Escribir por escribir

Hubo un tiempo en que la escritura fue considerada un regalo de los dioses, regalo que no se supo si era bueno o malo porque por una parte permitía conservar por más tiempo alguna idea valiosa, aunque por la otra hacía del hombre un ser desmemoriado. Con el abandono de los dioses también se consideró a la escritura como un arte, es decir, como un ejercicio que se ha de hacer constantemente para alcanzar la maestría necesaria en el trazado de signos y en ocasiones en la exposición de las ideas.

Entre el carácter divino y el carácter artístico, casi técnico y construido de un buen escritor, hay una enorme diferencia, el primero depende de los dioses, pues no sólo traza líneas, escribe lo que la divinidad le dicta, ya sea un nuevo verso capaz de convertir a un ladrón en santo, o las posibles verdades o mentiras que convierten a un pastor en un conocedor de la naturaleza de los dioses y del mundo. En cambio, el que ve a la escritura como un arte está abandonado a su suerte y a su capacidad para ver el mundo, ya no habla de dioses porque ya no los ve, tampoco habla de héroes divinos, porque ya no los hay, habla de lo que alcanza a ver y nada más, habla de asesinos que matan a usureras y se arrepienten gracias a la presencia del amor de los amigos o de buenas mujeres tan pecadora como ellos, mostrando que los actos de quienes hablan ni siquiera son pecados.

Pensar a la escritura de una manera o de otra perfila aquello sobre lo que escribimos y leemos, pues en un caso la palabra escrita no viene del hombre, en el otro es el hombre quien la construye, y quizá por ello se le quita su carácter milagroso, pues se piensa que lo que es hecho por el hombre ya no maravilla tanto como lo hecho por los dioses. En ambos casos la escritura es algo de suma importancia, el que ve la escritura como un don se ve a sí mismo como guardia de lo sagrado, el que la ve como una construcción propia acaba siendo un creador que debe guardar lo mejor posible a su creación.

Para nuestra desgracia pocos quedan que vean a la escritura como una creación que debe ser guardada, menos aún quedan de los que la ven como un don, pues tan poco nos importa lo que hace el hombre y tan olvidados están ya los dioses, que se ve a la escritura como un mero trazar líneas donde todo se vale, poner o quitar letras a las palabras, decir o no cosas importantes mediante ellas, porque el mismo valor tiene decir que se cree en lo divino que pensar sobre un régimen político o anunciar al mundo que se desea tomar café y comer una dona.

   Maigo.

Reversa

Fue imposible rechazar tal propuesta. Tuve que colocarme en una de las esquinas del cuadro y prepararme para evitar, con todas mis fuerzas, el ser expulsado. Resistí lo más que pude. Nadie apoyó mi esfuerzo. Los otros amaban la expulsión, amaban mi temor. Así, salí disparado sin dirección alguna. Estaba cerca del cielo. Nadie me sostenía, no había ya tierra firme. En algún momento voy a caer. Lo sé, lo presiento. ¿Moriré? Es posible. La abuela escondía siempre la llave del armario. Yo, en su cama, frente al mueble, amaba adivinar el interior de tal reliquia. Abuela no me lo permitía. Abuela me lo prohibía. Y de esta manera las visitas a los helados se tornaron frecuentes. Lograban distraerme. Lo único que amaba eran las llantas, donas de chocolate deshaciéndose en el pavimento amarillo. ¿Por qué no me compras el robot que tanto quiero? Mi madre me tomaba de la mano y me llevaba a casa. Galletas de vainilla encima del refrigerador. Galletas inalcanzables. Prohibidas y por esto divinas. “Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo son una sola y misma cosa”…”tienes que entenderlo.” ¿Por qué mi vida acabará algún día? Me encantaría saber el día de mi muerte. Si lo supiera, conquistaría la eternidad. Llega por fin la noche a través de la cual viajo en mi cama espacial. Tenía que regresar, mi padre me lo exigía. Sus fuertes manos golpearon el centro de mi ser. Nunca seré como él. Siempre seré un niño…siempre seré tu hijo. ¿Dónde está mi fantasma? La luz encendida debe alumbrar su sombra. ÉL NO VA. Y comienzo a reír hasta ahogarme escondido en mi pupitre. Reírme y olvidarme y negarlo todo. Mi tío sabía que por esto había que tomarme de la mano al pasar la calle. La paleta con tres bolas de caramelo nos daba el siga. Nostalgia de un triciclo. Nostalgia del olor a lluvia y tierra mojada, de plátanos quemándose y de pedos de infancia. Abuela no me lo permitía. Abuela me lo prohibía. ¿Iré al cielo? ¿Podré merecerlo? ¿Cómo, si el diablo me susurra maldiciones para mi madre? Otra vez la risa. Ahora de mi madre. Ella se mofa del diablo. Yo soy cobarde, le temo. No quiero ser maldito, no quiero estarlo. Entonces pisé mi insecto para ser aceptado. No obstante, él vive en mí, con repulsión de mí, pues vive fragmentado. La recuerdo bien: mi primera erección. Mi primera afirmación, mi primera reivindicación. Yo soy este instante, yo soy este arrojamiento, yo soy lo que arrojo. Entonces me desnudé y me aventé a la alberca de cloro. Ahí dentro estaba solo. Ahí dentro estaba completamente aislado. He vuelto, pues, a mi paraje marino lleno de silencio. He vuelto a la soledad que me obliga a estar conmigo.

R.S.B.