Encontré, apenas hace unos días, que una canción que conozco desde niño tiene un significado muy diferente del que yo creía. De niño no entendía la letra pero la canción me parecía muy triste. Su paso es lento, su vaivén pesado, su instrumentación austera y muy sentida, y su voz un lamento. Después de la niñez le dediqué tiempo, y creí haber encontrado el sentido de las palabras, también muy tristes. Pero ¡cuál fue mi sorpresa al toparme con la transcripción de una entrevista al compositor, hecha hace treinta años o más!: según lo que ahí dice, no tenía en la mente ninguna de las cosas que yo había creído que entendía. La canción no tiene la intención que yo pensaba. Visto por ahí yo sencillamente estaba errado, nada más que decir; pero ¿hay otro lado por donde verlo?
Estaba pensando que un poeta, un músico, o si se quiere llamarle artista, un artista, pretende mostrar algo verdadero a través de su ficción. Esto es lo que algunos expresan como que «tiene algo que decir». No estoy diciendo que esto se ciña a una forma estática de mensaje. Si así fuera, según nuestra predilección a tal o cual de esas formas, por las razones que tengamos para preferirlas, acabaríamos, por ejemplo, buscando en toda literatura las moralejas de cuento cautelar, o descalificando la pintura abstracta por no ser representación clara de ningún par señalable en este mundo. Estas verdades se buscan en una experiencia mucho más amplia, y debemos decir que son en efecto algo que se pretende verdadero, porque para los espectadores es claro que son alguna forma de presentación de algo que se alcanza a ver, que se puede ver, con ayuda de aquello en lo que lo manifiestan. Disculpe el lector la vaguedad de estas palabras, que es adrede: estoy intentando no echarme a bucear en la discusión sobre la naturaleza de las bellas artes y su orden interno. No hace falta tanto para admitir que los poetas tienen algo que decir. Pero con todo y que pretenden mostrar algo verdadero (tampoco quiero entrar en si es a sabiendas o no), la totalidad de las cosas no está bajo su control. Ni bajo control de ninguno de nosotros. Me parece bien verosímil que algunas veces alguien, que no se conoce completamente a sí mismo, y que no conoce completamente todo de lo que habla, pueda regalarle a quien lo escucha la oportunidad de contemplar algo verdadero en lo que dice, incluso sin querer.
Ya si esto es o no el significado de la obra, si es o no la intención secreta del poeta, si es lícito adscribirle todas las interpretaciones, si es error, acierto, asunto de originalidad, creatividad, genio o posesión entusiasta divina, todos esos, son otros asuntos. En realidad no son importantes ahora mismo. O no, por lo menos, junto al hecho de que pueda verse algo verdadero en las palabras que fueron pronunciadas con algún propósito. Es un hecho que a veces decimos algo de nosotros por cómo decimos las cosas, incluso si no estamos atendiendo cómo las decimos. Tratar de entender lo que se dice en la ficción, en la representación, en la imitación, también enseña algo sobre nuestro placer por aprender, y nuestra disposición a admitir que quien escuchamos puede enseñarnos algo. En los sueños parecemos estar en un exaltado estado de sensibilidad y haciendo un trabajo muy prolijo de la imaginación. La música, como el sueño, puede ser también finamente sensible. Por eso, no debemos olvidar que ante la duda de si el poeta enseña algo por error o por técnica, siempre es más provechoso asumir que ésta fue su intención. Es más probable que seamos nosotros los que vayan a beneficiarse comprendiendo el sentido, porque somos quienes más desconocen sobre la totalidad de la que habla el poeta de quien podemos aprender. Si no tenemos ninguna buena razón para pensar contra lo más bello ‒y es más bello lo que se hace con propósito‒, ¿por qué diríamos que no fue así como más probablemente ocurrió de todos modos?