. Por lo que hace Inmaculada uno se conoce a sí mismo. Por lo que sabe Inmaculada, uno… no, uno no necesariamente sabe de sí mismo.

         En medio de las peripecias, ante la casi desesperante pasividad de Inmaculada, cuando el lector no sabe si hay límite alguno a lo que ella se deja hacer, a lo que la creatividad produzca como camino de placer, a la imaginación sexual, ella sólo mantiene una claridad: desea, y su deseo siempre es una determinación ajena. Inmaculada vive deseando que otro paute su deseo, le dé sentido, lo ordene. Para Inmaculada el deseo es el motor de su vida en lo azaroso de la existencia. Sin embargo, es un motor carente de fin. No desea poseer, sino ser poseída. No desea hacer, sino ser hecha. No desea descubrir, sino ser descubierta. El deseo como motor de la vida no es la persistencia en el propio ser, sino la entrega total a otro que nos haga ser en plenitud. El deseo, para Inmaculada, siempre es ser el deseo de otro.

         ¿Qué hace el lector ante el deseo de despersonalización de Inmaculada? Aquí entra la genialidad insuperable de Juan García Ponce. Cualquier escritor sectario tomaría posición sobre la despersonalización; alguno juzgará enajenación, otro una perversión, uno más una violación de la dignidad de la persona… no García Ponce, pues él produce una obra que hace del lector el determinante paulatino de cada deseo de Inmaculada. Por su modo de narrar, el autor logra que el lector vaya avanzando los capítulos sorprendiéndose siempre de la ordinariez de su juicio moral. Uno descubre a cada instante que lo considerado imposible o inaceptable torna, casi naturalmente, posible, aceptable, necesario… quizá bueno. Uno se descubre señalando moralmente la falta, pero deseando inmoralmente su cumplimiento. Juan García Ponce logra que el lector contraríe en sí mismo su juicio moral y su deseo inmoral.

         Sin embargo, ahí no acaba la excelencia de Inmaculada o los placeres de la inocencia. Una vez que el lector se da cuenta del efecto contrariante de la producción garciaponceana, el autor nos introduce en una experiencia más complicada. El lector se descubre cómplice de quienes hacen a Inmaculada, pero en el descubrimiento también se reconoce testigo, interesado en lo que le hacen a Inmaculada. Y en la medida en que el reconocimiento propicia la reflexión, uno no puede evitar preguntarse por qué le interesan todos esos detalles de la explosión sexual de Inmaculada, por qué está dispuesto a testimoniarlos, por qué se mantiene tan atento a lo que afirma indignante. A través de cambios en la narración de la obra, el autor nos va haciendo lo mismo simples espectadores de la orgía, que voyeristas esforzados en el escrutinio de cada hecho, o estetas comprometidos con el prodigio de la sensualidad del arte, hasta hacernos personificar a aquel que paga a Inmaculada para enterarse a detalle de sus experiencias sexuales. A través de ello, insisto, García Ponce hace del lector un cómplice del desenfreno, un cuestionador de la moral, un inspector de la hipocresía, un secuaz de los deseos, un desconocido de sí mismo.

         Y cuando la novela hace del lector un desconocido, cuando el lector no encuentra base firme para su juicio moral, el lector se descubre deseando la determinación de su deseo. ¿El lector podría entregarse tan planamente a otro? ¿El lector descubre tan vivamente sus deseos como para identificar el camino de la entrega? En los mejores casos, parece, Inmaculada o los placeres de la inocencia produce lectores inmaculados que pueden recorrer las excitaciones del libro inocentemente. Y aquí, nuevamente, nos sorprende el autor. ¿O no es raro, lector, que para ese momento las escenas de un psiquiátrico sean tan semejantes a las escenas de la vida corriente? La inocencia es un placer maniático. Pero en Juan García Ponce la manía de eros no es daimónica.

         La novela termina en una escena que podría parecer indigna tras la explosividad sexual de todas las páginas anteriores. Sin embargo, el final casi rosa de Inmaculada o los placeres de la inocencia debe leerse desde la inocencia placentera de saberse inmaculado. La clave, obviamente, proviene de la irónica sonrisa de un psiquiatra, quien testimonia la determinación de los deseos humanos como la búsqueda de un final feliz. ¿O no aspiran todos a conocer sus deseos a tal grado que al final de su vida puedan decirse felices? ¿No aspira la mayoría a conocer sus deseos de modo tal que pueda administrar la entrega? ¿No es la moral, finalmente, la que despersonaliza los deseos? La novela de Juan García Ponce nos permite reconocer los autoengaños tras esa aspiración. El genuino placer de la inocencia radica en saber que no se sabe.

 

Námaste Heptákis

 

 

Escenas del terruño. 1. Recordé la sentencia de Tiresias, «terrible es el saber», al leer: «Fui una de las últimas personas que lo vio con vida. «Todavía está respirando», me dijo uno de los curiosos. Me acerqué a él, y aún no descubro para qué». 2. 83 años después identificaron el cadáver de su madre. Ella acudió a su ejecución con una sonaja de su niño de 9 meses. La ejecutaron los fascistas en la guerra civil española. Aquí la nota con el huérfano de 83 años y su hermana mayor de 94. Conmovedor. 3. No me explicaba el encono de la dramaturga contra el Colegio Nacional. «Quizá no le gustó alguna crítica de Christopher», pensé. «O realmente es muy feminista», supuse. «O quiere formar parte del CN», especulé. Cuando hace unas semanas intentó hacer pasar por suya una anécdota ajena me dije: «seguro sólo son cuestiones personales». Pero cuando insistió en que Enrique Krauze se estaba plagiando a sí mismo no pude más que suponer que algo estaba mal. ¡Ahora todo es claro! Sabina Berman a la 4T.

Coletilla. «Leer es el hermoso diálogo de siglos que no dependen del tiempo». Jorge F. Hernández

La orgullosa crueldad

 

La orgullosa crueldad

Haré una pregunta incómoda e incorrecta: ¿por qué suponer que la pederastia es un problema psicológico? Lo ha supuesto la Iglesia mexicana sin que, al parecer, logre ver las consecuencias. Por ello, adelantando el final de mi planteamiento, el nuevo plan para enfrentar los casos de pederastia entre los clérigos mexicanos fracasará. No, no quiero sólo ser un aguafiestas, sino que quiero mostrar el problema teórico de la suposición y su perversa consecuencia práctica. Y quiero sugerir que la perversidad práctica motiva en mayor medida el nuevo plan, por lo que no sólo cabe pensar que alguien nos está engañando al postularlo, sino que a sabiendas del engaño se oculta un acto vil. Intentaré explicarme.

         Psicológicamente el juicio moral es sólo una valoración. A fin de no reconocer como malo el acto pederasta, lo cómodo es interpretarlo como una condición psicológica. Que sea posible suspender el juicio moral para reducirlo a condición psicológica supone al mal como administrable, al pecado como subjetivo y a la infracción como atenuable. Si el mal es administrable debería ser la discusión teológica de fondo; aunque lo cómodo es suponer que la condición caída nos conduce al pesar y que el progreso nos puede hacer confortable el peregrinaje. El mal, como si hubiese dejado de ser misterio, ahora es presentado como un problema superable. Es más, y siguiendo el discurso del Papa, se cree que el mal permea por el mundo y si acaso aparece en la Iglesia es por tratarse de un organismo más, de otra institución mundana. El mal, parece suponer la jerarquía católica, toca a la Iglesia tangencialmente. Así, algunos creen que el mal torna administrable, asunto de especialistas.

         Los especialistas que pueden atender a los curas pederastas son, por tanto, los mismos que atienden a los pederastas en general: psicólogos, jueces y, quizá, otros curas. La administración psicológica de la pederastia permitirá “reconocer conductas de riesgo” que, a su vez, los hombres de la ley se encargarán de administrar. Si se da el caso que el pederasta sea creyente, puede administrar su culpa con un cura. Si se da el caso que el pederasta sea un cura, su cura superior administrará legalmente la culpa. Sencillo: el pecado es una valoración subjetiva y administrable. La única diferencia entre el cura y el hombre de a pie, parece suponerse, es la jurisdicción bajo la que se desempeña. ¿Así o más mundano?

         Al reducir el asunto a la mundanidad, la Iglesia se oculta sus propias faltas. Quizá su falta más grave sea su actual incomprensión de la carne, su claudicación a pensar el erotismo. Que la Iglesia ya no piense la carne es precisamente la señal del misterio.

         Fracasará el nuevo plan porque los especialistas mundanos no pueden pensar la carne: la especialidad sólo es posible como negación del erotismo. La prueba puede reconocerse cuando preguntamos qué es la castidad en la perspectiva psicológica. Nótese que al mundanizar la pederastia clerical se vacía de sentido la virtud de la castidad. Por ello mundanamente no se alcanza a ver diferencia alguna entre la pederastia de un sacerdote y cualquier otro tipo de pederastia. Se cree, absurdamente, que es un problema de valores. Y los psicólogos, discúlpenme, no pueden entender la virtud de la castidad en tanto psicólogos. Si el nuevo plan realmente quisiese evitar la pederastia clerical, tendría que empezar por no desvirtuar la castidad, por pensar la carne.

         Lo que sí busca el nuevo plan es un marco pretendidamente legal para discriminar personas y frustrar vocaciones. El nuevo plan se ha presentado como la determinación psicológica de “conductas de riesgo en los candidatos para el ingreso a los seminarios y a la ordenación sacerdotal”. Claro, podría suponerse que se trata de un plan a largo plazo, ya no contra los curas pederastas de hoy, sino para evitar que mañana haya curas pederastas. Pero eso es mentira. Los psicólogos serán útiles para discriminar, excluir y frustrar a los jóvenes homosexuales que aspiran a la ordenación sacerdotal. Pues el objetivo indicado a la pesquisa psicológica es el mismo que en la Ratio Fundamentalis Institutiones Sacerdotalis (VIII, c) de diciembre de 2016 se determinó como necesario para excluir a los homosexuales. Se supone, perversamente, que los curas homosexuales —cuya existencia se niega formalmente a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica, 2357 y 2358— son los pederastas, lo cual no sólo es falso (en tanto generalización), sino una muestra más de la renuncia de la Iglesia a pensar la carne. (El Magisterio parece haber olvidado, en torno al punto que comento, que precisamente en el Catecismo de la Iglesia Católica 2359, se dice que el homosexual está llamado a la castidad. ¿Por ello ahora se desvirtúa a la castidad?) Validando este mecanismo de exclusión, la Iglesia crea un chivo expiatorio. Por eso creo que es completamente vil justificar la violencia contra un grupo de la cristiandad bajo el pretexto de prevenir un daño. Hay perversidad y vileza en el engaño. Lo peor es que parece que a nadie le importa darse cuenta. ¿Es tan difícil ver que la desidia aunada a la lujuria produce la más orgullosa crueldad?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Que dice el presidente que la subasta de vehículos oficiales fue muy exitosa, pues recaudaron 62 millones de los 100 millones que se esperaban obtener. ¡Exitosísima! ¿Se acuerdan de cuando nos burlábamos de Peña Nieto por aquello de «estoy a uno, no menos, cinco»? Se siente la 4T: antes teníamos humor. 2. Me divierte ver a los priistas del PRI diciendo que el PRI debe volver a sus orígenes, que hay que reformarlo. Tras la derrota del 2000 nació el nuevo PRI, ¿se acuerdan? La imagen de una camada moderna y profesional de priistas dio como resultado al grupo que administró al país en los últimos años. El nuevo PRI nos dio a Peña, a los Moreira, a los Javieres… ¡Ya quiero saber a quién nos regalará el nuevo nuevo PRI! 3. He dicho más de una vez que la sociedad corrupta se exhibe en la gratificación por la delación y la crueldad. Ahora se busca que la delación sea recompensada por ley. 4. Primer acto: asesinan a un opositor de un proyecto gubernamental. Segundo acto: la Fiscalía dice que seguro fue asesinado por el crimen, que no se puede pensar que tiene alguna relación con su posición política. Tercer acto: el «súperdelegado» en el estado en que ocurrió el asesinato señala que se ha de investigar a los otros activistas y opositores. ¿Cómo se llama la obra? El régimen de la simulación. 5. Simulación es la marca del régimen. Ahora se dice que se abrirán los expedientes de la Dirección Federal de Seguridad y del Cisen, que para la máxima transparencia en los casos de violaciones flagrantes de los derechos humanos. Pero la apertura máxima no será total, pues no se abrirán los expedientes de los casos no resueltos. ¡Se salvó el presunto asesino LEA! 6. Combativa, la periodista de las revelaciones hizo pública la versión sobre un acuerdo entre el expresidente Peña y el Chapo. Lástima que en su afán por golpear a Peña la periodista haya caído en el engaño. Una más para su antología de periodismo ficción.

Coletilla. «El sur tiene la bendición de la naturaleza, pero la desgracia de la flojera». Jaime Rodríguez Calderón «El Bronco», góber de Nuevo León, estandopero de ocasión y nuevo Heródoto.

Bienviniendo

Dedicando con F

Un día leía que leían, sobre la vida, sobre la muerte, en el presente. Sobre las flores marchitas y sus primaveras que pintan rostros en las lágrimas, en las angustias, en los colores. Leía que leían sobre la crisis y los problemas y las carencias. Leía que leían sobre pobreza, sobre riqueza y sobre una mesa. Y sobre todo leía que leían, con miedo, con elegía, con displicencia…

Y una pausa me detuvo el llanto –como el momento en que se quiebra una burbuja–, en un espasmo, en un instante, regresando al corazón cierta esperanza; como una madre que consuela el desconsuelo que enmascara en la caricia; cual cristal de una visión desempañada por las lágrimas; visión del ya y del todavía que se cuela por el alma como un rocío de primavera –aunque marchita– pero común a una nueva voz que se une a coro con nosotros, nosotros y nuestro ocio, nosotros y nada más. 

Gazmogno

Genitalia

Ella que aparece a contraluz

…………………………………desnuda

…………………………………………………violeta

………………………………………………………………coronada de flores

con sus senos firmes

con sus labios tibios

con su boca dispuesta a recibir los suspiros del placer

……………………………………………………………………que besa

………………………………………………….que mama

…………………………………..que bebe

fervientemente

con sus labios firmes

con sus senos tibios

con sus pezones erectos  por la fricción

………………………………………………………de la lengua

………………………………………………………que succiona

………………………………………………………el clítoris

con sus firmes tibios

con sus labios senos

con su entrega que se vuelve contra la luz

……………………………………….de su desnudez

……………………………………………violada

…………………………………………………con sus flores marchitas.

Gazmogno

Erotismo, Teología y Modernidad. Dos notas a propósito de la obra de George Bataille

Si quisiéramos responder cuál ha sido el mayor mérito de George Bataille, posiblemente no encontraríamos ninguno lo suficientemente novedoso o grande como para no ser opacado por algún otro gran escritor, y sin embargo su persona y obra nos sigue cautivando a través de las líneas mórbidas de su poesía erótica, de su desorganizada pero fina forma de razonar en sus tratados filosóficos y de su no poco accidentada –pero no por ello desafortunada— búsqueda teológica. ¿Cuál es el encanto –cuál el erotismo— que posee Bataille que lo convierte en un poeta y pensador único? Leer su obra en búsqueda de la respuesta a estas interrogantes limita el horizonte de comprensión al mínimo; él mismo, como su tiempo, están impregnados de la convulsión, decepción, horror, retraimiento de la vida entre guerras. Así pues, en este breve artículo pretendo explorar algunas de las características que en conjunto hacen de Bataille tan singular como atrayente. De ningún modo pretendo que sea una superflua conclusión a su obra, sino por el contrario, una invitación al lector a explorarla de manera profunda.

Inicialmente podría parecernos que las obras de Bataille contrastan de manera radical con su vida; aquél discreto bibliotecario, archivista y numismático  de la Biblioteca Nacional de París, cuya apariencia no delata sus visitas al burdel o el contenido de su obra pues, lejos de ocuparse en tratados de biblioteconomía, la temática de sus trabajos va del erotismo a la ontología, pasando por la teología y la estética. Si bien, la dispersión de los objetos de estudio podría denotar cierta clase de superficialidad, es necesario que consideremos elemento clave para la comprensión de sus trabajos, la irracionalidad de la realidad. Dicho elemento podríamos considerarlo un signo de su tiempo; un constitutivo fundamental de movimientos como el Dadaísmo y el surrealismo de Bretón y Dalí, así como del resto de las vanguardias, mismo que se considera respuesta crítica al culto imperante a la razón, mismo fundamento de ambas guerras mundiales, tanto diplomática como tecnológicamente. Su no-adhesión a vanguardia o movimiento alguno y el hecho de compartir este rasgo con sus contemporáneos lo convierten en un autor singular y a la vez propio de su tiempo. Para explorar algunas nociones fundamentales de su obra (tanto poética como filosófica) podemos recurrir a dos de sus preocupaciones más grandes: erotismo y divinidad.

Comúnmente se tiende a pensar al erotismo y a la divinidad en planos separados. Consideramos que el erotismo es propio de la sexualidad humana o, en el mejor de los casos, asunto de los poetas. Pensar al erotismo únicamente como atracción sexual es una limitación que evidencia la pérdida del sentido característica de nuestros tiempos. Por otra parte, la concepción corriente de la divinidad, en general, se reduce al conjunto de creencias y dogmas propios de la religión más cercana a nosotros –independientemente de si la practicamos o si hemos llegado a ella por convicción o por imitación—, lo cual también nos deja en una situación aporética respecto al ser de lo sagrado, problema que reside en el centro de nuestra comprensión posmoderna del hombre considerado ahora individuo y, como tal, con una religiosidad opcional.

Las consideraciones de George Bataille en torno al erotismo y la divinidad amplían enormemente la dimensión y alcances de estas dos manifestaciones humanas a través de textos como El erotismo sagrado y Filosofía de la religión. La riqueza de estos textos radica en el carácter reinventivo y de redescubrimiento al que se suscribe, pues en lugar de ser pretensión de rescate y reinterpretación de teologías y estéticas poco accesibles u olvidadas, es invitación a la vivencia (que no a la experimentación). Es, además, una investigación casi fenomenológica de estos aspectos que si bien no es radicalmente innovadora por sus resultados, sí contribuye a mostrar estos problemas en sus términos más elementales llevada a cabo a través de una disertación de corte ontológico que –como vimos líneas más arriba—, se ubica en contraposición directa a las investigaciones científicas y a los tenores convencionalmente aceptados del momento, dando como resultado una obra tan contracultural como universal. Contracultural en su incubación y exposición, universal en los resultados de la investigación dado que pretenden alcanzar la validez para todo el género humano y en todo tiempo.

[el análisis ontológico de lo contínuo-discontínuo]

Lo sagrado es para Bataille fenómeno religioso de manera un tanto indirecta: tenemos contacto con lo sagrado a través de la experiencia de la muerte de otra persona, en los ritos funerarios que se practican, pero más aún, en el fundamento de posibilidad de dichos ritos. Esta observación tiene su sustento en un análisis ontológico construido a partir de la dicotomía sujeto-objeto que tomó seguramente de estudios psicológicos o epistemológicos, pero que alcanza cierta resignificación mediante un tratamiento utilitario pues, como muestra en Teoría de la religión, una de las rupturas entre lo contínuo y lo discontínuo que son más evidentes se da en la experiencia de la implementación de un útil. En tanto que distinguimos como fuera del continuum un útil, puesto que sirve para una tarea específica y puedo fabricarlo según su finalidad, podemos conocer no solamente la oposición de estos dos órdenes, sino también el carácter antropológico de dicha ruptura ya que lo continuo refiere a los elementos del mundo que representan ese orden inmutable como la naturaleza, pero el útil surge en una necesidad particular netamente humana que rompe con la continuidad al pertenecer esta misma al orden de lo discontínuo.

Así pues, el primer paso en la comprensión de la teología y el erotismo tiene sus bases en la comprensión de la relación continuidad-discontinuidad. Para volver al ejemplo de lo sagrado, nuestra conciencia de la finitud de la propia existencia es aquello que propiamente pertenece al orden de lo discontinuo, es decir, nosotros como género formamos parte de la continuidad, pero también de la discontinuidad en tanto que somos individuos dotados de conciencia; establecer un punto de contacto con lo continuo es la consistencia de lo religioso, mismo que adquiere el tinte de fenómeno en tanto que experimentable; dicho sea de paso, para Bataille Lo sagrado y Divinidad son una y la misma cosa.

Por otra parte, atendiendo a la relación con el erotismo, comparte la discontinuidad en la continuidad nuevamente en tanto que acto humano, pues la ruptura aquí se marca primeramente en la rica significación de la que está dotada el acto sexual, ya que no es únicamente un acto de animalismo, es decir, de instinto inscrito en la continuidad, sino que es una experiencia singular que tiene infinidad de significados, que además rompe con el orden de lo establecido no sólo en los instintos, sino también en la propia rutina que con el tiempo nos formamos. Esto último implica que también es una ruptura con los hábitos, la costumbre, la reconciliación con el entorno social, es la pauta para disfrutar de una libertad inalcanzable por la vía de la razón, pero sin dejar de ser desenfreno y desbordamiento necesario: la dualidad de los aspectos concluyentes.

[Conclusión]

A las luces de lo anteriormente explicado, es posible divisar vagamente el horizonte del erotismo y la religiosidad en el pensamiento de Bataille. Es justo insistir en que esto es sólo una invitación a la lectura de su obra, pues esto es solo la expresión teórica de una visión más amplia que debe ser considerada bajo el influjo de su poesía. También es posible dar una respuesta provisional a las cuestiones con las que inició el presente artículo, a saber, la importancia de Bataille y si tiene méritos dignos de reconocerse por largo tiempo. Sobre esto último considero que Bataille tiene su mérito donde nosotros tenemos profundo demérito, es decir, él triunfa donde nosotros hemos olvidado aquello que es esencial, donde lo hemos sustituido por las explicaciones científicas y el trabajo, puesto que su obra pone de manifiesto que nociones tan fundamentales en la vida del hombre como erotismo y divinidad han caído a la ignorancia plena, hecho que refleja a nuestra sociedad –contrario a lo que se piensa— como una sociedad empobrecida y al límite de un nuevo tipo de barbarie nunca antes vista en la historia de la humanidad. La falta de novedad a la que me refería líneas más arriba depende de la ignorancia de exploraciones previas, pero es justo reconocer el valor de pensadores en solitario que llegan a mostrarnos los caminos perdidos e ignorados cuando la noche ha caído y el alba no da señales de aparecer.

Perro de llama