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Deidades urbanas

En la antigua Grecia los hombres estaban reunidos en sus comunidades. Confiamos por historiados y arqueólogos que los griegos forjaron los principios que todavía continúan vigentes. Diversas disciplinas como las ciencias o la arquitectura tuvieron sus bases en aquella civilización. Rastreándolos, podemos hallar a los próceres de la reflexión que rasgaron el velo mitológico o los primeros en aprovechar la armonía de las figuras sobre la construcción. En particular, según esta posición, nuestro arte político no tendría explicación sin aquéllos. Pomposamente atribuimos como logro humano que los hombres del Mediterráneo hayan podido conformar la organización política y, con ello, el regalo divino: la democracia. A partir de ahí, tomando en cuenta ese logro, nos asumimos como los primogénitos respetables de la familia occidental.

Por otro lado, lejos nos encontramos de la verdadera raíz de la comunidad: la actividad pública. Desde esta cariz nuestras ciudades se parecen lo menos a las comunidades griegas. En vez de acercarnos, curiosamente nuestros tiempos nos han alejado. Con la invención del correo electrónico y la mensajería instantánea, se prometió que la comunicación llegaría a su culminación. Es decir, los límites de la comunicación serían transgredidos. No solamente tendríamos capacidad para hablar con el vecino, sino que podríamos conversar y hasta formar nuevas amistades con hombres de regiones distantes. En ese sentido la comunicación óptima es la cosmopolita. Sabemos de su culminación cuando la conversación suceda entre ciudadanos del mundo.

Justamente la máxima aspiración de las ciudad moderna es ser cosmopolita. No resulta sorprendente que ciudades tildadas de progresistas —como Ámsterdam o Suiza— sean punteros para evaluar a otras de menor posición. Las ciudades actuales tienen su mayor parecido con los puertos. No sólo pueden ser considerados así por arribar navíos de islas lejanas, sino por la actividad comercial vívida entre los marineros. Bien dice el dicho: el dinero mueve al mundo. El corazón de la ciudad está alojado en los negocios. La celebrada diversidad cultural no es alabada por el posible diálogo de ideas o la fascinación por lo que ignoramos. Mientras haya más marineros, existen otros compradores o productos exóticos para adquirir. La celebrada diversidad cultural es diversidad comercial.

Habituados a los negocios, nuestra comunicación también sufre los estragos. Los mensajes recibidos velozmente cumplen para cerrar negocios o agendar citas. Directos y eficaces, disminuye el riesgo en hundir los acuerdos. Extrañamente el correo electrónico no ha propiciado el envío de cartas. En realidad se utiliza para enviar telegramas: los escritos expresivos y a veces extensos han dado paso a los mensajes con palabras a precio de centavo. Acostumbrados del peor modo, las ciudades se habitan por hombres que sólo coexisten en el espacio urbano. A pesar de la multitud rebosante, fácilmente la soledad se apodera de los ciudadanos modernos. Por lo mismo nuestra comunicación se ha vuelto una vegetación en voz alta.

En alguna ocasión Silva-Herzog Márquez recordaba la importancia de los trenes. Retomando una voz inglesa, mencionaba que el transporte público es una apuesta por la convivencia, y justamente, en numerosas ciudades, este modo de traslado termina siendo un descuido por los gobernantes (o un menosprecio). En tono pomposo, nuevamente, se inauguran carreteras y alabamos los puentes, cuando sin darnos cuenta motivamos el aislamiento citadino. Quizá celebramos dichas obras por ser monumentales, los ciudadanos advertimos tangiblemente una mejoría y las autoridades tienen resultados certeros y palpables.  Sin embargo, conforme nuestra ciudad va haciéndose inmensa, también crece el riesgo por el descuido de calles y parques. No es coincidencia azarosa que las famosas junglas de acero vayan llenándose de bestias en manada. Perder el hábito por deambular o conversar ociosamente pone en riesgo algo de nuestra naturaleza.

Moscas. En Coahuila está uno de las mayores heridas de México. La fosa clandestina de Patrocinio, la cual cobró relevancia la semana pasada, es la más grande que se ha encontrado en el país. El sitio Eje Central la reporta. Según  Raymundo Riva Palacios, diversas personas pretenden tapar el exterminio con un dedo.

II. Recientemente Moreno Valle destapó su interés por la silla grande, sin recordar su descuido por  un problema que ni la televisora del Ajusco puede opacar. Ni el Mexicable ni el quinto informe —en HD— de Eruviel Ávila ha quitado la atención pública a los feminicidios y el oprobioso puesto de Ecatepec como peor municipio para vivir. Delirios presidenciables.

III. Zozobra y preocupación genera el proyecto de la constitución para la Ciudad de México. Al respecto denuncian Héctor de Mauleón y Silva-Herzog Márquez (¡otra vez!).

 

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Publicado porCarmín6 octubre 2016Publicado en CuentagotasEtiquetas:CDMX, ciudad, diálogo, Eruviel Ávila, internet, Negocio, ocio, Patrocinio, públicoDeja un comentario en Deidades urbanas

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