El reloj de pared marcaba las 4:30 de la tarde cuando la pareja llegó al consultorio. Se les había hecho temprano, por lo que ni el doctor ni su enfermera se encontraban allí todavía. No podían hacer más que esperar y se dirigieron a unas butacas grises donde tomaron asiento. Para acortar la espera, él tomó uno de los periódicos de la mesita de a lado, mientras que ella, balanceando ansiosa la pierna que le quedaba colgando, volteaba a ver el reloj a cada dos minutos para asegurarse de que el tiempo corría. Finalmente, al diez para las cinco se vio turbada la quietud del consultorio con la llegada de la enfermera. Un poco sorprendida de que la pareja estuviera esperando ya, les dio las buenas tardes con una sonrisa y anunció que el doctor no tardaría en llegar para después retirarse a la sala de examen. El consultorio recobró su quietud; él continuó leyendo el periódico, mientras que ella cerró los ojos y cruzó sus brazos a la altura del pecho. El reloj marcó las cinco y un cuarto de hora después la quietud volvió a alterarse: por fin había llegado el médico. Con buen ánimo saludó a los pacientes y se disculpó con ellos por la tardanza, luego los dirigió a la sala de examen donde la enfermera ya tenía todo preparado.
-Siéntense, por favor- les pidió, señalando los dos asientos que quedaban enfrente de su escritorio, al tiempo que la enfermera colocaba sobre éste el expediente de la mujer. Con la intención de relajarlos a ambos, el doctor comenzó a platicar con la pareja y, poco a poco, la tensión fue cediendo para dar paso a la calma. Lo pusieron al tanto del nacimiento de su hija –quien ya tenía un año y seis meses de edad–, puesto que él había cuidado de la madre durante la gestación, y se enteró entonces de que el parto había sido “a la antigua”, es decir, con partera en vez de con doctor. Esto no le hizo mucha gracia al médico por los riesgos que implicaban tanto para la madre como para la niña, sin embargo no dijo nada y continuó con la plática. Una vez que estuvieron relajados, procedió a preguntarles cuál era el motivo de su cita y la mujer se apresuró a decirle, con una sonrisa ancha, que de nueva cuenta estaban esperando un hijo. Al escuchar la noticia, el doctor reaccionó con júbilo y felicitó a los padres por la buena nueva, mientras que la enfermera se unía silenciosamente a la alegría que reinaba en la sala en ese momento. Unos segundos después, la mujer habló de nuevo y le comentó al doctor que venían para un chequeo, pues el día anterior se le habían presentado unos pequeños sangrados, los cuales ella interpretó como amenazas de aborto, dada su experiencia con el primer embarazo, y ambos querían asegurarse de que todo estuviera bien.
Antes de sacar conclusiones precipitadas, el doctor calculó las semanas de gestación –que resultaron ser 10.3 aproximadamente– y entonces procedió con el chequeo de rutina. La enfermera ayudó a la paciente a subirse a la mesa de exploración y le pidió que, por favor, se descubriera el abdomen. Por su parte, el doctor se sentó a un lado de la paciente, quedando de frente al aparato del ultrasonido, y comenzó la revisión. Ésta se llevó a cabo en silencio, a excepción de las pocas preguntas que el médico le hizo a la paciente con el fin de recabar datos. Concentrado en su trabajo, el doctor mantuvo serio el semblante, por lo que era imposible saber lo que estaba pensando. Luego de un par de minutos, cuyo transcurso les pareció eterno a ambos padres, la voz del especialista resonó en el aire, rompiendo el silencio que se había creado, pero no hubo alegría en aquella intervención.
-Les tengo una mala noticia…- y el doctor se interrumpió a sí mismo, buscando las palabras adecuadas para expresarla. A continuación, señaló con su dedo índice un pequeño círculo que podía distinguirse en la pantalla del aparato, el cual estaba rodeado por un pequeño halo y cuyo contenido parecía estar conformado por pequeñas manchas blancas de forma irregular. -El ultrasonido me reporta un H.M.R., que significa “huevo muerto retenido”. Esto quiere decir que el embrión, si bien se formó, no lo hizo de manera adecuada y simplemente dejó de vivir, pero el cuerpo no lo ha expulsado. ¿Notan el saco embrionario, el halo que rodea al pequeño círculo? De hecho, las medidas del saco corresponden a un embarazo de diez semanas de gestación, pero no así el contenido, que se muestra desordenado. Es justo el desorden del contenido lo que me indica el H.M.R.- El doctor guardó silencio un momento para darle tiempo a la pareja de asimilar la noticia y ella comenzó a hacer preguntas sobre cómo iban a proceder ahora.
-Me gustaría que fueran con el radiólogo para que confirmara mi diagnóstico, pues cabe la posibilidad, aunque mínima, de que no esté en lo correcto. Pero si lo confirma, debo hacerte un legrado…- La mujer asintió con la cabeza y la enfermera se dedicó entonces a limpiarle el abdomen para quitarle los residuos del gel utilizado en el ultrasonido. En gesto de compasión, el doctor la ayudó a bajar de la mesa de exploración y la tomó por los hombros, a modo de abrazo, diciéndole que esto no significaba que tuviera problemas de fertilidad y que pronto podría embarazarse de nuevo; ella intentó sonreír y le dio las gracias al médico. El hombre, en cambio, no dijo nada, pero podía percibirse en su rostro la tristeza. Mientras tanto, la enfermera pensaba que la paciente había tomado demasiado bien la noticia, pues aunque se le veía abatida, no mostraba señales de que fuera a desmoronarse.
¡Qué equivocada estaba!, pues cuando la mujer tomó asiento de nuevo, se hundió en éste y quebró en llanto. El hombre la jaló suavemente de la mano y la rodeó con sus brazos, mientras que el doctor trataba de calmarla. La enfermera, todavía inexperta, no sabía bien a bien qué hacer; entonces tomó un pañuelo y se lo ofreció para que secara sus lágrimas, sin poderle otorgar más consuelo que el que éste podía brindarle. El ambiente de la sala, antes jovial y alegre, era el propio de un sepelio… De cierta forma, de eso se trataba.
Hiro postal
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